03: Maybe I'm the sign you needed.
—¿No voy a hacer más karate?
Lo que iba a ser el comienzo de un llanto se detuvo ante las palabras penosas de Miguel Díaz.
La expresión compungida en el rostro de su madre desapareció, siendo entonces sustituida por incredulidad y luego seriedad; todo mientras una primera y última lágrima se deslizaba por su mejilla.
Su hijo acababa de ver que el chequeo motriz realizado por el doctor no había sido exitoso. Acababa de escucharla diciéndole que cabía la posibilidad de que no volviera a caminar. Deseó que no hablara en serio, porque no tenía ningún sentido que su preocupación, y al parecer prioridad, fuera el karate.
Se suponía que era un pasatiempo, no un estilo de vida ni mucho menos una personalidad.
—Miguel, fue el karate lo que te puso en esta posición.
—Fue Robby Keene.
Carmen percibió el resentimiento en la voz y mirada del moreno, y pensó, por un momento, en cuánto Cobra Kai lo había cambiado.
Meses atrás, Miguel no era un chico rencoroso.
Robby Keene, el nombre que sonaba tanto como el de Miguel en los medios de comunicación. Estaba muy consciente de que él fue el responsable de haberlo empujado desde el segundo piso de la escuela. Sin embargo, siendo hijo de Johnny Lawrence y estudiante de Daniel LaRusso, dos hombres adultos que —daba la casualidad— mantenían una relación de enemistad, no era a él a quien le atribuía la culpa.
Hacía unos días, cuando mostraron en televisión en vivo cómo lo arrestaron y metieron en una patrulla tras haberse entregado a la policía por voluntad propia, sintió incluso dolor en su alma maternal.
Para ella, Robby pagaba, al igual que Miguel, un precio injusto. Era tan solo un chiquillo que había cometido un grave error.
—Fue el karate. A él lo mandó a prisión y a ti al hospital. Ninguno de los dos ganó.
El campeón del All Valley más reciente y su mamá se observaron en silencio y con desafío, él preguntándose en su mente si alguna mosca la había picado. Carmen era conocedora de lo mucho que el deporte significaba para Miguel, y ahora corría peligro por la manera en que Robby terminó su pelea.
No obstante, si iba a luchar por la recuperación de sus piernas, sería, precisamente y en su mayoría, en nombre de las artes marciales.
—El karate me hizo fuerte y respetable, mamá.
—¿Como tu amigo, Hawk? Se hicieron virales unos videos en donde se le ve animando la pelea masiva de la escuela. Sí, qué fuerte y respetable.
Miguel suspiró y, cerrando los ojos, apoyó la cabeza en el respaldo de la cama con resignación. Ahí no podía refutarle. Hawk no tenía por qué agrandar un problema que involucraba solo a cuatro personas y el desastre que representaba su amorío.
No debió haber besado a Sam en la fiesta de Moon. Él ya compartía algo bonito con Tory, y se imaginaba que ella con Robby también. Ojalá le hubiera hecho caso al sensei cuando le dijo que no se acercara a la hija de LaRusso. Pero el corazón era caprichoso, y por ende, manipulador.
Tal vez... se merecía lo que estaba recibiendo. O tal vez Tory no debió haber amenazado a Sam a través de los altavoces escolares. O tal vez Sam no debió haberle seguido la corriente. O tal vez Robby no debió haberlo tirado...
A la hora de la verdad, todos habían cruzado un límite.
Yaya, madre de Carmen y abuela de Miguel, quien asimismo se encontraba contemplándolos desde el sillón reclinable del dormitorio, se levantó para sujetarle una mano a Miguel con una sonrisa cerrada.
—Mi nieto, pronto esas piernas funcionarán y podrás volver al karate que tanto te gusta.
Carmen parpadeó, aun más molesta, hacia su mamá. Ya le había dejado en claro a Rosa lo que haría a continuación: irse por el camino legal y demandar a los dojos de karate por daños y perjuicios. Por más que le desagradara la idea, temiendo que su nieto y vecino se deprimieran, su hija no pensaba retractarse.
Habían condenado a lo más preciado que tenía.
—Miguel no volverá a poner un pie en Cobra Kai. Nunca más —sentenció, por dentro con pesadez, porque no había planeado bombardearlo con tantas malas noticias ese día. Fue por ello que se guardó para sí que, también, estaba considerando cambiarlo de escuela.
—Carmen... —intervino Rosa, bajo la intención de detenerla.
—¿Yaya? —Miguel la miró y le apretó la mano, buscando no solo explicaciones, sino también que lo defendiera.
—Voy a contratar a un abogado. —La mirada oscura del campeón fue redirigida a ella—. Cobra Kai y Miyagi-Do tendrán que cerrar sus puertas. Lo siento, Miguel.
Antes de que alguno de los dos le reclamara, antes de presenciar otro quiebre en su hijo, pero en esta ocasión emocional, la técnica radióloga se retiró de la habitación. Se pasó las manos por la cara, y al percatarse de que temblaban, exhaló.
