02: Once upon a time... in The Valley.
La lluvia descendía. Los limpiaparabrisas se movían. Una voz masculina, de la radio surgía.
Cada sonido en sintonía.
Lydia Kirkpatrick cabeceaba y golpeaba el volante con suavidad al ritmo de la batería que destacaba en la canción. Cuando el coro llegaba, cantaba:
—All of my life, where have you been? I wonder if I'll... ever see you again. And if that day comes, I know we could win. I wonder if I'll... ever see you again.
Frenó el automóvil ante un semáforo en rojo y oyó su Apple Watch sonar una sola vez entre la música; natural y material por igual. Sin dejar de tararear, atrajo su muñeca hacia ella para leer la notificación.
Avery 👩🏽💻: Buenos días, licenciada Kirkie. Si está cerca de alguna farmacia, y si no es mucha molestia ya que está lloviendo, ¿podría traer pastillas para dolor de cabeza?
Un ruido de conformidad fue emitido desde su garganta. A diferencia de la anterior —a quien decidió despedir semanas atrás—, y hasta el momento, su nueva secretaria no le parecía nada mal.
Era puntual —quizás más de lo que debería—, balanceaba bien su soltura juvenil con su responsabilidad adulta, y lo más importante: conocía a su jefa. Sabía que, a esas horas de la mañana, alrededor de las siete y cuarenta, ya iba de camino a su oficina.
Lydia: 👍🏼
La luz se transformó a verde y pisó el pedal de aceleración, recordando que en unos metros adelante había una estación de gas.
Fue entonces que Again de Lenny Kravitz se dio por finalizada.
—Hey, ¿eres una reina solitaria sin su rey? —habló la locutora con ánimo, haciéndole referencia a la melodía recién puesta—. Quizás esta canción haya sido tu señ...
Pulsó el botón número tres de la radio para que la chica fuera sustituida por otro comentarista.
Llevaba tiempo luchando contra la soledad.
Sí, estaba consciente de que acababa de escuchar una canción que de cierta forma tocaba el tema, pero por placer. En ningún lado era ley que debías sentirte identificado con una descripción para que te gustara.
Sí, la Lydia high schooler y universitaria soñaba.
Pensaba que, a los cincuenta años, la edad que tenía en la actualidad, se encontraría viajando por el mundo con su marido. Que asistiría a la graduación doctoral de su hijo o hija. Que vería nacer a su primer nieto y luego lo acurrucaría entre sus brazos y pecho, mirándolo y sonriéndole con la grandeza del amor.
La Lydia de ahora no era esposa, ni madre, ni abuela. Al ser hija única, tampoco, y ni siquiera, una tía.
Sí, había adoptado a Christine y a Wade como sus sobrinos. No obstante, se mantenían en contacto por videollamadas o redes sociales porque vivían en Inglaterra, y Lydia, en ocasiones, quería más que eso.
Más que solo visitas con hora de partida.
Qué ingenua. Qué ingenua podía ser la juventud.
Por lo menos mamá estaba.
Suspiró con rendición y subió la palanca de las direccionales para avisarle al resto de conductores hacia dónde giraría.
Tras estacionarse y bajarse con su sombrilla y bolso en mano, encendió la alarma de seguridad de su coche y se alejó de él con prisa, pero no por eso corriendo. Asimismo, esquivó todo charco en el suelo hasta quedar frente a la puerta de la gasolinera, y mientras sacudía la sombrilla para despojarla de gotas y así poder ingresar, se fijó en un papel pegado al cristal.
UNIDOS POR MIGUEL DÍAZ
PARA DONACIONES, FAVOR DE PASAR POR SERVICIO AL CLIENTE
Lo reconocía.
Era el chico del karate que se había llevado la peor parte de un «disturbio» en la West Valley, y el nuevo campeón de Cobra Kai.
El sensei Kreese estaba de vuelta y se notaba. El comercial del dojo Miyagi-Do en YouTube ahora sí le hacía sentido. Lo apoyaba, incluso.
Los medios de comunicación le daban seguimiento al caso de Miguel con dedicación. Si no se equivocaba, acababa de despertar del coma al que lo indujo la caída.
