KA'A LAJUJ
Gente, llevaba más de un año sin publicar capítulos nuevos de esta historia, pero la espera terminó. Veamos cómo va la recepción.
Montevideo, 25 de julio de 2012
―... Y entonces ella me dijo que su novio la botó. ¿Se lo imaginan? Ella, que siempre se las dio de gran dama y de que podía conseguir a cualquier hombre, ahora esta soltera. En todo caso, no me sorprende. Cualquiera que conviva más de dos meses con ella se cansaría y se iría. Yo soy la excepción. Si sigo siendo su amiga es por los años y por todos los recuerdos de infancia. Eso no significa que no crea que sea algo pedante, molesta y altanera. Es solo que, después de tanto tiempo, yo...
―¡Callate, callate! ¡¿Acaso no notás que no nos interesa nada de lo que decís?! ¡Todos los días es lo mismo! ¡Que me pasó esto, que mi amiga esto otro! ¡Hablá de otra cosa, por favor! ¡O mejor, callate y dejá de romper las pelotas! ¡Pará! ¡En serio, pará!
Si algo caracterizaba a Sira era su energía ilimitada, así como también su incombustible lengua, que parecía un motor fuera de borda cada vez que abría la boca. Esa misma lengua era su mayor problema: posiblemente no había nadie en Uruguay que fuera más indiscreta que ella. Era pésima guardando secretos, por lo que sus conocidos sabían de sobra temas bastante delicados sobre otras personas; y la única razón por la que las cosas no habían pasado a mayores era porque a estos no le interesaban los mencionados temas.
―Pero... Pero yo quiero conversar.
―Sira, una conversación no es un monólogo.
―Es verdad. ¿Sabés qué? Ni siquiera sabemos por qué nos juntamos con vos.
―¿Será porque somos compañeros de oficina?
―Exacto... Todos nosotros somos compañeros de oficina, pero vos sos la única que no es amiga nuestra.
Las palabras de sus colegas fueron como una ducha de agua fría para Sira. Ella no esperaba que la tuviesen en tan baja estima.
―Pero... yo pensé...
―Pensaste mal. ¿Quién podría aguantar a alguien que habla hasta por los codos? ¡Mareás! ¡¿Me entendés?! ¡Mareás!
Una lágrima se asomó en los ojos de Sira. Sin embargo, las cosas solamente iban a empeorar.
―¿Sira?
La aludida lanzó un grito ahogado. Su vieja amiga, su única amiga, apareció de repente, y había escuchado más de lo que debería.
―Así que... pedante, molesta y altanera. Y contándoles a todos sobre ese boludo que me dejó... Te dije que no le contaras a nadie de eso.
―... Lo siento... Lo siento... Lo siento... Yo y mi boca floja.
No queriendo escuchar más, la amiga de Sira dejó el local con una mezcla de ira y pena, y aunque esta última la siguió pidiéndole que la perdonara, la respuesta no fue afirmativa. Al contrario, se convirtió en el último clavo en el ataúd:
―Vos y yo ya no somos amigas. Esto se acabó.
Eso dejó a Sira estática en su sitio y sin palabras. La lágrima de hacía unos minutos fue acompañada por muchas más, por lo que, sin importar que la estuvieran mirando, dio rienda suelta a su dolor y lloró como lo haría una fuente rota, de rodillas en el suelo.
Minutos después, un poco más calmada, Sira se levantó y se retiró del local. Sus ojos enrojecidos eran la muestra clara de cuánto había llorado. Por su parte, a lo lejos, uno de sus colegas del trabajo solo atinó a decir:
―Al fin algo de silencio.
(...)
Sira caminaba a casa arrastrando el peso de la culpa. Amaba ser una persona enérgica y amaba su locuacidad. No obstante eso, estaba al tanto de que esta última le había significado más problemas que otra cosa. La ruptura de su amistad era prueba de ello. El problema era que no podía ser de otra manera; hasta consigo misma hablaba sin parar.
―Sé que debo contenerme..., pero soy así. No dejaré de ser así por más que a mis conocidos les moleste. No se le puede quitar la esencia a las personas ni hacer que cambien porque sí. Amo que me escuchen, amo saber cosas y amo contarlas. Perder amistades no es bonito, pero...
―Sí, sí, sí, no es necesario que sigas hablando. Te oí fuerte y claro.
Apoyado en una pared, estaba un desconocido vestido con una túnica blanca. Una capucha cubría su rostro, por lo que no podía verse con claridad.
―¿Quién sos vos? ―preguntó Sira con extrañeza.
―Antes de responder eso, creo que debo dar mis impresiones sobre ti. Eres alguien que nunca está quieta y que adora el parloteo incesante. ¿O acaso me equivoco?
