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BULUK

Ciudad de Panamá, 25 de julio de 2012

En un supermercado capitalino, Iván trapeaba afanosamente el piso en medio de la marea de clientes. Aquel no era su único trabajo, ya que también trabajaba ordenando libros en una librería. De todas formas, él no era de los que se quedaba mucho tiempo en el mismo lugar, por lo que ya planeaba sus siguientes pasos en la vida.

Nadie había presentado nunca una sola queja en contra del muchacho, pero en un par de ocasiones este se sintió presionado en su labor, por lo que renunció sin que le temblara el pulso. En el lapso de tres años había tenido diez empleos, contando los actuales, y aun así estaba evaluando en dónde trabajar después. Aun así, no había desánimo ni aburrimiento en su espíritu; sencillamente, un anhelo de cambiar de aires.

Al terminar su turno, Iván dejó el supermercado y se dirigió a casa. En el camino, decidió pasar a un local para comer y beber algo; nunca fue un buen cocinero y su casa era un absoluto desorden. Entró a uno que sabía que servía buena comida, sin sospechar que, desde lejos, un par de ojos lo acechaba, listos para dar un gran golpe.

«Necesito hacer algo. Se ve demasiado bien».

Dentro del local, Iván comía y bebía a gusto. No contaba con mucho dinero, pero podía costearse lo que pidió. Con cada bocado, pensaba en el abanico laboral que se abría ante él. Quería algo que supiera que podía hacer bien y que no le significara una presión innecesaria. Ese último punto era el punto clave.

Una vez satisfecho, el joven pagó y retomó su camino a casa..., o lo habría hecho de no ser por el objeto brillante y redondo que vio en el suelo. No sabía qué era, pero sí pudo distinguir que era de color verde y que tenía una especie de reptil tallado similar a un lagarto.

―¿Y eso?

Movido por la curiosidad, Iván se agachó e intentó recoger la pequeña esfera; pero esta comenzó a moverse como si estuviera poseída. El muchacho se sorprendió por el extraño fenómeno, pero quería saber qué era aquel objeto, por lo que comenzó a perseguirlo.

«¿Cómo puede ser posible esto?».

La esfera se movía muy rápidamente, inclusive zigzagueaba como lo haría un ratón. Eso, no obstante, no detuvo a Iván. Estaba decidido a atrapar el redondo objeto sin importar qué.

La carrera lo llevó a una plaza vacía. Fue ahí donde la esfera se detuvo de golpe, dándole la oportunidad al joven de tomarla; pero algo se lo impidió.

―No podrás recogerla si no tienes necesidades ―le dijo una voz.

―¿Necesidades?

Inquieto por lo que escuchó, Iván se volteó y se encontró con un extraño vestido con una túnica blanca. Una capucha cubría su cabeza, ocultando su rostro.

―Sí. La piedra no le será otorgada a alguien que no requiera de su poder, y tú no lo requieres. Tus cambios de trabajo son por gusto y no parece que te falte el dinero.

Iván se congeló en su sitio. ¿Acaso ese extraño lo había estado vigilando? ¿Y por qué vestía así?

―¿Cómo...? ¿Cómo sabes eso?

―Tengo mis métodos.

El chico agachó la mirada con algo de desasosiego.

―Aun así..., quizás se me escapó algo ―dijo el encapuchado.

En el fondo, Iván sí tenía una desazón en su interior, y se relacionaba con sus constantes cambios.

―... Familia...

―Perdón, no te escuché. ¿Dijiste algo?

―Mi familia. Ellos siempre me han visto como un fracaso porque nunca he conseguido algo estable. A mí no me molesta cambiar de ambiente cuando me plazca, pero a ellos sí. Fue por eso que dejé mi casa y me fui a vivir solo... Ojalá algún día entiendan que este es mi modo de vivir.

A pesar de que el sujeto seguía siendo un desconocido, Iván decidió confiarle aquella información, quizás porque necesitaba sacársela del pecho; no todo en su vida había sido miel sobre hojuelas.

Bajo la capucha, el hombre misterioso hizo una mueca similar a una sonrisa.

―Tal vez sí seas digno de la piedra después de todo.

Dicho eso, se agachó y recogió la pequeña esfera verde.

―Esta es la piedra Kibray, que le da a su poseedor los poderes de un lagarto. Piénsalo, ¿qué más podrías hacer si tuvieras las habilidades de un lagarto aparte de lo que te es familiar?

Iván pensó en las posibilidades. Así podría demostrarles a todos que no por cambiar de trabajo constantemente era un fracasado.

―... Quiero ver si soy digno.

―Así me gusta.

Extendiendo la mano, el encapuchado le entregó la piedra a Iván, quien se dio cuenta de lo pesada que era para su tamaño. Él la revisó cuidadosamente, notando el lagarto de diseño prehispánico tallado en su superficie, y fue entonces que se produjo lo inevitable: la esfera comenzó a introducirse de manera lenta y dolorosa en la carne del muchacho, haciéndolo gritar de una forma horrible. La tortura solo cesó cuando algo de volumen considerable surgió detrás de su cuello.

―Qué... Qué... ―dijo Iván mientras trataba de recuperar el aire.

―¿Que qué te pasó? Nada fuera de lo normal. Simplemente la piedra Kibray te eligió como su portador, eso es todo.

Casi por instinto, Iván se llevó la mano a la parte trasera del cuello, justo debajo de la nuca, y en ese lugar se topó con un objeto redondeado que sobresalía como lo haría un quiste.

―Ahí tienes la piedra. Desde hoy podrás utilizar todas las habilidades del lagarto escondidas en ella. Solo debes tener presente una cosa: la piedra se ha fusionado con parte de tu alma y se ha convertido en un punto vital para ti. Si se llega a desprender o a romper, inevitablemente morirás. ¿Quedó claro?

Lo único que obtuvo el encapuchado por respuesta fueron los quejidos de Iván.

―Una última cosa antes de irme. Como te dije, ahora tienes los poderes de un lagarto. Puedes usarlos como tú quieras, pero es obligación que los uses. Si deseas emplearlos para los trabajos que tanto te gusta hacer, hazlo. Tú defines tus propias reglas.

Iván se quedó pensando en aquellas palabras. En cuanto al desconocido, se desvaneció como el humo.

(...)

―¿Y eso?

―¡Está loco!

―¡Que alguien lo salve!

Una multitud escandalizada se había reunido debajo de un altísimo edificio. Sujeto de una de las ventanas, se encontraba Iván, quien limpiaba con ahínco los cristales, a pesar de que no había sido contratado ni nada por el estilo.

«Quizás pueda dedicarme a esto también», pensó sin importarle la reacción de los que estaban mirando.

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