Fue entonces cuando se percató de un detalle: desde el accidente, su madre no se había presentado ante las cámaras ni pedido donaciones, lo cual al parecer significaba que los empleados de la estación de gas solo estaban siendo solidarios, y que tal vez ella esperaba mayor estabilidad para su hijo para ir de lleno a ello.
Miró a los ojos la imagen de Miguel, y sin más preámbulos, fue directo al estante de medicamentos.
Luego de la campanilla de la entrada haber sonado, y antes de abrir la nevera delante de él, un hombre se vio obligado a enfrentar su propio reflejo.
Entre la ropa aburrida y la cara magullada por la reciente pelea en un bar, lucía como un vagabundo.
No lo soportó por más de dos segundos y extrajo las latas de cerveza con amargura, siendo observado con prejuicio por un señor a su costado izquierdo.
A propósito, Johnny Lawrence inclinó su cuerpo hacia el viejo de manera repentina. Este último, además de brincar del susto, cambió de lugar de inmediato y con torpeza.
—Sí, será mejor que no me molestes —masculló para sí, sin quitarle los ojos de encima, y procedió a unirse a la fila de servicio al cliente.
Esa en la que comenzarían a atender a una mujer.
Aunque le mostraba la espalda, Johnny fue capaz de discernir lo incómoda que estaba resultándole la batalla entre sostener su sombrilla y buscar la billetera en su bolso.
Ladeó la cabeza, cautivado por su clase, para después elevar las cejas con aprobación.
Andaba en tacones de aguja y un vestido blanco de longitud regular y mangas largas, cuyo cinturón crema acentuaba su cintura. Las puntas de su cabello cobrizo oscuro ondeaban y en sus dedos y muñecas abundaban las joyas.
Centavos terminaron cayendo al suelo, y algunos de ellos rodaron hasta Johnny.
Tanto la dueña del dinero como el rubio, coordinados, se agacharon para recogerlos.
El viento causado por sus movimientos trajo consigo un olor que al hombre se le hizo conocido.
Champú de cereza.
Los cinco sentidos de Johnny procedieron a fallar: las manos se ralentizaron, pero también se apresuraron. La boca calló, pero también deseó articular algo. Alzó la vista a ella, que a diferencia de él aún estaba distraída, pero también la desvió de ella.
La mujer se recompuso, y las arruguitas en las esquinas de sus ojos, listas para recibir arriba a quien acababa de ayudarla, desaparecieron al encararlo.
Johnny pudo distinguir, sentir, cómo las pupilas de Lydia se movían; buscando escudriñar cada rasgo de su rostro. A ella no le avergonzó y a él no le molestó. En lo absoluto.
Los moretones, el color y la profundidad de su mirada, la longitud de sus pestañas, la marcada estructura de su nariz, la expresión de sus labios, la aparición de su barba...
Cuando Lydia extendió la palma de su mano con vacilación, el sensei de karate dejó de respirar.
—Gracias —dijo ella, suave.
Johnny, comprendiendo que no pretendía tocarlo como su mente había creído, y bajo contacto visual, le entregó los centavos; ahora con sudor suyo.
—No hay problema —contestó, la madurez de su voz retumbando en el corazón de Lydia Kirkpatrick como un nuevo latido, con una sonrisa cerrada y cortés que no duró tanto como le hubiera gustado.
No cabía duda.
La sonrisa era lo único que faltaba para que Johnny Lawrence fuera Johnny Lawrence.
Permanecieron en silencio, en la misma posición, hasta que Lydia consideró que ya era hora de voltearse hacia la cajera. La presencia de Johnny detrás de ella era demasiado pesada, sin embargo.
Intentó concentrarse en pagar las píldoras de Avery con su tarjeta de crédito, donar treinta dólares en efectivo a Miguel Díaz y ponerse en marcha. El día apenas comenzaba.
Una vocecita en su cabeza, esa que le atribuía a una Lydia más pequeña, la detuvo frente a la salida.
«¿Eso es todo?», había preguntado.
