5. Hermana Vila
Viernes, 16 de febrero de 2057.
Aquella tarde, la jornada en el hospital había transcurrido sin mayores novedades mientras Ivan hacía los preparativos de su plan. Había instalado una cámara oculta en la habitación del señor Clichy y, en un momento en que el área de hospitalización hubo quedado prácticamente desierta, estuvo a punto de hacer su jugada, pero una repentina conversación que escuchó entre Olympe y Bérénice le hizo cambiar de planes. Se retiró antes de tiempo del hospital y se dirigió a toda prisa a su pequeña base de operaciones en el hotel Montempô. Debía prepararse para esa noche, pues las chicas saldrían a una discoteca; otra oportunidad invaluable.
Una vez hubo llegado a su cuarto de hotel, se enfundó nuevamente en su ropa de cuero fino y continuó monitoreando a ambas mujeres, expectante, sin imaginarse lo que ocurriría horas más tarde.
Al caer la noche, Ivan emprendió la marcha hacia la residencia Debord-Bissett. Estacionó su motocicleta en un punto ciego y encendió su tableta, atento a los micrófonos y las cámaras. Armado de paciencia, escuchó el cuchicheo y las risotadas de ambas chicas en tanto cenaban juntas para luego tomar turnos para ducharse. Ya habría transcurrido alrededor de hora y media cuando una visión a través de una de las cámaras lo descolocó por completo: era Bérénice, entrando a su habitación envuelta en una toalla. Toda su concentración se volcó de golpe en la piel blanca porcelana de Bere siendo despojada con lentitud de la tela húmeda. Sin embargo, cuando estuvo a punto de ver su voluptuoso cuerpo al descubierto, ella se movió y salió del alcance de la cámara, buscando algo en el armario junto a la ventana. El depredador que yacía dentro de Ivan sintió una repentina frustración al no poder observar a su presa desprotegida.
A pesar de haberla estado espiando día y noche a través de las cámaras de su casa, hasta ese momento los recatados hábitos de la rubia le habían privado de ver un espectáculo como ese. Por lo general, al llegar del hospital Bérénice se duchaba y salía del baño ya vestida con pijamas de cuerpo completo que no dejaban apreciar ni de cerca su apabullante anatomía, que ahora podía apreciar en todo su esplendor.
Ahí se quedó Ivan, atontado mirando la pantalla de su tableta, ignorando el frío invernal mientras la preciosa rubia, sentada en su cama y vestida en paños menores, miraba dubitativa en dirección a su armario. Ivan intentaba que su cabeza volviera a la misión, pero se lo impedía aquella silueta de piel blanca inmaculada en conjunto con los enormes senos redondeados, el sedoso cabello color bronce, la ancha cadera remarcada por lencería y las fuertes piernas torneadas. De repente, una voz lo sacó de su propia lujuria, era Olympe ingresando a la habitación.
—¿Bere? Ya estás... —Le escuchó dar una breve pausa al ver a su amiga aún sin más ropa que la lencería que traía puesta— ¡Bere! ¿Qué haces? ¡Pensé que ya estabas lista!
Desde la imagen de vuelta por la cámara se podía ver que Olympe ya estaba vestida con una prenda negra de una sola pieza, mientras que Bérénice se limitaba a encogerse de hombros.
—Es que no sé qué ponerme...
Olympe dio un resoplido, denotando resignación.
—Bueno está bien, déjame ayudarte —dijo antes de caminar hacia el armario de Bérénice, para luego hablar en tono pícaro—. Por cierto, buena elección de ropa interior.
—Gracias —Ivan pudo distinguir a Bérénice sonrojándose.
Tras varios segundos revisando, Olympe le pidió a Bere levantarse, ella obedeció e Ivan la volvió a perder de vista. Lo siguiente que escuchó fue una cháchara incesante de Olympe debatiéndose sobre qué tipo de prenda favorecería más a su amiga, cuál funcionaría mejor con la ropa interior que llevaba... En resumen, toda una charla sobre cómo vestirse que parecía patrocinada por el mismísimo Aleksey Steklo, que dicha a la velocidad del rayo en el marcado acento de Olympe, lo terminaba mareando.
«¿Qué carajo importa lo que se ponga? ¡Así se vista de payaso puede tener al que quiera!», pensó Ivan, sorprendido consigo mismo por lo poco que le había faltado para decirlo en voz alta.
Olympe finalmente se calló por un par de minutos mientras hacía ruido jugueteando con el armario de Bérénice.
—Dios mío, Bere, ¡no puedo con tu guardarropas!
—¿Qué tiene de malo? —cuestionó la rubia con cierta indignación.
—Es que... —Olympe adoptó un tono malcriado— ¡Es que es muy tú!
—¿Y qué esperabas que fuera? ¿Tú? —Olympe quedó en silencio. Incluso Ivan respiró profundo ante la fulminante réplica de Bérénice.
—Bueno, yo... —Volvió a escuchar a Olympe tras varios segundos de silencio sepulcral—. A ver, pruébate esto.
Sin mediar palabra, Bere hizo caso a su amiga y comenzó a ponerse el conjunto del que Ivan no tenía idea ya que las chicas se encontraban en un punto ciego para la cámara.
—Bueno, no te ves nada mal —señaló Olympe al ver el resultado final—, es solo que...
—¡¿QUE?! —chilló Bérénice con evidente tono de fastidio.
