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07: The power of a look.

—Jamás pensé que estarían comiendo aquí después de la escuela.

Tanto Christine como Wade alzaron su mirada de sus platos de fettuccini y la fijaron en su segunda abuela materna, la emisora del comentario y quien les sonreía con suavidad. El autobús escolar los había traído hasta su casa porque Emily ya había conseguido empleo en Bank of America y recogerlos como en un inicio no estaba a su alcance.

Ahora los tres rodeaban la mesa de comedor, con la diferencia de que los chicos se alimentaban y Esther tejía un vestido para la bebé por nacer de una hermana de su iglesia. El hilo y las agujas parecían adquirir vida propia entre la experiencia de sus dedos.

Cuando tejía, volvía a ser joven; libre de limitaciones físicas. Aún era una mujer funcional, pero se cansaba más de lo que le gustaría.

—¿Tú dices? —dijo una alegre Christine a medida que agarraba su vaso y procedía a beber un poco del zumo de uva dentro de este mismo—. A mí me pasa lo contrario. Siento que he vivido toda mi vida en El Valle.

—Me pregunto por qué. —Con toda su atención de vuelta en el atuendo que diseñaba, la señora Kirkpatrick, orgullosa, bromeó.

Sabía que ella y Lydia formaban parte del motivo por el que su nieta sentía confianza y familiaridad en su nueva cotidianidad.

—Por su excelente capacidad de adaptación —comentó Wade con un gran deje de sarcasmo. Su hermana mayor respondió a él con ojos malhumorados.

—No es mi culpa que todo te moleste. —El chico, sin molestarse en devolverle la mirada, se llevó un pedazo de comida a la boca. Su despreocupación la hizo enojar más—. No te has adaptado porque no te da la gana.

Esther ladeó la cabeza, difiriendo, pero también dándole la razón. Quedarse estancado, en ocasiones, era una decisión.

—Chrissy, no se puede dar por sentado que alguien no avanza porque no quiere. —La señora Kirkpatrick la observó por encima de sus lentes, aunque sin parar de tejer—. A veces es porque no puede. Vivimos en un mundo gobernado por el sufrimiento y la maldad. Van a haber obstáculos.

—Ay, abue, no tenías que ponerte tan filosófica. ¡Estamos hablando de Wade! —se quejó la joven, su rostro reflejando pura incredulidad.

Mientras Esther se encogía de hombros porque no había dicho nada más que la verdad, Wade se regocijaba en la brevedad del regaño en silencio.

—No te rías tanto —arremetió esta vez contra su nieto, quien abrió los ojos con sorpresa por un momento—. Tenemos que trabajar en tu capacidad de adaptación. ¿No hay algún club escolar que te interese?

—Ni siquiera se ha dignado a investigar cuáles hay —lo expuso Christine.

—Si Maude no está, ninguno me interesa.

—Me sorprende que hayas logrado hacer una amiga.

—Dejen de pelear —reprochó su abuela.

Wade, volviendo a separar los labios, indispuesto a perder a pesar de la orden de Esther, fue acallado por el ruido del motor de un vehículo en el exterior. Los hermanos Gardner-Richter compartieron una mirada de misterio y la llevaron hasta el reloj en la pared, cuyas manecillas indicaban que ni Emily ni Lydia habían concluido su trabajo por hoy.

El adolescente se levantó de su asiento y se dirigió a la ventana, escuchando cómo la señora Kirkpatrick le cuestionaba a su nieta que si qué estaba haciendo él en un susurro. En el momento en el que corrió la cortina hacia el lado derecho con cuidado —para que quien fuera el recién llegado no notara que alguien lo espiaba—, Wade identificó a un hombre desconocido cerrando la puerta de su auto y aproximándose al porche de su abuela.

—Abuela, ¿de casualidad un tipo rubio y narizón viene a arreglar algo? —preguntó Wade, y fue ahí cuando el timbre de la entrada sonó.

Esther, entonces, se convirtió en el objeto de atención. Percatarse de su mutismo y falta de movimiento no fue difícil para ninguno de los dos chicos.

Rubio y narizón.

