11. Aves del terror
Ivan observó atento el rostro de Berenice y de inmediato reconoció el miedo.
—Debi —dijo la rubia con voz entrecortada. Al verse rodeada de nuevo por aquel anillo infernal, comenzó a temblar—. ¿Qué estás haciendo?
—¡Concéntrate, Bere!
—¡Dijiste que no lo harías más!
—¡Haz lo que hiciste con la silla! —Con un movimiento de su mano, hizo desaparecer el anillo—. ¡Vamos, una prueba fácil! Solo tienes que empujar mis llamas.
Berenice la miró afligida, con la boca temblando, como queriendo decir que no pero sabiendo que debía intentarlo.
—Está bien, está bien. —Levantó las manos con sus ojos cerrados—. Solo... Dame un respiro...
Olympe asintió.
—Bien, hagamos algo: tómate un minuto, concéntrate y avísame para empezar de nuevo, ¿sí?
Berenice asintió de vuelta, al tiempo que cerraba sus ojos, bajando los brazos lentamente. Segundos después, empezó a respirar hondo, con la lentitud de quien medita. Finalmente, soltó un largo suspiro, aún con sus párpados cerrados.
—Hazlo ahora...
Sin dudarlo un solo instante, Olympe esbozó una media sonrisa, puso sus manos en posición y enseguida el anillo de fuego se volvió a materializar. Al sentir el cambio brusco de temperatura a su alrededor, Berenice respiró hondo una última vez, para luego abrir sus ojos y encontrarse con aquella poderosa vibración convertida en llamas flotantes. Comenzó a subir los brazos despacio mientras aquel trazado oscuro volvía a aparecer por encima de su escote, dibujando la silueta de un búho con las alas abiertas, las cuales se extendían hasta alcanzar sus hombros. Una vez sus brazos llegaron a la altura de su pecho, llevó el torso hacia adelante y con él sus manos, como si empujara algo muy grande. En efecto, eso hacía, empujar...
—Ya lo tienes, Bere —dijo Olympe, entrecerrando sus ojos en tanto seguía moviendo su mano en círculos. Cada vez le costaba más mantener estable su aro llameante—. ¡Vamos, Bere, lo estás logrando, solo un poco más!
La rubia asintió débilmente y soltó un leve quejido. Por mucho que lo pareciera, no era nada fácil. Hasta ese momento, solo había utilizado su telequinesis para mover objetos no demasiado pesados por un breve período de tiempo. Esto, en cambio, era mucho más complicado, pues se trataba de contrarrestar una fuerza poderosísima e inmaterial que Olympe dominaba casi a la perfección. Frunció el ceño, mordió sus labios y tensó cada músculo de su rostro, denotando un esfuerzo titánico. Empujó una vez, pero nada ocurrió; empujó una segunda y una pequeña nube de chispas se desprendió del anillo. Entonces, cerró sus ojos y empujó por tercera vez, haciendo su máximo esfuerzo.
Sus ojos volvieron a abrirse y el vibrante sonido de las llamas giratorias se intensificó. Al cabo de unos segundos, el anillo de fuego comenzó a deformarse como si una mano invisible lo estirara, haciéndose más y más amplio. Olympe sonrió, rebosante de júbilo ante aquel éxito rotundo de su amiga.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que lo lograrías! —exclamó, manteniendo siempre su mano en movimiento—. Ahora, sostenlo lo más que puedas...
Berenice no contestó. En lugar de eso, respiró profundo y asintió con el ceño fruncido, sin cerrar un solo segundo sus ojos, evocando un semblante de sufrimiento. En efecto, le costaba horrores acatar la petición de su amiga, incluso dando todo de sí.
Olympe, por su parte, seguía dándole vueltas a su mano con expectación, convencida de que su amiga podía dar todavía más. Fue entonces cuando su mano libre guió a la otra, dando vueltas en el aire con la que las llamas del anillo brillaron embravecidas. Presa de su propia emoción, Olympe estaba incrementando la presión de sus llamas sobre el campo invisible de Berenice, algo de lo que muy pronto se arrepentiría...
—Debi... —Ella intentó llamar a Olympe, pero de su garganta apenas salió un jadeo. Cerró sus ojos, respirando con dificultad mientras soltaba un grito ahogado—. ¡Debi, detente ya!
—¿Qué? —Olympe alcanzó a escuchar la voz de su amiga, pero a causa del ímpetu de sus propios movimientos y el sonido de sus llamaradas no pudo entender lo que había dicho—. ¿Qué dijiste, Bere?
Al mirar con atención se dio cuenta de lo que ocurría: las piernas y brazos de Berenice temblaban, sus párpados estaban cerrados y su respiración se entrecortaba entre débiles quejidos. A la vez, el anillo de fuego vibraba desquiciado, deformándose en el aire; la telequinesis de su amiga estaba cediendo, ella estaba a punto de perder el control. En ese mismo instante, Olympe detuvo súbitamente sus movimientos, Berenice cayó de rodillas al suelo, el campo de fuerza se deshizo y el fuego remanente se contrajo de golpe sobre su cabeza, justo antes de desvanecerse por completo.
