Capítulo 5 - Socorrer al enemigo.
Buenasssssss
Pues les traigo capítulo....
Ejem... no me maten cuando lo lean....
*Huye*
Espero que les guste :D
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Sacar punta a los palos con mi navaja para luego apilarlos junto a mis pies, me relajaba, me hacía evitar pensar en el pasado, en cada uno de esos recuerdos en los que luchaba por dejar atrás cada día.
El teléfono, sobre el tronco en el que estaba sentada, empezó a sonar, sacándome de mis pensamientos. Miré hacia él, observando el número de mi padre.
Lo descolgué, porque sabía que debía ser muy urgente para que me estuviese llamando después de lo que hablamos.
- Dime – contesté. Estaba agitado, como si estuviese corriendo, y el motor de un auto se escuchaba - ¿papá?
- Nos han tendido una emboscada, nena – me dijo, preocupado. Sabía que si estaba tan afectado era grave, así que pronto tiré el palo al suelo, y me puse en pie – Alex ha caído.
- ¿Está muerto? – pregunté, horrorizada, sintiendo como mis ojos se llenaban de lágrimas. Pues sabía que mi padre lo consideraba como un padre, más después de que lo sacase de la calle y le diese un hogar, que dejase de robar, le dio un trabajo, lo convirtió en su guardaespaldas – Papá...
- Me han dado – fue su única respuesta, mientras absorbía por la nariz, intentando mantener el rumbo – no es grave, pero ...
- ¿Quién ha sido? – quise saber, horrorizada - ¿quién ha atacado?
- Eso no es importante – me detuvo, ocultándome la información que me haría daño – la familia peleará con uñas y dientes después de esta pérdida, Verónica – me puso al tanto de lo que se avecinaba – sabes que ... ellos no aceptaban los métodos ortodoxos de Alex – tragué saliva, al darme cuenta de lo que eso quería decir – ya no podré protegerle.
- No – me quejé, dejando escapar mis lágrimas. Pues si me decía aquello, sólo quería significar una cosa. La persona que había ordenado la emboscada, la misma que había matado a Alex y herido a mi padre... era Hércules Santoro. - ¿Y Gino? – pregunté, con un hilo de esperanza, pues él era el único con poder de detenerlo todo.
- La familia ha hablado – aseguró, negué con la cabeza, sin poder creerme que las cosas estuviesen saliendo de ese modo – nadie dio su apoyo para que el fuese el capo.
- ¿Dónde está? – pregunté, preocupada. Pues a pesar de lo mucho que me lo negaba a mí misma, aún me sentía en deuda con ese sujeto, más después de que me salvase la vida aquella noche, justo cuando su padre intentó quitármela.
- En algún bar de la ciudad, ahogando las penas en alcohol – me dijo – No quiero que salgas del refugio, es peligroso para ti estar en medio de esto, Verónica. Ni siquiera los Merino, o yo, podremos salvarte esta vez. Ni siquiera... Gino.
Las palabras de mi padre seguían retumbando en mi cabeza, mientras me vestía con aquella camiseta de licra, jeans ajustados de color negro, y altos tacones. Me agarré el cabello en una alta coleta, y me centré en mi misión.
Ya no tenía a Galaxy cubriéndome las espaldas. Ni a Nate. Ni a papá. Ni siquiera a Gino. Pero sentía que le debía una a ese niño bobalicón, aún me sentía en deuda con él, después de todo.
El frío de la noche me golpeaba en el casco de la moto y la chaqueta de cuero, pero estaba preparada para esas temperaturas. Crecí la velocidad, escuchando sólo el rugido de mi preciosa a mi alrededor.
Sabía perfectamente dónde estaba, porque me había hablado de ese lugar cientos de veces. Era el lugar al que solía ir cuando se sentía frustrado, cuando no se sentía apoyado por su padre, cuando sentía que no encajaba en aquella familia.
Sonreí, quitándome el casco, dejándolo sobre la moto, despeinando un poco mis cabellos, mirando hacia la puerta del puticlub. Parecía que Nate y Gino tenían algo más que a mí en común.
Mis tacones resonaron por aquel pasillo. Varias señoritas de compañía se giraron a mirarme, pues era inusual ver a una mujer en aquellos lares, y menos, tan atractiva. Las mujeres como yo, no solían visitar antros como aquel, no les hacía falta.
Le encontré sentando en la barra, junto a dos asiáticas que le comían la oreja para conseguir sus favores. Sonreí, deteniéndome a sus espaldas.