Tenía que ser Johnny Lawrence. No era casualidad que Lydia mencionara su reencuentro la semana pasada y un caballero con los mismos rasgos apareciera en su casa ahora. No lograba comprender cuál sería el motivo de su presencia, sin embargo.

¿Qué podía querer?

—No... pero tal vez sea el ex de su tía.

Christine dejó de masticar al escucharla y, luego de que Esther colocara el vestido, las agujas y el ovillo de hilo en la mesa para ir a atenderlo, reemprendió la acción con prisa.

—Te vas a atragantar —le dijo su hermano, todavía desde la ventana y con su habitual seriedad.

La adolescente ingirió lo último de su alimento y bebida y se puso de pie con su plato y vaso en manos, lista para partir a la cocina y arrojar los utensilios utilizados al fregadero.

Duh. Tengo que conocer al ex de tía Lyd.

Fue así como tocaron el timbre de nuevo, y de regreso a mil novecientos ochenta y cuatro, la puerta fue finalmente abierta.

La madre y el primer amor de Lydia Kirkpatrick, en efecto, se encontraban cara a cara.

La señora no tenía idea alguna de cómo debía actuar a continuación. Johnny había estado bajo su techo en Nochebuena, hacía tres décadas atrás, para nunca más volver.

Su rostro se ensombreció en nombre del dolor de su hija, aunque de inmediato se vio en la urgencia de contar hasta tres en el interior de su cabeza, inhalando y exhalando al mismo tiempo, bajo el solo objetivo de no sacarlo a patadas de su pórtico.

Debía escuchar qué necesitaba su prójimo primero... y no empeorar su artritis.

—Johnny —saludó con una sonrisa lo menos tensa posible.

—Señora Kirkpatrick. Hey. —Esther pareció oír juventud en su voz por un segundo—. Sé que esto es extraño, pero necesito hablar con Lydia. ¿Podría darme la dirección de su casa?

Esther echó su cara para atrás, asombrada con su nivel de atrevimiento.

—¿Perdón?

Los hermanos Gardner-Richter, enmudecidos, sentados en un mueble de la sala y siendo espectadores de la interacción entre los adultos, reaccionaron a la respuesta de su abuela mirándose el uno al otro.

—Es urgente. —Cuando el rubio se rascó la barba, a la señora Kirkpatrick se le hizo imposible no descender su mirada hacia ella, recordando lo fascinada que estaba Lydia con el boulevard de sus vellos—. Me conformo con su número de teléfono personal.

—Si es tan urgente, preferiría que la esperaras aquí con nosotros.

Johnny entrecerró los ojos. No era la primera persona que lo trataba como a un criminal en potencia el día de hoy.

Antes de venir a casa de su exsuegra, estaba fuera de la oficina de Lydia, en espera de la oportunidad perfecta para entrar y confrontarla. A un oficial de seguridad que rondaba cerca de su vehículo —estacionado y con él adentro, cabía destacar— le pareció sospechoso y le pidió que se retirara del área.

—¿Qué? ¿No me cree capaz de tener una conversación pacífica? —Alzó un poco el mentón.

Esther parpadeó, de nuevo sorprendida, mas esta vez por su actitud: jamás se había comportado grosero con ella.

Fue consciente, entonces, de que no hablaba con el chico ajeno a la realidad, sino con el hombre corrompido por ella.

—A mi hija no le conviene estar sola contigo —explicó, y tras su respuesta, también confirmó. La desenfocaría—. Es hora de elegir. ¿Te vas o te quedas?

Un instante después, Johnny asintió, aceptando la invitación y estadía. Esther, además de cerrar la puerta detrás de ellos en cuanto el huésped se introdujo en el lugar, no tuvo que indicarle nada: el rubio fue directo a tomar asiento en el sofá delante de los hijos de Emily, situando los codos sobre las rodillas.

Era bueno saber que la timidez siguiera sin representar un problema para él... suponía.

Fue ahí, con Johnny sentado y ella de pie, que descubrió que sí tenía poco cabello.

—Le avisaré a Lydia que estás aquí. ¿Quieres algo de beber?

Cuando replicó con una negativa, Esther, tras mirar a Christine y a Wade con advertencia, se marchó en busca de su teléfono. Johnny, por otra parte, contempló la foto de Abraham Kirkpatrick en el centro de la mesa.

