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LAJUJ

San José, Costa Rica, 25 de julio de 2012

«Un poco más y termino. Tengo que verme hermosa para él».

Frente al espejo de su habitación, Damaris se maquillaba y peinaba antes de ir a la escuela. Llevaba cuatro meses de novia con un compañero de clase y estaba muy enamorada.  Por lo mismo, invertía mucho de su tiempo en ponerse guapa. Aquello también causaba gran impresión en otros: varios muchachos de su clase y de los cursos superiores solían halagarla por su apariencia. Ella aceptaba los cumplidos de buena gana y les dedicaba palabras amables; la belleza no se limitaba únicamente al exterior.

Ese día no fue diferente de los otros.

―Muchas gracias, chicos. No saben cuánto me alegra oírlos decir eso.

―Si no tuvieras novio, de seguro ya habría ido por ti ―dijo uno de sus compañeros.

―¡Oye, no la incomodes!... Aunque de seguro yo habría hecho lo mismo ―comentó otro.

―¡Por favor, por favor! ―les llamó la atención una chica.

Damaris rio por la situación.

Para la chica, sentirse hermosa era satisfactorio, pero ella creía también que un bonito exterior no servía de nada sin una personalidad acorde a él. Damaris era una persona bastante popular y querida por sus compañeros de clase, sus amigos y su familia, siendo dulce y amable con todos, inclusive con aquellos que no la trataban tan bien. Eso no era para nada una impresión o una máscara, sino lo que le salía natural. El sentirse querida la impulsaba a seguir sus metas y la llenaba de ánimo día a día, cosa que los demás notaban; pero el principal motor de su vida en ese momento era su novio. Según Damaris, él era el chico más lindo y tierno que una chica podría tener. Así se lo había descrito a sus conocidos, y estaba segura de que, llegado el momento, acabaría frente al altar con él.

―¡Damaris!

―¡Amor!

El novio en cuestión llegó al salón, por lo que la chica se abalanzó sobre él emocionada. Mientras ellos se abrazaban y se besaban, los demás procedieron a burlarse, aunque sin malicia detrás:

―Ya empezaron de nuevo los tórtolos.

―Sí, vean cómo flotan los corazoncitos alrededor.

―A ver, a ver, otro besito.

―Ya basta ―dijo Damaris entre risas―. Hacen que me sonroje.

―No les hagas caso, cariño. Solo están celosos de nosotros.

La chica asintió enérgicamente.

Con la entrada del profesor, terminó el descanso. Los alumnos se ubicaron en sus puestos y la clase dio inicio.

De tanto en tanto, Damaris veía de reojo a su novio, quien se sentaba en un lugar algo alejado de ella. Lo que decía el maestro le entraba por un oído y le salía por el otro; estaba más interesada en el muchacho que le robaba los suspiros. Más de una vez le llamaron la atención por estar distraída, a lo que ella solo respondía con disculpas. Durante todo el día pasó lo mismo, por lo que cuando acabó la jornada escolar, Damaris estaba agotada por todos los regaños que recibió.

―Fue demasiado para mí.

De todas formas, no pensaba echarse a morir. Irse a casa con su novio podría reanimarla, pero...

―Damaris, tengo algo que hacer importante ahora.

―Pero, amor, yo quería que nos fuéramos juntos ―dijo ella haciendo un puchero.

―Lo siento, pero de verdad es urgente que me vaya. Te prometo que después te voy a chinear.

―... ¿En serio?

―En serio ―respondió él antes de besarla en los labios.

Con el ánimo renovado, Damaris se dirigió a su casa. No pudo evitar cantar la primera canción romántica que se le vino a la cabeza; nada iba a acabar con su buen ánimo.

«¿Qué haré cuando llegue a casa? Quizás llamar a mi amor... No, no quiero molestarlo ahora... ¡Pero de verdad quiero escuchar su voz otra vez!», pensó.

El panorama que encontró al arribar a su hogar, sin embargo, no fue el que se hubiese imaginado.

―¡¿Ah?!

La puerta principal estaba abierta y en el interior se veían algunas cosas tiradas. De manera más bien impulsiva, Damaris se escabulló dentro de la casa para ver qué había pasado. Todo era un desastre: los muebles estaban volteados, los cajones abiertos y faltaban algunos objetos de valor. La inquietud se apoderó de la muchacha, quien sin ninguna precaución llamó a sus padres:

―¡¿Mamá?! ¡¿Papá?! ¡¿Están aquí?!

No hubo respuesta, por lo que Damaris subió al segundo piso. Ahí se encontró con una escena espantosa: sus padres estaban tirados en el suelo de la habitación sin señales de vida. Bajo ambos cuerpos había charcos de sangre seca, lo que indicaba que ya llevaban horas muertos.

A lo único que atinó la chica fue a llorar aferrada al cadáver de su madre.

―¡NOOOOOO! ¡MAMÁ! ¡PAPÁ!

