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Epílogo 1


Antes de nada... siento mucho la demora, ayer no pude subirlo, no lo tenía terminado. PAra ser sincera... tuve que reescribirlo, porque lo que tenía escrito no tenía el impacto que quería.

Aquí el capítulo, por favor... no me maten.

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En un alto edificio de la ciudad, en un despacho con los cristales tintados, en el silencio del lugar, con ojos aún cerrados, me encontraba. Mi respiración era mucho más agitada que de lo normal, un maldito ataque de ansiedad me agolpaba, mientras los recuerdos sobre el pasado me atormentaban.

Había pasado todo un año desde que todo terminó, escapamos de la isla, pero no todos tuvimos la suerte de hacerlo ilesos. Él ya no estaba...

No quería pensar en los detalles de ese trágico día en el que Gino Santoro me arrebató el amor del único hombre que me había importado en esta vida.

- Señorita Maldonado – escuché una voz de fondo, mi asistente personal estaba allí, irrumpiendo en mi tranquilidad, y sabía que no dejaría de llamarme hasta que respondiese. Era demasiado insistente en aquellos días.

- Dime, Galaxy – contesté, escuchando la agenda del día. Tenía reunión en la sala de accionistas en veinte minutos, reunión con los proveedores de Australia más tarde, y un largo etc que os aburriría.

Había heredado la empresa de Nate, era la persona que tomaba las decisiones, mientras otros creaban los sistemas de seguridad siguiendo los algoritmos que el fundador creó. Lo cierto era que nos estábamos expandiendo como la pólvora, cada vez éramos más conocidos en el mercado, y eso era bueno para el negocio, a pesar de que mi mundo se detuvo esa fatídica tarde en la que lo perdí.

El mundo entero había sentido la pérdida de ese genio de la robótica, un hombre que levantó un imperio de la nada, con esfuerzo y perseverancia. Incluso se creó la fundación Hércules, que ayudaba a jóvenes emprendedores con pocos recursos a desarrollar sus ideas, incluso teníamos un programa de prácticas muy bueno.

Las cosas nos iban bien, no podíamos quejarnos. Galaxy era mi mano derecha, no confiaba en nadie más, excepto en mi padre, por supuesto, con el que tenía una relación un tanto difícil después de lo que pasó en la isla. Creo que una parte de mí aún se sentía culpable, porque elegí el amor de un padre, la venganza de otro, antes que una vida junto al hombre al que amaba. ¡Qué diferentes hubiesen sido nuestras vidas si mi elección hubiese sido el amor por encima de todo lo demás!

La reunión fue interesante, habíamos subido diez puntos en las listas de ventas, y teníamos pensamiento de subir mucho más desde ese momento hasta final de semana. Eran buenas noticias.

Las reuniones fueron bien. Creo que todo el mundo me admiraba, por cómo estaba llevando la situación, quizás por no venirme abajo después de la muerte de Nate, por seguir luchando, como una guerrera un poco más. Ilusos... ni siquiera sabían nada.

La limusina se detuvo frente al cementerio, y yo me bajé, con aquel corto vestido negro, aún estaba de luto, una pamela me cubría la cara, y un maquillaje ahumado, muy marcado, con unos potentes labios rojos. Caminé a paso decidido, perdiéndome entre las tumbas, con un gran ramo de rosas blancas en la mano, sintiendo la mirada de los espías de Gino Santoro. Espectáculo, era lo que pensaba darle hasta el final, mostrarme tan hundida como se esperaba de mí, como cada mes que visitaba su tumba, llorando la pérdida de un ser querido.

Me detuve frente a su tumba, dejando el ramo en el suelo, en el jarrón que había preparado para ello, dejando caer mis lágrimas, emborronando mi rostro con el maquillaje, deteniéndome en cuanto escuché los pasos detrás de mí. No me di la vuelta a mirar, sabía exactamente que era esa sabandija asquerosa. Sonreí, sin ganas, maldiciendo la hora en la que involucrarme con Gino Santoro me pareció una buena idea.

Hay personas en este mundo que no son lo que parecen. Gino Santoro era una de esas personas. Un león sediento de sangre escondido en un traje de cordero indefenso. Eso era lo que ese cabrón mostraba. Y era justo, así, como consiguió convertirse en el tipo más peligroso de toda Italia. Ni siquiera quiero contaros como destronó a su padre, como se convirtió en el "capo" de la mafia.

- Siento tu pérdida – apreté los puños, molesta, cuando lo único que quería hacer era matar a ese hijo de puta. Él fue el que asesinó a Carlos, y a muchos otros, en realidad.

- ¿De verdad? – pregunté con cierto temblor en la voz. Sonrió, deteniéndose a mi lado, dejando una rosa roja sobre la tumba de su primo - ¿Sientes también haber apretado el gatillo? Porque te recuerdo que fue tu propia arma ...

- No me siento orgulloso de eso – contestó. Le crucé la cara, sin poder mantener la calma por más tiempo. Se tocó el rostro, justo el lugar que había recibido el golpe – Nos habríamos ahorrado mucho si me hubieses elegido a mí.

- Me engañaste, nos engañaste a todos – le dije – Te aseguro que si hubiese sabido la clase de rata que eres, jamás me habría involucrado contigo – rompió a reír, sin ganas, asesinándome con la mirada.

- Voy a perdonar todos tus desplantes, Verónica, porque no eres tú la que habla, si no la rabia que sientes en este momento...

- No me digas... - me crucé de brazos, y le observé, con aires de superioridad.

- Si te pones de mi parte, si vuelves conmigo a Italia... - rompí a reír, sin poder creer su cinismo, negando con la cabeza después.

- Ni, aunque fueses el último hombre de la faz de la tierra – contesté.

- No te conviene desairarme – me amenazó, mientras yo miraba hacia mi recién estrenada manicura. La china del centro comercial había hecho un buen trabajo.

- Al que no le conviene es a ti. Te recuerdo que soy una Maldonado, y que tengo a la Interpol de mi parte – su rostro se endureció, y volvió a asesinarme con la mirada – Tienes suerte de que no haya decidido aferrarme a la venganza esta vez, porque te destriparía con mis propias manos.

- Hace falta mucho coraje para matar a un hombre, Verónica – fue su respuesta.

- Hace falta mucho más para olvidar y no buscar venganza – contesté, para luego mirar por última vez a la tumba de Nate, antes de darme la vuelta y marcharme, sin decir ni una sola palabra más, haciéndole resoplar molesto, maldiciendo a cada rato.

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