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«Capítulo 2»

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ObiHidan
2. No te vayas.
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Lo último que sus orbes alcanzaron a observar fue el como la rubia melena del menor desaparecía tras la fina madera de la puerta, mientras que el Jashinista se encontraba sin palabras en su lugar, su mirada se encontraba perdida y más lágrimas resbalaban por sus mejillas, humedeciendo así su rostro. No podía creerlo, ni siquiera asimilarlo aunque fuera un poco, no logro convencer a la única persona la cuál podría lograr que el azabache dejase de lado el pensar de abandonar la cueva. Fallo, le falló a él, se fallo a si mismo, lo arruino todo por completo.

¿Y que hacía? Llorar.

Dejar que su rostro se manchase con aquellas gotas cristalinas, dejando que el dolor en su pecho le dominase, acobardandose como nunca antes lo había hecho. Joder, arruino la última oportunidad de esperanza de Obito, se sentía una maldita mierda. El papilar acelerado de su corazón contra su caja torácica le hacía sentir sin aliento, ido, se sentía asfixiado y tembloroso. El saber que había hecho que el azabache se rompiese aun más, era incluso peor que alguien insultara su religión, puesto que el mayor arriesgo todo por su culpa, rompió su propio corazón en mil pedazos por su culpa, peleó contra uno de sus amigos. ¡Por su culpa!

Realmente, ¿Que clase de bien le hacía en su vida?

No comprendía las palabras del rubio, no lograba entender ni por un segundo el porqué este creía que podría "reparar" al mayor, si desde su propio punto de vista... Tan solo le hería cada vez más, le destrozaba haciendo añicos las pocas piezas de su corazón y el saberlo, dolía como los mil demonios. Con lentitud el albino fue levantándose del suelo, sintiendo sus piernas temblorosas y débiles, limpiando con fuerza sus orbes con el dorso de su mano causandose así un leve daño. Se encontraba aún sollozante pero sin importarle su propio aspecto en ese momento salió de aquella oficina, dispuesto a ir y seguir intentando convencer al rubio de que fuese por el azabache.

Pero...

Se detuvo en seco al observar la oscuridad de los pasillos, sintiendo en su piel como está se erizaba y su cuerpo temblaba ligeramente, la tensión en aquel lugar a pesar de que en ese momento nadie se encontrase, era asfixiante, mortificante. Su mirada se dirigió hacia las escaleras, dando un leve paso hasta estás, pero... Una inquietud surgió en su interior, haciéndole detener su respiración durante unos pocos segundos. Sentía la necesidad de voltear, por lo que un poco titubeante lo hizo y observó la entrada de la cueva completamente cerrada fijamente, perdiéndose en la fina madera de la que estaba hecha.

La inquietud en su pecho se hizo aun mayor, intento retener sus propios pasos deseando no dejarse llevar por sus propios impulsos, quiso hacerse caso, negarse a aceptar lo que su propio corazón le pedía e ir a buscar al rubio, pero... Cuando menos se dio cuenta, sus propios pies ya corrían en dirección hacia la puerta, abriéndola y corriendo atreves de esta mientras la cerraba tras de si. Sin esperarlo aceleró sus movimientos y corrió hasta el frondoso bosque cerca de la cueva, sus tembloroso pies le fallaban de vez en cuando hasta el punto de casi hacerlo caer.

La angustia en su corazón era agobiante y el único pensar que abarcaba su mente nublaban el resto de su juicio, necesitaba verle, abrazarle, deseaba convencerle de que se quedase a su lado. Quería encontrarlo, tenerle frente a él y jamás soltarle, gritarle desde el fondo de su corazón lo mucho que lo sentía, que se odiaba a si mismo por haberle defraudado y por alejarse cuando más le necesitaba. Es que joder...

¿Que clase amigo era?

Sentía su aliento faltarle, sus piernas fallarle, su corazón acelerarse ante el tiempo en el que llevaba corriendo sin rumbo, el remordimiento le abarcaba, el dolor le mataba... Y las ganas de verle, les asfixiaban. A su alrededor los frondosos árboles fueron desapareciendo de su vista, dando paso a un claro que mostraba a lo lejos las lunes de la pequeña aldea mas cercana, pero aún así, el albino solo podía notar la oscuridad del lugar... De su corazón, la decepción empezaba a llenarle, la esperanza empezaba a escasear.

