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KAN

Lima, Perú, 25 de julio de 2012

―¡Señorita, si sigue con su actitud tendré que mandarla a la dirección!

Un silencio sepulcral envolvió el salón de clases.

―¡Hola a todos, soy el director! ¡Jovencita, qué bella luce hoy!

Se mantuvo el silencio.

―Oigan, chicas, ¿se me ve bien el maquillaje?

Lo mismo.

―¡Por favor, háganme caso!

Ninguno de los alumnos le prestó atención a Mayra, catalogada por todos como la payasa de la clase, y no en un buen sentido. Sus imitaciones de profesores, compañeros e incluso el director no eran del agrado de los demás, a pesar de que hacía voces muy similares a las de los reales y era capaz de captar los movimientos de estos a la perfección.

―Mayra, haznos un favor y deja de humillarte sola ―le dijo una de sus compañeras.

―Sí, nadie quiere ver tus estúpidas imitaciones ―agregó otra.

―¡¿Qué manera de hablar es esa, jovencitas?! ¡Deberían cuidar su lenguaje! ―les respondió Mayra imitando nuevamente a la profesora.

―Vaya, vaya, ¿así que de nuevo soy su objeto de burla, señorita Mayra?

Un escalofrío recorrió la espalda de la chica: su maestra estaba justo detrás de ella.

―Veamos si una visita a la oficina del director le quita los aires de comediante. ¡Andando!

La muchacha se había metido en aprietos... otra vez.

(...)

Tras haber sido reprendida por el director (ya iban tres veces solo esa semana), Mayra volvió a su salón de clases. De todas formas, no tenía la intención de abandonar sus intentos de comedia. Su máxima aspiración era poder tener muchos amigos y hacer reír a la gente con sus bromas, pero hasta el momento era catalogada como la rara, la latosa, la bufona hambrienta de atención; y eso era algo que no le agradaba.

El problema era el tipo de ambiente en el que se movía. Muy a su pesar, era hija de dos conocidos empresarios limeños que trataban de inculcarle una educación acorde a su posición, razón por la cual terminó inscrita en uno de esos colegios de gente aburrida y sin otra motivación en la vida que mantener en alto uno de esos nombres añosos y pasados de moda. Para Mayra, aquellas eran personas realmente infelices, preocupadas por cosas sin importancia y, por lo mismo, quería romper los esquemas. No importaba si la consideraban la oveja negra de la familia, ella seguiría su propio camino en la vida... y sonreiría..., sonreiría..., reiría hasta que le doliera la mandíbula.

―No importa si hago lo que hago por las puras. Yo soy así y así me moriré ―dijo en voz alta con la alegría que les era ajena a sus conocidos.

Lo único que la incomodaba era el hecho de decirles a sus padres que nuevamente había terminado en la oficina del director por sus imitaciones.

―No puedo evitarlo. Me gusta, me gusta mucho. Supongo que en el futuro me iría por el lado de la actuación o de la comedia televisiva.

Al salir de clases, Mayra comenzó a pensar en qué excusa daría para que el castigo en su casa no fuera muy severo, una tarea titánica, casi imposible. Estando ya cerca de su hogar, una misteriosa figura encapuchada, usando una túnica blanca, apareció frente a ella.

―Saludos, señorita ―dijo.

―Lindo disfraz. ¿Vas a una fiesta o algo así? Tal vez podría copiártelo ―comentó ella en tono alegre, menos sorprendida de lo que pudiera esperarse en una situación como esa.

―No se confunda, esta es mi ropa regular.

―Oye, oye, oye, no hay necesidad de ser tan formal. Mis viejos hablan así, yo no.

―Es bueno saberlo.

―Volviendo con tu ropa..., me gusta tu estilo..., eh... eh... ¿Cómo te llamas?

―Mi nombre no tiene importancia. Lo relevante aquí es que nuestro encuentro cambiará tu vida para siempre.

―¿Cómo así? ―preguntó Mayra con genuina curiosidad.

―Ahora lo verás.

De una de sus anchas mangas, el desconocido sacó una piedra redonda de color rojo. Grabado en su superficie, había un mono de aspecto precolombino.

―¿Qué te parece esta piedra? Bonita, ¿no es así?

―Parece una nariz de payaso, salvo por el mono.

―Pues esta nariz de payaso, como tú la llamas, contiene un poder escondido. Esta es la piedra Batz Kimil, que le da a su poseedor las habilidades de un mono.