―... ¿Cómo sabés eso? ¿Acaso sos un acosador? ¿Me has estado siguiendo? ¿Desde hace cuánto? Tengo que llamar a la policía.
―Un momento, no se te ocurra hacer algo estúpido. A diferencia del resto, yo sí estoy dispuesto a escucharte.
―... ¿De veras?
―De veras. ¿Por qué no te explayas conmigo?
Sira aprovechó la oportunidad y comenzó a hablar sin parar, contándole al extraño todo lo ocurrido ese día, incluyendo lo que pasó entre ella y su examiga. El desconocido asentía de tanto en tanto, aunque lo hacía más para fingir que escuchaba; no parecía interesarle en lo más mínimo el relato de la joven.
―... Y eso sería todo. Creo que decir más sería repetirme.
―Pues... fueron cosas interesantes ―mintió―, pero ahora vayamos a lo que importa en verdad. La razón por la que te he vigilado desde hace un tiempo es porque veo en ti un potencial innato, algo que puede determinar el rumbo de tu vida para siempre.
―No entiendo de qué hablás, y eso que yo soy una experta en entender todo.
―Ahora vas a ver a qué me refiero.
El encapuchado sacó una piedra redonda de una de sus anchas mangas. Era de color rosado y tenía grabada la imagen de una ardilla de aspecto precolombino.
―Esto que tengo en mis manos es la piedra Tzub. Fue creada en épocas antiguas y le otorga a su poseedor los poderes de una ardilla. ¿No sería algo fantástico el tener habilidades así?
Sira miró con atención la piedra. De verdad era curiosa, pero lo más llamativo de todo era aquello de los poderes para el que la tuviera en su posesión.
―Disculpá..., cuando hablás de poderes, ¿te referís a algo tipo Superman?
―¿Superman?
―Sí, Superman. Ya sabés: volar, superfuerza, visión láser, cosas así.
―Si lo quieres ver de esa manera, sí; aunque una ardilla no puede volar.
La información fue del interés de Sira.
―Pero... ¿por qué no la usás vos entonces?
―Solo la persona más idónea puede usar la piedra.
Si la joven necesitaba más motivación, ahí estaba.
―¿Puedo verla más de cerca?
―Claro. Aquí la tienes.
El encapuchado le entregó la esfera sin perder tiempo. La chica la revisó con detenimiento, concentrándose en el grabado de ardilla en la superficie.
―Debo decir que... ¡Ah! ¡¿Qué pasa?! ¡No entiendo esto!
La piedra se introdujo en la mano de Sira, recorriéndole el brazo y provocándole un insoportable dolor. La muchacha podía sentir aquel objeto extraño viajar por sus músculos como un molesto topo; lo único que deseaba era que el suplicio parara.
―No creo que tarde mucho más.
El sufrimiento de la uruguaya llegó a su fin cuando un bulto extraño emergió de su pie izquierdo, en concreto, en su empeine. En cuanto a ella, estaba en el suelo intentando recuperar el aire.
―Tenía razón: posees un potencial innato. A partir de hoy podrás usar tus nuevas habilidades de la manera que quieras. ¿Quieres escalar el edifico más alto del país? Hazlo. ¿Quieres asaltar un banco? Hazlo. ¿Quieres colarte en una casa ajena? Hazlo. Lo único importante es que las uses.
―Usar... poderes... ―balbuceó Sira.
―Ah, antes de que se me olvide, cuida muy bien ese pie. Si algo le pasa a la piedra, quiero decir, si se rompe o se desprende, toda tu energía se acabará de golpe. En otras palabras, morirás; hay una parte de tu alma en ella a partir de hoy.
―... Mi... ¿alma?...
Sira no recibió una respuesta, ya que el desconocido se esfumó como si fuese niebla.
(...)
―¡CÁLLENLA! ¡CÁLLENLA!
Al día siguiente en la oficina, Sira se movía de un lado a otro, trabajando y contando cosas que a ninguno de sus compañeros le importaban. Incluso unos cuantos miraban al techo y rogaban por un ser superior para que la chica se quedara muda para siempre.
―... Y sí, lo de ayer fue muy triste, pero estoy segura de que ella y yo vamos a arreglar las cosas. Hemos vivido muchas experiencias juntas y no sería inteligente tirarlas a la basura solo por un descuido de mi parte. Además, yo sé que en el fondo me quiere de la misma forma en que yo la quiero a ella, porque...
Como digo en cada capítulo, si alguien del país protagonista lee esto (mismo caso para cualquiera de los capítulos anteriores), una mano siempre es bienvenida, sobre todo para aprender modismos.
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