Lucía risueño en un día de pesca en el lago, ahora seco, de El Valle.

—¿De qué murió?

—De una aneurisma cerebral —contestó Christine, quien había enderezado su espalda ante su mirada. Wade se limitaba a observar cada movimiento que ejercía y cada palabra que emitía el exnovio de su tía.

Johnny dio un único asentimiento de cabeza. Los rumores decían que una aneurisma cerebral era un fenómeno momentáneo, al cual le bastaba llegar para arrastrarte a la muerte. Qué irónico que, como doctor cirujano, falleciera de algo que prevenía, y que como alguien que amaba a su familia, no lograra despedirse de ella.

La joven Gardner-Richter carraspeó.

—Me llamo Christine, y él es Wade, mi hermano. Somos sobrinos de Lydia.

—¿Son hijos de Emily?

—¿Tía Lyd tiene otro hermano del que no sabemos?

—¡Wade! —bramó la chica, girando su rostro hacia él y golpeándolo en un muslo. No es momento para ser insoportable, pensó su hermana.

—Sé lo que estás haciendo, Christine. —Y claro que la sabotearía. No habría otra forma de detenerla.

—¡Sacándole conversación!

—Es su ex por algo.

—¡Creo en las segundas oportunidades!

—Niña, no vine aquí para recuperar a tu tía. Es la abogada de alguien que me está demandando.

Los hermanos pausaron su discusión y se enfocaron en el hombre que acababa de revelar el porqué de su visita. A diferencia de Wade, Christine, deseando una historia de amor para Lydia, se desilusionó un poco. Era increíble para ella que una mujer con tantas virtudes sufriera del defecto de la soledad.

—Lo que sea que planeas decirle a tía Lyd, ¿no se supone que lo consultes con tu abogado? —argumentó, una vez más, el joven Gardner-Richter.

—¿Qué va a saber un mocoso?

—Más que tú, aparentemente. No entiendo qué vio mi tía en ti.

Ja. No me hagas hablar.

Pese a que los pasos de Esther en el pasillo intervinieron, las miradas de desprecio permanecieron. En el cine, Wade no había conseguido descifrar si era un hombre o no lo que andaba alterando el estado anímico de Lydia, pero ahora tenía toda la certeza de que así era.

—Lydia llegará en unos minutos —anunció la señora Kirkpatrick al llegar a su encuentro, y en consecuencia, el cuerpo de Johnny fue cautivo por un escalofrío—. No sonaba muy contenta.

—Sí, bueno, yo tampoco estoy saltando de felicidad.

En la llamada, Lydia se vio en la obligación de confesarle a su madre que una clienta suya había presentado una demanda en contra de Johnny en la corte, siendo esa la única razón lógica por la que él iría en su búsqueda.

—No lo sé, pero con esa actitud, no debería ser una sorpresa que haya alguien demandándote —opinó Esther con tranquilidad, cubriéndose el torso con su suéter y yéndose a la cocina después. Christine, incómoda desde hacía rato, se paró y siguió a su abuela con rapidez.

Cuando desaparecieron de su vista, Johnny fue de regreso a Wade, cuyos ojos y sonrisa cerrada demostraban burla. El chico, satisfecho con la expresión de fastidio del rubio, agarró el control remoto, encendió la televisión y subió el volumen.

Como la señora Kirkpatrick había predicho, la llegada de Lydia se concretó en cuestión de minutos.

Con su boina francesa y traje de color negro, la abogada ingresó por la puerta de la sala.

No se molestó en dirigirle ni una ojeada a Johnny, incluso percibiendo por el rabillo del ojo que su cabeza iba en sincronización con el desplazamiento de ella.

La conciencia de su atención en ella se transformó en nervios, esperanzados por ser el timón del barco que Lydia personificaba.

La mujer consideró la posibilidad de que Johnny lo hacía a propósito: después de todo, los dos conocían todo lo que podía conseguir una mirada.

