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Capítulo 6 - El disparo.

Aquí les traigo el capítulo de esta semana, espero que les guste :D

Dio un leve vistazo al lugar, mientras yo dejaba las llaves de la moto sobre la mesa, y me acercaba al interruptor para encenderlo. Él me agarró de la mano antes de haberlo logrado, y me atrajo hasta él.

- Te has arriesgado mucho trayéndome a tu escondite – Tenía razón. ¿En qué demonios estaba pensando para traerle allí?

- Me diste tu palabra – contesté, como una ingenua.

- ¿Desde cuándo las palabras de un mafioso valen algo? – levanté la vista para mirarle, estaba demasiado cerca, así que cuando hablé, lo hice casi en un susurro.

- ¿Vas a traicionarme? – mi respiración acelerada me delató, como aquella vez en el río, me moría por besarle, a pesar de lo mucho que fingía que sólo era trabajo. Ese niño me gustaba. Pero, a diferencia de aquella vez, fue él el que acortó las distancias entre nuestros labios y me besó, mientras yo apoyaba mis manos en su pecho, sintiendo sus abdominales debajo de su camisa.

Desconecté de ese mundo, mis malditos miedos dejaron de hacerse partícipe y me permití a mí misma volver a sentir algo más que dolor, mientras él acariciaba mi espalda, por debajo de mi camiseta, poniéndome los vellos de punta.

Se quitó la camisa, frente a mí, dejando de besarme un momento, con el corazón acelerado, mostrándome su perfecto cuerpo de gimnasio.

¡Oh Dios! ¡Estaba muy bueno!

Bajé la mirada, avergonzada, haciéndole sonreír por un momento.

- Atrévete a reconocértelo, Verónica – levanté la vista para mirarle, mientras él me sujetaba de la cintura y me acercaba hasta él, haciendo que me diese cuenta de que estaba muy bien dotado. No tenía nada que envidiarle a su primo – tú deseas esto tanto como lo deseo yo...

- Tengo sentimientos por tu primo – me quejé, sabiendo que eso le hacía daño, pero lejos de apartarse de mí, agarró la camiseta, levantándola, hasta habérmela quitado por la cabeza. Dejando luego caer sus dedos en el cierre de mi sujetador. Parecía decidido a seguir con aquello. Consiguió hacerlo, sacármelo, dejando libres mis pechos, observándolo, aun con la escasa luz de la luna colándose por la ventana. Desabrochó mis pantalones, mientras yo acariciaba su pecho, haciéndole estremecer.

- ¿Perdiste la virginidad con él? – quiso saber, entre medio de aquello, haciéndome volver a la realidad, tratando de apartarme, pero me tenía bien sujeta por el borde del pantalón. Negué con la cabeza, ante su respuesta – no tiene por qué ser el último...

- Gino, no deberíamos... - mis gemidos emborronaron la escena en cuanto él apretó mis pezones, mirándome con deseo, como tantas otras veces me miró. Metió la mano debajo de mi pantalón, sin atreverse a quitármelo aún, besando delicadamente mis pechos, con mi cabeza echándose hacia atrás, dejándose llevar por aquello, disfrutando, mientras sus dedos me daban placer.

Me agarró del pantalón, entre toda aquella locura, mientras yo, embriagada por la sensación me dejaba hacer, y me lo bajó, colocándose de rodillas, presionando su boca sobre mi sexo, aún con las bragas puestas, mordiéndolo, tirando de las bragas con la boca, hacia abajo, sorprendiéndome, jamás esperé que fuese tan habilidoso.

Mi teléfono comenzó a sonar, nuevamente, sacándome de aquella burbuja de placer, mientras él me alejaba de mi progenitor, al meter su boca entre mis pliegues, respirando agitado sobre ese lugar, encendiéndome como una hoguera al lamer ese maldito punto.

Apreté su cabeza contra mi sexo, y disfruté de aquella sensación, gimiendo a cada tanto, sintiendo mis piernas temblar cada vez que se iba acercando más al punto que me volvería loca.

