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xxviii.

Adrenalina.

Así se sentía besar a Rin, como si fuera una competencia, una carrera a contra reloj, una batalla en la que ninguno quería dar tregua.

El camino se les hizo largo y tortuoso aunque no debió llevarles más de quince minutos llegar hasta el complejo departamental del menor.

¿Por qué no le sorprendía que Rin viviera en un complejo de lujo?

Honestamente tendría que ser un estúpido si eso le sorprendía, estaba claro que los Itoshi nadaban en dinero. Tal vez no en un mar de dinero como los Mikage, pero tal vez si en un lago o algo por estilo.

Ignorando su ridícula metáfora de dinero, en cuanto bajaron del auto en el estacionamiento privado, ambos caminaron a la par hasta el ascensor que se encontraba vacío aunque no fuera tan tarde en la noche, tal vez las nueve o las diez, no tenía forma de estar seguro.

Su cuerpo se mantenía tenso. Estático en su lugar junto al de Itoshi, con la respiración acompasada, y el corazón latiendo a mil kilómetros por hora, sentía un ligero rubor en sus mejillas, y tragó saliva intentando ser lo más silencioso posible cuando sus ojos se cruzaron con los labios de Rin, y la forma en que el inferior empezaba a hincharse, viéndose más rojo, con la pequeña mordida a la vista de cualquiera.

—¿Duele? —preguntó sin saber de dónde obtuvo la valentía y recuperando la voz que creía pérdida.

—Me has hecho cosas peores. —respondió el de ojos turquesa, indiferente y sin apenas dirigirle una mirada.

Por supuesto que sí, porque Rin es Rin, es demasiado genial, guapo, sexy y el maldito besa endemoniadamente bien, claro que tiene experiencia y claro que ha hecho cosas mejores o peores, dependiendo de quién lo viera. ¿Por qué le impresionaría una pequeña mordida sin intencio...?

—Ah- Espera ¿Cómo dijiste?

Isagi es un idiota, o tal vez solo es algo lento, suele suceder, tenía la guardia baja y no se esperaba algún comentario que tuviera que responder de forma veloz, mucho menos un ¿Halago? ¿Comentario? ¿Insinuación?

—Me has hecho cosas peores.

Una letra puede cambiar completamente el sentido de la oración.

La respuesta es lenta, cada palabra pronunciada con una pausa casi exagerada y una sonrisa con los labios hinchados de Rin que demuestra toda la intención que tiene de burlarse de él.

—Te gusta morder y dejar marcas. Dime ¿Es algo común? ¿O un fetiche oculto que solo sucede cuando tu juicio está nublado por el alcohol?

Rin se acercó, está lo bastante cerca como para dejar a Isagi acorralado contra la pared lateral del ascensor, pueden verse a sí mismos reflejados en el espejo que abarca toda la pared contraria a la puerta.

Puede verlo, puede ver a Itoshi, con su sonrisa depredadora, y sus intenciones de hacerlo sentir pequeño, porque cuando lo acorrala de esa forma, con los brazos a los lados de su cabeza y la rodilla junto a su cadera. Isagi se siente pequeño, y el reflejo del espejo se lo dice, luce como un conejo indefenso a punto de ser devorado por las fauces del lobo malvado.

Porque Rin está acostumbrado a ser el villano, el chico malo, el que te tenía en la palma de su mano y podía hacer lo que quisiera contigo, pero tan perfecto, tan adictivo, tan...

Cualquiera se dejaría hacer bajo sus deseos sin darse cuenta, hasta caer, caer por Rin y dar todo por él.

Pero Isagi no es tonto, y como lo dijo antes, este era un juego.

Tal vez era un creído, un idiota que se creía demasiado especial pero... Rin no estaba pidiendo nada, él se lo ofreció, no había dudas de que era algo común para él, recibir sin pedir nada, abandonar sin arrepentimientos.

Y él sabía desde el día uno que cuando Itoshi se aburriera lo iba a tirar como juguete que dejó de ser divertido.

Mirándose al espejo lo supo, y es que sí, tal vez sería un conejo.

Sería un conejo a toda honra (después de todo, los conejos saben cómo divertirse)

Sería un conejo pero no sería una presa indefensa.

—Depende de tí. Si eso te gusta o no. —Isagi sujetó las mejillas de Rin con sus manos, acercándolo incluso más que antes, con la fuerza suficiente para que supiera que estaba generando presión, que le costaría esfuerzo intentar zafarse del agarre. —Soy bastante complaciente pero no prometo cumplir todas las promesas que te haga.

Y Rin sonrió, tal cómo lo predijo, aquello que llamó la atención del lobo fue eso.

Que el pequeño conejito no tenía miedo de reírse en su cara.

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