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Capítulo 19 - SOS


Aquí les traigo el capítulo de hoy. Espero que les guste.

Disfruten.

Poco a poco se va acercando el final.

Sabía que algo estaba mal, hacía tiempo que no podía contactar con Galaxy, y toda aquella espera me tenía de los nervios.

No podía parar de pensar en eso, en si él estaría bien, en qué era lo que habría sucedido. Quizás por eso no podía pegar ojo esa oscura noche, así que me levanté y salí a hacer un poco de ejercicio, correr siempre me ayuda a despejarme, y es justo eso lo que hice.

A medida que trotaba pensaba en nosotros, en el pasado. Las cosas no fueron nunca fáciles entre nosotros, desde el principio, pero al menos en ese entonces, él estaba a salvo, no había nada que pudiese dañarlo. En ese momento todo estaba patas arriba, incluso pertenecía a la mafia.

Ni siquiera sabía cómo acabaría todo aquello, porque esos cabrones jamás dejarían de buscarle, no nos permitirían tener un futuro juntos. Quizás para ello ambos teníamos que desaparecer, debían darnos por muertos.

El walkie sonó, metido en mi bolsillo. Me detuve en seco y lo saqué del bolsillo, escuchando lo que mi padre decía en ese momento.

"Las oficinas de Nate en América han caído" – fueron sus palabras – "Los rumores dicen que han destruido a Galaxy" – La preocupación se instaló dentro de mi cuerpo. Si eso realmente había sucedido estábamos solos, a ciegas, y sentía como si una gran amiga acabase de morir – Más que nunca debemos ser cautelosos, yo haré la primera ronda. Vuelve a la cabaña, aún no estás recuperada del todo, podría ser peligroso, Verónica

"De acuerdo" – contesté – "Avísame si algo sucede"

Caminé hacia la cabaña, lo cierto es que él tenía razón, aún me dolía el vientre, justo en el lugar en el que tenía esa enorme raja cosida. ¿A quién se le ocurre marchase a hacer ejercicio después de haber recibido una cirugía de urgencia como esa? Sólo a mí. Nunca me ha gustado demasiado eso de mantenerme quieta en el mismo lugar, soy demasiado impaciente.

La ducha me sentó de miedo, aunque tuve que hacer malabares para que no me cayese agua en la herida. Me sacudí el cabello con la toalla, antes de enchufar el secador a la corriente y comenzar a secármelo con él.

Hacía calor en aquel lugar, quizás la culpa era de la chimenea, porque era consciente de que fuera no hacía tanto. Debía decirle a papá que la apagase en cuanto volviese. Pero aún quedaban horas para eso, él era demasiado protector, no dejaría su puesto.

Tenía puesto el albornoz, y unas pantuflas blancas, mientras seguía con mi labor. La puerta sonó entonces, dejándome algo sorprendida, ya que papá no dejaría una guardia a la mitad, más si yo estaba en peligro, pero ... ¿y si no era él? ¿y si alguien habría conseguido llegar a esa isla, tumbarle y ...? ¿y si estaba allí para matarme?

Apagué el secador y me acerqué a la puerta, agarré la pistola que papá había asegurado a ella con cinta adhesiva, era demasiado previsor ese hombre, quizás eran gajes del oficio, dedicarse durante tantos años a salvaguardar a un capo de la mafia dejaba huella. Abrí la puerta y levanté el arma, dispuesta a pegarle un tiro a cualquier hijo de puta que se hallase en el exterior, quedándome a cuadros en cuanto le vi.

Dejé caer el arma y observé su aspecto. Estaba muy desmejorado, incluso le habían herido, lucía cansado, pero se alegraba de verme. Una leve sonrisa se asomó por la comisura de mis labios, pero tembló, y terminé acortando las distancias que había entre nosotros, abrazándole al fin, sintiendo su calidez conectando con la mía, mientras mi padre salía de la cabaña, dejándonos algo de intimidad.

Rompí a llorar, sin poder evitarlo, mientras él daba leves golpecitos en mi espalda, comprendiendo mi preocupación, intentando traerme paz.

¡Dios! Había estado tan aterrada. Recién en ese momento en el que le tenía allí me sentía a salvo, en casa. Pero aquello no había terminado, aún había muchas incógnitas que resolver, aún teníamos que escapar de todo aquello.

Levanté mis manos, con la intención de colgarme de su cuello, observando su sangre en ellas. Me separé de pronto y me quejé al respecto.

- ¿Qué demonios ha pasado? – él sonrió, como si todo aquello fuese divertido para él - ¡Eres un idiota, Hércules Santoro! – Tiré de su brazo bueno y le obligué a sentarse en mi cama, para luego marcharme al cuarto de baño. Cogí un poco de alcohol y algodón y volví a detenerme frente a él. Como si supiese exactamente lo que iba a hacer se quitó esa estrecha camiseta y me mostró sus heridas – No parece muy profunda – aseguré, mientras depositaba el algodón impregnado en alcohol sobre su brazo. Apretó los dientes, con molestia, pero lo resistió bastante bien. Estaba acostumbrado al dolor - ¿No vas a decirme nada?

- Gino – contestó, dejándome sin palabras. Ese niño no podía haber ido contra él, más cuando yo sabía lo mucho que siempre había admirado a su primo. Entonces pensé en lo sucedido entre nosotros. ¿Y si yo fui el detonante de todo aquello? ¿y si por mi culpa ese niño...? – Ha destruido mis oficinas centrales de robótica – tragué saliva, aunque eso era algo que yo ya sabía. Papá tenía aliados en todas partes – Pero, no temas, tengo todo lo necesario para traer de vuelta a Galaxy – sonreí, esa era una buena noticia – A pesar de todo... - se quejó, después de que pusiese una venda alrededor de su brazo, asegurándola con un trozo de esparadrapo. Se puso en pie, agarrándome del brazo para que yo también lo hiciese – lo único que quiero hacer ahora mismo es besar a la mujer de la que estoy completamente enamorado – sonreí, él era todo un romántico cuando se lo proponía. Me besó entonces, suavemente, entre sonrisas pillas, haciéndome tan feliz, incluso dejé de pensar en el mundo que nos rodeaba, el peligro que corríamos, y todo lo demás, y me centré sólo en sus labios, en la forma mágica en la que se unían con los míos.

Me colgué de su cuello, dando traspiés por la habitación, hasta haber llegado a la puerta del baño, apretándome contra ella, haciéndome reír. Acarició mi mejilla con el pulgar, con una gran sonrisa en su rostro, antes de volver a besarme. Bajando poco a poco sus manos mientras lo hacía, metiéndolas por debajo de mi albornoz, haciéndome estremecer.

- Mi padre está ahí fuera – me quejé, rompiendo el beso – no me parece el mejor momento, Nate.

- Quizás sea el único que tengamos antes de que todo se vuelva un infierno – contestó, sin detener su agarre, presionándome contra su dura entrepierna. ¡Dios! ¡Ese hombre me volvía loca!

La puerta se abrió y mi padre carraspeó antes de entrar, avisándonos de que iba a hacerlo. Ambos nos separamos, comprendiendo que no era el momento.

- Tenemos que irnos – aseguró, preocupado, haciendo que mis peores temores se cumpliesen – Tu primo está en la isla.

- ¡Mierda! – se quejó Nate, cabreado.

- Aún me quedan aliados en este mundo, así que nos he conseguido un helicóptero, estará aquí en unos minutos – aseguró, agarrando una bolsa para meter todas nuestras cosas en ella – tenemos que llegar a la cima antes de que esos cabrones nos encuentren.

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