—¡Ya, pero no te enojes! —exclamó Olympe entre carcajadas—. Es que, te ves... ¿Cómo decirlo? Te ves linda pero... Eso, solo linda. —Hasta el propio Ivan frunció el ceño con el tono burlón en que hablaba Olympe, quien intentó arreglar torpemente su comentario—. Bueno, no está mal para ser la primera vez.
—Sí, bueno, supongo que sí —suspiró Bere resignada.
—¡Anda, ven! —dijo Olympe intentando animarla—. Para las próximas salidas te buscaré algo... Ya sabes... Seductor.
En ese momento, Ivan pudo escuchar a ambas mujeres abandonar la habitación y tuvo que cambiar la cámara mostrada en su pantalla. Ahora estaban en la sala, maquillándose frente al gran espejo. Entre nuevos cuchicheos y alguna que otra mención al trabajo en el hospital, Ivan no logró capturar el nombre ni la ubicación del lugar a donde iban. Solo Olympe parecía saberlo y se resistía a revelárselo a Bere. En consecuencia, Ivan debió esperar con cautela el momento en que ambas mujeres estuvieran listas para salir.
Una vez llamaron un taxi y se subieron en él, Ivan encendió su motocicleta, activó el camuflaje e hizo lo mismo con su traje y su máscara, siguiendo al taxi bajo el amparo de su total invisibilidad.
El recorrido se prolongó hasta cruzar uno de los puentes sobre el río Saona y continuar hasta la Place des Jacobins. Cerca de allí, el taxi de las chicas se detuvo y ellas bajaron de inmediato. Ivan estacionó su silencioso vehículo en un lugar seguro y se propuso seguirlas mientras se encaminaban a la entrada de aquel antro de tres pisos que ahora tenían enfrente. El letrero de la entrada tenía algunas luces apagadas, pero entre las encendidas se podía leer: «Hermana Vila».
Con la invisibilidad de su traje activada, Ivan se permitió caminar hasta muy cerca de las dos mujeres, y entonces pudo detallar bien cómo estaban vestidas.
Bérénice vestía una falda negra de talle alto y una blusa blanca muy elegante con botones que le cubría el torso entero hasta el cuello. Al verla así, Ivan entendió lo que Olympe había querido decir antes: la rubia se veía realmente hermosa pero no precisamente sensual o seductora. Parecía más vestida para una cita romántica que para «salir a la discoteca para follarse a alguien».
En cambio, cuando vio a Olympe, quedó genuinamente impactado. Portaba un vestido negro bien ceñido al cuerpo que remarcaba la curva de su cintura con un pronunciado escote en la espalda y con una provocativa transparencia frontal enmarcando sus pechos; sus piernas largas y bronceadas disfrutaban de la libertad de una sutil abertura en su falda. Si bien Olympe carecía de las voluptuosas proporciones de su amiga, lo compensaba con la perfecta forma de su cuerpo, su andar danzante y una sensualidad hipnótica.
«Ella sí, puede follarse a todo Lyon si le da la gana»
Ambas chicas seguían con su cháchara en su recorrido hasta la puerta. Ya se podía escuchar la música venida desde adentro, lo que impedía a Ivan rescatar todos los detalles de la conversación. Entre los agudos delicados de Bérénice y los graves vibrantes de Olympe, una palabra en particular llamó su atención: «ucranianos». De repente, cuando el dúo se disponía a entrar, Bérénice interrumpió abruptamente y volteó con sorpresa, como si hubiese escuchado algo a sus espaldas.
Ivan sintió un escalofrío cuando los ojos oscuros de Bérénice apuntaron en dirección a él. Por un instante llegó a pensar que había olvidado activar su camuflaje y el miedo se abrió paso en sus adentros. Olympe volteó segundos después, mirando en la misma dirección con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa, Bere? —preguntó Olympe con tono confundido, buscando con la mirada aquello que había alertado a su amiga.
Ivan volvió a la calma al darse cuenta de que, en efecto, seguía siendo invisible. Bérénice, por su parte, se tomó su tiempo para responder, sin apartar la mirada.
—Nada, supongo —contestó finalmente, con voz seria. Sus ojos permanecían atentos y mantenían a Ivan nervioso.
Olympe sonrió con curiosidad.
—Entonces, ¿qué esperamos? —dijo finalmente Olympe, invitando a su amiga a entrar con ella.
Bérénice hizo caso y apartó la mirada, disponiéndose a ingresar al club, mientras Ivan, aún nervioso, retomaba su andar detrás de ellas. Sin embargo, una vez Olympe hubo entrado, Bérénice volvió a mirar hacia atrás desde el umbral de la puerta con sus ojos bien abiertos. Esta vez lo miró directo a los ojos y lo recorrió de arriba a abajo, como si tuviera plena certeza de que él estaba ahí. Así se mantuvo por varios segundos hasta que finalmente entró detrás de Olympe.
Ivan sabía que debía seguirla, pero no podía, estaba literalmente paralizado, estupefacto ante lo que acababa de ocurrir. Por un momento llegó a pensar en que Bere podría haberlo escuchado caminar a sus espaldas, pero no, eso era imposible. Toda su vestimenta estaba diseñada para desplazarse sin hacer el más mínimo sonido, además de que la música que resonaba haría imposible escucharle.
Ivan quedó en el sitio, parado a un costado de la entrada, mientras intentaba digerir el susto. Así estuvo durante varios minutos hasta que logró armarse de valor para entrar al club. No tenía idea de lo que le esperaba.
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