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O3 | Soledad.

La joven se movía en su cama tratando de incorporarse, su cuerpo le dolía y sus párpados se notaban hinchados, llevo una mano a su rostro y sintió las lágrimas secas en sus mejillas y ojos.

Aquello le devolvió recuerdos de la noche anterior.

Un ligero brillo del sol se dejaba entrever por su ventana, sentía su cuerpo pesado, y en su cabeza no dejaban de repetirse las palabras que escuchó ayer: "Ni siquiera deberías portar los aretes". Abatida, exhausta, así se sentía; con gran pesadez se esforzó por abrir sus ojos, revelando una mirada agotada, vacía. Se apoyo en sus brazos y logró sentarse sobre su litera, debía tomarse unos segundos para digerir todo lo ocurrido, dirigió su vista a su habitación, topándose en el camino con su kwami durmiendo plácidamente a su lado, además de encontrarse una caja de pañuelos, que dedujo trajo Tikki para reconfortarla.

Por su mente cruzó la interrogante de si su kwami creía lo mismo que el maestro Fu, de si a lo mejor Tikki estaba inconforme con ella, solo que no se lo había dicho por miedo a lastimarla, aquellas dudas no hicieron más que aumentar su jaqueca; se sentía herida, ya había discutido antes sobre el asunto de guardar el secreto, sin embargo era la primera vez que le decían tales confesiones, desearía poder desahogar su frustración, pero al igual que en las ocasiones anteriores, no sabía cómo. Al final parecía no tener más opción que la habitual, continuar y hacer como si nada hubiera ocurrido, y es que, ¿qué otra cosa podía hacer?, después de todo, nadie debía saber nada, y tampoco era como si pudiera contárselo a alguien; Tal vez, era como dijo el maestro Fu, si se encontraba sola en esto después de todo.

Y tal vez, era momento de que otra persona ocupe su lugar.

Soltó un suspiro y se estiro para ver su celular como de costumbre, y el tan solo observar la hora en esa pequeña pantalla, fue motivador suficiente para eliminar cualquier pensamiento de su cabeza y levantarse velozmente. Su alarma no había sonado.


Soltó un par de improperios mientras corría por toda la habitación con un semblante de preocupación; De manera desesperada Marinette buscaba su ropa y alistaba su mochila para la escuela, frustrándose debido a qué, como siempre, algunas cosas parecían desaparecer cuando más las necesitaba, —aunque, honestamente, ayudaría que la joven ordenara más seguido su habitación—, en momentos así agradecía vivir cerca de su escuela.

—La Srta. Mendeleiev va a matame, La Srta. Mendeleiev va a matame—Eso era todo lo que la azabache repetía.

Su kwami, quien despertó gracias a los gritos de Marinette, al ver a su dueña así de exaltada, se preguntaba que sucedía, más al observar lo que ella hacía y ser conocedora de la legendaria tardanza de la azabache, su duda fue respondida.

Pasado unos minutos la joven parecía lista para partir a clases, a pesar de las confusiones y caídas, y el contratiempo de haberse puesto la ropa al revés; había logrado terminar todo en tiempo récord. Fue entonces cuando se percató de la mirada de su kwami sobre ella, Marinette lo había meditado unos segundos y sentía que lo mejor que podía hacer era disculparse por los acontecimientos de ayer.

—Tikki—llamó, el kwami fijo su mirada en la azabache, pasaron unos milisegundos de silencio, los cuales Marinette aprovechó para calmarse antes de proseguir—, perdón por lo que hice ayer, no fue la mej-.

—Marinette—interrumpió Tikki—, no te culpo. Tú siempre serás una heroína para mí, debí apoyarte ayer, necesitabas más eso que escuchar mis regaños—El kwami tomo una pausa y respiró hondo, se veía verdaderamente apenada por lo de anoche—... Espero que no sea tarde para un abrazo.

Una sonrisa se estampo en el rostro de la joven antes de acercarse a Tikki y abrazarla, el kwami dejo escapar una risa de alivio y correspondió el cariño con la misma fuerza.

Tal vez, no estaba sola.

. . .

Mientras que, en otro lado de la ciudad, un joven rubio se pregunta dónde se habían metido todos esa mañana, debido a que ni siquiera encontraba rastro de Nathalie, y ella era la primera persona que veía al despertar.

Llevaba alrededor de una media hora esperando en el gran comedor, solo, mirando los cuadros de la habitación, que ya se tenía memorizados, y el enorme plato de comida que se encontraba frente a él, la verdad es que no tenía mucho apetito, el único motivo de que se encontrara allí, esperando, era ver a su padre, quien en la noche anterior le había prometido tomar el desayuno juntos; Pero como era costumbre, parecía que aquello iba a agregarse a las miles de promesas rotas que su padre iba dándole desde que tenía memoria.