La Lydia más grande bajó la cabeza y cerró los párpados por un segundo. Con un ligero temblor de por medio, inspiró hondo; de nuevo depositando sus ojos sobre él.
—¿John?
Johnny se limitó a mirarla por encima del hombro.
No correspondió al llamado.
La pelirroja asintió, sabiendo que no era porque estaba ocupado en servicio al cliente, y abandonó la estación de gas acompañada por el peso de su historia.
Érase una vez, en El Valle, una salvavidas adolescente que soplaba su silbato desde el barandal de la torre del tobogán que también formaba parte del Golf N' Stuff Arcade.
Mientras Dutch flotaba en la piscina con las manos detrás de su cabeza, Tommy y Jimmy le reían las gracias en distintos escalones de las escaleras. El compañero de trabajo de Lydia, encargado de lo que transcurría abajo, todavía no había llegado.
—Amigo, necesito que te salgas.
—¡Vamos! Está calientita —se justificó el peor Cobra de todos—. Que yo sepa, al tiburón Jaws no le gusta el cloro.
—Hay gente esperando por su turno. —El niño que ya se encontraba sentado en el tobogán le concedió la razón con un asentimiento de cabeza—. No me hagas prohibirte el tuyo.
Dutch se paró y elevó las manos en rendición, el agua tapándolo hasta el ombligo. Lydia, con el mentón en alto, se cruzó brazos. Sospechaba que tenía algo más que decir.
—Bien. Me saldré. Pero solo si me aceptas una cita.
La salvavidas parpadeó, tomada por sorpresa. Tommy y Jimmy corearon.
Cómo llegan ellos en la piscina, depende de ti; si alguien rompe las reglas, es tu deber llamarle la atención; mantente alerta; fueron algunas de las instrucciones que pactó el gerente cuando la contrató. Sin embargo, ¿cómo actuaba ahora que un vacacionista le coqueteaba, y al mismo tiempo, la chantajeaba?
Escuchó a alguien reírse a su lado izquierdo, y al girar el rostro hacia el dueño, su porte de autoridad terminó por desmoronarse.
El siguiente en línea era Johnny Lawrence.
La realización, personificada en frío, atravesó todo nervio de su anatomía.
Ni siquiera en el All Valley del noviembre pasado habían estado tan cerca del otro.
Desconocía por qué sentía tanta impresión al respecto. Además de que todo aquel que vivía en El Valle hacía una parada en el tobogán en algún punto del año, a donde un Cobra iba, el resto lo seguía. Dejaban un nido en cada lugar que pisaban. Estaban siempre juntos.
Bobby calló a su amigo con un codazo en el costado de su abdomen y Johnny emitió un quejido, procediendo entonces a mirarlo mal. Bobby ignoró su reacción y trotó hasta el barandal del tobogán.
—No empieces, Dutch.
—¿Qué? ¿Me la vas a robar?
Lydia entrecerró los ojos y entreabrió la boca en incredulidad.
—¿Perdón? —susurró para sí, aunque aún petrificada.
Tomó acción solo porque el niño que esperaba su turno buscó su mirada, luciendo temeroso. Se agachó para ponerle una mano en el hombro y decirle con una sonrisa floja que no había nada de qué preocuparse.
Omitió el detalle de que quienes discutían eran karatekas, claro.
Se preguntó, por un instante, si jugaban o si iban en serio; incluyendo el flirteo de Dutch.
—Está en su trabajo. —La primera semana en el primer trabajo de su vida, cabía destacar. Sucediera lo que sucediera, sería responsable, así que el chico no era el único asustado allí—. Hay mejores maneras de invitar a salir a una chica.
Como si fuera a aceptársela...
—¡Ay, Boberto, pastoréame esta! —Le mostró un dedo medio. Con la mano libre, y por encima del traje de baño, se tanteó el miembro.
Johnny, movido por la lealtad, se colocó al lado de Bobby.
—Suficiente, hombre. Solo haz lo que se te dice.
A través de las rejas del barandal, Lydia consiguió ver a Dutch salpicar el agua con enojo y marcharse.
Largó un suspiro de alivio y regresó los ojos a las Cobras en la costa: hablaban entre ellos, de seguro sobre Dutch.