Le pasó por el lado, y luego por al frente, bajo la meta de alcanzar a su sobrino y envolverlo en un abrazo. El hombre la observó encaminarse a la cocina, en donde de igual manera saludó a Esther y a Christine, y finalizar su recorrido delante de la habitación de su infancia y adolescencia.

Fue al abrir la puerta que por fin lo miró, solo bastando que Lydia ladeara la cabeza hacia la privacidad del dormitorio para que Johnny abandonara el sofá y se presentara ante ella.

En medio del mutismo y el contacto visual, ambos pensaban en que ya no se encontraban en la gasolinera: no había nadie a su alrededor, el espacio no era amplio, y tampoco tenían escapatoria.

—¿Viniste hasta casa de mi madre para no hablar? —cizañó ella, cruzándose de brazos. Se encontraba en el centro de la habitación.

«Directo al grano. Bien», se comprometió con el debate el rubio.

—Oh, tengo bastante que decir. —Entrecerró los ojos mientras asentía desde la puerta, y del bolsillo de su pantalón extrajo una hoja que sacudió—. No estoy de acuerdo con esta porquería.

La abogada contempló el documento y lo reconoció como una carta de notificación legal. A juzgar por su estado arrugado, supo que fue una bola de papel alguna vez.

—Rara vez un acusado asume la responsabilidad desde el principio.

—¿Eso es lo que piensas que estoy haciendo? ¿No asumir la responsabilidad? —Johnny elevó los brazos a sus costados—. ¿Carmen te contó que a Miguel lo molestaban, siquiera?

» El niño me pidió que le enseñara a defenderse, y eso fue todo lo que hice. No lo dañé ni lo perjuré como se está declarando aquí. Tomaría su lugar en un abrir y cerrar de ojos.

Lydia se esforzó por mostrarse indiferente.

—¿Y qué quieres que haga con esa información?

—¿Qué quiero que hagas?

El sensei de karate se acercó a ella, y aunque el cerebro de Lydia le sugería que retrocediera, su cuerpo desobedeció. No porque deseaba la cercanía, sino para probar que Johnny Lawrence no la manejaría a su antojo.

Estaba fallando, sin embargo. El ritmo de su respiración aumentaba a medida que Johnny daba un paso adelante, y no disminuyó incluso cuando se detuvo.

Gracias a los tacones femeninos, ninguno de los dos tuvo que alzar o bajar la cabeza para conectar miradas. Debido a la proximidad, Johnny fue capaz de distinguir los lentes de contacto en los iris verde oscuro de Lydia, siendo los brazos debajo de los pechos de ella el único obstáculo entre ellos.

—Quiero que dejes de pintarme como el lobo grande y malo. Tú y Carmen. —El documento volvió a ser una bola de papel dentro del puño de Johnny. Lydia intentaba concentrarse solo en la desesperación e injusticia de sus ojos, evitando el llamado de sus labios—. Mostrar piedad, por el bien suyo y el de los demás, fue lo último que Miguel aprendió de mí. Si hay un grupo de personas al que le deseo lo mejor, es a mis alumnos. Dime: ¿te parece una buena razón para arrastrarme a un estúpido juicio?

—No entendiste lo que quise decir. No soy tu abogada. Digas lo que digas, no puedo hacer nada por ti.

El sensei de karate, terco, negó con la cabeza.

—Sí puedes hacer que Carmen retire los cargos.

—La señorita Díaz está determinada a dar pelea.

—¿No es tu trabajo convencer?

—A un juez o a un jurado, así es.

Acorralados por el silencio de nuevo, ambos le sostuvieron la mirada al otro con guerra en sus ojos. No obstante, mientras más tiempo transcurría, más bajaban la guardia. Llegó un momento en el que la expresión enojada de Johnny se ablandó, y los brazos de Lydia, por otra parte, se separaron con detenimiento.

—Johnny...

—¿Qué?

Tanto su voz como la de él sonaron vulnerables. Lydia suspiró temblorosa.

—Creo que deberías irte.

—¿Porque algo va a pasar si me quedo por un segundo más? —dijo, sin especificar qué, pero los dos entendiéndolo a la perfección.