Se detuvo, poniéndose en pie, tan pronto como sintió vibrar su teléfono en el bolsillo. Lo sacó, dejándolo sobre la mesa, para luego sentir mis manos desabotonando su pantalón. Me parecía irracional, pero ya estaba en el infierno, y no iba a irme sin quemarme.

Me dejó caer sobre el sofá, colocándose luego sobre mí, entre besos, muerdos y jadeos, metiéndose entre mis piernas, mientras yo le bajaba los pantalones, y nuestros sexos calientes se rozaban.

- Eres la primera – me dijo, deteniendo aquella locura. Le miré, con incredulidad, sintiendo una descarga en cuanto su caliente miembro rozó la humedad de mi sexo – la primera mujer a la que no tengo que pagar para hacer esto... - apoyé sus manos en mis pechos, y le obligué a apretarlos. Sonrió, al darse cuenta de que no iba a detener aquello, a pesar de su confesión – Verónica... - llamó, con voz ronca, marcada por el deseo, justo cuando mordía su cuello, abriendo los ojos, observándole, con el rostro desencajado, dejándose llevar por aquello.

Su miembro resbaló dentro de mí, haciéndome estremecer. La forma en la que encajábamos me daba miedo, porque nunca sentí algo así con Nate. Nunca me lo hizo despacio, no con la delicadeza en la que su primo me tomaba, como si fuese una princesa frágil que debiese ser protegida. Y jamás, hasta ese punto, me di cuenta lo mucho que me gustaba ser tratada así.

Me mostraba sus sentimientos en cada uno de sus jadeos, de sus besos y en la forma en la que nuestros cuerpos se unían. Era algo puro, desinteresado y único. Jamás habían sentido algo así por mí, jamás.

Y fue en ese momento, envuelta en placer, disfrutando de aquel tipo de amor, en el que me di cuenta de que Gino podía conseguir lo que había estado intentando durante tanto tiempo. Él podía hacer que me olvidase de Nate, y eso me aterraba.

El pánico me inundó, en cuanto vi la posibilidad de ser feliz, de enamorarme de aquel hombre bueno.

¿Era masoquista? ¿Cómo podía tener miedo de ser feliz?

Puede que fuese el calentón del momento, estar envueltos en aquella burbuja de placer, ni siquiera nos dio la oportunidad de darnos cuenta de que mi padre estaba allí, tan sólo ocurrió de la peor forma.

- Quiero que te apartes de ella muy despacio – le dijo, apuntándole a la cabeza, haciendo que él se detuviese en el acto, apartándose de mí en cuanto se vio descubierto, colocándose los pantalones, abochornado, sin saber dónde meterse - ¿a qué coño estás jugando? – preguntó hacia mí, mientras yo me colocaba la camiseta, después de cogerla del suelo, fijándome luego en la fea herida que tenía en el costado.

- ¿Qué cojones haces aquí? – recriminé, mientras Gino terminaba de vestirse – deberías estar en un hospital.

- ¿Y dejar que el enemigo me encuentre? – entendía su punto de verlo a la perfección, porque los Santoro tenían comprados a todo el país – Ahora dime tú, ¿qué es lo que hace el enemigo aquí? – volvió a apuntarle con la pistola, y yo bajé su mano, para que dejase de hacerlo, mientras él me miraba, en busca de explicaciones.

- No tiene dónde ir – expliqué, mientras él me observaba, lastimado – su familia lo ha traicionado, necesitaba...

- Un polvo – contestó mi progenitor por mí. Odiaba cuando se ponía así de irascible – y te ha parecido una buena idea traerlo a tu escondite ¿no?

- No se lo voy a contar a nadie – prometió él, mientras mi progenitor volvía a apuntarle, y él levantaba la mano, apoyándola en el arma, más que dispuesto a bajarla. Pero lo que él no sabía, es que mi padre no aceptaba órdenes de nadie.

Apretó el gatillo, disparándole en la mano, haciendo que este gritase de dolor, empezando a gotear sangre en la alfombra.