Le quedaban 10 minutos antes de que se le empezará a hacer tarde, y el planeaba quedarse y esperar hasta el final, después de todo, la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?, aunque, la verdad, es que tampoco se sentía muy emocionado por asistir a clases, de hecho, de un tiempo para acá muchas cosas dejaron de parecerle emocionantes, muchas cosas cambiaron desde el instante en que ella cambió. Cuando Ladybug decidió apartarlo —o bueno, así lo sentía él— de su camino, el trabajo en equipo se volvió complicado, no hacían planes juntos, no analizaban las opciones, no intercambiaban ideas, de hecho, ya casi no hablaban en lo absoluto, sus conversaciones no dejaban de volverse... monótonas, cotidianas, limitadas a respuestas de "sí" u "no", o para avisar sobre algún peligro inminente.

Al principio intento darle espacio, pensó que tal vez no estaba pasando por un buen momento y necesitaba tiempo para recuperarse, pero con el pasar del tiempo, al ver que la situación no progresaba, decidió poner garras en el asunto; Lamentablemente, aquello no fue lo mejor, sus bromas no hacían más que enojarla, sus invitaciones, presentes, le eran constantemente rechazadas, tirados, con el tiempo, fue viéndose a sí mismo más como una molestia que como una ayuda, debido a que, además de todo, en las batallas, su participación era mínima.

Y la ciudad de París no dudo en notarlo, sí, es cierto, la mayoría de las redes periodísticas se morían —y mueren— por averiguar la raíz del cambio de actitud en la superheroína local, pero, como Ladybug se mantenía completamente alejada de la prensa o cualquier medio comunicativo, muchos canales, al no obtener respuesta, o tan siquiera una pista, comenzaron a buscar otros trabajos de investigación.

Y que mejor que centrarse en el compañero relegado.

Comenzaron haciendo notas destacando los "mejores momentos" de Chat Noir, haciendo mención en cuantas vidas salvo junto a Ladybug y lo mucho que se le extrañaba en escena, pero cuando se acabó el material, se buscaron otro titular, y no se les ocurrió una alternativa más adecuada que la siguiente interrogante: ¿es necesario tener dos superhéroes en Francia? En ese momento, todo cambió para él.

Desde que salió el primer artículo de ese tipo, la opinión del público no se hizo esperar; Muchos creían que era estúpido subestimar la tarea de un héroe, tomando en cuenta principalmente, el gran registro de victorias y logros que llevaba detrás, pero, al mismo tiempo, muchos comenzaron a darle la razón a la prensa, y la mayoría bajo el mismo argumento de que Ladybug estaba demostrando que es capaz de encargarse sola de cualquier situación. Y como en cualquier tema público, las opiniones mordaces no podían faltar.

"Si por hacer nada me llaman héroe, entonces también voy a exigir mi estatua en el centro" "El miraculous se lo debieron entregar a alguien más, él no es digno de portarlo" "No nos sirve un héroe que no pelea" "Queremos a otro Chat Noir".

Esos comentarios se habían vuelto parte de su día a día, los escuchaba en clases, en los noticieros, en las calles; dolía sentirse una carga para su padre, ahora sentía que era una carga para el mundo.

Adrien respiró profundamente, cada nota periodística en la que mencionaban su total falta de competitividad resonaba en su memoria, al igual que cada rechazo de su Lady, se tiro de espalda contra el respaldar de la silla y se dejo caer, estaba tenso, se preguntaba si esta es la presión a la que se acostumbran los superhéroes. No tenía claro como debía proceder, se sentía solo, aún más que antes, y últimamente no dejaba de rondarle la idea de que el pueblo de París tenía razón.

Necesitaban otro Chat Noir.

Colérico, el rubio golpeó su puño contra la mesa, provocando que uno de los vasos tambaleara y finalmente cayera, fracturándose en miles de pedazos.

Plagg, que había estado esperando junto a Adrien todo este tiempo, salió de su escondite al escuchar el sonido de un objeto rompiéndose, en cuanto vio el estado del joven no pudo evitar sentir una pequeña presión en su pecho. Él había estado observando lo mal que la pasaba su dueño últimamente, a pesar de que conocía la razón detrás de todo este enigma, se preguntaba si el maestro Fu anticipo este tipo de situación, y de ser así, esperaba que Fu hiciera algo para cambiarlo, porque, aunque no lo admita, no soportaba ver al rubio pasar por esto; Indeciso sobre cómo actuar creyó que sería oportuno intervenir y ayudarlo, o bueno, intentarlo.

—Hey—habló el kwami, sin recibir ninguna reacción por parte del contrario, quien parecía retraído en sus pensamientos—, Si estás así por tu padre, no comprendo por qué te enojas. Cuando estás solo, puedes comer todo el queso que desees sin necesidad de compartirlo.

