10. Un arma llamada libertad
A media madrugada, la puerta de la habitación se abrió con lentitud. La luz del pasillo iluminó, a medias, el rostro petrificado de Ivan. Él respiraba con una pausa pronunciada, casi excesiva, intentando apaciguar los latidos de su corazón. Su cabeza se movió de lado a lado, paseando la vista por los alrededores, como cerciorándose de que nadie lo siguiera. En seguida miró al frente, dio un paso adelante y encendió la luz, cerrando la puerta tras de sí. No había atisbo de nada en su expresión, su mandíbula estaba tensa y su mirada perdida evidenciaba que su mente no se encontraba en ese momento, ni tampoco en ese lugar. De hecho, se había quedado atrás en el tiempo, en el túnel de los secretos...
Domingo, 18 de febrero de 2057. De lo escrito a continuación no poseo ninguna evidencia videográfica por circunstancias que se explicarán en las siguientes líneas. Por lo tanto, debe tomarse por cierta cada palabra contenida en el presente informe por más inverosímil que a la lógica pueda parecer. El Estado se encuentra ante un peligro inminente, dos amenazas que si no son contrarrestadas de inmediato, significarán la destrucción de todo cuanto sostiene a la República Francesa. La primera de esas amenazas es el fuego...
El fuego se hizo presente en medio de la oscuridad, ocupando todo el campo visual de una incauta Bérénice que interpuso sus manos en un acto reflejo. Cerró sus ojos y todo su cuerpo sintió el golpe de calor de las llamas a su alrededor, pero estas no llegaron a tocarla. Al abrir sus ojos, se dio cuenta que el fuego flotante se había arremolinado en torno a ella, describiendo un enorme anillo. En cuestión de segundos, las llamas fluctuaron, deshicieron la figura circular y ascendieron serpenteando por el aire, permitiendo a la rubia mirar de nuevo hacia adelante. Ahí estaba Olympe, ejecutando una elegante danza con sus brazos, haciendo que el fuego se moviera al compás de ella.
—Debi... —Ella quería gritar furiosa, pero el susto había formado un nudo en su garganta.
—Vamos Bere, déjalo salir —dijo Olympe, atrayendo las llamas con el vaivén de sus brazos, haciéndoles dar vueltas a su alrededor con movimientos armónicos—. Así como hiciste anoche en la discoteca, ¿recuerdas?
Tan pronto dijo esto, Olympe saltó e hizo una pirueta por los aires moviendo su brazo derecho hacia adelante, con la que el fuego salió disparado nuevamente hacia Bérénice, quien volvió a cubrirse con sus brazos. Sin embargo, esta vez las llamas desaparecieron en el aire justo antes de alcanzarla.
—¡OLYMPE, YA BASTA! —gritó la rubia desaforada—. ¡Deja de hacer eso! ¡Ya te dije que no fui yo!
—Tú y yo sabemos que no hay otra explicación posible —replicó Olympe con mirada retadora—. Vamos, que si pudiste tirar al suelo a tantas personas sin siquiera proponértelo, también puedes parar esto...
A continuación, en la palma de su mano comenzó a arder una esfera llameante.
—Ni siquiera lo pienses —dijo Bérénice, apuntando a Olympe en tono de advertencia.
Olympe, por su parte, bajó la cabeza, y suspiró con resignación, cerrando su mano. La bola de fuego se deshizo en el acto.
—Solo quiero averiguar cuál estímulo necesitas...
—¿De qué estás hablando? —cuestionó Bere, negando con la cabeza—. Ya me he cansado de decirte que no sé qué fue lo que pasó, te repito que sentí algo. No sé lo que era, pero estaba ahí.
—Sí, exacto... Sentiste algo y de inmediato las personas cayeron. ¡Fueron tus poderes!
—¡Que no, Debi! —Bérénice negó obstinadamente con la cabeza—. ¡Sé muy bien cómo se siente cuando hago levitar cosas, o cuando curo a un paciente!
—¿Y qué es lo que sientes? —atajó rápidamente Olympe.
—No sé explicarlo, es como...
—Verás Bere —interrumpió Olympe—, a mí me ocurría lo mismo que a ti. En ciertas situaciones generaba fuego de manera espontánea, pero cuando intentaba hacerlo por voluntad propia me costaba un montón.
—¿Y qué hiciste? Quiero decir, para...
—Tuve que hurgar en mis recuerdos... —Miró su mano, volvió a abrirla y el fuego se encendió al instante—. Al final, todos los caminos me llevaban al mismo momento —dijo con un tono de voz cada vez más sombrío. Entonces cerró sus ojos y soltó un susurro rasposo—. Aquel maldito día...
—¿A qué te refieres? —preguntó Bérénice, manteniendo la distancia con cierto nerviosismo.