A continuación, sobrevino un silencio profundo, contemplativo, expectante, que se extendió por varios segundos hasta que un grito de Olympe lo interrumpió.
—¡BERENICE!
El grito despavorido sobresaltó a la rubia, quien aún atontada por el arrebato de energía anterior, le tomó unos segundos darse cuenta que un mechón de su largo cabello se había prendido fuego desde la punta. Su reacción no fue otra sino incorporarse y soltar un chillido de terror que resonó a lo largo del túnel, manoteando con desesperación en un intento por apagar la llama, que crecía cada vez más y amenazaba con extenderse hacia el resto de su melena cobriza.
—¡Bere! —Olympe echó a correr hacia ella con la intención de ayudarla—. ¡Tranquila, yo me encargo!
Sin embargo, la pelinegra no llegaría a tiempo. Presa del pánico, Berenice movió la cabeza en todas direcciones hasta que sus ojos detectaron una solución rápida: el canal de agua. Antes que Olympe pudiera alcanzarla, ella corrió hacia el estrecho riachuelo entre sonoros gritos para terminar lanzándose de cabeza.
Incluso Ivan quedó petrificado ante lo que acababa de pasar, dejándose invadir por una preocupación involuntaria, pero inevitable. Ni idea tenía que lo que recién había presenciado no era más que una pequeña antesala...
Lo siguiente que vio fue una agitada Berenice trepándose al muro del canal, saliendo de él tan rápido como había ingresado, sin dejar de gritar un solo instante. Estaba empapada, tiritando frenéticamente mientras sus dientes castañeteaban de frío. No era para menos, acababa de lanzarse a un tramo de agua extraída directamente del río Saona en pleno invierno. Mientras tanto, Olympe la miraba con dolor al otro costado de la ribera artificial, sintiendo una inmensa culpa por lo que acababa de pasar. De un momento a otro, Berenice se abrazó a sí misma y cerró sus ojos, acallando finalmente sus gritos desaforados.
—Bere, ¿estás bien? —dijo Olympe con voz apagada, como buscando qué decir.
No hubo respuesta alguna. Berenice se mantenía acurrucada en medio de un charco de agua formado por ella misma, abrazándose en posición fetal con los ojos cerrados. Ivan miraba atento, sorprendido ante el silencio repentino de la rubia, pero al detallar mejor lo que estaba viendo, se dio cuenta de que una tenue luz blanca salía de la palma de sus manos. Era eso, ella estaba utilizando sus poderes para contrarrestar el frío.
En medio de la confusión, Olympe atravesó de un salto el canal de agua para llegar hasta su desventurada compañera.
—Bere... —Esta vez, la voz de Olympe sonó decididamente dolida—. Por favor perdóname, yo...
—Leave... [Vete...] —Ivan se estremeció al escuchar aquel susurro entrecortado. Lo había dicho Berenice, pero esa definitivamente no era su voz.
—Déjame ayudarte —susurró Olympe, haciendo caso omiso a la extraña voz que acababa de escuchar—, te prometo que...
—GET OUT! [¡LÁRGATE!] —Una voz distorsionada hizo retumbar toda la estancia mientras una desprevenida Olympe salía disparada por los aires, pasando por encima del canal hasta dar contra la pared de concreto.
En ese momento Ivan sintió una pulsación, pausada, profunda y repetitiva. No tardó en darse cuenta de que era su propio corazón, que ahora latía acelerado ante aquella imagen de pesadilla: Berenice se había puesto de pie, el búho de alas abiertas se había dibujado de nuevo en su pecho y al abrir sus ojos, estos se habían vuelto completamente negros.
Solo un pensamiento pasó por la mente de Ivan: «Corre». Sin embargo, incluso en una situación como esa, el agente Leranov supo imponerse al humano, convenciéndolo de quedarse en la cúspide de la escalera mientras no se expusiera a un peligro directo. En consecuencia, recorrió toda la estancia con la vista, evaluando el panorama. Olympe había sido arrojada como una muñeca de trapo contra la pared, a un costado de la escalera, y ahora se movía a duras penas, aturdida por el violento impacto. Miró de nuevo a Berenice y vio cómo esta paseaba sus manos por encima de su cuerpo sin llegar a tocarse, generando una película transparente que flotaba en el aire y se hacía más grande a medida que sus manos avanzaban. Al finalizar, una especie de pelota translúcida levitaba frente a ella. Su cabello, su rostro y su ropa, empapados segundos atrás, ahora estaban completamente secos; Berenice se había quitado el agua de encima mediante su telequinesis.
Como si no fuese ya una absoluta locura lo que tenía ante sus ojos, un nuevo sonido llamó la atención de Ivan: un sonoro murmullo, como lluvia que golpea el asfalto. Era el agua del canal, que había comenzado a agitarse mientras Berenice movía las manos en círculos en torno a la esfera que flotaba frente a ella.
El agua agitada comenzó a elevarse, levitando por los aires para integrarse con el agua de la esfera, la cual ascendió mientras crecía a pasos agigantados. Al final, sobre la cabeza de Berenice se había formado un enorme cúmulo flotante de líquido a temperatura casi de congelación.
