00: The model, the catwalk and the new fan.
Lydia gritó de frustración contra su almohada para que nadie en casa la escuchara.
Nunca se había sentido tan idiota como esa tarde.
Se cuestionaba, con toda seriedad, cuántas veces era la cantidad normal para volver a comenzar un ejercicio de práctica de ecuaciones. A estas alturas se lo sabía de memoria, y aun así no llegaba a la respuesta correcta.
Se imaginaba a algunos estudiantes salteándoselo bajo la idea de no estancarse más de la cuenta y continuar con el siguiente, e incluso a otros dejando la tarea en el olvido de su mochila, pero no ella: no se quedaría tranquila hasta quitarse ese peso de encima.
Lydia no permitiría que las ecuaciones acabaran con ella.
Ella acabaría con las ecuaciones.
Respiró hondo antes de enderezarse en su cama, cruzar las piernas y colocarse la almohada en el regazo. Sin embargo, luego se percató de que era un acto de pesimismo —inconsciente, cabía destacar; parecía encontrarse a la espera de su milésimo fracaso— y la devolvió a su sitio.
—Bien, Lydia Kirkpatrick, esta es tu última oportunidad —se manipuló a sí misma, pronto descubriría si inútilmente o no.
Extrajo su lápiz favorito —por ninguna razón en particular. Lo usaba con frecuencia porque... ¿sí?— del centro lineal de su libreta y puso manos a la obra en una hoja aparte, ya que era para entregar el próximo martes.
Entre los cálculos y borrones, se demoró veinte minutos en dar por finalizado el ejercicio, cuyo resultado fue comparado con el que certificaba el libro de la clase.
El calor en las mejillas de Lydia pasaba a mayores con cada palabra dicha:
—¿¡Qué rayos estoy haciendo mal!?
Un mísero número, y un mísero símbolo, de diferencia.
Ya ni siquiera era frustración lo que la embargaba.
En lugar de romper la hoja —cosa que le costó un poco a la hora de resistirse—, tiró la libreta al suelo de un manotazo.
Bien, ¿qué le ocurría?
Quería creer que era Miss Moore quien debía perfeccionar su manera de explicar, o que la cama no había sido el mejor espacio para estudiar. Consideraba, también, la posibilidad de que el propio libro se equivocara... aunque por desgracia fuera demasiado mínima.
Aceptaba cualquier cosa que no se relacionara con su, se suponía, buen intelecto.
Fuera lo que fuera, desconocía qué podría hacer al respecto, e hiciera lo que hiciera, dudaba comprender la magia de la Trigonometría. Ni en el presente ni en el futuro.
Se rendía.
—¿Cariño? —La voz de su mamá sonó tras la puerta de su dormitorio con sutileza, pues su papá estaba descansando luego de largas horas en el hospital—. ¿Está todo en orden?
La pelirroja se deslizó hasta tocar el piso con los glúteos, donde entonces aprovechó para apoyar la cabeza en el borde de la cama.
—No, má. —De nada valía mentir. Menos en tal estado—. Pero quiero estar sola.
Cuando la señora Kirkpatrick se despidió con un suave «por favor, si me necesitas búscame», su hija se mantuvo silenciosa, solo siendo capaz de pensar en cómo no bajar su promedio académico.
Mientras tanto, de lado a lado, las piernas se le movían solas.
Chocaban con las páginas de la libreta arrojada con anterioridad, y en consecuencia, los roces producían un ruido que llevó a una irritada Lydia a mirar el escenario, intencionada en alejar el objeto de su cuerpo.
Fue así como distinguió un boleto a poca distancia de todo aquello.
Recordó que, apenas un día atrás, en los casilleros y en medio de la prisa de los pasillos, Emily Richter se lo regaló y ella lo guardó en el cuaderno.
Se dispuso a gatear hacia el rectangular y pequeño papel, y al alcanzarlo, finalmente se tomó el tiempo de prestarle atención al contenido:
TORNEO DE KARATE DE ALL VALLEY PARA MENORES DE 18
Sábado 19 de noviembre de 1983 en la Pista de Deportes de San Fernando
7:00 p.m.
Bueno...
Según su reloj de mesa, era en quince minutos o nunca.
Entre el estacionamiento y el interior del estadio, Lydia no supo descifrar cuál de los dos estaba más abarrotado de personas.
Tenía suerte de vivir cerca. Caminar le bastaba.
