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05: Justice over history.

Con todo y cuidado de piel, Lydia no pudo dormir bien.

Por cada vuelta en la cama, por cada almohada o sábana en su cara, un recuerdo de Johnny, ya fuera de él riendo o tocándola con las manos o los labios, hizo acto de presencia en su interior.

Porque, al parecer, nunca se había ido de ahí realmente.

Se había visto en la tentación de llamar a su mamá o a Emily, pero además de que era de madrugada y por ende demasiado tarde, no se había sentido lista para contarles la razón. «Ah, es que vi a mi primer amor en una gasolinera esta mañana. Apenas y hablamos, pero no he logrado parar de pensar en él. Me lo he imaginado conmigo, en mi cama». Sonaba ridículo. Estaba más cerca de la muerte que de la adolescencia y su relación llevaba años expirada.

¿Cómo era posible, entonces, que su sola presencia aún tuviera tanto poder sobre ella?

No quería eso. Ahora era una abogada con clientes que dependían y confiaban en su compromiso y objetividad. Se rehusaba a permitir que aquello que antes fue especial y doloroso para ella los pusiera en riesgo.

No hubo interés de parte de Johnny de igual manera. Lo llamó como solo ella solía llamarlo en la estación de gas y la ignoró.

Fue así como, con ello en mente, se volvió a acostar. Oró a Dios por descanso, como Esther le había aconsejado una vez que estaba estresada por un trabajo grupal de la universidad, y se quedó dormida sin problema. En el amanecer tuvo que prepararse un café bastante cargado para despertar y mantenerse despierta, sin embargo.

En la agenda de ese día había bastante documentación, citas de seguimiento en la mañana y una consulta —gratis por ser la primera reunión— sobre una demanda por daños y perjurios en la tarde. Esta última involucraba a Carmen Díaz. La secretaria Avery, al enterarse por llamada telefónica de que era la madre del niño que estuvo por morir a costa del karate, lo consideró urgente y le dio prioridad.

«Esto es lo que ha estado haciendo», pensó Lydia en cuanto su secretaria le entregó la lista de asistencia confirmada horas atrás. Carmen, en lugar de presentarse ante las cámaras o pedir donaciones, buscó otras soluciones en silencio. Era una mujer inteligente, sin duda.

No lograría describir los nervios que la acorralaron cuando la vio caminar hacia ella para ingresar juntas a su despacho incluso aunque lo intentara. Se preguntó si ella era la primera abogada a la que acudía o no, pero fuera cual fuera la respuesta, no estaba en sus planes decepcionarla. Asimismo, también recordó que, de Carmen elegirla como su defensora, cabía la posibilidad de que enfrentaría a John Kreese de nuevo.

Ni siquiera había conversado con su cliente aún, pero sabía que venía por el impacto de Cobra Kai en su vida, y Cobra Kai no podía prosperar ni fracasar sin el viejo sensei de Johnny Lawrence. Tenía potencial como testigo o demandado por igual.

—No sé por qué medio ha llegado a mí; tal vez solo pasaba por aquí en su auto y dijo «oh, ahí hay una abogada» —empezó a hablar tras cerrar la puerta, acercándose entonces a su silla giratoria, tan grande y cómoda que funcionaba casi como un sillón reclinable, hasta tomar asiento. Carmen se le había adelantado—, pero me presento formalmente: soy Lydia Kirkpatrick. Bienvenida.

La mujer de cabello rizado estrechó la mano que Lydia le extendía con una corta risa tímida, la cual calmó la ansiedad oculta en el temblor de las manos de la licenciada. El rapport entre un cliente y su abogado jugaba un papel importante en el éxito de un caso judicial.

—Carmen Díaz. Es un placer conocerla finalmente —dijo. La licenciada sonrió de vuelta.

—Cuénteme, ¿cómo ha estado? —indagó por simple educación, pues la respuesta era obvia. Ni siquiera había necesidad de que la expresara en voz alta.

Carmen suspiró y se encogió de hombros, apartando sus ojos de los de ella por un momento. Lydia, con la espalda apoyada en el cuero de su silla y las extremidades en cada reposabrazos, se compadeció.

No era madre, pero si algo tan malo le sucediera a Christine o a Wade, también enloquecería. No se quería imaginar a Emily.

—Cansada. Mentalmente, emocionalmente, físicamente. Usted nómbrelo.

—Lo lamento mucho. —Asintió con pena, pasándose la lengua por los dientes con la boca cerrada entonces. Se inclinó sobre su escritorio, colocó los codos en este mismo y unió las manos en un puño—. Señorita Díaz, tengo entendido que su chico despertó del coma hace apenas unos días, y le espera una larga recuperación. El proceso legal de una demanda por daños y perjuicios puede ser tediosa y agotadora. Quiero que sepa que no tenemos por qué proceder hoy.

La joven mujer ecuatoriana se mantuvo seria.