—Oye, Bere, eso fue trampa... —Aquella voz sobresaltó a Ivan quien miró a un costado de la escalera y encontró a Olympe, sujetándose el hombro derecho mientras terminaba de incorporarse, con una sonrisa retadora en su rostro que disimulaba un claro gesto de dolor—. Si querías entrenar de verdad, debías avisarme antes.
Sorpresivamente, la bailarina había conseguido ponerse de pie. Aún se la veía maltrecha por la sacudida anterior, pero la aparición del tatuaje del ave fénix en lo alto de su espalda indicaba que estaba lista para responder.
—Ya esto me ha pasado a mí —susurró Olympe y soltó un leve quejido al colocarse el hombro en su sitio—. Todavía no sé qué son estos poderes, pero a veces son ellos quienes toman el control... —Flexionó un poco sus piernas, apretó sus puños y una espiral de llamas descendió desde su espalda hasta formar dos anillos luminosos en torno a sus muñecas—. No te preocupes, que yo me encargaré de traerte de vuelta.
No hubo terminado de hablar Olympe cuando Berenice movió sus manos hacia delante y enseguida el inmenso globo estalló, lanzando un torrente de agua en dirección a su amiga. Sin embargo, esta reaccionó cortando el aire con su brazo y una gigantesca llama flotante se materializó, empujando contra la telequinesis de la rubia. Olympe rápidamente movió sus brazos en círculos y aquella irregular llama encerró la masa de agua en una esfera llameante que la hizo hervir en cuestión de segundos. Acto seguido, la bailarina cesó sus movimientos, el fuego se desvaneció y una descomunal explosión de vapor cubrió todo el espacio en cuestión de segundos.
Cegado por completo, Ivan se estremeció al sentir desde las alturas el brutal golpe de calor de aquella neblina mortal. Ahora sí, no pensó en otra cosa que escapar antes de ser calcinado vivo, pero para su propia sorpresa el calor amainó en breves instantes. Su visión se fue aclarando hasta que pudo distinguir a una Berenice de ojos negros que movía sus brazos desesperadamente, haciendo que la nube de vapor descendiera hasta el canal, donde la baja temperatura del suelo y el agua condensó la nube hasta hacerla desaparecer. Berenice volvió a mirar al frente y vio cómo toda la estancia quedó anegada, pero nada más, Olympe ya no estaba allí.
Fue entonces que escuchó un zumbido a su izquierda y al voltear se encontró con un anillo de fuego que volaba en su dirección. De inmediato interpuso la palma de sus manos y empujó con una muralla psíquica que chocó contra el anillo, haciéndolo estallar en el acto. Dirigió la vista en aquella dirección y se encontró con una aguerrida Olympe que recién terminaba de saltar el canal para aterrizar en su misma orilla, a varios metros de ella. Sin darle un mínimo respiro, la bailarina alzó la pierna y dio un veloz giro con el que lanzó una nueva llamarada hacia ella; con el brazo acompañó el movimiento y una segunda llama fulguró en dirección a Berenice.
Con un movimiento rápido, la rubia logró detener ambos disparos, pero para ese momento ya tenía una tercera y una cuarta carga llameante sobre ella. También consiguió bloquearlas, pero ya estaban demasiado cerca y el choque de ambas fuerzas la empujó hacia atrás y la hizo caer al suelo. Se puso de pie tan rápido como pudo, pero entonces vio a Olympe moviendo sus manos en círculos. Tan pronto reconoció el movimiento, se abrió de brazos y su campo de fuerza frenó a tiempo un nuevo anillo de fuego.
Mientras tanto, a una distancia a la que apenas alcanzaba a librarse del fuego cruzado, Ivan miraba petrificado aquel espectáculo, tan extraordinario como aterrador. Era como ver a dos dioses, o quizás dos demonios, librando una batalla apocalíptica, un duelo entre dos fuerzas tan descomunales que no eran capaces de contrarrestarse la una a la otra. El Ivan humano sintió admiración, incluso emoción ante la idea de estar presenciando algo único, pero el agente Leranov, por primera vez en toda su existencia, sintió miedo. Sí, miedo ante la idea de lo que ambas mujeres eran capaces de hacer a un régimen que les había enseñado a odiarlo a muerte despojándolas de cosas que amaban, y que ahora ignoraba la amenaza que se cernía detrás que aquellos tatuajes de búho y de fénix.
[...] Espero haber sido el primero y también el último en ver lo que he visto; en ver llamas devastadoras chocando contra una fuerza invisible, pero igual de destructiva. Espero que cuando este informe sea entregado, los agentes encargados de atrapar a Debord y Bissett tomen las precauciones correspondientes. Cada una de ellas representa un ejército de una sola persona.
Dos amenazas sin precedentes. Dos fuerzas de origen desconocido encerradas en dos mujeres con extraños tatuajes, que en este momento se preparan para la guerra. Olympe Debord, Berenice Bissett. El fénix y el búho. Las aves del terror.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro