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ÓOX

Río de Janeiro, Brasil, 25 de julio de 2012

... Y la luna serena, en su blanco sueño

Brilla sobre tu corazón asomado

Y enredado en tu cuerpo de Venus

Se enrolla el nudo de mi amor

―Y ese es mi poema. ¿Qué tal? ¿Te gustó?... ¡¿Eh?! ¿A dónde te fuiste?

El joven poeta buscó con la mirada a la que hasta hacía unos momentos lo acompañaba. Para su desgracia, la encontró al lado de un bobo musculoso y presumido.

―¿Qué tal, linda garota? ¿Quieres acompañarme a un lugar interesante?

―¡Claro! Ya me estaba aburriendo aquí. No sé cómo pude aguantar escuchar a ese tonto azucarado.

Mientras ella se iba con el pomposo prepotente, el chico abandonado lamentaba su mala suerte.

«Otra más que se me va... Parece que no hay lugar en este mundo para los hombres buenos».

Tito, que así se llamaba el muchacho, masticaba su frustración en silencio. Él era alguien a quien le gustaba escribir poemas y se enamoraba fácilmente de las chicas lindas que conocía, pero tenía un pésimo ojo con las candidatas: bonitas en el exterior, sí, pero vacías y superficiales; básicamente, frascos decorados artísticamente sin nada que ofrecer, cuando mucho aire.

«No creo ser tan feo. Quizás no soy un adonis, pero estoy seguro de que tengo mucho que ofrecerle a una mujer. "Oh, cruel vida caprichosa, compasión con este indigno ser"», pensó con algo de desazón.

No había mujer de la que se enamorara que no terminara encontrándolo un bicho raro. Aunque le gustaba improvisar poesía, les dedicara algunas obras y a veces se las diera de consejero, los resultados eran siempre los mismos; y en cuanto a la demás gente, prefería ignorarlo, tratándolo como a un pobre loco.

Triste por ser siempre considerado lo que botó la ola, Tito anhelaba dos cosas con todo su corazón: una novia que lo quisiera tal cual era y que sus poemas fueran oídos por la gente, algo sumamente difícil en su situación.

El único lugar en el que podía sentirse a gusto en momentos como ese era en su casa, en la que vivía solo.

Cada noche, tomaba su lápiz y sus papeles y se dedicaba a escribir sus poesías. Cuando la luna estaba en el cielo, más se inspiraba. El satélite terrestre ejercía una poderosa influencia sobre él; era no solo su musa inspiradora, sino también la primera oyente de sus obras y la única que no salía huyendo cuando terminaba, aunque claro, no podía darle una respuesta sobre la calidad. Por supuesto, si hay algo de lo que peca la luna es de ser infiel, por la gran cantidad de amantes que tiene; Tito era apenas uno de los muchos, y la luna no discrimina entre hombres y mujeres.

«Majestuosa luna, tú que vigilas a todos en el cielo nocturno e iluminas sus vidas, por favor concede mi deseo... Quiero una novia... Quiero que me oigan... No quiero ser alguien que pase desapercibido... Por favor, ayúdame».

De repente, alguien tocó la puerta.

«¿Quién será a esta hora? ¿Y quién puede sacarme de mi concentración mientras alabo a la suprema luna?».

Al abrir la puerta, Tito se encontró con algo que nunca en su vida se habría imaginado. Frente a él, estaba un extraño usando una túnica blanca. La capucha de su vestimenta cubría su cara, por lo que no se podía apreciar su verdadera identidad.

El muchacho sintió un poco de temor ante esa visión.

―Oh, aparición del averno... ―dijo para sí sacando su lado lírico a flote.

―Saludos, muchacho. Puedes considerarte afortunado, porque no me acerco a cualquiera.

―¡Aléjate, ser de maldad! ¡No tengo nada que quieras! ―exclamó en tanto daba media vuelta e intentaba volver a entrar a su casa.

―¿Y si te dijera que puedo cambiar tu vida? ¿No es tu mayor deseo tener una novia y atención por tu obra poética? ¿No le pediste eso a la luna?

El muchacho quedó de piedra al escuchar aquello. Esa fue la única razón por la que decidió quedarse donde estaba.

―¿Me estabas... espiando?

―Eso ahora no viene al caso. Lo que sí es importante es que tengo la solución a tus problemas. Considérame un enviado de la luna, si con eso quedas satisfecho.

―¿Un enviado... de la luna?