El joven suspiro y esbozó una ligera sonrisa antes de contestar, sabía cuales eran sus intenciones, y a pesar de que no era la forma más típicas o adecuada, a Adrien le hacía feliz ver que al menos alguien notaba su dolor.

—Plagg, así estuviera la mesa llena, te comerías el queso solo.

—Es cierto—confesó—, pero al no haber nadie se elimina el sentimiento de culpa.

Adrien simplemente rió por lo bajo para luego acomodarse de manera correcta en la silla y dirigir su mirada a Plagg.

—Gracias Plagg.

—¿Qué? ¿De qué? Yo simplemente señalaba las ventajas de comer solo, no es como si buscara hacerte sentir mejor—el kwami, haciéndose el ofendido, le dio la espalda a Adrien, topándose con el gran queso en el plato del chico, al ver que el rubio no le había dado ni siquiera una mordida, decidió que un buen queso no podía desperdiciarse de esa manera y lo tomó para sí mismo.

—Como digas—Fue lo único que dijo Adrien, mientras veía como Plagg se engullía todo el queso de un bocado.

El rubio levantó la mirada, buscando el reloj, cuando vio la hora se dio cuenta que ya no podía esperar a su padre más tiempo, a pesar de estar acostumbrado a este tipo de situaciones no pudo evitar que aquel sentimiento de decepción se apodere de él. Soltó un suspiro, cerrando los ojos en un vago intento de tranquilizarse para desaparecer el sentimiento, y de manera desganada se levantó de la mesa, teniendo cuidado con los pequeños trozos de vidrio que estaban esparcidos por el piso. Estaba a punto de tomar su maleta cuando se escuchó un estruendoso ruido por toda la casa, seguido de otros más leves.

El rubio no lo pensó dos veces antes de buscar el origen del sonido, se escuchaba claramente el sonido de objetos estrellándose contra los muros, vidrios rompiéndose y golpes contra la pared; aquello le inquietaba, sus latidos se aceleraron inevitablemente, mientras seguía, y buscaba, el sonido, se encontraba alerta ante cualquier posible "ataque", miraba atento a todos los rincones del lugar. Un atraco, pensó, pero esa idea se descartó rápidamente cuando tomo en cuenta la desmedida cantidad de seguridad que había, también considero la posibilidad de que fuera un akuma, o un villano, que parecían alternativas más acertadas.

No fue hasta que encontró el lugar de donde provenía el sonido cuando sintió su mundo colapsar unos segundos, los ruidos provenían del estudio de su padre; Fue entonces cuando comenzó a correr hacia el cuarto tan rápido como se lo permitían sus piernas, su respiración era entrecortada y podían escucharse claramente los latidos que su corazón emitía en ese momento, su mente se puso a divagar, dando inicio a cualquier tipo de pensamientos desastrosos, en los que se imaginaba cualquier escenario posible, cada uno peor que el anterior. Una vez llegado a su destino, guiado por la adrenalina se estrello de frente contra la puerta, más esta no se abrió, tomo la perilla con sus manos, pero debido al sudor, esta se le resbalaba de los dedos, eso sin mencionar que se encontraba con llave.

—¡Padre! ¡¿Qué sucede?!—gritó, más no recibió respuesta

En su voz podía palparse la preocupación, continuó forzando la entrada con varios intentos fallidos que no hacían más que impacientarlo, consideró unos segundos ver la manera de tirarla; lanzó más gritos preguntando que ocurría, pero eran ignorados, parecía que ni siquiera eran escuchados. Y podía ser que así sea, ya que del otro lado de la puerta se encontraba un iracundo señor Agreste que estaba destrozando toda su oficina llevado por la frustración de no poder hallar una respuesta a la pregunta que iba carcomiéndole desde su última batalla con Ladybug, con cada libro que tiraba esperaba encontrar una respuesta, algún detalle, un recuerdo, algo que paso por alto, lo que sea, necesitaba saber, debía saber, si no lograba descifrarlo iba a fallarle a ella, otra vez; y no podía hacer eso, se lo había prometido, observo aquella foto que aún tenía en su escritorio, las memorias, recuerdos, los errores, la culpa...

Lanzó el cuadro contra la pared que tenía en frente, una ola de emociones se le vino encima con tan solo ver su rostro, Emilie, como la necesitaba, como quería pedirle disculpas.

Fue entonces cuando una idea tomo lugar en su mente, se detuvo unos segundos y tras recuperar el aliento, exclamó:

—Nathalie, tráeme el libro, es tiempo de probar cosas nuevas.

Y aquellas, eran las primeras palabras que decía desde la batalla anterior.

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