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Caracas, Venezuela, 25 de julio de 2012
―No podemos seguir aguantando la situación más tiempo. O atacamos o morimos.
Escondido en un edificio abandonado, se encontraba un grupo de opositores al gobierno. Cansados de la política local, planeaban dar un gran golpe para deshacerse de importantes funcionarios y cambiar el panorama.
―Cada uno irá a la casa de uno de estos pendejos y lo llenará de plomo. Asegúrense de que no haya testigos y de actuar rápido. ¡Libertad para nuestra patria!
―¡Libertad para nuestra patria!
El líder del grupo, Vladimir, estaba más que deseoso de acabar con unos cuantos partidarios del gobierno de forma definitiva. Los acusaba de empeorar la calidad de vida de sus compatriotas y de negarse a ver la realidad. El problema era que ser opositor era un asunto delicado; muchos de sus compañeros de armas habían caído a manos de las fuerzas gubernamentales, siendo sus muertes ocultadas, pasadas por alto o atribuidas a la delincuencia común.
―Hora de irnos.
El grupo abandonó la reunión con sus armas ocultas. No cabía duda: algo trascendental pasaría ese día.
(...)
Desde su posición, Vladimir vigilaba los movimientos de un funcionario de alto rango. Esperaba el momento perfecto para apuntar y disparar.
«Considérate muerto».
Por desgracia para él, fue sorprendido por dos policías.
―Disculpe, señor, ¿qué está haciendo?
Aunque trató de mantener la compostura, Vladimir se notaba intranquilo, cosa que notaron los agentes.
―No, nada. Solo le echo un vistazo a los alrededores.
―No siga hablando. Acompáñenos.
Por supuesto, Vladimir se opuso. Antes de que pudieran alcanzarlo, escapó del lugar, no sin antes disparar un par de veces.
―¡Primero muerto que encerrado por los tiranos! ―exclamó antes de perderse de vista.
(...)
Cuando volvió a su guarida, Vladimir se dio cuenta de que muchos de sus compañeros de armas estaban ahí. No obstante, sus rostros no eran precisamente alegres. Ninguno había logrado concretar su misión; la férrea vigilancia de la policía y de los partidarios del gobierno había frustrado sus planes.
―Espero que los tres que faltan hayan tenido mejor suerte ―les comentó a sus camaradas.
―Ojalá, o no podremos empezar con los preparativos para derrocar al tirano.
A los pocos minutos, llegó uno de ellos, visiblemente cansado.
―Mis panas..., traigo malas noticias.
De su boca, el grupo se enteró que los dos que faltaban habían sido abatidos. Por supuesto, nadie hablaría jamás de sus muertes por ser opositores.
―¡PENDEJOS! ¡ESOS PENDEJOS ACABARON CON DOS DE LOS NUESTROS!
Vladimir estaba muy afectado por el fatal destino de sus amigos, pero si algo lograron los partidarios del gobierno con su actuar fue aleonarlo y darle más razones para luchar contra ellos.
―¡SANGRE POR SANGRE! ¡LIBERTAD PARA NUESTRA PATRIA! ¡VENGANZA POR LOS NUESTROS!
―¡LIBERTAD PARA NUESTRA PATRIA!
El fuego de venganza se había avivado.
(...)
Vladimir emprendió el regreso a casa con extrema precaución; no dejaría que lo atraparan. Por supuesto, les pidió a sus compañeros hacer lo mismo.
Con una mano en el bolsillo por si acaso necesitaba sacar su arma, el joven observaba cada rincón de las calles. No podía confiar en nadie y tampoco permitir que algún policía lo reconociera.
Había un objetivo inmediato en su mente: localizar a los asesinos de sus amigos. El gobierno era el culpable intelectual, pero siempre existe un autor material. No le importaba recorrer cada centímetro de Caracas con tal de hacer justicia.
―Uno, dos, tres, los que sean, acabaré con esos asesinos.
―De verdad estás determinado a vengar a tus amigos, ¿no es así?
Vladimir se percató de la presencia de un extraño vestido con una túnica blanca. Su súbita aparición y su manera de hablar lo pusieron en alerta.
―¡¿Quién eres?! ¡¿Acaso un esclavo del gobierno?! ―exclamó mientras sacaba un revólver.
―¿Acaso crees que tengo algo que ver con el gobierno? No, soy totalmente ajeno ―comentó el encapuchado sin asustarse―. Aunque si fuera tú, guardaría ese pedazo de metal ahuecado que tienes.