- Así que aquí estás – dije, haciendo que se girase, sorprendido de verme allí, y le hiciese una señal a las chicas para que nos dejasen a solas. Sonreí, al darme cuenta de que lo había conseguido. Me senté en el taburete que había junto a él, y le indiqué al camarero que me trajese lo mismo que él estaba bebiendo – No te hacía de los que tirasen la toalla – añadí, tras beber un sorbo de mi copa. Aquel tequila me limpió por dentro.
- Tú no lo entiendes... - se quejó, limpiando las lágrimas que se habían precipitado por sus mejillas, frustrado.
- No puedes rendirte sin luchar – le dije, negó con la cabeza, derrotado, mirando entonces hacia mi mano, apoyada en la suya, sorprendiéndose tanto, que incluso se olvidó del enojo – ni siquiera, aunque ellos te digan que no puedes hacerlo.
- Nate les ha convencido – se atrevió a confesarme, apartando mi mano, agarrando su vaso para dar un largo trago, terminándoselo – él ...
- Demuéstrales que eres digno de ese poder – añadí. Me miró, sin comprender – demuéstrame que puedes hacer que esta chica se fije en ti – sonrió, al darse cuenta de lo que pretendía.
- Sé qué haces todo esto porque aún te sientes en deuda conmigo – sonreí, apoyando las manos en sus rodillas, bajándome de mi asiento – no me gustan las injusticias, Verónica, ya lo sabes, esa fue la única razón...
- ¿La única? – fingí sorpresa, divertida. Sabía que él estaba intentando hacerme ver que no era para tanto. Pero yo lo sabía, la verdad. Porque Galaxy me lo había mostrado todo – y yo que pensaba que te gustaba.
- ¿Por qué me besaste esa tarde, en el río? – fue su única respuesta. Sonreí, divertida, caminando hacia la salida, mientras él dejaba el dinero sobre la mesa, pagando por nuestros tragos, y me seguían sin más, agarrándome de la mano en la puerta, haciendo que volviese a fijarme en él – Estoy cansado de hacer como si nunca pasó, de fingir que estábamos borrachos y ... - tragué saliva, sin saber qué decir – Sólo era parte de un plan para confundirme, ¿no es cierto?
- Quería confundirte – contesté, ganándome una mirada de odio por su parte, incluso se echó hacia atrás, soltándome – pero te mentiría si te dijese que fue la única razón – sonreí, al verle tan confuso, y eché a andar por la calle, dejando atrás la moto, mientras él me seguía, a mi lado, dejando atrás su coche.
- Dime la verdad por una vez, Verónica – pidió, sonreí, sin decir nada – dejemos de jugar, de poner excusas y dime... si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, sí...
- Ni siquiera entonces – contesté, en tono broma, haciéndole reír, a mi lado. Se olvidó de sus pesares, de su familia, y de todo lo que lo anulaba como persona. Eso era lo que me gustaba de él, que cuando estaba conmigo se atrevía a ser el mismo, a ser auténtico, sin aparentar que era hijo de una de las familias de mafiosos más grande del país – bueno... quizás un poco.
- Mentirosa – bromeó, acariciando mi mano con la suya, haciendo que me fijase en ella – en cualquier circunstancia... Nate llegaría primero – me detuve, perdí las ganas de reírme, y la pena me invadió por completo.
Me agarró de la mano, tirando de ella, tomando la iniciativa por los dos. Corrimos tanto, y durante tanto tiempo, que cuando nos detuvimos en la estación de tren, lo agradecí. Estaba cansada.
Atravesamos la larga hilera de ciudadanos, y nos detuvimos cerca de las vías.
- Lo supe desde el principio – me confesó, justo cuando mi teléfono comenzaba a sonar. Era papá, y estaba a punto de descolgar, cuando él dijo algo más – quién eras tú... - me crucé de brazos, mirando de vez en cuando al teléfono, pues papá seguía insistiendo - ... te vi cerca de Nate cuando estuve en América – dejé caer las manos, porque eso no me lo esperaba – sabía que era lo que él sentía por ti y lo que sentías tú.
- ¿Y por qué no dijiste nada? – me quejé. Él sonrió, bajando la cabeza, mordiéndose esos labios que una vez me atreví a besar, frustrándome – podrías haber detenido todo esto, podrías habérselo dicho a tu padre, haberte quedado con el poder.
- Eso sería jugar sucio – contestó. Negué con la cabeza, sin entender su punto de verlo. ¿Cómo podía un tipo tan pulcro como él descender de la mafia? – no quería conseguirlo así, Verónica. – mi teléfono seguía sonando, y él me hizo una señal para que lo descolgase, pero no lo hice.
- No lo entiendo – le dije. Él dio un par de pasos hacia mí, acortando las distancias entre ambos – podrías haberlo tenido todo, ¿por qué...?
