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Capítulo 16 - El accidente.


Más vale tarde que nunca...

Les traiigo el capítulo de esta semana. Espero que les guste :)

Acabo de escribirlo, disculpen si hay algún error gramatical o de comprensión, iré corriigiendo pronto.

La habitación era un maldito caos, pero ni siquiera podía pararme y tener cuidado, mientras recogía las cosas a toda velocidad, tenía el tiempo justo antes de que Galaxy pusiese en marcha el plan. Recogí la ropa que iba a llevarme, la metí dentro de una bolsa de deporte, junto al dinero de la caja fuerte, algunos documentos de interés y las armas. Eché una leve ojeada a la habitación antes de salir por la puerta, los guardaespaldas me esperaban en el exterior, tal y como yo mismo había ordenado.

Un rumor había estallado entre la familia, mi vida estaba en peligro, los Merino me querían muerto, y no iban a detenerse hasta haberlo conseguido. Por suerte yo tenía un plan perfecto para que dejasen de buscarme, incluso para salir airoso de la situación.

Había abandonado esa absurda venganza después de que Galaxy hiciese de las suyas y me consiguiese la prueba definitiva, en la que se mostraba a mi propio padre teniendo relaciones con el enemigo, engañando a mi madre. Quizás eso era lo que me faltaba para que se me cayese la venda de los ojos, para dejar esa lucha que para nada tenía que ver conmigo, tan sólo era una batalla por el poder de un país, nada más.

La víctima en toda aquella situación siempre fue mi madre, había estado en el lugar y en el momento menos oportuno, y había fallecido frente al cabrón de su esposo. Gracias al cielo yo pude salvarme, porque no habría tenido oportunidad de encontrar a mi Paloma de no haber sido así.

- Por aquí – me indicó uno de los chicos, haciéndome una señal para que pasase al auto que había sido inspeccionado por los mejores expertos, en busca de cualquier anomalía. Todo parecía estar en orden – la escolta le seguirá en el otro coche. Asentí, poniendo rumbo hacia el sur.

Tenía una reunión en la casa de mi tío para hablar sobre nuestro siguiente movimiento, por supuesto yo no iba a llegar a ella, pero eso nadie lo sabía.

Todos mis sentidos estaban puestos en la carretera, podía escuchar a Galaxy haciendo más ruido del necesario, mientras hacía de las suyas en ese coche, inhabilitando los frenos, mientras yo pensaba en mi preciosa Palomita, que estaba siendo operada en un avión a más de mil metros de altura, debatiéndose entre la vida y la muerte. Poco me importaba no sobrevivir al accidente que mi mejor amiga había planeado para fingir mi propia muerte, si ella no sobrevivía a aquella operación.

El auto comenzó a coger velocidad, mientras yo me concentraba en la segunda parte del plan, cogiendo las curvas como un profesional de la carretera, en aquel Lamborghini de última generación.

Sonreí, al pensar en lo frustrados que estarían todos al descubrir que efectivamente alguien había alterado el auto, aún después de haber sido comprobado por los mejores especialistas.

Una nueva curva que me costó coger, pero aún no estábamos cerca del lugar exacto en el que todo se saldría de control.

Pensé en el plan que había improvisado sobre la marcha, sonreí al recordar las palabras que Carlos había pronunciado después de hacerle partícipe de mis planes.

- ¿¡Estás loco!? ¡No! ¡No pienso participar en este plan de locos! – Se quejaba histérico - ¡Es imposible que sobrevivas a esa caída!

- No necesito tu puta opinión, tío – me quejé, delante del ordenador, después de haber reservado el barco a nombre de ese malagradecido – sólo quiero que estés ahí en las coordenadas exactas en el momento justo. Dime que lo harás.

- ¿Y qué pasa con la Palomita?

- Eso lo tengo cubierto – contesté, con desgana – Maldonado cuidará de ella.

- ¿En serio vas a confiar en el tipo que mató a tus padres, Nate?

- No tengo tiempo para discutir ahora, tío – insistí, cansado de ese capullo – si no vas a ayudarme con esto, si me dices que estás fuera...

- Estoy dentro – me calmó – aunque me parece una puta locura, pero ... allí estaré.

Pasamos la colina, justo en la costa, nos acercábamos a la curva peligrosa, y el auto no iba a reducir la velocidad ni un poco. Me preparé, poniéndome en tensión, aferrándome al maldito volante, mientras el auto derrapaba de forma peligrosa, metiéndose en aquella curva. Perdí el control y salí por los aires, atravesando la vaya, despeñándome montaña abajo, cayendo al vacío, hasta sumergirme en el mar.