El campeón de 1983 se llevó toda su atención.
No conocía a Dutch, pero sabía, porque no se molestaba en ocultarlo tampoco en la escuela, que era la clase de persona con la cual no se podía congeniar bien con facilidad. Al parecer, incluso con sus propios amigos chocaba.
Le intrigaba su respeto a Johnny. Lo había obedecido, siendo él tan indomable, a ciegas. Quizás solía cubrirle las espaldas, como acababa de hacerlo con Bobby.
¿La hubiera defendido si Dutch no se detenía? ¿Si Bobby no intervenía? ¿Importaba, influía, que ella fuera una completa extraña para él?
—Señorita, ¿ahora sí me puedo tirar? —La voz del niño le recordó su presencia.
—Sí, sí —contestó Lydia tras aclarar su garganta. Admiraba el tamaño de su paciencia, a tan corta edad—. ¿Quieres que te empuje?
—¡Sí!
Lydia sonrió, esta vez ampliamente, y lo impulsó. El chico se deslizó por el tobogán vociferando un «woo-hoo» eterno y con los brazos al aire. Lydia los distinguía; se achicaban a medida que avanzaba. Su pecho se colmó de calidez.
Al sumergirse en la piscina y levantarse con los pulgares en alto, la pelirroja aplaudió y lo felicitó.
Antes de reanudar la jornada, se volteó hacia los dos amigos, procurando no flaquear de ninguna manera ante la mirada de Johnny.
—Gracias por haberme dado una mano. No supe qué hacer.
—Descuida. —Tomó Bobby la palabra, y lo que dijo a continuación le sacó una pequeña risa—: Dutch es impredecible y estúpido.
Johnny, por otra parte, y por cortesía, le obsequió una sonrisa cerrada; muy distinta a la del torneo, pero no por eso menos atractiva.
Kirkpatrick ladeó la cabeza, autorizándole el paso. Lawrence se frotó las manos.
—Veamos quién llega más rápido —retó a Bobby, quien rodó los ojos divertido, mientras estiraba las extremidades superiores para calentar en broma. Los músculos se le apretaban.
Una idea en el cerebro de Lydia se trasladó a su lengua.
—¿Yo... puedo contar los segundos?
Johnny batió las pestañas en su dirección.
—Definitivamente confío más en ti que en Bobby para esto.
Le costó reprimir, apaciguar, la energía de los latidos de su corazón.
Ya tiene pareja y tú solo cumples con tu rol de salvavidas, Lydia.
—¡Hey! Tú eres el tramposo.
El debate los distrajo por un rato que le permitió ver a Lydia que una chica se aproximaba a la torre, dejando a sus respectivas amigas con Dutch, Tommy y Jimmy. Su cabello estaba encintado y era de un rubio castaño, su ropa cotidiana, y sus zancadas enfurecidas.
Fue así como la subida de Ali Mills concluyó y el acceso al tobogán fue bloqueado por la figura corporal de Lydia.
—Solo pueden pasar aquellos con traje de baño. Lo siento.
La inexpresión de la porrista era mortal.
—No vine por el tobogán. Vine por mi exnovio.
Intentó no lucir asombrada ante el término exnovio.
—Este no es el lugar más apropiado para discutir. ¿Podrías esperar abajo, fuera del área acuática?
—¡Ali! —interrumpió un emocionado Johnny, no sonando para nada como un exnovio.
Oh.
Ali había venido para zanjar su relación.
Lo confirmó en cuanto el campeón pretendió recibirla con un beso y la joven echó la cara para atrás.
El entrecejo de Johnny se contrajo en confusión.
—¿Qué haces?
—¿Qué día es hoy, Johnny?
Una vez más, la salvavidas se encontraba entre la espada y la pared. No supo elegir entre retroceder para darles mayor espacio y privacidad o entrometerse; por si acaso la confrontación escalaba a un desastre.
Mañana se celebraba la independencia de los Estados Unidos. A eso le atribuía el hecho de que todos parecían querer enemistarse hoy.