Lydia tragó saliva y no contestó, porque su cuerpo ya hablaba lo suficiente por ella. En cuanto Johnny asintió y se alejó un paso con titubeo, como si no quisiera o pudiera hacerlo en realidad, Lydia sintió alivio; pero su anhelo empeoró.

—Tomar el caso de Carmen fue un error, Lydia. Acabamos de dejarlo claro.

—No habría un «caso de Carmen» sin la reapertura de Cobra Kai.

Johnny se rió, pero sin sonrisa y sin melodía; solo siendo un ruido en su garganta.

Todavía mirando a Lydia, arrojó la carta hecha un desastre al suelo, se volteó hacia la puerta y se marchó; dándole, una vez más, la espalda.

Cuando estuvo en completa soledad, y bajo mucha presión, Lydia cayó sentada en la cama y lloró. En la misma habitación y por el mismo chico.

Tan pronto como Lydia abrió los párpados con somnolencia por la campanilla de su reloj despertador, Emily, quien se había quedado a dormir en casa de los Kirkpatrick luego de la Fiesta del Primer Día, y con una sonrisa inocente, interrogó:

—¿Ahora sí me vas a decir cómo te fue con Johnny?

Tan pronto como Lydia regresó de hacer sus necesidades y cepillarse los dientes, Emily volvió a intentarlo:

—¿Cómo te fue con Johnny?

Tan pronto como Lydia se puso una blusa morada y sin mangas para la escuela, su mejor amiga insistió de nuevo, pero con un tono de voz más serio:

—Lydia, dime cómo te fue con Johnny.

La pelirroja suspiró por la boca y se masajeó una sien con estrés, deseando hablar solo sobre Daniel LaRusso y el baile que compartieron otra vez, pero reconociendo que era demasiado tarde para eso. Ya no podría escapar de Emily.

—Lo dejé planteado.

La joven Richter apoyó los codos sobre la cama donde se encontraba acostada de inmediato, apartando la mirada del techo y enfocándola en la dueña de la habitación. A ninguna de las dos le molestó que Lydia estuviera en bragas.

—¡¿Qué?! ¿Por qué alguien dejaría plantado a su crush? ¿Te hizo algo?

Lydia la miró de vuelta cuando la escuchó decir la última pregunta. «Qué fácil se le hizo pensar que Johnny fue el responsable de algo malo», pensó ella con pánico. Sin embargo, recordó que era una Cobra, y una Cobra solía portarse mal.

Tras subirse los jeans ajustados por las piernas, la pelirroja tomó asiento a su lado, disponiéndose a colocarse unas botas que llegaban hasta las pantorrillas.

—¿Ves por qué te dije anoche que era una larga historia?

A pesar de que frente a él se desenvolvía todo un espectáculo, Johnny, sin tratar de ocultarlo, tenía su mirada solo sobre Lydia.

Ella no lo había notado ni siquiera por el rabillo del ojo, sino porque la sentía punzando en su cuerpo.

No se lo dejó saber de ninguna manera, sin embargo. Quiso dedicarse solo a animar a su mejor amiga y al chico nuevo de la escuela aplaudiendo, gritando y silbando en compañía de los demás espectadores.

En cuanto el ritmo y la letra de Smalltown Boy de Bronski Beat y el baile de Emily y Daniel se dieron por finalizados, una orgullosa Lydia empezó a saltar con euforia. Aunque nunca había asistido a un concierto, intuía que así mismo era su ambiente.

—¿Hay alguna razón por la que estás tan emocionada? —Johnny, por tercera vez en la noche, le habló al oído. Primero defendía al bobo y ahora brincaba por él. Necesitaba entender qué ocurría.

Tomada por sorpresa, la pelirroja volteó la cara hacia el Rey Cobra, encontrándose con lo cerca que estaba la suya y perdiéndose por un segundo entre sus pestañas. Incluso bajo la oscuridad y las luces de neón, era capaz de enumerarlas con facilidad.

—Mi mejor amiga y el chico que ha llamado su atención fueron los bailarines —explicó, procurando no flaquear ante el contacto visual, para luego elevar su dedo índice como advertencia—: Pero no se lo digas a nadie.

Cuando las comisuras de los labios de Johnny cobraron la forma de una media sonrisa, Lydia supo que lo que diría a continuación sería motivo de nervios.