―¿En serio? ¿Cómo puede hacerlo una cosita tan pequeña?

―Te sorprendería saber la cantidad de cosas que no son lo que parecen.

Algo en el cerebro de Mayra hizo clic al oír esas palabras. Ella quería ser, ser la chica alegre y divertida, no parecer, parecer la típica hija de padres pudientes que seguía la etiqueta. No, eso jamás.

―¿Sabes por qué te digo todo esto? Porque la piedra Batz Kimil está buscando un portador, alguien que pueda utilizar sus poderes al máximo; y adivina qué: tú reúnes las condiciones para que la piedra se exprese en su plenitud. ¿Qué me dices?

La chica no parecía comprender del todo.

―Déjame ver si entendí: esa cosa en realidad es una piedra con algún tipo de poder extraño que le da habilidades de mono a su dueño, ¿cierto?

―Sí.

―Y según tú, yo soy la persona adecuada para usarla.

―Exactamente.

―¿Y podría usar sus poderes para mis bromas?

―Por supuesto, la idea es que los uses. El cómo es cosa tuya.

La cara de Mayra se iluminó.

―¡Dámela! ¡Dame esa piedra! ¡Quiero ver cómo funciona!

―Por supuesto. Toda tuya.

El encapuchado le entregó la esfera roja a la muchacha, quien comenzó a examinarla con evidente curiosidad, casi como si tuviera un juguete nuevo.

―De verdad que es algo curiosa. ¿Cómo funciona?

―Tú solo observa.

Casi como si esas palabras la activaran, la piedra se introdujo en la mano de Mayra. Un dolor insoportable comenzó a manifestarse, pasando un minuto más o menos para que amainara. La piedra, hacía unos momentos entre los dedos de la joven, se sentía en otra parte de su anatomía, alejada de donde se introdujo. Al levantarse la camisa, Mayra vio la piedra Batz Kimil; parecía un quiste en su estómago, justo encima del ombligo.

―Felicidades, eres la orgullosa poseedora de los poderes de la piedra Batz Kimil. Nada más recuerda una última cosa: a partir de hoy, esa esfera que ahora aflora de tu panza se ha convertido en otro de tus órganos vitales porque se ha fusionado con parte de tu alma. Si llega a romperse o si se desprende por algún motivo, morirás irremediablemente.

Eso fue lo único que a Mayra le provocó verdadero temor.

―Será mejor que me vaya. En tus manos queda el uso que le des a la piedra.

Tras aquellas palabras, el extraño desapareció sin dejar rastro. La chica no se percató de eso hasta que pasó.

―Sí que era alguien raro.

(...)

Aquel encuentro hizo que Mayra tomara una decisión radical: dejaría atrás el gris ambiente en el que había crecido para siempre, y lo haría a su manera: con un escándalo.

(...)

Al día siguiente:

―¡Señorita, baje del techo en este instante!

Gracias a sus nuevos poderes, Mayra pudo encaramarse a la parte más alta de su colegio, para asombro de alumnos y profesores. Llevaba su mochila con ella, dejándola a un costado mientras llamaba la atención de todos.

―¡Hágalo ahora si no quiere que la castiguen!

Ella no hizo caso. En su lugar, prefirió realizar algunas acrobacias imposibles para un humano normal; no iba a obedecer a unos aburridos de cuello y corbata.

―¡Bájese!

En ese momento, Mayra abrió su mochila y sacó un globo lleno de agua, que lanzó justo sobre la cabeza del director. Para sorpresa de todos, se le cayó el cabello, provocando un sinfín de murmullos entre los testigos.

―¡Siempre supe que usted era calvo y usaba peluquín! ―exclamó Mayra casi como jugando.

―¡Esto amerita la expulsión! ―bramó una profesora.

La respuesta de la joven a eso: sacar más globos con agua de su mochila, los cuales arrojó a todos los que estaban abajo. El resultado fue un montón de gente mojada y hecha un desastre. Decir que se enojaron es aminorar las cosas.

―Para todos ustedes, mi nombre es Mayra, la payasa de mi clase, y esta fue mi última payasada. ¡Hasta que nos volvamos a ver!

En medio de la ira de los empapados, la chica saltó hacia el exterior del colegio. No tenía pensado volver nunca más.


A modo de curiosidad, la última escena está ligeramente basada en una parte de Hop-Frog, un cuento de Edgar Allan Poe. Por supuesto, siendo Poe, las cosas terminan de otra manera.

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