Reconocía, dentro de sí, que de Johnny no estar involucrado en los inconvenientes del día, los hubiera manejado sin problema.
—Tres de julio. ¿Qué te pasa?
—¿Nada más?
Como no hubo respuesta inmediata, Ali lo empujó con fuerza. Los gritos de Lydia y Bobby para frenarlos pasaron desapercibidos.
—¡Hoy es mi cumpleaños, idiota! ¡Ni siquiera llamaste! ¡Elegiste a tus estúpidos amigos por encima de mí! ¡Otra vez!
—Pensé que era mañana...
—¿También me vas a mentir? —El rostro del rubio aún demostraba procesar lo que ocurría—. Incluso si fuera cierto, ¿qué tan poca atención debes prestarle a tu novia para confundir su día de cumpleaños? ¿Qué tan poco debe importarte?
—Ali, tú me...
—¡No quiero escucharlo! La única razón por la que estoy aquí es para dejarte saber que ya no quiero estar contigo. Terminamos.
Se volteó, dispuesta a partir de allí sin nada más que agregar, mas Johnny la agarró de la muñeca.
Fue cuestión de tiempo que Ali forcejeara y volviera a empujarlo para alejarlo de ella, con la diferencia de que Johnny tropezó, y en contra de su voluntad, cayó de espaldas en el tobogán.
El sonido de un golpe seco, junto a un «¡woah!», fueron la evidencia del contacto entre este mismo y su cuerpo.
—¡¿Qué demonios?! —bramó Lydia hacia Ali, cuya cara indicaba miedo y remordimiento.
No obstante, no logró explicarse ni disculparse, porque Lydia corrió escaleras abajo con Bobby siguiéndola.
Ya no era la chica enamoradiza la que obraba. La adrenalina y el instinto de supervivencia habían tomado las riendas del asunto.
Entró a la piscina con descuido y se acercó —con las piernas más pesadas de lo usual a cuenta del agua— al aterrizaje de Johnny, quien ya se despojaba de las gotas sobre sus párpados.
—Déjame verte.
—No me pasó nada.
Aun luego de tal contestación, Kirkpatrick le sostuvo la mandíbula, adquiriendo dominio sobre él.
Importándole poco el fastidio de Lawrence, con delicadeza, y bajo el objetivo de identificar heridas, movió su rostro de izquierda a derecha.
El agua goteaba de su cabello rubio, cada ciertos segundos escurriéndose por su rostro, y de igual manera cayendo en los dedos o en la superficie de la mano de aquella que lo tocaba.
De pronto surgió un alboroto donde, según su entendimiento, las Cobras reclamaban y las porristas de la West Valley argumentaban; convirtiéndose, involuntariamente, en combustible para Lydia.
Sopló el silbato hasta perder el aliento.
—He tenido suficiente de ustedes. No volverán a pisar este lugar por el resto del mes. ¡Lárguense de aquí!
Ali y su grupo de amigas fueron las primeras en escabullirse, mientras que Dutch observó a Lydia con altanería. Tommy y Jimmy lo tomaron por los hombros y lo guiaron a la salida. Bobby los encabezaba.
Liberó un suspiro que se quedó a mitad, porque sintió a Johnny abandonarla.
Puso una mano en su pecho mojado, debajo de su collar de diente de tiburón, y el cual subía y bajaba en conjunto con la mano.
—Tú no.
Johnny, tras turnar su mirada azul entre su propio pecho y el toque femenino, la miró a ella. A los ojos y con seriedad.
—Debo hablar con Ali.
—No hemos terminado.
—No tengo ni un rasguño.
Lydia sonrió con sorna.
—Creo que no me estás entendiendo, bonito. —Ahora era su dedo índice lo que tocaba el pecho masculino—. Pudo haber sucedido algo peor. Eres mi responsabilidad. Tu seguridad es la prioridad. Harás lo que yo diga.
El campeón no replicó, solo manteniendo el contacto visual. La pelirroja enarcó las cejas.
—¿Estamos?
Johnny se doblegó a ella con un asentimiento de cabeza, satisfaciendo a Lydia, y unidos emprendieron camino a una caseta.