—Solo si me dices si tú también estás con el chico que ha llamado tu atención.

Lydia entreabrió la boca, deseando insultarlo y pedirle que parara de coquetearle, porque llegaría el momento en el que no lo resistiría más y se desmayaría. No podía responder que sí como si no trajera un enorme peso consigo, pero tampoco que no, porque estaría mintiendo.

—¿Estás manipulando a una dama?

—Vamos. ¿Sí o no?

—¿Qué tendría de divertido decírtelo?

Johnny suspiró con inconsciencia, y sin apartar sus ojos de los de ella, se alejó un paso. Lydia frunció el entrecejo en confusión y él se percató de ello.

—¿Qué tendría de divertido besarte ahora? —Fue como justificó la distancia que había establecido, volviendo a sonreír.

Aprovechando que nadie más parecía interesado en realizar una performación, y con su karaoke de Metallica y una joven a la que impresionar en mente, el rubio fue en busca de su grupo de amigos. Lydia lo vio desaparecer con una mano en el pecho, allí donde cada latido de su corazón bombeaba el nombre de Johnny Lawrence.

—No caigas en sus trucos.

Al girarse hacia la voz femenina detrás de ella, se encontró con alguien que no se esperaba en lo absoluto: Susan, una de las mejores amigas de Ali Mills, exnovia de Johnny. Con las manos en el interior de los bolsillos de su holgado pantalón, la muchacha masticaba goma de mascar.

—¿Perdón?

—No eres más que otra chica en su lista de amantes. —Señaló a Johnny, quien reía con el resto de las Cobras, con su mentón. Lydia también lo miró—. ¿Por qué crees que es tan encantador? Uno solo se perfecciona a través de la experiencia.

» Johnny se aburrió de Ali hace tiempo. Puede que nunca la haya amado realmente. Mira qué rápido se ha olvidado de ella.

Lydia, aún con los oídos abiertos para Susan, era incapaz de despegar su mirada de Johnny.

—Estuviste presente durante su discusión en Golf N' Stuff, e imagino que escuchaste nuestra conversación en el baño esta mañana. —Ahora la chica observaba a la pelirroja—. ¿No te dice nada de eso que, tarde o temprano, Johnny Lawrence hallará la manera de arruinarte?

—... Y después me encerré en la habitación del hermano pequeño de Tommy hasta que mamá nos buscó.

Emily, ahora con las piernas cruzadas sobre el colchón, había pasado por todas las expresiones humanas posibles en menos de diez minutos. No hubo momento en el que no escuchó con cuidado, y en total silencio, cada palabra de Lydia.

—Lyds, lamento no haber estado ahí para ti. —Le tomó una mano para luego apretársela—. Debiste haberme buscado. Tú eres más importante que Daniel.

—No te preocupes —calmó la pelirroja, sonriendo con timidez. En efecto, no había querido arruinarle la noche como se la arruinaron a ella; pese a que Susan no trataba de ser aguafiestas y solo velaba por ella... creía—. Solo dime qué opinas.

—Creo que deberías confrontar a Johnny —sugirió la joven Richter—. Pregúntale qué es lo que quiere y menciona a Ali. Depende de sus respuestas, seguirás o cortarás. Si no hablas con él, estarías juzgándolo, y sabes que eso tampoco está bien.

—¿No sería un poco raro confrontarlo? Apenas llevamos un día hablando.

—No es cuestión de cuánto tiempo llevan hablando, Lydia Kirkpatrick, sino de cuánto se atraen. ¿Debo recordarte que el campeón quiso darte un beso?

Ambas se miraron por unos segundos que se vieron interrumpidos por el escándalo de sus risas, chillidos, y el choque de cinco de las palmas de sus manos. «¡Nunca subestimen a mi mejor amiga!», parloteó Emily.

Muy dentro de sí, Lydia deseaba que Johnny respondiera bien, porque no estaba lista para romper aquello que apenas comenzaba a surgir entre ellos.

Tocaron la madera de la puerta, y cuando Lydia autorizó su ingreso en voz alta, una cabeza se asomó por ella.

