WAK
Bogotá, Colombia, 25 de julio de 2012
Renata veía pasar a varias personas frente a sus ojos. Rostros tristes y cansados se mostraban sin intención alguna de ocultarse. Aquella tristeza la salpicó y la hizo sentir cómo su corazón se contraía y las lágrimas comenzaban a acumularse. También pudo ver a gente herida y mutilada: fue suficiente para dar rienda suelta al llanto.
Renata era parte de una organización no lucrativa que ayudaba a las víctimas de la guerrilla. Muchas de ellas, no queriendo pasar nuevamente por el infierno de las armas, habían abandonado las zonas controladas por los guerrilleros y se mudaron a las grandes áreas urbanas. Bogotá, el hogar de la chica, se convirtió en el refugio de muchos, y ella aportaba su grano de arena para mejorar sus condiciones de vida.
―¿Cómo puede haber gente tan malvada?
―Ya lo ves, Renata, el mundo no es una cama de rosas ―señaló el encargado de la organización, que estaba a su lado―. Por algo los que somos un poco más afortunados debemos aportar con lo que tenemos.
Para Renata, el dolor ajeno se sentía como si fuera propio. De alma noble, la chica había sido voluntaria en distintas causas sociales desde muy joven, y teniendo en cuenta que su país había sufrido el flagelo de la violencia a causa de los cárteles y la guerrilla, había mucho por lo que luchar.
«¿Eh? ¿Y esos ojos?».
La muchacha notó cómo algunos de los lesionados los miraban con odio. Ella no entendía por qué: ¿acaso no se suponía que los estaban ayudando? ¿Por qué entonces esas miradas venenosas?
―¡Ladrones!
―¿Eh? ¿Por qué dice eso, señor?
―¡No se hagan los tontos!
―Renata, ignóralo. No sabe de lo que habla.
Aquella reacción, de todas formas, pareció afectar a la chica, quien en el camino de regreso a casa se preguntaba el porqué de ella.
(...)
«¿Ladrones? Pero si nosotros somos gente decente».
Renata pensaba una y otra vez en lo ocurrido durante el día. Estaba consciente de que en el mundo había mucha maldad: lo había visto de primera mano. Algunos de sus parientes también habían muerto a causa de la violencia en Colombia; de hecho, a unos cuantos no los llegó a conocer; pero se suponía que la organización luchaba contra eso. No podían ser los malos en esto.
«Yo solo quiero ayudar... Queremos ayudar. Que nadie más tenga que atravesar por tanto dolor».
―Tal vez yo pueda ayudarte con eso.
Renata se volteó y se encontró con un desconocido que vestía una túnica blanca. Su rostro, tapado por una capucha, no se distinguía claramente.
―¿Quién es usted y qué hace en mi casa? Váyase antes de que llame a la policía.
―Tranquila, tranquila, pequeña. No soy alguien a quien debas temer. En realidad, soy la solución a tu predicamento.
La chica no parecía entender de qué hablaba el extraño.
―Permíteme preguntarte algo: si tuvieras poderes, ¿cómo los usarías?
―... Pues... para ayudar a tanta gente como pueda. No me gusta el sufrimiento de otros.
―Parece que tienes un corazón realmente noble. Creo que esto puede complementarse bien contigo.
De la manga de su túnica, el encapuchado sacó una piedra de color naranja con un animal cuadrúpedo grabado en ella.
―Chica, lo que tengo en mi mano es la piedra Fex, que le da a su portador las habilidades de un zorro.
―¿Un zorro?
―Así es, un animal sumamente astuto. Podrías darle un buen uso a sus habilidades..., siempre y cuando las uses.
Renata cada vez se mostraba más interesada. No sabía bien por qué, pero el desconocido se oía convincente a pesar de su extraña apariencia y de que había irrumpido en la vivienda quién sabe cómo.
―¿Qué me dices? ¿Quieres probar si eres digna de recibir los dones de la piedra Fex?
Pensando en las cosas maravillosas que podría hacer con poderes así, la chica extendió la mano.
―Aquí tienes.
―Es algo pesada... ¿Cómo se supone que la usaré?
―Tú nada más observa.
La piedra comenzó a introducirse en su mano, atravesando su carne y provocándole un agudo dolor. Posteriormente, Renata sintió cómo desde su hombro derecho comenzaba a brotar algo, algo de gran volumen. Al levantarse la manga, la muchacha se dio cuenta de qué había pasado con la esfera que momentos antes tenía entre los dedos.
―Felicidades, chica, eres la orgullosa portadora de la piedra Fex. A partir de hoy, los poderes del zorro quedan a tu entera disposición y podrás usarlos como quieras. El único requisito es que los uses. Nada más.
―Sí, los usaré. Tengo que ayudar a quien me necesite.
Para Renata, tener una protuberancia dura saliéndole del hombro no significaba gran cosa si era por un bien mayor.
―Una cosa más: a partir de hoy tienes un nuevo órgano vital. Si la piedra Fex es destruida o desprendida, morirás irremediablemente; un fragmento de tu alma se ha fusionado con ella.
No todo podía ser tan maravilloso. La amable Renata se asustó al saber aquella verdad de la esfera, pero ya no podía hacer nada al respecto.
―Ojalá disfrutes tu regalo y le saques provecho.
El encapuchado desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Renata ni siquiera se diocuenta de su desaparición hasta después.
(...)
«Hay algo que necesito saber, y es por qué ese señor nos llamó ladrones. Tal vez debería dar una vuelta por la oficina».
Los poderes de la piedra ya estaban haciendo efecto: la antigua Renata jamás habría pensado algo así.
Decidida poner punto final a sus dudas, se coló durante la noche en el edificio de la organización. Una vez en el lugar, se metió a la oficina de su jefe y un olor muy curioso llegó a sus fosas nasales.
«¿Eso es... metal?».
El aroma venía de detrás de un cuadro colgado en la pared. Renata lo movió y se encontró con una sorpresa poco grata: había bolsas con dinero listas para ser sacadas. La chica después hizo una revisión por toda la oficina, encontrando no solo registros de las donaciones hechas a la organización para mantenerla, también una cuenta secreta mostrando que la gente debía pagar una cuota sumamente alta por la ayuda. El jefe de la chica había sido muy listo ocultando todo a plena vista, pero ella ahora se sentía una verdadera estúpida.
―No... No puede ser cierto... Es imposible...
Gruesas lágrimas rodaban por las mejillas de Renata. Con razón aquel hombre los había tratado de ladrones.
―Esto no puede quedar así... No puede...
Un celular en medio de la noche cambiaría la situación.
(...)
―¡Yo no hice nada! ¡Soy inocente! ¡Soy inocente! ¡NO TENGO IDEA DE CÓMO LLEGÓ ESE DINERO!
La policía se llevó al jefe de la organización al día siguiente. En la oficina de este encontraron todas las pruebas condenatorias, tal como les mencionó Renata.
―¡SUÉLTENME! ¡LES DIGO QUE NO HICE NADA!
Con respecto a la joven, empezó a evaluar qué haría. Quería seguir ayudando a la gente necesitada, pero quizás ya no como voluntaria en organizaciones así.
«Tal vez la enfermería sería una buena opción», pensó.
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