i.
Isagi delinea con el carboncillo la curva que debían ser sus labios, y con su dedo difumina el color negro de su cabello. Se aleja un par de pasos y observa el cuadro a medio terminar, es indudablemente, el rostro del chico más hermoso que ha conocido en su vida.
Suspira, sus dedos están manchados de negro por culpa del carbón, y debe lavarse para no manchar la bella obra que acaba de hacer. Es bella pero no perfecta. Y de nada sirve otra obra más donde el artista no se siente totalmente satisfecho.
Lo sujeta por los bordes, y sonríe pequeño, apenas una curva ladeada en sus labios, antes de guardar el cuadro bajo su cama, junto al resto de los diseños inspirados en su musa.
Se sentó junto al marco de la ventana. El cielo lluvioso lo recibió, siendo igual de gris que como se sentía en ese momento.
Y es que no hay nada peor para un artista, que encontrar su musa y al poco tiempo perderla.
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