A pesar de su dolor, Damaris sabía que no podía lamentarse eternamente. Desesperada por ayuda, sacó su celular. No llamó a la policía, sin embargo, sino a su novio, la primera persona que se le ocurrió.

―El teléfono está apagado o fuera del área de cobertura dijo el contestador automático al otro lado de la línea.

Sin pensarlo mucho, salió corriendo a la casa de él. La adrenalina le daba energía, pero la razón y la lógica no estaban funcionando. Tardó unos minutos en llegar, y ahí se encontró con otra escena que empeoró la situación para ella.

―¡¿Qué?!

Su amado se estaba besando con otra chica frente a la entrada. Damaris no lo podía creer.

―No... Esto no puede estar pasando... Tiene que ser una broma...

El muchacho se percató de la presencia de su novia y enseguida trató de justificarse.

―¡Damaris, no es lo que crees!

―¿Quién es ella? preguntó la otra chica.

Había sido suficiente para un solo día. Él intentó acercarse a Damaris, pero ella no quería saber nada más. Por impulso, salió corriendo y se alejó de ahí. ¿A dónde? Adonde sus pasos la llevaran.

Tras llegar a un lugar desolado, la joven dio rienda suelta a su pena. Era demasiado. Primero, sus padres habían sido asesinados en un robo; y segundo, su novio la engañaba con otra. Parecía verdad ese dicho de que las cosas malas le pasaban solo a la gente buena.

―Ya no me queda nada... ―se dijo entre lágrimas.

―Es triste quedarse sola, ¿no lo crees? ―habló una voz misteriosa.

Sobresaltada, Damaris intentó ubicar al dueño de dicha voz y se encontró con alguien que usaba una túnica blanca con capucha. Su mero aspecto era intimidante, por lo que la chica huyó despavorida.

«¡No puedo más! ¡Ya no más!».

Las piernas ya no le daban para otra carrera. Creyendo estar a salvo, trató de recuperar el aire. Sin embargo...

―¿Sabías que es de mala educación el irse corriendo así?

Damaris no podía creerlo: el extraño había aparecido de la nada frente a ella.

―¿Qué quiere de mí? ―preguntó con un hilo de voz.

―No preguntes qué quiero de ti, sino lo que tú quieres ahora ―respondió el encapuchado con seguridad.

Aquello caló hondo en la joven.

―... Quiero que mamá y papá vuelvan conmigo... y que mi novio no me engañe.

―Eso no pasará. La muerte no puede deshacerse, y él solo salía contigo porque le parecías bonita. La verdad es dura, pero absoluta.

Damaris volvió a llorar.

―Calma, calma. Hay algo que puedo decirte: aunque hayas perdido algunas cosas, aún puedes ganar otras nuevas, y yo tengo algo aquí que podría interesarte.

De una de sus mangas, el extraño sacó una piedra redonda de color magenta con un venado grabado en ella.

―Lo que tengo aquí es la piedra Keh, que le da a su poseedor los poderes de un venado. Bien podrías ser la bendecida con ellos. ¿Quieres probar?

Damaris miró la esfera con suspicacia. Lo que menos quería en ese momento era más problemas.

―Lo siento, yo...

―Vamos, insisto.

Como la chica no quiso aceptar la oferta, el encapuchado le cerró el paso, la tomó de la muñeca y depositó la piedra en su mano. Casi al instante, la pequeña esfera se introdujo en la palma de Damaris, causándole un dolor indescriptible que no cesó hasta pasados unos segundos. Nada había cambiado en su anatomía al terminar todo, salvo que ahora sentía algo extraño saliendo de su empeine derecho.

―Ahora puedo felicitarte, muchacha. Desde hoy, eres la orgullosa poseedora de la piedra Keh. Podrás usar todos los poderes del venado de la forma que te plazca. Solo hay una cosa que debes recordar: la piedra se ha fusionado con parte de tu alma, por lo que desprenderla o romperla significará tu muerte instantánea.

Escuchar eso le dio la idea a Damaris de querer romper de inmediato ese bulto en su pie para volver a ver a sus padres, pero al final lo reconsideró; morir así significaría que sus padres nunca obtendrían justicia.

―Recuerda usar tus poderes. El cómo no importa.

El extraño desapareció de repente, dejando a Damaris con más dudas que respuestas.

(...)

―¿Y Damaris?

―No lo sé.

Los compañeros de la chica no tenían idea de por qué había faltado. El asesinato de sus padres y el engaño de su novio seguían siendo temas desconocidos para ellos.

En cuanto entró el mencionado novio al salón, todos se volcaron sobre él.

―Oye, ¿qué pasó con Damaris?

―¿Sabes algo?

Nada salió de su boca, como si el decir cualquier cosa pudiera delatarlo.

Al mismo tiempo, en las afueras de San José, Damaris pensaba en qué haría de ahora en adelante. Una lágrima corría por su mejilla, mientras a la vez acariciaba la cornamenta que había hecho crecer en su cabeza.


Chinear: Costarriqueñismo que significa 'mimar, dar cariño'.

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