- En la mafia nos enseñan a odiarnos entre nosotros – aseguró, sorprendiéndome – a odiar a todo aquel que pueda intentar quitarte lo que es tuyo, a tus propios hermanos y primos, Verónica – insistía frustrado – pero... a pesar de lo mucho que mi padre lo intentó, yo no podía odiarle, a Hércules. Porque él... ni una maldita sola vez me trató mal... - estaba incrédula, sin poder creer a ese niño – Le admiraba, ¿sabes?
- ¿Y cuándo dejaste de hacerlo? – me quejé, cansada de toda aquella estupidez – porque el otro día, en la cena, no parecía...
- Ahora le odio – aceptó, sorprendiéndome – y no solo porque me haya quitado de en medio – bajó la cabeza, después de mirar hacia mis labios, haciendo que me diese cuenta de que era lo que estaba proponiendo. Rompí a reír, sin poder creérmelo.
- ¡No puedes estar hablando en serio!
- ¿Por qué no? – se quejó, molesto con mi actitud - ¿es que yo no merezco que la chica se fije en mi por una vez?
El sonido del tren nos hizo mirar hacia ese punto a ambos, y luego nos observamos, volviendo a recordar nuestra conversación.
- Soy el enemigo, eso lo sé – aceptó – mi padre me mataría si se entera de lo que siento por ti, pero ...
- Podría ser una trampa – me quejé, echándome hacia atrás, mientras la gente entraba en el tren - ¿no te da miedo caer en mi juego? – negó con la cabeza – Gino...
- Ese día en el río no me pareció que estuvieses jugando – bajé la cabeza, con rapidez, porque desde que pasó intenté extirpar ese recuerdo de mi mente. Me agarró de la cintura, haciéndome volver a ese momento.
- Tengo sentimientos por tu primo – añadí, intentando apartarle, pero en lugar de eso, él sólo sonrió, acortando nuestros rostros.
- Pero te gusto ¿no? – bajé la cabeza, avergonzada, sin tan siquiera poder negarlo, como una idiota. Estaba jugando con fuego. ¿Por qué no me quedé en la cabaña, justo como me dijo papá? – Escucha... - su frente se apoyó en la mía, trayéndome a la realidad - ... puedes usarme para vengarte de él si quieres, puedes...
- No – espeté, empujándole, dando grandes zancadas para salir de allí. Odiaba que hablase así sobre sí mismo, como si no fuese suficiente para hacer que una mujer lo eligiese a él, como si sólo pudiese pagar para retenerlas a su lado.
- Verónica – me detuvo en mitad del callejón.
- Odio esta versión destruida de ti misma – espeté, empujándole, apartándole de mi camino, sorprendiéndole – este no eres tú – añadí – sólo dejas que el miedo y las palabras de tu padre te afecten – insistí, dolida, porque era injusto que ellos pudiesen destruir a una persona tan maravillosa como él - ¿cómo pretendes conseguir a la chica de esta forma? – volví a empujarle, abofeteando su rostro, haciendo que me agarrase de las muñecas cuando le propinaba la segunda cachetada – este es el Gino que me gusta – confesé – el que se atreve a defenderse, el que no tiene miedo.
Tiró de mi mano, volviendo a correr, dejándome exhausta, sin que tan siquiera pudiese detenerle.
Nos detuvimos frente a su coche, lo abrió y me invitó a subir. Negué con la cabeza, en señal de que no iba a hacerlo. Había traído mi propio medio de transporte.
- Entra – suplicó, lamiéndose los labios después – te llevaré donde quieras – Me solté de su agarre, volviendo a negar con la cabeza, y él tragó saliva, bajando la cabeza, avergonzado, sin saber cómo retenerme a su lado – si fueses una puta te daría dinero para que... - le crucé la cara, y él asintió – dime que tengo que hacer para que te quedes conmigo esta noche, Verónica – suplicó.
- Sé tú mismo – pedí, sonrió, agradecido – no esa versión que tratas de ser frente a tu padre.
- Vale – aceptó, volviendo a mirar hacia mis labios, sin atreverse a besarlos. Sonreí. Él siempre fue demasiado correcto - ¿te hospedas en algún hotel?
- ¿Eso pretendes? – bromeé, asustándole – ¿llevarme a un hotel para acostarte conmigo?
- ¡Dios! ¡No! – rompí a reír, él era demasiado inocente, a pesar de ser de la mafia – No te burles... yo sólo... estaba intentando decirte que no tengo dónde ir – acorté las distancias entre ambos, antes de hablar.
- Si te llevo a mi casa quiero tu palabra – asintió, sin decir nada – y por supuesto, iremos en moto.
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