KA'A
Ciudad de México, 25 de julio de 2012
―¡... Cinco..., seis..., siete..., ocho..., nueve..., diez!
Sonó una campana. La pelea había terminado.
Sobre la lona, yacía un chico muy joven que miraba al techo. Yago, que así se llamaba, había dejado atrás su pueblo natal para convertirse en un boxeador profesional. Ni siquiera había acabado su educación; sintió que el mundo de las peleas lo llamaba con fuerza y él solo siguió el llamado.
Ahora se encontraba ahí derrotado, con el resplandor de los focos alumbrando su cara. De seguro su oponente estaba levantando los brazos y festejando con los pocos fanáticos en el estadio. No lo sabía; desde su posición ni siquiera podía ver los pies de este.
«Celebra ahora, pinche cabrón. Algún día yo seré el que consiga los aplausos de todos», pensó.
(...)
―¡Ya es demasiado! ¡Esta es la quinta pelea que pierdo! ¡¿Y te haces llamar representante?!
―Tuvo suerte, es todo.
―Suerte... Suerte... ¡Suerte! ¡¿Acaso me vas a decir ahora que los otros cuatro también?! ¡No entiendo por qué no puedo ganar! ¡Entreno, me ejercito, como bien y aun así lo único que hago es perder!
―Quizás solo necesites esforzarte un poco más.
―¡¿Me estabas escuchando?!
―Mira, Yago, yo sé que quieres sobresalir en este mundo. Tienes talento, yo lo he visto; pero siento que algo más te falta para hacerte de un gran nombre.
―¿Qué cosa?
―Eso tienes que descubrirlo tú.
La respuesta solo frustró más a Yago.
―No has sido un buen representante... Lo único que haces es causarme problemas. Me cansé de ti y de tu poca capacidad para realizar tu trabajo... Estás despedido, no quiero volver a ver tu cara.
―¿Así que hasta aquí llegamos? ¿En serio?... Pues ni modo. Buena suerte y mucho éxito en tu futuro.
―Buena suerte... Buena suerte... Buena suerte... ―masculló Yago entre dientes.
―Por cierto, ya que me corriste tienes que pagarme mi liquidación. ¿Tienes el dinero suficiente para pagarme?
―¡Fuera, largo de aquí! ¡No estoy de humor para hablar de dinero!
El exrepresentante se fue del lugar, dejando al joven boxeador con una ira profunda en su interior.
(...)
―Una victoria... Necesito una victoria.
Como el boxeo no le estaba dando lo suficiente para vivir, Yago debía tomar trabajos de medio tiempo para pagar las cuentas. Su hogar, una residencia miserable de un solo ambiente con muebles tan viejos que apenas podían sostenerse.
―Al final no he sido más que un perdedor. No importa si es en el cuadrilátero o en la vida, no puedo ganar. ¡No puedo hacerlo! ―exclamó dándole un puñetazo a la pared de su casucha.
En el fondo, su deseo de sobresalir seguía vivo. Se veía a sí mismo como el nuevo Muhammad Ali, siendo aclamado mientras de su cintura colgaba un cinturón de campeón mundial. El problema era que sus deseos y su esfuerzo no parecían ir de la mano. Eso lo frustraba.
Tras dejar salir parte de su enojo, salió de su casa con dirección a un supermercado cercano; los productos no se acomodaban solos.
―¡Oye, tú, acércate, tengo algo que podría interesarte! ―dijo una voz a mitad de su camino.
Yago apreció a una figura encapuchada vestida de blanco cerca de él.
―No tengo tiempo para hablar contigo. Tengo que ir a mi trabajo.
―Vamos, será solo un momento.
―En verdad no tengo tiempo. Además, Día de Muertos es en noviembre. Es muy temprano para que estés pidiendo calaverita con ese disfraz.
―¿Disfraz? ¿En serio crees que esto es un disfraz? ―preguntó el extraño en tono bromista―. No, amigo, esta es mi ropa habitual.
―Pues entonces estás bien lurias. Pero eso ahora no importa, tengo que irme.
―Dime una cosa primero, ¿cómo va tu carrera de boxeador?
Yago quedó desconcertado.