Cuando la señora Kirkpatrick le ofreció un aventón, su hija le dijo que no se preocupara. La conocía lo suficiente como para percatarse de que buscaba un pretexto para hablar sobre lo sucedido en su habitación, pero lamentaba decir que seguía firme con el tiempo a solas: el aire fresco que le hizo falta durante su estallido de emociones, lo halló bajo la desnudez de la luna y las estrellas.
Llegó a ver caras conocidas de la West Valley High School —alumnos y docentes y no docentes por igual. Agradecía que la de Miss Moore aún no fuera una de ellas, porque de lo contrario, se largaría— desde la fila de entrada, y no era para menos. Como el karate era considerado un deporte, Johnny Lawrence —el campeón del All Valley pasado— y su grupo de amigos representaban a la escuela.
Cada vez que la comunidad escolar regresaba de las vacaciones de invierno, la rudeza del dojo de karate Cobra Kai era el único tema de conversación.
No importaba a qué esquina fueras, ahí estarían.
Lydia no entendía la euforia. Al menos, no hasta la noche de hoy.
Tres chicas, que venían de atrás, corrieron bajo risillas tontas y la empujaron por accidente. Lydia bramó un inevitable «¡hey!», y en el proceso pudo notar que tenían las manos ocupadas con snacks.
Adivinaba: habían asistido solo por Johnny. Rodó los ojos.
—¡Lydia! —Creyó escuchar en el bullicio a Emily llamándola. Miró y miró las gradas a su izquierda, pero no la consiguió—. ¡Aquí!
Sonrió con naturalidad ante la imagen de su amiga de pie y aleteando las manos con energía. Estaba en el último asiento de la tercera fila.
A la pelirroja le pesó en el fondo que nadie se encontrara acompañando a Emily, porque si no llegaba a ir, se hubiera quedado sola. Quizás la había invitado precisamente porque las amistades con las que compartía en el almuerzo no pudieron... o tal vez no quisieron.
Ambas se acercaron a la otra y se fundieron en un abrazo, cuya iniciativa fue de parte de Emily. El nivel de fuerza fue tal que Lydia, además de sentirse asfixiada, pensó por un instante que los huesos se le romperían.
Apreció el gesto de corazón, no obstante. No sabía que lo necesitaba hasta ese momento.
—Siento que han pasado años desde la última vez que hablamos. —Las manos de Emily ahora se encontraban en los hombros de Lydia—. ¡Y no vengas a decir que fue ayer! Te fuiste a tu siguiente clase corriendo.
A Lydia se le escapó una risa nerviosa.
—En mi defensa, los finales están cada vez más cerca.
No podía darse el lujo de perderse ninguna lección, y mucho menos de dejar las cosas para el último minuto.
—...Eh. —Emily hizo una mueca, al mismo tiempo que se encogía de hombros—. Aún es noviembre.
Lydia volvió a rodar los ojos, aunque esta vez con una segunda sonrisa boba.
—No opinarás igual cuando estés en undécimo grado.
Esperaba corear ese «te lo dije» con ansias.
—¿Segura? —Emily pasó un brazo por los hombros de Lydia y emprendió camino a la tercera fila de gradas junto a ella—. Un pajarito me dijo que eras así en décimo, en noveno, en octavo... ¡Oh! —Se detuvo de la nada al desviar la mirada hacia su izquierda—. Ya me robaron el asiento. Pero no importa. De todos modos no había uno para ti.
El entrecejo de la pelirroja se contrajo en confusión.
—¿Por qué estábamos yendo para allá, entonces?
—Somos seres autómatas. Por algo me seguiste el juego.
Lydia rió y ahora fue Emily quien le siguió el juego. Decidieron entonces mantenerse de pie, lo suficientemente cerca de la arena para mayor visión de los hechos, así como lo suficientemente lejos para que los malabares de los combatientes no las alcanzaran.
El anfitrión apareció y se plantó en el centro de la arena, siendo delatado por los aplausos del público. Tras dar la bienvenida, disculparse por haber adelantado el evento y explicar que cuestiones de agenda fueron la causa, preguntó en tono pensativo y bromista:
—¿Alguien me puede decir qué hora es?
Respondieron otra vez con vítores, pero acompañados por chillidos y silbidos.
—¿Qué dojo debería presentar primero?
—¡Cobra Kai! ¡Cobra Kai! ¡Cobra Kai! —La mayoría de espectadores aclamó sin titubeo alguno, pegándole al ritmo de We will rock you de Queen a cualquier material que tuvieran a su alcance en el proceso.
Así fue como los integrantes de Cobra Kai entraron.
