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BOLON

Quito, Ecuador, 25 de julio de 2012

Huérfana, viviendo de la caridad y ocultándose de la violencia y las drogas en su humilde casucha. Así transcurrían los días de Isabela, una joven quiteña residente en una peligrosa área de su ciudad natal. A pesar de las penurias, eso sí, trataba de mantenerse firme. Su profunda fe la motivaba a seguir adelante y a no decaer, por muy adversas que fueran las circunstancias.

Muestra de la peligrosidad de su barrio eran los agujeros de bala en las paredes de su hogar. De todas maneras, ella no quería irse de ahí. Tampoco tenía otro lugar al cual marcharse. Desde su nacimiento, ese había sido su refugio. Daba igual que en la entrada hubiesen matado a su padre y posteriormente a su madre: aquel cuchitril era realmente lo único que le quedaba. Quizás la única forma en la que se iría era si encontraba a un hombre bueno que estuviese dispuesto a compartir todo con ella: alegrías, penas, desventuras, triunfos, todo. De todas formas, la chica trataba de no interactuar mucho con sus vecinos; sabía que muchos de ellos eran peligrosos, y no quería involucrarse con gente que le hiciera mal.

Ese día en particular, Isabela contaba los dólares que había obtenido de la mendicidad. Ya estaba pensando en cómo invertir ese dinero; no podía permitirse lujos, pero eso era algo que tampoco le interesaba. Para ella, lo principal era obtener comida, aunque se limitaba a aquella de bajo precio. Si bien era una tarea difícil, se las ingeniaba para sobrevivir con los escasos billetes que ganaba.

―No conseguí tan poco. Quizás podría comprar unos plátanos o algo de harina de maíz.

Mientras Isabela estaba con sus cosas, se escuchó una balacera en los alrededores. Era verdad que ella no tenía intenciones de mudarse de su casa a pesar del mal imperante, pero después de sus experiencias pasadas, era lógico pensar que los disparos no le traían buenos recuerdos. Cada vez que escuchaba el sonido del fuego y del plomo, buscaba los rincones más alejados de la casa para esconderse, santiguándose hasta que todo terminara.

―¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén! ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén! ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén! ―repetía rápidamente como un mantra mientras se tapaba los oídos.

Si pudiera cambiar algo en su vida, sería el tener que aguantar la violencia de su barrio. Por desgracia, seguir donde estaba conllevaba eso.

Al cesar los disparos, Isabela finalmente dejó de protegerse. De todas maneras, la sola idea de que eso se repitiera en cualquier momento le causaba pavor.

«¿Por qué no puede haber paz en este lugar? Ojalá el Señor se acuerde de nosotros y nos ilumine con su luz».

En un momento de desesperación, dijo:

―Dios, ayúdanos.

―Dios no existe.

La reacción de Isabela fue de espanto al ver a un hombre vestido de blanco cubierto con una capucha. No sabía cómo había entrado, aunque dado el deteriorado estado de la vivienda, se podían postular algunas teorías.

―¡¿Quién es usted?! ¡Aléjese de mí! ¡No quiero morir! ¡Sálvame, Señor! ―gritó la aterrada muchacha.

―¿No escuchaste lo que dije? Deja de creer en fantasías... Pero tranquila, no tengo la intención de matarte. De hecho, es lo contrario.

A pesar de las palabras del desconocido, Isabela no conseguía calmarse.

―¡¿Cómo podría creerle?! ¡Se mete en mi casa sin avisar y con ese aspecto! ¡Aléjese! ¡Aléjese de mí!

―Ya veo... Quizás deba demostrar mis intenciones con hechos.

De una de sus mangas, el sujeto sacó una piedra redonda de color verde agua. Una tortuga de aspecto prehispánico estaba tallada en ella.

―Este es un pequeño regalo que quiero hacerte. Se llama la piedra Aak y le otorga a su portador los poderes de una tortuga. Piénsalo, ¿qué mejor que comodidad y protección en un barrio tan peligroso como este?