—Tú sabes... —Olympe abrió los ojos y volvió a mirar a su amiga, pero algo en su mirada había cambiado—. El día que ese maldito se atrevió a golpearte enfrente de toda la clase... —El fuego en su mano comenzó a crecer, como un reflejo de la furia que se abría paso en su voz a medida que rememoraba aquel infame día—. ¿Lo recuerdas, Bere?
Bérénice bajó la cabeza, cerró sus ojos y apretó sus puños con fuerza, soltando un largo suspiro.
—Sí... —Asintió, abriendo sus ojos sin volver la mirada para luego negar sutilmente—. No hay un solo día que no lo recuerde...
Incluso Ivan sabía exactamente de lo que hablaban...
... Tanto Bissett como Debord tienen muy presente la irregularidad por la que fueron trasladadas a Lyon: el altercado con el entonces supervisor institucional Théodore Le Brun el 14 de junio de 2049. De acuerdo con los informes relativos a esa fecha, aquel día el supervisor Le Brun propinó un castigo físico a Bissett, que fue interrumpido por una agresión física hacia el supervisor, por parte de otro estudiante: Francisc Filipescu, el cual, presumo, es el mismo «Francisc» que ambas han nombrado en conversaciones anteriores. En los informes mencionados, se relata que en algún momento de aquella situación, la ropa de Le Brun fue alcanzada por llamas de procedencia, hasta ahora, desconocida.
El día de hoy, todo ha cobrado sentido. Aquel fue un grave error de procedimiento de Le Brun, cuyas consecuencias van más allá de lo imaginable...
—Perdona por recordártelo, Bere. Solo quiero que entiendas...
—Tranquila —interceptó la rubia, mirándola de nuevo, encogiéndose de hombros—. Solo ve al grano, ¿sí?
Olympe respiró hondo y el fuego volvió a su tamaño inicial.
—El punto es que me di cuenta que lo que sentí en ese momento, la desesperación, la sensación de peligro, la impotencia... Fueron lo que activaron esto —concluyó al momento que cerraba su puño, apagando las llamas nuevamente—. Sin embargo, también me pasó muchas veces que el fuego se encendía en momentos de euforia. Por ejemplo... —Bajó la cabeza entre leves carcajadas, como la niña que recuerda sus propias travesuras—. ¿Recuerdas cuando Jacques y yo estuvimos un mes sin...?
Hasta la propia Bérénice se sumó al arrebato de humor de Olympe con una media sonrisa.
—Pues sí, ¿cómo olvidar cuando incendiaste las cortinas?
Por un breve instante, las dos amigas rieron al unísono como dos adolescentes, un momento de distención que ambas se permitieron para aliviar la amargura producida por el recuerdo anterior. Cuando las risas cesaron, Olympe retomó su explicación.
—¿Sí ves la relación?
—Más o menos. —Bérénice movió la cabeza de lado a lado y se encogió de hombros—. ¿Emociones fuertes? ¿Adrenalina?
—¡Exacto! —exclamó Olympe, señalando a su amiga con aprobación—. Todas habían sido situaciones desafiantes, en las que el instinto te dice: lucha o huye, ¿y qué es lo que hace el cuerpo en esas situaciones?
—Segregar adrenalina... —Frunció el ceño, incrédula de la simpleza del asunto—. ¿Así de sencillo?
—Suena fácil, lo sé —dijo Olympe, asintiendo—, pero en la práctica... —Barrió el aire con su brazo derecho, dibujando una delgada línea de fuego—. Imagina tener que enseñar a tu mente a activar ese instinto por sí sola —continuó, a la vez que cerraba su puño frente a su rostro y la delgada figura llameante comenzaba a dar vueltas en torno a su antebrazo—, como si empuñaras un arma. —Al decir esto, el antebrazo rodeado de llamas se llenó de nuevos tatuajes. Acto seguido, estiró su brazo rápidamente y la espiral ardiente salió disparada hacia adelante, convertida en un torrente de fuego que se desvaneció en cuestión de segundos.
Ivan se estremeció por enésima vez. Aquello era un aviso, como si ella supiera que estaba siendo observada. Era una demostración de poder, tanto para Bérénice como para el mundo entero, una amenaza, una declaración de guerra...
... Las diferencias entre el régimen y Olympe Debord son simplemente irreconciliables. Mientras Debord esté viva, el Estado tendrá garantizado un enemigo, pero no cualquiera, sino uno con capacidad de causar bajas incalculables antes de ser detenido...
—¿Y cómo lo lograste? —preguntó Bérénice luego de un profundo suspiro.
—Creo que puedo resumirlo en... bailar...
—¿Bailar? —preguntó Bérénice enarcando una ceja, incrédula.
