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12. La voz del Fénix



Desde las alturas, Ivan observaba nuevamente aquel anillo mortal que rodeaba a una amenazante Berenice cuyos ojos teñidos de negro miraban expectantes a Olympe, aguardando el momento para atacar. Entretanto, la bailarina seguía describiendo círculos con sus manos, sosteniendo el anillo con tanta presión como fuera posible para desgastar a su contrincante. El roce entre el campo invisible y la figura llameante producía chispas cuyos rechinidos hacían eco en las paredes del túnel.—¿Qué pasa, Bere? ¿Ya te cansaste? —preguntó Olympe con tono burlón, sin cesar el movimiento de sus brazos—. Vamos, que apenas estoy calentando. ¡Lánzame lo mejor que tengas!

Ivan no podía creer lo que estaba escuchando. Olympe estaba intentando provocar a Berenice, que estaba completamente fuera de sí, desatando poderes cuyos límites nadie conocía, ni siquiera ella misma.

«Es una locura»

En ese instante, Berenice recogió sus brazos con rapidez. En una fracción de segundo, el anillo de fuego se contrajo, ella volvió a extender sus manos y desplegó una nueva ola de energía, profiriendo un poderoso grito con la misma voz distorsionada, casi robótica, que Ivan había escuchado antes. El anillo de fuego se estiró de golpe hasta desintegrarse y Olympe fue lanzada hacia atrás. Sin embargo, ya estaba preparada, por lo que frenó la caída con sus manos y dio una voltereta en el aire que le permitió aterrizar de pie.

De inmediato, Olympe se dio vuelta, extendió sus brazos al frente y un muro de fuego se materializó al instante, frenando en seco la embestida psíquica de Berenice. Las chispas de aquel choque llenaron la estancia de una luz blanca e intermitente.

Olympe estaba demasiado cerca del punto de impacto; miraba en todas direcciones con desesperación. Si perdía la concentración un solo segundo, el vendaval invisible acabaría aplastándola. Entonces, hizo algo que sorprendió al propio Ivan: flexionó las piernas y la altura del muro de llamas se redujo. Ella miró con atención cómo la mitad superior de las chispas se acercaban peligrosamente. Fue ahí cuando Ivan distinguió el brillo en los ojos de Olympe, la luz de una idea...

«¿Qué va a hacer?»

Los ojos de Ivan apenas lograron seguir la secuencia siguiente. Olympe recogió sus brazos, desvaneciendo la pared ardiente. El campo psíquico arremetió en su contra, pero ella lanzó una patada a ras del suelo, se dejó caer y generó un nuevo anillo de fuego dando vueltas con todo su cuerpo. La mitad de la cortina invisible pasó por encima de su cabeza y la otra impactó directo contra el anillo. Se produjo entonces un nuevo estallido que ella logró esquivar dando un salto hacia adelante. Al tocar el suelo, miró al frente y alcanzó a ver a Berenice; ya solo unos escasos metros las separaban.

Antes que la rubia pudiera hacer nada, Olympe señaló los pies de su rival, movió la mano hacia arriba y una feroz columna de fuego emergió del piso. Berenice la bloqueó a duras penas con su telequinesis, pero no pudo evitar ser lanzada hacia arriba para impactar contra el techo y luego caer estrepitosamente, golpeándose de frente contra el suelo. Berenice quedó tendida, completamente inmóvil, pero Olympe ni se inmutó. Solo se quedó ahí de pie, expectante.

«¿Qué carajo le pasa?», pensó él al ver que la bailarina no hacía más que respirar profundo con los ojos cerrados, inhalando por la nariz y exhalando por su boca, como si meditara de pie. A pesar de haber ganado, no parecía tener la mínima intención de ayudar a su amiga, quien permanecía tiesa sobre el piso de concreto.

De repente, una serie de pequeñas luminarias aparecieron en escena. Eran como pequeñas luciérnagas revoloteando alrededor de Olympe en cantidad cada vez mayor, abarcando un espacio cada vez más grande. Ivan, ya nervioso, buscó con insistencia el origen de aquellas luces amarillas, hasta que se dio cuenta que salían de la boca de Olympe. En cada exhalación, la pelinegra llenaba el espacio de más y más de estos entes diminutos, que acabaron revoloteando alrededor del cuerpo inerte de Berenice.

I know you are there [Sé que estás ahí]. —Ivan se estremeció, pues era Olympe quien había hablado, pero aquella voz no era solo suya. Había una segunda voz, vibrante e inhumana, hablando al mismo tiempo que ella—. Get up, we have not finished yet [Levántate, aún no hemos terminado].

«¿Qué idioma es ese?», pensó Ivan, que no lograba entender nada de lo que acababa de escuchar. Concluyó que era la misma lengua ininteligible en que había hablado Berenice minutos atrás.

En respuesta, un sonido grave se dejó escuchar, como una estampida que se acercaba poco a poco. Ivan casi gritó del susto cuando sintió una vibración en todo su cuerpo. Fue entonces cuando se dio cuenta que las paredes del túnel habían comenzado a temblar.

Finalmente, Berenice se movió. Sus manos se apoyaron sobre el suelo y ella comenzó a incorporarse. Una vez se puso de pie y levantó la vista hacia Olympe, Ivan se percató de que el rostro de la enfermera había cambiado. No tardó en reconocerlo: era la misma cara de búho que había visto esa mañana.

Las pequeñas formas luminosas seguían flotando sobre Berenice mientras el túnel entero temblaba. A pesar de todo, Olympe permanecía con los ojos cerrados, impasible, como si hablara consigo misma.

En ese momento, Berenice se abrió de brazos y apuntó hacia las paredes con la palma de sus manos. Fue ahí cuando un gran estrépito sacudió el lugar, como si de un terremoto se tratase. Un miedo de muerte se apoderó de Ivan, consciente de que no podría escapar a tiempo si todo el túnel se venía abajo.

«No, no, ¡No! Maldita sea... ¿QUÉ ES ESTO?»

Fue allí que escuchó el sonido de algo rompiéndose, o más bien derrumbándose, y se le heló la sangre, hasta que alcanzó a ver cómo una infinidad de rocas volaba en dirección a Berenice desde todos los sectores del túnel, arremolinándose en torno a ella.

Eso era, la rubia, llevando sus poderes al máximo, había arrancado grandes trozos de concreto de las paredes para usarlos como arma, contra una Olympe que, hasta ese momento, ni siquiera había abierto los ojos.

So... Tell me now, Olympe Debord... [Entonces... Ahora dime, Olympe Debord...]. —La misma voz distorsionada salió de la garganta de Berenice mientras una montaña flotante de rocas se asomaba sobre su cabeza, las suficientes para sepultar a Olympe para siempre—. Any last words? [¿Últimas palabras?]

I am not Olympe [No soy Olympe]. —Finalmente, los ojos de la bailarina se abrieron, convertidos en dos esferas negras con un punto de luz amarilla donde debía estar la pupila.

Ivan se estremeció, no solo por la imagen imponente de Olympe, sino porque reconoció una auténtica sorpresa en la mirada sombría de Berenice.

—¿Ave Fénix? —cuestionó Berenice, dejando caer en el acto las rocas flotantes.

Sin embargo, Olympe hizo caso omiso y llevó su mano derecha frente a su rostro. Las luminarias comenzaron a moverse a toda velocidad, arremolinándose sobre ambas mujeres con un brillo cegador.

Yes, it is me [Sí, soy yo] —pronunció en un vibrante susurro, justo antes de chasquear sus dedos.

Instantáneamente, donde hubo pequeños luceros surgieron llamas infernales que ocuparon todo el espectro visible y elevaron la temperatura decenas de grados. Ivan quedó ciego por el intenso resplandor y el calor insoportable le hizo sentir que todo él ardía, aun a la distancia. Aquello no era fuego, era como si el mismísimo sol se hubiese materializado dentro del túnel. En medio del deslumbramiento, apenas pudo distinguir la silueta de Olympe acercándose a la silueta encorvada de Berenice. De un momento a otro, las llamas parafísicas se apagaron y el vapor del agua hirviente del canal enmarcó a ambas chicas. Olympe tenía la mano puesta sobre el pecho de Berenice, justo donde se dibujaba el búho de alas abiertas. Su máscara de lechuza había desaparecido; ella había usado sus últimas fuerzas para librarse de ser carbonizada viva.

White Owl, it is time to stop [Búho blanco, es hora de que te detengas].

Lo último que hizo Berenice fue asentir, cerrar sus ojos y dejarse caer al suelo, desmayándose en el acto, como quien acaba de ser exorcisado. A continuación, Olympe cerró sus ojos y las luminarias amarillas regresaron dentro de su cuerpo. Al volver a abrir sus párpados, sus ojos habían vuelto a la normalidad. Mientras tanto, allí en el suelo, Berenice se movía débilmente. Olympe se agazapó junto a ella, tocándole la frente con delicadeza.

—¿Debi? —susurró Berenice con las escasas fuerzas que le quedaban. Su voz había vuelto a la normalidad, dulce y cálida como siempre. —¿Qué pasó?

—Nada importante, Bere —mintió tiernamente Olympe, quien también había recuperado su voz grave y musical. Enseguida le tendió la mano y la ayudó a ponerse de pie, apoyándola sobre su hombro—. Ven, volvamos a casa...

La voz del Fénix ya se había ido. Lo que no se iría pronto, sería el terror absoluto de Ivan tras aquella noche lunática.

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