De entre sus ropas, el extraño sacó una piedra tan blanca como sus ropas. Una lechuza estaba grabada en ella, con unos enormes y expresivos ojos que miraban fijamente a Tito.

―Esto que tengo en mi mano es la piedra Moan y está destinada a darte sus poderes. Dime, muchacho, ¿qué te parecería tener las habilidades de una lechuza?

―¿Una lechuza?

―El ave nocturna por excelencia y un símbolo de sabiduría según algunas personas. Piénsalo bien: hay mucha influencia lunar en un animal así y tú eres un amante de esas cosas. Pero no tienes por qué creer en mis palabras. Ten, toma la piedra Moan para que hagas tu decisión sobre ella.

Aunque Tito tenía un mal presentimiento sobre las palabras del encapuchado, sobre todo teniendo en cuenta que ninguna persona normal interrumpe a alguien en medio de la noche, aquella esfera blanca lo atraía de una forma extraña. Miró al cielo y le preguntó a su amante nocturna:

«Amada luna, ¿qué debo hacer? Guíame con tu influjo, que mi alma necesita una respuesta en este predicamento».

―No lo pienses tanto. Toma la piedra ya ―habló el extraño mientras sujetaba la mano de Tito de repente, la abría y depositaba la piedra en ella.

―¡Oye! ¡Déjame analizar bien todo esto!

El punto era que ya tenía la curiosa esfera blanca en su poder, así que decidió darle una ojeada. La lechuza grabada en ella parecía mirarlo con atención, casi de una manera hipnótica; y así fue su última mirada antes de que la piedra Moan se introdujera en la mano de Tito, atravesando su carne y causándole un insoportable dolor.

―Al parecer la piedra te ha aceptado como su portador. Deberías sentirte feliz por eso ―dijo el desconocido con cierto aire indiferente.

Por suerte para el joven, la piedra salió de su cuerpo y el dolor comenzó a menguar. El único problema fue en dónde emergió la esfera blanca: justo en la frente de Tito, casi como si fuera un tercer ojo. Cuando se tocó la zona, se dio cuenta de aquella dura protuberancia sobresaliendo de su cabeza, y de inmediato le vino la inquietud.

―Ahora puedo decírtelo con toda propiedad: felicitaciones. Eres el orgulloso portador de la piedra Moan. Los poderes de la lechuza desde este momento te pertenecen, y tienes total y completa libertad para usarlos como te plazcan. Tú eres el único límite.

El muchacho pareció no haber escuchado nada de lo que le dijeron; estaba más enfocado en aquella bola que le brotaba de la frente.

―Por si acaso, yo no me quitaría la piedra de ser tú. Parte de tu alma se ha fusionado con ella y ahora se ha convertido en un punto vital para ti. Si se desprende o se destruye, inevitablemente morirás.

Eso sí lo oyó claramente.

―Bueno, ya cumplí mi misión aquí. Que la luna esté contigo..., garoto lunático.

«Poderes de lechuza... La luna... Cumplir mi deseo... Mi muerte...».

Tito estaba tan concentrado en sus pensamientos que nunca vio cuando el encapuchado se fue.

«¡Oh, inesperado sino!».

(...)

Influenciado por el poder de la piedra, Tito pasó varias horas escribiendo poemas. Una vez terminados, los llevó a la fotocopiadora; no dejaría que el poder de su amada luna se desperdiciara.

(...)

―¡Miren eso!

Desparramadas sobre la arena de la playa de Copacabana, había un montón de hojas de papel. Al ojearlas, se podía ver que todas contenían poemas, muchos de ellos de carácter muy intimista. Algunos ignoraron los escritos, pero otros se sintieron sumamente conmovidos ante tal sensibilidad.

―¿Quién habrá escrito esto?

―Es hermoso.

―Alguien debería publicarlo.

―Tal vez yo podría atribuirme el crédito.

Vigilando la escena en el cielo, se encontraba Tito. Por fin veía que le prestaban algo de atención a su obra y eso alegraba su alma lírica.

«Dichosos mis ojos que ven esta maravilla. Oleadas humanas atentas a lo que escribió mi humilde pluma».

Cubriendo su frente, había una banda de las que usan los trotadores matutinos. Nunca más podría quitársela; no dejaría que vieran a la lechuza que afloraba como parásito en esa zona de su anatomía.


En mi defensa, diré que de los tres géneros literarios, el género lírico es el que menos me gusta. Siempre he sido más de narrativa y, en un menor grado, de dramaturgia. Espero que los poemas de Tito no sean muy malos.

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