Decidió, por esa vez, no esconderse en los baños. Llorar, en lugar de liberarla, ahora la drenaba. Lloró cuando se enteró de que Miguel tuvo el accidente. Lloró cuando lo vio llegar en la camilla. Lloró mientras lo operaban. Lloró mientras estuvo en coma. Ya era suficiente.
Ya ni siquiera vivía en Reseda, sino en el hospital, y llevaba tiempo sin trabajar. El préstamo sería impagable.
Ansiosa por un respiro y una distracción, la joven mujer ecuatoriana emprendió una aventura por los pasillos y pisos del edificio. Quizás habría alguien que necesitara asistencia médica, compañía como la señora Moore o consuelo como ella misma.
—¡Oh, señorita Díaz! Qué bueno que aparece. —La recepcionista, cortando una llamada, terminó siendo aquello que anhelaba; por unos segundos, al menos—. Tiene una visita esperándola en la entrada de la cafetería.
—¿Quién?
—Me dijo que se llama Terrence.
Frunció el entrecejo, no reconociendo en lo absoluto el nombre, pero le agradeció en palabras, así como en un gesto amable, y se dispuso a caminar hacia la cafetería.
Distinguió, entonces, a un señor de estatura alta y cabello canoso perfectamente recogido en una coleta tomando de un vaso de café en la entrada, justo como predijo la recepcionista. A Carmen le pareció curioso que sostuviera un segundo recipiente con su otra mano.
Se aclaró la garganta y se acercó a él.
—Disculpe, ¿usted es Terrence?
—El mismo. Buenos días. Supongo que usted es la mamá de Miguel. —Sonrió con encanto, para luego extenderle el otro vaso—. Espero que no le moleste que le haya comprado café.
—Para nada. —La técnica radióloga le devolvió la sonrisa con timidez y aceptó la bebida—. ¿Conoce a mi hijo, fuera de lo que se dice en las noticias?
El hombre asintió y ladeó la cabeza hacia el interior de la cafetería, pidiéndole de esa forma que lo siguiera, cosa que ella obedeció. Pararon en una mesa donde destacaba un arreglo de flores, el cual su madre intuyó que sería obsequiado a Miguel. Terrence, como todo un caballero, arrastró una silla para que Carmen se sentara sin esfuerzo.
—Soy abuelo de Bert —empezó a contar en cuanto se acomodaron allí, él cruzando las piernas con elegancia. Si mal no recordaba, Miguel tenía un amigo llamado Bert que era criado por sus abuelos—. Es estudiante de Cobra Kai. Me ha dicho que quisiera ser tan bueno como Miguel algún día.
Carmen se ocultó tras su envase ante la mención del dojo y el talento de su hijo, ingiriendo un poco del contenido. Era un mal momento. Ya no lo sentía ni consideraba como un motivo de orgullo.
—Hm. Que tenga cuidado con lo que desea.
Terrence la miró con profundidad.
—Concuerdo, completamente. Bert también fue herido en la pelea masiva de la escuela. No me simpatizó el nivel al que llegaron los chicos.
—¿Por eso está aquí?
—Sí, señorita Díaz. —Se inclinó sobre la mesa—. He venido para dejarle saber que no está sola en esta difícil situación. De necesitar algo, cuente con mi apoyo.
Se sumieron en un silencio que la ecuatoriana aprovechó para analizar su siguiente paso.
—¿Tiene a un abogado que me recomiende? Preferiblemente, que tome en cuenta que somos una familia inmigrante sin muchos recursos.
Carmen ya había llevado a cabo una investigación, aunque algo superficial, por internet. Una mujer con una buena cantidad de certificados de reconocimiento por su excelente labor fue la opción que más le gustó. No existía cliente que no la premiara con cinco estrellas. Sin embargo, sí existía un problema, y era que se llamaba Lydia.
Patricia Moore, su paciente, había mencionado a una Lydia cuando en su conversación se trajo a Johnny Lawrence, el sensei principal de uno de los dojos que pretendía derrocar.
Desconfiaba.
Terrence volvió a pegar la espalda a su asiento. Su semblante serio, ojos activos y dedos pulgar e índice en su barbilla demostraban que, de igual manera, calculaba.
—Tengo un amigo que fue cliente de la licenciada Lydia Kirkpatrick. Ella ganó su caso.
Un escalofrío colmado de casualidad recorrió la espina dorsal de la futura demandante.
—Oh, vaya. Tenía a Lydia en la mira.
El hombre lanzó una risa corta.
—Quizás soy la señal que necesitabas.
«Quizás», fue la respuesta de Carmen. Procedió a beber café y Terrence la imitó, pero con la mirada fija en ella.
Que comience el juego.
N/A
HOLA
Son las 2am en mi país y Liz y yo estamos !!!/1&82&: con este cap en WhatsApp JAJAJSJS
Aprovecho para hacerles el recordatorio de que su fic de Daniel está publicado, ya con el prólogo y primer capítulo disponibles. Tengan en cuenta que es una duología, y por ende, que hay conexiones estrechas entre las historias. En el próximo capítulo volveremos a ver a Emily 🩵
QUÉ LES PARECIÓ TODO? Carmen? Miguel? Terr(y)ence??? 👀
Gracias por leer 🫶🏼
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