—Mientras estamos teniendo esta conversación, los estudiantes de Cobra Kai y Miyagi-Do corren el mismo peligro que mi hijo.

Miyagi-Do. La licenciada, además de ponerse alerta por la mención del dojo de Daniel LaRusso, comprendió ahí mismo que no habría quién la hiciera cambiar de opinión.

—Entiendo.

Procedió a extenderle un bolígrafo y a deslizar una tabla hacia ella, cuyo clip sujetaba dos hojas, para luego aclararse la garganta y explicar en qué consistían. La mayoría de las personas no leían los documentos que se les entregaban y no conocían el poder de una firma: parecía sencillo, pero podía salvarte o matarte.

—Antes de empezar, debe firmar esta hoja de confidencialidad y otra de consentimiento. En la de consentimiento solicito que nuestra charla se grabe con el objetivo de repasar lo dicho a la hora de preparar la defensa. De autorizarlo, la cinta sería guardada bajo llave, y puede interrumpir el audio de encontrarlo pertinente. Por otro lado, como abogada, estoy obligada a no compartir con nadie lo que se discuta en mi despacho; incluso si al final decide no contratarme. De eso se trata la de confidencialidad. —La abogada señaló toda oración en ambos textos con su dedo índice mientras daba las indicaciones verbales.

Carmen, habiendo recibido la tabla y el bolígrafo y escuchado las instrucciones, le dio rienda suelta a su signatura personal para después devolver los materiales. Lydia le preguntó si aún había alguna duda que esclarecer, verificó si consintió la grabación o no y guardó los papeles en una carpeta.

Se agachó sin necesidad de abandonar su asiento, y tras agarrar su boombox, lo ubicó en el centro del escritorio; el cual estaba decorado por cuadros con fotos de Esther, su padre Abraham, Emily, y sus dos sobrinos. Estaba gustosa con el avance de la tecnología, pero no confiaba en un teléfono, tableta o computadora para archivar un audio tan íntimo y valioso como el de un cliente. La batería se descargaba, el almacenamiento se llenaba, la memoria se borraba y usuarios externos robaban o alteraban.

¿Para qué mentir? También lo usaba porque le traía buenos recuerdos, por no decir los mejores.

Introdujo el casete, y con la punta del bolígrafo que le había prestado a Carmen en un papel en blanco, lista para tomar anotaciones, presionó el botón correspondiente.

—Hoy es 15 de septiembre de 2018. Mi clienta, Carmen Díaz, me ha dado la autorización de grabar nuestra primera sesión. El motivo de consulta es una demanda por daños y perjuicios. ¿Sabe de qué trata?

La madre de Miguel se removió con incomodidad al otro lado del escritorio, aunque intentó disimularlo.

—Una demanda por daños y perjuicios se da cuando una persona le causa daño a otra, sea a propósito o por negligencia, y lo compensa económicamente.

—Correcto. —Una sonrisa pequeña se abrió paso en los labios de Lydia, la cual pareció aliviar un poco la tensión acumulada en el cuerpo de Carmen—. Vayamos por partes; como si fuera la introducción de un ensayo. ¿Quién fue la persona perjudicada? ¿De qué manera recibió el daño?

—Mi hijo, Miguel Díaz, fue, es, la persona perjudicada. Es estudiante de karate y participó en una pelea en la que su espalda resultó afectada porque un joven lo empujó desde el segundo piso de su escuela. Estuvo en coma por una semana y es posible que no vuelva a caminar.

Pobre chico.

—¿Podría hablarme de este joven que lo empujó?

—Se llama Robby Keene. Al igual que Miguel, es estudiante de karate, pero no están en el mismo dojo. Miguel es de Cobra Kai y Robby de Miyagi-Do. Y no, antes de que lo pregunte, no será él el demandado.

La abogada detuvo su redacción de datos para enfocar sus ojos solo en los de su cliente.

—¿No?

—No. Quiero demandar a su padre, Johnny Lawrence, que también es maestro de Cobra Kai; a John Kreese, su mano derecha; y a Daniel LaRusso, maestro de Miyagi-Do.

El rostro de Lydia fue perdiendo firmeza a medida que Carmen revelaba un nombre y título nuevo. Aflojó el agarre sobre su bolígrafo ante Johnny, lo volvió a apretar ante Kreese y lo dejó caer en el papel ante Daniel. Tanta información, tantas historias del pasado, oprimieron su pecho.

Había creído que Kreese era el sensei actual de Cobra Kai y resultó ser quien ayudaba a su alumno estrella; ese al que trató de matar el 19 de diciembre de 1984 por no haber obtenido la victoria en el All Valley.

Kirkpatrick no lograba entender cómo Lawrence le había permitido entrar a su vida otra vez, ni por qué regresaría a una etapa que le hizo tanto daño. ¿Bobby, como el pastor que era, llegó a hablarle sobre el perdón? ¿O el niño que amaba y respetaba a su mentor todavía vivía dentro de él?

¿Por qué, John?