Mientras trotaban en manada, cuyo alfa era Johnny, su sensei —según Emily, significaba maestro o mentor en japonés— iba detrás de ellos con pasos despreocupados, manos en la espalda y rostro impasible.
—Pensé que harían el ridículo —confesó la pelirroja, tan cruzada de brazos como Emily. Se había imaginado volteretas, golpes en el pecho o camisones más abiertos de lo que ya estaban como reflejos de su ego.
—Créeme, yo también estoy sorprendida.
El karate sí disciplinaba... suponía.
Terminaron estableciéndose frente a las chicas, pero cediéndoles la espalda, y el resto de los dojos fueron exhibidos y recibidos con ánimo; aunque no el mismo que obtuvo Cobra Kai.
Lydia nunca olvidaría la expresión del muchacho que fue puesto como el primer contrincante de Johnny Lawrence.
No había necesitado hablar para aceptar su derrota.
Cuando el rubio extendió los puños y separó las piernas luego de haber inclinado la cabeza ante el árbitro y su rival, Lydia dedicó toda su concentración a él.
—¡Luchad!
El chico se atrevió a utilizar el lema de Cobra Kai en su contra y golpeó primero, mas Lawrence lo esquivó agachándose. Aprovechó la posición no solo para deslizar una pierna hacia los pies de su oponente, quien se tropezó y cayó de cara en la colchoneta, sino también para estamparle el codo en la espalda baja.
Sin piedad.
El árbitro lo señaló y le atribuyó un punto en voz alta.
—Oookaaay —soltó Lydia, consiguiendo que su amiga la mirara—. Ya estoy viendo. Sabe lo que hace, y lo hace con clase.
La punta de la lengua de Emily sopló tras los dientes delanteros, produciendo el ruido de una gota de agua evaporándose en una estufa encendida. Y sí. Absoluta, completa y totalmente. Lydia asintió con la cabeza con frenesí.
Tres puntos conseguidos después, Johnny comenzó a regresar a su lugar. Como sacudió la cabeza hacia la derecha para acomodarse el flequillo, la cinta negra que la adornaba pudo apreciarse mejor. Con el dorso de su mano, se quitó el sudor del puente de su nariz y de su filtrum labial, y al haber sentido una mirada sobre él mientras tanto, alzó la suya.
La pelirroja no movió ni un músculo ante el contacto visual, a diferencia de Lawrence.
Él le dio rienda suelta a una sonrisilla solo para ella.
—Lyds... —Apenas el vencedor se volteó y se colocó las manos en la cintura, Emily se acercó un poco para susurrar—: ¿Estoy loca, o Johnny Lawrence te acaba de sonreír?
La realización le ruborizó las mejillas.
—Creo... que no estás loca. —No del todo, al menos.
Johnny era modelo, la arena de karate su pasarela, y Lydia Kirkpatrick su nueva admiradora.
Sonaba aterrador.
N/A
Holaaa, les doy la bienvenida a mi nueva historia 🩷🩵🤍
Jamás pensé que escribiría algo sobre este universo, el cual incluso mi amada madre sigue desde que era adolescente (el amor de su vida todavía es Daniel) 😃👍🏼
Cobra Kai no era una serie que me llamara la atención. La empecé gracias a Xolo Maridueña en Blue Beetle y no tenía expectativas... BOIII, quedé como payasa y me encantó. Mi tía me hizo camisas de la serie por pedido mío y me quiero comprar un hachimaki 😭
Me voy a abstener a hablar sobre Johnny Lawrence porque no terminaría. Solo deben saber que lo amo porque de morro castroso en la primera película pasó a ser el personaje con mejor desarrollo en la serie, con el plus de que es gracioso sin intentarlo. LO AMO!!!!!!1&1&3$:$11717
El otro lado del backstory... Open your heart nació por un chiste. Yo estaba screaming crying throwing up por Johnny en mis close friends de Instagram y freaklowden me contestó "eres yo pero con Daniel". Y yo le dije "HAGAMOS UNA DUOLOGÍA AHRE". "Es broma pero si quieres no es broma". Y en efecto, no quisimos que fuera broma.
LIZ ESTARÁ PUBLICANDO SU LIBRO DE DANIEL PRONTO!!! 😁
Yo les avisaré en el tablero y en un apartado aquí para que no se lo pierdan. Tenemos muchas cosas planeadas y estamos bien emocionadas AAAAAAAOSJDBDBD
Esperamos que To this day (título de nuestra duología, cuya traducción es Hasta el día de hoy) les guste tanto o más que a nosotras. Gracias por leer 💟
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