No lo encontró, fallo de nuevo... Maldición.

Se detuvo en seco mirando la aldea en la que se encuentra la posada donde inicio todo, dónde le vio llorar, dónde descubrió el dolor que el azabache guardaba en su corazón. Un sentimiento doloroso le invadió, mientras que un sabor amargo lleno su paladar, sintiendo como las lágrimas nuevamente cristalizaban sus orbes. Pero antes de siquiera dejarse caer al suelo y romper en llanto una vez más, inesperadamente siente presión en uno de sus brazos y al girar levemente su rostro nota que una mano con un guante negro le sujetaba de forma firme.

Le reconoció al instante, a aquellas manos anchas que conocía a  la perfección y que con tan solo verlas, un sentimiento de paz le invadió. Volteo por completo casi al instante y le enfrento, al mirarle sintió su corazón latir con fuerza. Ahí estaba él, observandole con aquellos orbes oscuros, misteriosos, aquellos que escondían un dolor tan profundo que incluso al albino aún le costaba asimilar. Hidan se sentía perdido, ido, desorientado al mirarle, su respiración se detuvo al mismo tiempo que su corazón daba un vuelco de alegría, los nervios empezaron a llenarle. Por más que separo y cerro sus labios en busca de soltar alguna palabra, por más mínima que fuese... No podía, no lograba articular ni siquiera un mísero balbuceo.

Mientras que el azabache le observaba con seriedad, preguntándole en silencio el porque de su presencia en aquel lugar. El labio del Jashinista empezó a temblar con fuerza, las lágrimas sin poder retenerlas escaparon de sus orbes, humedeciendo sus mejillas y el temblor de su cuerpo se intensificó. El corazón del azabache se encogió, al mismo tiempo que sentía una leve presión en su pecho. Ahí estaba de nuevo aquella mirada, tan parecida como la que le mostró el día que salto sobre él en el sofá, pero al mismo tiempo... Tan distinta. Era una diferencia que a simple vista no se podría notar, pero si le observabas con detenimiento... Ahí se encontraba.

Un dolor aún más profundo que la vez anterior, combinado con desesperación. Aquello solo hizo que todo al alrededor del azabache se detuviese en seco, que su respiración titubease y su cuerpo se pusiera rígido. Sin poder evitarlo rodea al albino con sus brazos de forma rápida, apretándole contra su cuerpo con fuerza, en busca de darle confort de la manera más efectiva posible. Ante aquel contacto tan repentino, la última barrera que cubría al albino se desmoronó por completo, haciéndole estallar en llanto en el pecho del azabache, mientras que con sus manos apretó la tela de su sudadera.

...No te vayas...

Le dijo entre sollozos dolorosos, aferrándose a él con fuerza. Obito le apretó más y en sus pensamientos millones de cosas pasaron en aquel instante por su mente, pero sin titubear beso su cabeza.

—No lo haré.— Le dijo en un pequeño susurro, abrazándole aún.

No, no lo haría, no se iría en ese momento y mucho menos en aquella situación.

Continuara.
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¡Hola!

Hoy quise probar una narración más poética para así distraer mi mente ¿Que les pareció? El caso es que siempre que tengo un bajón el escribir me ayuda mucho y está vez no fue la excepción, me encanto el resultado xd

¿Que les pareció?

¿Les gusto esta extraña idea? Espero que si.

¿Cual fue tu parte favorita?

Pdt: Al menos me está llendo bien en la uni, aunque de vez en cuando me dan ganas de pegarme un balazo xd

Pdt2: Les aclararé algo rapidito, esto es para que comprendan un poco más la decisión del rubio: Deidara se dió cuenta que por más que sus sentimientos fueran correspondidos, el no sería capaz de arreglar el dañado corazón de Obito, pero Hidan si, debido a que esté en poco tiempo logro que el azabache se abriese más respecto a sus emociones y a sus cicatrices pasadas, logro mucho más que Deidara en muy poco tiempo. En fin, hay momentos dónde consigues el amor de tu vida (Deidara) y el amor para tu vida (Hidan). La diferencia es muy importante.

Escrito:21/11/21
Publicado: 22/11/21

1409 Palabras.



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