- ¿Estás loco? – me quejé, llegando hasta Gino, agarrando su mano para observarla. La bala había atravesado la mano, creando un boquete en ella – él no va a decir nada – insistí, atravesando la estancia, abriendo el mueble, sacando la caja de primeros auxilios, agarrando una venda y un bote de alcohol – confío en él.

- ¿confías en él? – preguntó, molesto, agarrando el alcohol, enseñándome la fea herida que tenía en su costado - ¿de la misma forma en la que confiabas en Hércules? – Estaba enfadada con su actitud. Levanté la mano hacia Gino, cediéndole las vendas, antes de hablar.

- Ve al baño, voy a curar a mi padre, y en seguida iré a curarte a ti – negó con la cabeza, pero al sentir mi mano aferrándose a su muñeca lo reconsideró, asintió y se marchó.

- Ese chico hará cualquier cosa por ti – se quejó, mientras yo agarraba unas gasas del botiquín y me acercaba a él, observando bien su herida. La bala había salido de su piel, tan sólo quedaba la herida, que por supuesto tendría que coser. Nunca se me dieron bien estas cosas, aunque, tengo que admitir, que coser un cerdo muerto, no era lo mismo que aquello, la carne estaba mucho más blanda en aquella ocasión, pero el miedo a hacerle daño a mi padre, no ayudaba en lo absoluto - ¿es tu nueva táctica para dañar a Hércules? – no dije nada, me centré sólo en terminar de coser esa herida, sin dirigirle la palabra – Estás jugando con fuego, Verónica.

- Yo no me meto en tus decisiones con mamá – le dije, colocándole los apósitos, para luego meter toda aquella instrumentaría en la caja, más que dispuesta a marcharme al baño – no te metas tú en las mías.

Cuando entré en el baño me extrañó no encontrarle por ningún lugar, pero lo comprendí al ver la cortina echada, escuchar el sonido de la ducha y los vapores saliendo de ese lugar.

Abrí la cortina y le observé. Tenía la venda anudada en su mano, dejando que esta se empapase de agua y manchase todo a su paso de sangre.

Ladeó la cabeza en cuanto se percató de mi presencia, y se echó hacia atrás el cabello.

- Tu padre no se anda con jueguecitos ¿no? – negué con la cabeza, respondiendo a aquello. Mientras mis ojos se fijaban en el resto de su cuerpo. Seguía muy bien dotado, y en otras circunstancias me habría encantado bajarle la hinchazón, en aquel momento... había cosas más importantes.

- Necesito cortar la hemorragia, o morirás desangrado – me quejé. Sonrió, asintiendo después.

- ¿Ha sido demasiado duro contigo? – quiso saber, apagando el chorro con su mano libre. Negué, sin soltar prenda – Manuel Maldonado es un hombre cruel, eso me dijeron siempre.

- Él no es cómo tu padre – le dije, justo cuando se colocaba una toalla alrededor de su cintura, con bastante acierto, y se sentaba en el borde de la bañera, observándome allí, arrodillándome, abriendo la caja frente a él, colocando entonces ambas manos en la suya, comenzando a quitarle la venda – nunca me pondría una mano encima – sonrió, con pesadez en su pecho.

- Tienes suerte de tener a gente que se preocupe por ti – me dijo, mientras yo dejaba caer la venda, echando un poco de alcohol sobre esta, mientras él apretaba los labios, evitando gritar, observando entonces como volvía a colocar una venda limpia, presionando mis dedos sobre la herida, para detener el sangrado, levantando su mano, para favorecer mi labor – pareces una experta.

- Aprendí del mejor – acepté, pues todo aquello me lo enseñó Alex Merino. Sonreí, él era un buen tío, a pesar de todo. Pero ya jamás volvería a perderme en sus hermosos ojos verdes, pues Nate se lo había cargado. No quería pensar en ello, en las muertes que no podría evitar, en lo mucho que su corazón se oscurecería después de aquello. Caí en la cuenta entonces, dejaría de ser el hombre al que amaba cuando su corazón se volviese tan oscuro como el de su padre – Alex Merino.



Sí, se que el capítulo de hoy ha sido demasiado... triste.... pero es necesario para lo que se avecina. :P

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