En el trayecto, además de cerrar la entrada de la zona acuática para que nadie se metiera durante su ausencia, Lydia contempló la silla vacía de su compañero de trabajo con rencor.
Ya en la enfermería, le pidió a Johnny que se sentara en una camilla, cosa que obedeció; y ni siquiera en ese lugar y esa posición, él incluso encorvando la espalda, era más alta que él.
—No hay marcas en tu rostro. —Recorrió la mirada por su torso. Johnny se enderezó para que lo analizara mejor—. Ni en tu torso. —Sostuvo un brazo y luego el otro—. Ni en tus brazos. —Repitió el procedimiento con sus piernas, cuyos vellos rubios se encontraban oscurecidos por el agua, y con sus grandes pies. Johnny la seguía con la mirada—. Ni en tus piernas o pies. —Volvió a mirarlo a los ojos—. Pero eso es solo lo visible y lo frontal. ¿Sientes dolor o molestia en alguna otra parte? No me vayas a mentir solo para irte más rápido.
Johnny evitó sonreír. Se declaraba culpable.
—Creo que tengo un chichón en la cabeza. También me arde la espalda.
—Hm. ¿No dijiste minutos atrás que no tenías ni un rasguño?
Lo dijo con semblante cansado y tono hosco, sin ninguna intención de motivar a Johnny a finalmente darle rienda suelta a una sonrisilla, pero lográndolo.
El corazón de Lydia, entonces, recobró la luz que había sido apagada como consecuencia del mal rato.
—Perdón. Por Dutch y Ali. —Agachó la cabeza al mencionar a su exnovia, entreteniéndose con sus manos—. Se suponía que hoy sería un buen día.
No respondió. No por ser antipática, sino porque repasaba todo lo ocurrido: había tocado a quien le gustaba desde hacía meses; discutido con él; hablado con él. Como si nada. ¡Hasta lo llamó bonito! No comprendía cómo.
Temblorosa, extrajo del refrigerador una bolsa de hielo para el chichón en la parte posterior de la cabeza del paciente y un gel para los evidentes raspones de su espalda.
Al tenderle la bolsa, las pieles se rozaron. Lydia aguantó la respiración y Johnny se la situó en el área correspondiente.
Con una toalla y movimientos pausados, la salvavidas le secó la espalda. Abrió el gel en cuanto finalizó y se lo echó en su palma izquierda.
—Esto estará frío —advirtió.
—No hay problema.
Por naturaleza, Johnny se retorció ante el tacto; exhalando y agarrándose del borde de la camilla cuando Lydia empezó a restregar el gel allí donde una marca roja resplandecía a causa del aumento del ardor.
Sin embargo, a medida que el tiempo avanzaba, ella se concentraba en la espalda entera: estaba tan atestada de lunares que consideró la posibilidad de que ocultaran un mensaje. Uno que Lydia quiso descifrar.
—Listo —avisó entonces, demasiado suave para su gusto. La magnitud de la intimidad entre ambos la abrumaba—. Ahora solo hay que esperar unos minutos y podrás irte.
Apoyó su propia espalda baja en la camilla, notando por el rabillo del ojo que, a su lado, Johnny la miraba. Segundos en silencio después, confesó:
—Te me haces conocida.
El comentario la llevó a conectar su mirada con la de él de inmediato.
—Um... —La pelirroja fracasó en disimular su risa nerviosa—. Los dos estudiamos en la West Valley.
—¿De verdad? No te he visto por ahí —volvió a revelar, y Lydia se pasmó en respuesta.
Era increíble lo despistado que al parecer podía llegar a ser, o tal vez era ella quien era demasiado invisible. Se preguntó si aquello significaba que la reconocía del All Valley de noviembre, pero que no la recordaba.
—Sí, bueno, este año seré senior. —Se rascó la nuca.
Como no supo con exactitud qué aportar a la conversación, había optado por aquello que compartían en común.
—Huh. —Apartó la vista al frente—. Íbamos a conocernos de todos modos.
Sí...
Para mal.
N/A
No diré nada respecto al capítulo, quiero que ustedes me digan a mí 😀🫠
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro