vi.
—Pareces un pingüino.
—No lo escuches, Isagi. Yo creo que te ves genial.
—Gracias, Kunigami. Eres un buen amigo. —respondió el pelinegro, para luego mirar mal a Bachira que de encogió de hombros. —No como otros.
—¡Oye! Solo estoy siendo honesto.
—Sí, sí, lo que digas.
—¡Hey, Isagi! Reo te está esperando abajo y no parece muy contento... —Chigiri entró a la habitación, se acomodó el cabello tras la oreja y lo miró de arriba a abajo. —Te ves bien para ser tú.
—No necesito ningún enemigo si ya los tengo a ustedes. —bufó Yoichi, el resto se rió. Mirándose una vez más al espejo, no era un traje en toda la regla, pero hizo lo que pudo, tenía los pantalones negros elegantes, un chaleco de color azul oscuro (estaba negado a ir completamente de negro), una camisa blanca debajo, además del ridículo saco de color negro.
—No seas llorón. Solo ve ahí, consigue esa firma y haznos sentir orgullosos. —dijo Meguru mirando al frente, con un brazo sobre el hombro de su amigo.
—¿Hay doble sentido implícito en tu frase o...?
—¡Isagi, qué mal pensado eres! —El de ojos dorados le dió un zape en la cabeza, antes de reírse alto y fuerte. —¡Apresúrate antes de que Reo se arrepienta y te deje aquí tirado!
—Bachira tiene razón, será mejor que te vayas.
—Bien, adiós chicos. —Isagi tomó su celular, un bolígrafo y la solicitud de permiso que necesitaba ser firmada.
—¡Suerte, egoísta! ¡Y avisa si vas a volver o te golpearé si creo que eres un ladrón!
—¿Qué carajos querría un ladrón de ustedes? Literalmente están quebrados.
—Oye, eso dolió princesa.
Isagi se rió antes de salir y cerrar la puerta a sus espaldas. Empezó a bajar las escaleras con velocidad, y encontrarse a un molesto Reo en la entrada.
—Llegas tarde.
—Hola a tí también. Me alegra verte, Reo. —respondió irónico. Mikage rodó los ojos, antes de fijarse en su traje. —Hice lo mejor que pude.
—Déjalo. Estás bien así. Ya vámonos.
—¡Una limusina! ¡Nunca había estado en una de esas!
—¿Podrías por favor no emocionarte demasiado con las cosas caras? Créeme, estás galas solo sirven para que los ricos se echen en cara los unos a otros quien tiene más dinero o mejores cosas.
—Ok, entiendo. Relájate, Reo. No te voy a avergonzar.
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