7. Daños colaterales
Al terminar de leer aquella última entrada, Ivan dio un profundo suspiro mientras apretaba sus puños sobre el escritorio, aún teniendo fresca la frustración de la noche anterior.
Todavía le costaba creer todo lo sucedido la última semana, pero lo que acababa de pasar en el hospital lo sobrepasaba. Ya ni le alcanzaba la imaginación para figurarse lo que ocurriría esa misma noche. Las dos mujeres habían acordado un «entrenamiento» al terminar su guardia. Pensando en eso último, volvió a mirar su reloj y dio un sobresalto: ya eran casi las seis de la tarde, es decir, que había estado repasando sus informes previos por casi cuatro horas.
Revisó otra ventana de su tableta y activó la conexión remota con las cámaras que había instalado en la residencia de Bérénice y Olympe. Por los momentos, las chicas no habían vuelto a casa, así que a priori el tiempo estaba a su favor.
Deslizó la mano por la tableta y volvió a la sección de sus informes, donde comenzó a redactar la entrada de ese día...
Sábado, 17 de febrero de 2057. Luego de lo visto en días anteriores, hoy he decidido intervenir, y para ello me he visto obligado a causar daños colaterales...
Frente a él estaba la misma puerta con el mismo rótulo: «Habitación 127». Justo antes de entrar, volvió a mirar a sus costados para verificar que el pasillo estaba despejado. A continuación, abrió la puerta y se escurrió con rapidez en el cuarto donde yacía inconsciente el señor Clichy, conectado a un respirador artificial. La jefa de enfermería ya le había explicado que el paciente permanecería sedado en tanto sus pulmones siguieran inflamados, para evitarle un dolor indecible al intentar respirar por sí mismo. Una vez más, Ivan repasó en su mente la explicación que le había sido dada con anterioridad: «Edema pulmonar... Acumulación de líquido... Asfixia...»
Cerró los ojos por un instante y respiró profundo, rogándole a su propia mente que se callara. «La misión», repetía en sus adentros sin cesar ante cada grito desesperado de su propia conciencia, que ya en ese punto le imploraba que se detuviera, cuestionando si valía la pena. Sin más preámbulos, se quitó el guante quirúrgico de la mano derecha y lo reemplazó por otro mucho más grueso que guardaba en su bolsillo. Tan pronto se lo hubo colocado, apuntó hacia arriba con sus dedos índice y medio a lo que las puntas se iluminaron con luz azul; era un guante bisturí.
Justo antes de dar el primer paso en dirección a su infortunada víctima, un último atisbo de humanidad se asomó entre los labios de Ivan.
—No es nada personal...
Era una disculpa anticipada que no sería oída. Al final, solo era un desesperado intento de librarse de culpa ante la barbarie que estaba a punto de cometer.
... El día de hoy, he utilizado al paciente referido en informes anteriores como un señuelo. He colocado una cámara oculta en la habitación y he procedido de la siguiente manera: mediante un guante bisturí, le he lacerado el pulmón derecho y me he retirado rápidamente. Con el paso de los minutos, el pulmón lacerado ha terminado colapsando, produciendo severas complicaciones respiratorias. Una vez el paciente se ha comenzado a asfixiar, la alarma de la sala de enfermería se ha disparado. Tal y como lo he previsto, Bissett ha sido la primera en apersonarse.
En condiciones normales, el paciente debería haber sido operado de emergencia para suturar la lesión pulmonar, pero una vez más, la intervención de Bissett ha cambiado todo. Por medio de la cámara mencionada anteriormente, he logrado capturar la siguiente secuencia.
Al final del texto, Ivan adjuntó el video donde Bérénice utilizaba sus poderes para salvar la vida de su paciente agonizante. Justo antes de cerrar el informe, cayó en la tentación de reproducir el material por última vez. Así se encontró nuevamente con la primorosa rubia, cuyas manos se apoyaban sobre el pecho agitado del señor Clichy en tanto aquella extraña máscara de búho se dibujaba en su rostro.
Para efectos de un espectador neutral, aquel rostro pintado de blanco, con la forma de un pico sobre su boca y globos oculares completamente negros, podría resultar aterrador, incluso demoníaco. Sin embargo, para Ivan era como si el mismísimo Dios se personificara para expiar sus pecados, mediante un hálito mágico que devolvía la vida que se escurría a través de convulsos espasmos, liberándolo de la culpa de asesinar a un hombre inocente en favor de los intereses de un régimen opresor.
Al terminar la secuencia, Ivan cerró el informe y se dejó caer sobre su asiento, dando un profundo suspiro de alivio. Nuevamente el Ivan humano acabaría imponiéndose al agente Leranov cuando de sus labios manó sin control un tenue susurro, dedicado a ella aunque no pudiera escucharlo:
—Gracias, Bérénice...
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