—¡Papi! —Como niña pequeña, la pelirroja se levantó de la cama y corrió hacia Abraham, quien abrió la puerta por completo para recibir el abrazo de su hija y besarle la cabeza. Llevaba un par de días trabajando en horarios nocturnos.

—Hola, princesa de mi vida. Hola, Emmy —saludó con la mayor de las sonrisas. Lydia se mantuvo aferrada a él y Emily le devolvió el gesto—. Esther me contó que anoche estaban alborotando y hoy amanecieron igual. ¿Durmieron algo, acaso?

Las hermanas asintieron con seguridad y energía, mientras que el hombre de la casa las analizaba con fingida suspicacia.

—Hm. Sabré qué tan cierto es cuando vayamos de camino a la escuela.

Justo como lo predijo, Emily Richter se durmió en cuanto se montó en el auto y su cabeza tocó el respaldo de su asiento.

Minutos antes de que culminara la última clase de la mañana, Lydia había tomado la decisión de ir al baño. Era lo que haría de ahora en adelante para no ver ni escuchar a nadie.

Así fue como la joven Kirkpatrick, distraída, y en la quietud del pasillo por el que transcurría, tarareó la canción You're the One that I Want de Olivia Newton-John y John Travolta.

—Profe, vengo enseguida.

Lydia se detuvo en seco al reconocer quién acababa de hablar desde un aula a su derecha.

—¿Quién te dio p...? ¡Señor Lawrence!

Procedió a observar a su alrededor con urgencia, debatiéndose entre ocultarse detrás de una columna o acelerar el paso.

—¿Lydia?

Apretó los ojos y los labios antes de girarse, derrotada y encantada por igual: el campeón había abandonado su clase, sin autorización, por ella.

Cuando lo encaró, se encontró con que Johnny ya se había encargado de acortar la distancia que los separaba del otro. Lydia no supo qué decir o cómo actuar bajo las circunstancias en las que estaban, sin embargo.

Si lo regañaba por haber salido del aula de esa manera, Johnny se enteraría de que quiso huirle... y quiso huirle por haberlo dejado plantado... y lo dejó plantado por Susan y su mala percepción de él... y aún debían conversar al respecto, por más miedo que tuviera. Jugar, como tanto les estaba gustando, no parecía buena idea ahora.

—Hola —saludó, sonriendo con timidez, y permitiendo que fuera él quien guiara la conversación.

—Hola. —La sonrisa de Johnny causó que la suya se agrandara—. Me hiciste falta en el público anoche. ¿Qué pasó? —interrogó con suavidad, sin revelar que la había buscado sin éxito luego de concluir su karaoke de Metallica. Temía haber dicho o hecho algo que no fue de su agrado y empeorarlo.

La pelirroja logró identificar un destello de expectativa y preocupación en los ojos azules del rubio, y se preguntó por qué un chico al que en realidad no le interesaba se comportaría como él lo hacía. Tal vez ella era demasiado inocente, o él demasiado egoísta y ególatra.

«No lo juzgues», se recordó.

—Si de algo sirve, escuché todo desde donde estaba. No sonaron nada mal.

—¿Seguías en la fiesta? —Fue el único detalle de importancia para Johnny, cuya voz expresaba decepción.

Lydia se quedó en silencio por un momento, solo mirándolo a los ojos. El Rey Cobra rompió el contacto visual para mirar la mano de Lydia, la cual se movía hasta la suya, y volvió a contemplarla a ella cuando finalmente se unieron en una sola.

Incómoda con el hecho de que estaban en el centro del pasillo, la pelirroja eligió a los casilleros como su nuevo destino y arrastró a Johnny con ella. Apoyó su sien y hombro derecho en una de las puertas, y delante de ella, Johnny adoptó la misma posición; pero con el lado opuesto.

A Lydia le dio ternura cómo se veía.

—No estaba en mis planes desaparecer anoche. Lo siento. —Le acarició el dorso de la mano, y tras suspirar, se la soltó. Johnny protestó por dentro. El tono de sus voces era íntimo—. Pero hay algo que me está molestando. ¿Cuáles son tus intenciones conmigo?