Lydia no podía ser abogada de Carmen. Si la demanda fuera solo contra Kreese, hubiera sido toda suya. No obstante, reconocía que Johnny la despojaría de sus cinco sentidos en cuanto lo viera en la corte, y no estaba de acuerdo con que su amigo Daniel fuera uno de los acusados. Sabía que Miyagi-Do estaba en pie para proteger a los jóvenes de El Valle. Por lo tanto, carecía del juicio que Carmen necesitaba y merecía cuando de ellos dos se trataba.

Paró la grabación y tragó saliva. La técnica radióloga la observó entre confundida y a la expectativa.

—Señorita Díaz, tenemos un problema.

—¿Disculpe?

—No es lo más sensato que un profesional maneje un caso donde haya relaciones personales involucradas. Nuestro juicio no es el mismo.

Carmen cerró los ojos y bajó la cabeza por un segundo.

—Habla de Johnny, ¿no? —escupió, arrebatándole a Lydia las palabras de la boca debido a la sorpresa. Jamás se habría esperado que Carmen estuviera enterada.

—No solo de Johnny. —Carmen se quitó su bolso de encima y se levantó del asiento. Lydia consiguió escuchar un «lo sabía»—. También de Daniel. —La mujer de cabello rizado le daba la espalda, mas ella era capaz de ver cómo se sostenía el puente de la nariz—. Puedo contactar a un abogado que sé que haría un buen trabajo...

—¡No! Te elegí a ti —interrumpió girándose con brusquedad. Los latidos de la licenciada comenzaron a adquirir una potencia que alcanzó incluso a sus oídos—. Todo lo que me rodeaba me apuntaba a ti.

Lydia relajó las cejas y ladeó la cabeza, una vez más, con lástima.

—Carmen, Johnny fue mi primer amor y Daniel lleva siendo amigo mío desde hace muchos años.

—No me importa. Vi conferencias tuyas en YouTube antes de venir. Todos tus clientes te han amado. La gente viaja de otros Estados solo para verte. —Caminaba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, moviendo las manos y los brazos. Quizás era la primera vez que se desahogaba de tal forma. Fue por ello que Lydia optó por callar—. ¿No estaría a mi favor que conozcas personalmente a Cobra Kai y a Miyagi-Do?

Carmen frenó sus pasos de imprevisto y terminó soltando un quejido vocal, pareciendo de lo más profundo de su alma, antes de proseguir.

—¡Quiero buscar justicia para mi hijo y detener a tres hombres adultos en guerra que están usando a menores de edad como sus soldados! ¡¿Por qué tu historia con Daniel y Johnny tendría más peso que la violencia?! ¡¿Por qué ellos me arruinan incluso esto?!

Cuando Carmen pateó la silla en la que antes se encontraba sentada, fue turno de Lydia para pararse y acercarse. Carmen respiraba con demasiada fuerza y rapidez. Fue así como Lydia atrapó sus antebrazos, evitando que continuara siendo presa de su propia furia, y en lugar de decirle algo, posó una mano en su cabeza para luego llevarse su rostro hasta el pecho; mientras que la otra descansó sobre su espalda.

Carmen, en la seguridad del abrazo, sollozó a voces. Sollozó tanto que no supo en qué momento sus piernas fallaron y la tiraron al suelo, pero Lydia no la soltó en ningún momento; la acompañaba en el piso.

Había oído a Avery tocar la puerta y luego abrirla, pero no estableció contacto visual con ella. No hasta que Carmen expresó lo siguiente, casi con inconsciencia y como pudo:

—Miguel no me habla, pero él no lo entiende. Por poco se me muere. Estuvo muerto.

La madre de Miguel tenía razón.

Su historia con Johnny y Daniel no debería tener más peso que la violencia, y tal vez conocer a Cobra Kai y a Miyagi-Do personalmente sí era un punto a favor de la familia Díaz.










N/A

Un agradecimiento especial a witchology porque tiene como meta ser abogada como Lydia y me dio su opinión respecto a su reunión con Carmen, y a freaklowden por soportar las mil crisis que me dio este capítulo. Gracias a Dios terminó encantándome y espero que a ustedes también 🙂‍↕️💖💘💝

Qué les pareció? Cuál fue su parte favorita?

La sinopsis dice que Lydia no le iba a decir a Carmen su relación con Johnny pero a medida que escribía la mentira, el secreto, me parecía muy out of character. Lydia da la milla extra por sus clientes. TE AMO DEMASIADO LICENCIADA KIRKIE

Me da risa lo formal  y profesional que es porque su esposo........ 💀 me tomé muy en serio el trope de polos opuestos AHREEEE

Somos Lydia y yo (y Emily y Liz) contra los haters de Daniel 🤑

Les advierto que el próximo capítulo será familiar, así que no habrá flashback o escena de Jydia actual. Pero lo próximo de ellos se acerca y les va a gustar :')

Gracias por leer y bienvenida a las lectoras nuevas 🫶🏼

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