El joven no quiso creer las palabas del desconocido y disparó toda la munición que tenía. Para su sorpresa, ninguna de las balas logró dañar a su objetivo, quien solo procedió a sacudirse un poco la túnica.
―Debo decir que me esperaba esa reacción..., pero eso no trajo de vuelta a tus compañeros muertos, ¿cierto?
Vladimir lo miraba con rabia.
―Tranquilo, tranquilo, sé lo que estás sintiendo. Lo mejor de todo es que tengo la solución para eso. Nada más mira.
De la manga de su túnica, el encapuchado sacó una piedra de color gris con un murciélago grabado en ella.
―Lo que tengo en mi mano es nada más y nada menos que la piedra Tzootz, un poderoso objeto que le da las habilidades de un murciélago a su portador, y tú pareces ser el más indicado para hacer uso de ella.
―¡¿Por qué debería hacerte caso, pendejo?!
―Porque no tienes otra alternativa. Si los del gobierno te descubren con armas, terminarás en la cárcel... o bien podrías sufrir el mismo destino que tus amigos. En cambio, con la piedra Tzootz podrás pasar desapercibido, y si las cosas se ponen difíciles, puedes utilizar sus habilidades para escapar. No hay por donde perderse.
A pesar de sus suspicacias, el sentimiento de venganza de Vladimir era demasiado fuerte como para ignorarlo. Bien podría usar esos poderes para acabar con los tiranos que los gobernaban... y eso terminó inclinando la balanza.
―Dame esa piedra ahora.
―Bien dicho.
El hombre misterioso le entregó la esfera gris al muchacho, quien comenzó a observarla detenidamente.
―No parece tener nada especial ―dijo.
―¿En serio crees eso? ¿Por qué no la ves más de cerca?
Aquellas palabras funcionaron como un detonador. La piedra se introdujo en la mano de Vladimir haciéndolo gritar de dolor. A los pocos segundos, sintió cómo algo brotaba de su hombro izquierdo. Ahí estaba, como un tumor o una protuberancia, la dichosa piedra Tzootz.
―Felicidades, eres el elegido. A partir de ahora, todos los poderes de la piedra te pertenecen y podrás usarlos como quieras..., aunque ya intuyo qué planeas hacer con ellos ahora mismo.
Vladimir no quería seguir esperando más tiempo. Daba igual la molestia de tener un objeto extraño saliendo de su hombro; buscaría por cielo y tierra a los asesinos de sus amigos y los enviaría al mismo lugar al que ellos se fueron.
―Deben pagar... ¡Todo el puto gobierno debe pagar!
―Me alegra verte tan motivado. Creo que no tendré que convencerte de usar tus poderes. Eso sí, hay una última cosa que debes saber.
El joven se mantuvo atento.
―La piedra se ha fusionado con una parte de tu alma, así que si resulta dañada o se desprende, no necesitarás preocuparte más por tus compañeros de armas, porque te reunirás con ellos.
―No le temo a la muerte. Muchas veces es el precio a pagar por la libertad... ¡LIBERTAD QUE AL FINAL CONSEGUIREMOS!
Tan absorto estaba Vladimir en su arenga que no se percató del momento cuando el encapuchado desapareció.
(...)
Dos agentes de seguridad salían de un bar tras haber bebido unos cuantos tragos. Hacía unas horas habían acabado con dos opositores y lo único que querían era relajarse un poco.
―¿Crees que mañana logremos encontrar a más de esos?
―Quizás. Da igual, sabemos qué hacer.
Ya que caminaban por un sector poco iluminado, debían estar alerta a cualquier imprevisto.
―Los encontré..., asesinos.
Justamente, se encontraron con uno de aquellos imprevistos. Frente a ellos apareció un joven con actitud amenazante.
―¡¿Quién es usted?! ¡Identifíquese!
Con un tono duro, Vladimir les dijo:
―Yo soy un justiciero, un luchador por la libertad. Y ustedes... se volverán cadáveres.
Dos gigantescas alas de murciélago brotaron de su espalda, para terror de los agentes.
(...)
―¡No descansaremos hasta que el o los asesinos sean capturados y llevados ante la justicia!
El hallazgo de dos cuerpos en las afueras de la ciudad movilizó a las fuerzas de seguridad. De todas formas, se omitieron los detalles importantes para no alterar aún más a la población. El principal: las marcas en los cuellos de ambas víctimas y la falta de sangre en ellas.
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