Era solo cuestión de tiempo que el agua empezase a entrar en el auto, pero tenía el tiempo justo para coger la bolsa de deportes (por supuesto acuática), dar las últimas instrucciones a Galaxy, guardar el equipo para comunicarme con ella en la bolsa, agarrar el respirador portátil, y volver a cerrarla, antes de que la puerta se abriese y me dejase salir de aquella lata que podría haber sido mi final. No, sin lugar a dudas, todos pensarían que lo era.

Una muerte perfecta, pues el mar suele cobrarse muchas vidas, y a veces, jamás aparecen sus cuerpos. Yo iba a ser uno de esos privilegiados.

Nadé con todas mis fuerzas, después de colgarme la bolsa como si fuese una mochila, respirando solo lo justo, no quería malgastar oxígeno, aún me quedaba un camino largo antes de la tercera parte del plan.

Lo había calculado especialmente bien, y no podía fallar, había mucho en juego. Lo cierto, es que, en ese momento, ni siquiera me importaba si me estaban buscando ya, si la policía habría sacado el auto del mar, o si habrían descubierto que yo ya no estaba.

Quince minutos después había llegado a la gruta, apenas podía ver nada, era una suerte que tuviese en mi poder una linterna en ese maldito reloj que era una puta pasada, era obra de Galaxy, no había más. Recogí el traje de buzo. Me desnudé lo más rápido que pude y me lo coloqué, incluso la bombona de oxígeno, para luego meter las ropas mojadas en el bolsillo exterior de la bolsa, cerciorándome de que todo estuviese en su lugar, antes de volver a sumergirme y desaparecer bajo el agua.

Ese maravilloso reloj era como una sonda, podía mostrarme las coordenadas exactas del lugar en el que había quedado con Carlos.

Verónica.

En un extenso paseo, en una silenciosa noche, interrumpida tan sólo por los solos de violines, a las afueras de una hermosa mansión en la que tenía lugar una lujosa fiesta, una en la que tantas veces antes había estado. Era la mansión Lewis, en la que había vivido durante casi toda mi vida, donde el hijo de puta de Maxwell se quitó la vida, de un tiro en la sien, en su despacho.

Una hermosa muchacha, delgada, alta, con un cuerpo de escándalo, curvas bien marcadas, con un vestido rojo, irrumpía en la tranquilidad del lugar, mientras una canción de hip hop se hacía escuchar, como en una maldita película.

Esa chica era yo, y me sentía libre, con el cabello siendo mecido por el viento, despreocupada, y una gran sonrisa en el rostro. Me sentía poderosa desde mis altos tacones de aguja, sin detenerme en mi decisión de matar a cualquier capullo que se pusiese en mi camino, incluso a Nate Santoro, el hombre al que amaba.

Nate.

Mi mente se centró en ese nombre, y me detuve a mitad de camino, antes de haber entrado en esa elegante fiesta, recordando unas palabras lejanas, como si hubiesen sucedido hacía mucho tiempo, que llegaban a mí como en eco.

"Cuando todo esto termine, volveré a tu lado"

Sonreí, como una idiota, al darme cuenta de que el dueño de esa frase era el hombre al que amaba. Eso me dio esperanzas y difuminó la escena, haciendo que él apareciese delante de mí. Una perfecta ilusión a la que quería aferrarme.

"todo esto terminará algún día, Verónica, y cuando eso pase, iré a buscarte, donde quieras que estés y me casaré contigo" – prometió, ese Nate que tenía delante, aunque tenía las facciones tan perfectas y luminosas que casi parecía un dios.

- ¿Me buscarás? – pregunté, con un hilo de voz, descalzándome, mostrándome tan baja como era frente a él - ¿a mí? ¿a la hija del hombre que destruyó a tu familia? Sé que necesitas vengarte, Nate.

- Una batalla – dijo una voz detrás de nosotros. Y al girarme vi a mi padre, tenía un arma en la mano y apuntaba hacia el hombre al que amaba – que no acabará hasta que uno de los dos muera.

- ¡No! – grité, intentando detener a mi progenitor, deteniéndome frente a ellos, mientras Nate levantaba un arma que parecía haber aparecido de la nada, y disparaba a mi padre, dándole de lleno en el pecho, este cayó al suelo, taponándose la herida con la mano, y el miedo me invadió al darme cuenta de que él había matado a mi padre.

- Quizás con la muerte de los dos – añadió mi padre, levantando su mano libre, disparando al hombre al que amaba, haciendo que este cayese también al suelo, de rodillas, desangrándose, mientras yo me debatía entre uno y el otro, sin saber a cuál de los dos salvar. Los dos eran igual de importantes para mí en ese momento. De una parte, el hombre al que amaba, el que me había salvado tantas veces, por el que daría mi vida. Por otra, mi padre, el que me dio la vida, al que acababa de recuperar después de mucho tiempo separados.

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