―¡Aléjese! ¡Usted es un demonio! ¡Un loco! ¡No creo nada de lo que dice! ¡Váyase de mi casa o llamaré a la policía!

―Policía... Como si eso me preocupara.

El encapuchado se acercó a Isabela, quien retrocedía con cada paso que el hombre daba.

―Lo repetiré otra vez, porque parece que no me entendiste. Te estoy dando la posibilidad de cambiar tu vida y sobrevivir en este infierno que llamas hogar. Lo único que necesitas es aceptar la piedra Aak. Mejor dicho, ver si la piedra Aak te acepta como su portadora.

Como la chica seguía sin comprender, y también porque se mantenía a la defensiva, el encapuchado la sujetó y le colocó la esfera en la mano. Isabela intentó soltarla, pero antes de que pudiera hacerlo, la piedra se introdujo en su carne y comenzó a recorrer su brazo. Aunque nunca había experimentado los balazos, la joven suponía que sus padres habían sentido algo similar cuando los cálidos besos de metal los pusieron a dormir para siempre.

―¡AAAAAAAAAAAAH!

―En unos segundos veremos si eres digna de un poder tan grandioso.

Los momentos de tormento, de agonía, finalmente acabaron con Isabela jadeando en el piso de espaldas al desconocido. Emergiendo de su pecho, estaba la piedra Aak.

―Considérate afortunada: has sido elegida para obtener los poderes de la tortuga. Lo bueno es que ahora estarás protegida de cualquier amenaza a tu integridad: balas, cuchillos, martillos, garrotes... La única petición que te haré es que uses tus poderes. ¿Cómo? Tú lo verás.

Lo que menos hacía Isabela en ese momento era prestar atención. Se sintió realmente violentada e indefensa, y todavía no se recuperaba del suplicio que le provocó la piedra al recorrer su cuerpo. Aún jadeante, se llevó la mano al pecho, en donde la esfera verde se encontraba ahora.

―¿Por qué...? ¿Por qué me hiciste esto...?

No obtuvo respuesta.

―Hay una última cosa que debes saber. La piedra Aak se ha fusionado con parte de tu alma y se ha convertido ahora en uno de tus órganos vitales. Removerla o romperla significará la muerte instantánea para ti, así que déjala en donde está. En todo caso, dudo de que intentes insertar algo en tu pecho, ¿no es así?

Eso fue lo único que Isabela pudo captar. No supo cuándo, pero después dejó de escuchar la voz del encapuchado.

(...)

Esa noche, Isabela tuvo un sueño intranquilo. Para colmo, comenzaron a escucharse disparos en el exterior. Aunque pudo quedarse dormida al final, su casa no salió bien parada: varios agujeros de bala nuevos pasaron a formar parte de la decoración de las paredes. Un par de ellas pudo haber dado en Isabela, pero eso no ocurrió. La razón: tras dormirse, la joven fue rodeada por un campo de energía que la protegió de los balazos. Ella no se dio cuenta de nada.

(...)

A la mañana siguiente, Isabela se despertó para una nueva jornada de pedir limosna. Al ver los muros, se dio cuenta de los disparos en ellos. Bien pudo resultar muerta, pero tras una revisión exhaustiva de su cuerpo, comprobó que estaba ilesa.

―¿Cómo fue que...?

A su mente llegó una imagen borrosa del día anterior:

―Lo bueno es que ahora estarás protegida de cualquier amenaza a tu integridad: balas, cuchillos, martillos, garrotes...

Instintivamente, se llevó la mano al pecho y pasó sus dedos por la piedra Aak. A pesar de su desconfianza, lo dicho por el desconocido no se trataba de mera charlatanería.

«Sé que él era extraño, agresivo y aparentemente diabólico; pero... acaso... ¿sería un enviado de Dios en realidad?».

Lo único que podía hacer respecto al tema era especular.

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