―Un momento..., ¿cómo sabes que...? ¿Acaso has visto alguno de mis combates? Porque yo no recuerdo haber visto a alguien con túnica en el público.
―El cómo lo supe da lo mismo. Lo que realmente importa es que tengo algo que puede ayudarte a obtener los resultados que quieres.
―No me saldrás ahora conque es una droga y eres narcotraficante o algo así, ¿verdad?
―No, no, no. Es algo que de verdad sirve. Nada más mira.
De entre sus ropas, el extraño sacó una piedra redonda de color amarillo. En ella había un jaguar grabado.
―Toma. Mírala si quieres.
―¿Y esto? Parece prehispánica ―señaló Yago mientras examinaba cuidadosamente la esfera.
―Supongo que algo de eso te es familiar.
―Hay cosas así en algunos templos.
―¿Y lo que viene?
―¿Eh?
La piedra, que hasta ese momento sujetaba en su mano derecha, se introdujo en su carne produciéndole un espantoso dolor. Reapareció eventualmente, solo que en su mano izquierda.
―¡¿Qué... acaba de... pasar...?! ―preguntó Yago en tono quejumbroso.
―Felicidades, muchacho, la piedra Balam te ha elegido como su portador. Ahora tienes los poderes del jaguar a tu disposición. Úsalos como quieras; tú mismo eres el único límite. Ah, y procura no sacarte la piedra de la mano. Tal vez no se vea muy estética en ese lugar, pero las consecuencias serían fatales si se desprende o se rompe, literalmente.
―¿Fatales? ¿Te refieres a... morir?
―En efecto. Parte de tu alma se ha fusionado con esa piedra, así que ahora puedes considerarla un órgano vital. De todas formas, yo no lo veo como algo malo si tomas en cuenta lo que acabas de ganar ―dijo el desconocido casi como si bromeara. Yago, por otra parte, no parecía muy tranquilo.
―...
―Recuerda: los poderes de la piedra Balam te pertenecen a ti y solo a ti. Tú encárgate de usarlos a tu entero gusto; ahora la fuerza de un felino corre por tus venas.
Al boxeador toda aquella información se le hacía compleja de entender.
―Espera, ¿cómo es que...? ¿Eh? Se ha ido.
Así como había aparecido, el encapuchado se esfumó, dejando al muchacho solo. Yago entonces vio el dorso de su mano izquierda: ahí estaba esa curiosa piedra amarilla con un jaguar grabado.
«¿Qué quiso decir con los poderes del jaguar?».
De ahí sus ojos pasaron al reloj en su muñeca.
«¡Cierto, el trabajo!».
(...)
En el transcurso de los días, Yago empezó a sentirse con más vigor. Los entrenamientos de boxeo se le hacían cada vez más fáciles, algo que él notó; se sentía en perfectas condiciones para un nuevo combate. De lo único de lo que debía preocuparse era de cubrir la piedra en su mano.
Aunque ya no tenía representante, de todas formas logró concertar una pelea en un pequeño club contra otro púgil novato, alguien más prometedor que él. Yago se tenía fe; en pleno entrenamiento, logró atravesar con su puño el saco de boxeo sacándole el relleno. Con solo recordar el hecho, su espíritu de guerrero comenzaba a arder.
Llegado el día de la pelea, ambos contrincantes se ubicaron en su respectiva esquina. Sonó la campana y no pasaron ni quince segundos para que el oponente de Yago terminara de espaldas en la lona.
―¡Uno..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis..., siete..., ocho..., nueve..., diez!
El combate había terminado antes de comenzar.
Alzando los brazos, Yago celebró su primera victoria. Recibió algunos aplausos tibios del escaso público presente, pero en ese momento aquello no le importaba.
«Creo que esto era lo que necesitaba para cambiar mi suerte», pensó con alegría.
El muchacho no lo notó, pero el cuerpo de su oponente presentaba marcas muy visibles, casi como hechas con una garra.
Siendo honesto, no sabía si esta historia continuaría, pero mis seguidores de Facebook decidieron en una encuesta que hice que esto siguiera. Espero no haber ofendido a ningún mexicano con esto.
Recuerden seguirme en Facebook.
Hasta el próximo capítulo.
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