—Me acerqué en el almuerzo porque me caíste bien en Golf N' Stuff... y terminaste atrayéndome. —La joven sintió frío, y la fijeza de sus ojos no ayudaba—. Pero fue en la fiesta, cuando me desafiaste a hacerte cambiar de opinión, cuando me miraste a los ojos, que me dije: tengo que ser el novio de esta chica antes de que se acabe el año.

Johnny, notando cómo Lydia luchaba por no sonreír ni ruborizarse, terminó sonriendo él mismo.

—¿Q-Qué hay de Ali?

—¿Qué con Ali?

—Rompieron hace menos de dos meses y fuiste bastante insistente en arreglar las cosas con ella. —En cuanto empezó a hablar, no pudo parar—. ¿Cómo sé que ya la olvidaste? ¿Cómo sé que no me olvidarás a mí?

Johnny se acercó, Lydia siendo el metal y él un imán. Sus manos calientes acunaron el rostro femenino y Lydia se sostuvo de sus muñecas. Las pupilas dilatadas del otro no pasaron desapercibidas para ninguno de los dos.

—Ábreme tu corazón y yo haré el resto —prometió, sin conciencia de que el corazón de Lydia estaba abierto para él desde aquel diecinueve de noviembre. No tenía respuestas a sus preguntas, pero se comprometía a demostrarle que la deseaba, y que la deseaba solo a ella.

Atontada, Lydia asintió débilmente. A estas alturas no estaba segura, siquiera, de estar respirando.

—¿Sí? —se burló Johnny, subiendo y bajando la cabeza también. Lydia rió pasmada y asintió con mayor convicción.

—Sí —contestó ella, sin dejar de admirarlo, sin dejar de tocarlo. Ahora era Johnny quien acariciaba la piel de sus mejillas. Solo el ruido de la campana escolar fue capaz de explotar la burbuja en la que estaban sumergidos.

Los alumnos empezaron a aparecer en el pasillo y el rubio fue retrocediendo con sus ojos aún sobre ella. A medida que se alejaba, sus dedos se deslizaban por el brazo de Lydia, llegando a las yemas de ella.

—Hasta luego, salvavidas. —Ejecutó una reverencia militar, sonriendo, y Lydia imitó cada gesto y movimiento.










N/A

Holaaa mis reinas 🩷

1. Agradezcámosle a freaklowden por crear a Christine y a Wade, porque fueron ellos y Esther los que me sacaron de un bloqueo. Me fue horrible narrando desde el pov de Johnny y el maratón que les había prometido también me tenía mal porque no lograba avanzar nada. Así que las dos cosas quedaron canceladas... una disculpa 🫠

LEAN SWEETER THAN FICTION!!!

2. La escena de Jydia actual es un claro ejemplo de por qué Silver le dijo a Carmen que contratara a Lydia en el capítulo 3 🤪 son la debilidad del otro

3. Mientras escribía la parte de Susan, sentí en mi corazón decirles esto: a veces, cuando queremos algo y se nos presentan obstáculos uno tras otro, es porque no nos conviene. Así que cuídense mucho!

4. Man, qué FLEX el de Lydia haber enculado a Johnny Lawrence en menos de 24 horas JAJAJAJSJSJS en tu cara Susan!!!/$18:$:$ (después tuvo razón 😩)

Johnny chiquito 🤝🏼 Johnny grande = tener la incapacidad física de mantenerse lejos de Lydia

Chicas, se supone que el final de este capítulo fuera Lydia pidiéndole el número de teléfono a Johnny, y salió algo completamente diferente ª. He llegado a sentir que el título de la historia (y la canción de Madonna en sí) perdió sentido y todo, porque era JOHNNY QUIEN DEBÍA ABRIR SU CORAZÓN, NO LYDIA jajajs

En fin... qué les pareció el capítulo? Cuál fue su parte y/o diálogo favorito? Y cómo creen que Lydia y Johnny vuelvan a conectar, si ni se llevan bien? 👀

Open your Heart cumplirá su primer año el 20 de noviembre *llora* FELICIDADES ADELANTADAS A ESTA HERMOSA AVENTURA Y GRACIAS POR ACOMPAÑARME :')

Nos leemos pronto. Las quiero mucho 💖💕💘

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