—Moverme, en general —aclaró, sonriendo—. Para mí es casi lo mismo. —Bérénice asintió confundida, invitando a su amiga a continuar—. Cuando comenzamos a visitar este lugar, Aleksey y yo buscamos mil y un maneras de estimular mis poderes, sin lograr nada de nada. Sin embargo, un día, frustrada, puse música y empecé a bailar para despejarme, ensayando la coreografía que bailaría en el festival. —Abrió su mano y el fuego volvió a surgir, danzando en el aire hasta formar una figura definida: era la silueta danzante de la propia Olympe, moviéndose al compás de sus manos, como si de un titiritero se tratase—. Aleksey se quedó mirando un largo rato, pero ambos nos llevamos una sorpresa cuando decidí terminar. Justo entonces, ocurrió esto. —Apenas dijo esto, un anillo llameante se formó en torno a la silueta, despidiendo un brillo fulgurante antes de desvanecerse en el acto.
»Si hubieras visto la cara de emoción de Aleksey —continuó, bajando la vista mientras soltaba sutiles carcajadas—. Era como ver un niño entusiasmado, solo imagina: yo completamente petrificada en el suelo mientras él aplaudía y me gritaba «¡lo lograste, lo lograste!». Recuerdo que me empezó a hacer un montón de preguntas que yo no tenía idea de cómo responder, hasta que llegamos al punto clave —dijo Olympe, dándose vuelta y abriéndose de brazos, a lo que la marca en forma de ave volvía a aparecer en lo alto de su espalda—: ¿Qué fue lo que sentí al bailar?
En ese instante, ella saltó y giró el cuerpo con rapidez, ejecutando un paso de baile con los brazos extendidos que describió un círculo de fuego en el aire. Aún a la distancia, Bérénice se estremeció, y también Ivan desde las alturas.
—¿Y qué fue lo que sentiste? —preguntó Bere en un susurro que hizo eco a través de las paredes del túnel.
—Libertad... —Colocó las manos a ambos lados de su cuerpo con las palmas apuntando hacia arriba. Esta vez, desde sus codos hasta las yemas de sus dedos se encendieron en llamas—. Cuando bailo, dejo que la música lleve mi cuerpo y es ahí donde tengo control absoluto sobre mí misma. —Miró sus antebrazos llameantes y sonrió, mientras algo en sus ojos comenzaba a cambiar: una misteriosa luz amarilla comenzaba a llenar sus iris—. Cuando bailo, no existe un gobierno, ni una ley, ni un maldito patriarca que me impida ser yo misma. Cuando bailo, estoy luchando contra ellos. —Las llamas comenzaron a ascender hasta abandonar sus extremidades, convirtiéndose en dos espadas llameantes que ella simulaba sostener en cada mano—. Mi mente ya sabía esto, pero Aleksey, tras reflexionar un poco, me dijo lo que necesitaba escuchar para nunca olvidarlo: «Quienes nos oprimen nos quieren callados, sumisos, e incluso, inmóviles... Por eso, sin las armas para enfrentarles, los desafiamos mediante cualquier pequeña acción que nos haga sentir libres, en una lucha individual donde la sensación de libertad se vuelve nuestra arma». —Apenas hubo dicho esta última palabra, agitó las espadas hacia adelante y el fuego se trasladó al aire, formando un anillo vibrante alrededor de ella.
»Así como lo ves, Bere. Todo fue cuestión de enseñar a mi mente a que cuando me siento libre y desinhibida, estoy luchando. El resultado fue el fuego... —Recorrió con la mirada el majestuoso anillo que deslumbraba la vista como un inmenso bombillo en movimiento cuyo sonido hacía vibrar las paredes de piedra—. Muchos le temen al fuego porque saben que mientras esté vivo será una amenaza. No lo puedes domar, ni controlar, y si le das suficiente tiempo, arrasará con todo a su paso. Yo, en cambio, no le temo al fuego, sino que lo admiro, porque es todo lo que yo deseo ser: libre... —Levantó sus manos y con ellas el anillo de fuego comenzó a ascender hasta quedar por encima de su cabeza. Acto seguido, puso sus manos al frente y el anillo se posicionó verticalmente delante de ella—. Esta es mi arma: la libertad.
—Definitivamente deberás tener paciencia conmigo —contestó finalmente Bérénice, riendo con vergüenza mientras negaba con la cabeza—. Estás a años luz de mí.
Olympe finalmente recogió sus brazos estirados, chasqueó ambos pulgares y el anillo desapareció en el acto.
—Eso puede cambiar si me dejas ayudarte —invitó, justo antes de volver a sonreír con malicia—. La pregunta es... —Estiró su brazo derecho de nuevo, ahora en dirección a Bérénice, quien dio un grito ahogado cuando al instante vio aparecer el mismo anillo de fuego, esta vez rodeándola a ella—. ¿Cuál es tu arma?
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