8: Fugitiva
Este sábado volvemos a tener partido.
—¿Lo has hecho ya? —me pregunta David mientras conduce. Ha venido a recogerme porque, sorpresa, mi padre no podía.
—¿El qué? —contesto, distraída con mi teléfono. No he vuelto a recibir ningún ingreso desde que subí la última foto.
—La guitarra.
Me tapo la boca mientras exclamo un sonido de fastidio.
—Se me ha olvidado.
David vuelve a mover el coche cuando el semáforo se pone en verde y salimos de la otra ciudad para volver a casa.
—Tienes que hacerlo cuanto antes o perderá la gracia.
Antes, pasamos por un restaurante de comida rápida.
—¿Tantas? —susurro cuando escucho la cantidad de hamburguesas que pide. La mujer coge el pedido con total normalidad
—Comemos mucho. —Esperamos con paciencia fuera del coche. Él apoyado en la puerta y yo sobre el muro—. Escuché la discusión el otro día.
—¿Cuál de todas?
—La de la universidad.
Resoplo y camino hacia la puerta del copiloto.
—No empieces tú también con el rollo.
Me siento y espero en el silencio del interior. Vuelvo a desbloquear el móvil: nada. David se mete dentro también y descubro que tiene la comida que hemos pedido.
—Nosotros tampoco hemos ido, como habrás visto. —Le miro por el rabillo del ojo—. Ahora deberíamos estar en tercero.
—¿Se debe a algo? —añado con interés y me giro un poco para verle mejor.
—No quisimos. No siempre hay que seguir el camino que la sociedad establece. A mí me gustaba hacer experimentos y me metí en un grado superior de técnico de laboratorio. Ahora trabajo de eso.
Sorprendida por la revelación, intento averiguar más.
—¿Haces experimentos?
—Algo parecido.
—¿Y tu hermano?
—Lo hizo de sonido. Le gusta mucho la música.
—Pero no se come una mierda, ¿verdad?
—No le ha ido tan bien como a mí —bromea con una carcajada.
Me vuelvo a colocar mirando al frente. Las casas bajas indican que ya casi hemos llegado. Es el único pueblo de la zona sur de Madrid en el que los edificios no pasan de la cuarta planta y hay muchos chalets, como el nuestro.
—Le vi en el instituto.
—Mamá ha insistido en que tiene que ganar algo de dinero. Nos quiere largar de casa.
Ojalá yo pudiera trabajar también, pero prefiero no decírselo. Tan solo me quedan 34 días y podré ser libre.
Cuando llegamos a casa, la música clásica suena por todos lados. Arrugo la nariz cuando entramos. Huele a comida sana, ¿quién narices se ha puesto a cocinar? David deja las bolsas de hamburguesas en la encimera y mira a su madre con incredulidad. Mi padre está a su lado y le da un trozo de pollo a la plancha para que lo pruebe. Evelyn es la primera que nos ve.
—Pensábamos que no vendríais a comer.
La mueca de David me habría resultado divertida, de no ser porque a mí me da el mismo asco que a él ver esta escena.
—Nos vamos al jardín.
Cojo una bolsa y empiezo a caminar. Entonces mi padre me llama y soy incapaz de seguir hacia delante. David se estampa contra mi espalda.
—Evelyn había pensado... —Su voz es amable. No me mira hasta pasados unos segundos.
—¿Te apetece que nos vayamos de compras? —habla ella prácticamente canturreando en un intento de completar la frase que ha dejado mi padre en el aire. Vuelvo a arrugar la nariz, pero la expresión de mi padre me sobresalta. ¿Está... sonriendo?
—¿Hoy?
—Sí, bueno, si puedes. Seguro que ya tienes planes.
Su cabello es tan oscuro como el de sus hijos y su sonrisa amable me recuerda a la de David. Quizá es por eso, o por la mirada que me echa mi padre, que acabo aceptando su oferta aunque no tengo ganas de hacerlo.
Me como mi hamburguesa con desgana mientras David me enseña grupos de música que le gustan. Lo cierto es que no le estoy haciendo mucho caso y, tras su tercera hamburguesa, lo nota. Acabo subiendo a mi habitación para distraerme antes de marcharme y recuerdo lo que tenía que hacer con la guitarra. Álvaro no debe estar en casa porque le he visto salir esta mañana y no ha bajado a comer. Llamo por si acaso a su puerta y, como no responde, la abro lentamente.
La cama está revuelta. Hay ropa por el suelo y libros por todos lados. No creo que se haya leído uno en su vida. Lo único que está ordenado es la estantería con todos los discos de música. Observo los títulos y me doy cuenta de que apenas conozco a un par y eso es porque David los ha mencionado antes. En su escritorio tiene un bote de colonia sin tapón. Me lo llevo a la nariz y aspiro lentamente. Huele bien.
Entonces veo la guitarra.
—Aquí estás...
Tiene la mayor parte pintada de rojo y justo donde están las cuerdas es blanca. Si me gustasen los instrumentos, podría decir con total seguridad que quiero una igual; pero solo puedo decir que es bonita. La cojo con cuidado y me paso la cuerda por los hombros. No pesa mucho. Finjo que la toco como si fuese una profesional y me miro en el espejo largo que hay junto al armario.
—Parezco una roquera —me digo, divertida.
Salgo de la habitación con el mismo sigilo con el que he entrado y me marcho para esconderla. Cuando está en un lugar seguro, aprovecho para darme una larga ducha. No sé cómo es soportar a Evelyn, pero mi padre me dijo que quería conocerme y eso implica muchas preguntas.
Una hora después, está esperándome en la puerta con las llaves del coche en la mano. Antes de salir, mi padre me pone la mano sobre el hombro.
—Pórtate bien.
—Me portaré igual que tú con mi televisión.
Cierro la puerta aun sabiendo que me está gritando y me meto en el coche. Lo bueno de esta ciudad es que tiene un gran centro comercial a tan solo diez minutos y hay las suficientes tiendas como para no aburrirse.
—Te gusta la repostería —afirma directamente y yo asiento. Me desabrocho el cinturón y salgo sin la chaqueta. Hace buen día.
—Bastante —respondo para rellenar el silencio.
Entramos en la primera tienda, que es de zapatos. Me pruebo unas botas blancas de plataforma. Unas deportivas y varios pares de sandalias demasiado veraniegas para este tiempo. Al final es Evelyn quien se compra unos zapatos. Son muy bonitos. Empiezo a pensar que tiene buen gusto.
—Tengo un libro de recetas que te puede interesar, mi madre era una gran pastelera.
Durante todo el tiempo en la zapatería no hemos dejado de hablar de pasteles, lo cual me ha resultado bastante agradable.
—Me encantaría.
Me descubro sonriendo y trato de borrar la cara de tonta que se me ha quedado.
Me compro tres tops y un vestido en una de mis tiendas favoritas. Son en tonos pastel y, según dice Evelyn, hacen que el color azul de mis ojos resalte. También me ha dado consejos de peluquería y hemos comprado un champú para cabellos rubios que hará que mi pelo brille más.
Dos horas después, llegamos a casa. Hasta hemos tomado un granizado en una cafetería del centro comercial. Estoy bastante sorprendida. Tal vez yo no sea tan mala como pensaba.
Cuando entramos, se escucha un golpe muy fuerte y Evelyn se apresura para ver qué pasa. Mi padre sale de su despacho también confuso. David está en el sofá sentado mirando hacia arriba y con un bote lleno de palomitas. Me acerco a él y le robo una.
—Ya ha empezado el espectáculo, siéntate.
—Eres cruel —susurro.
—Has sido tú la culpable.
—Fue tu idea.
No contesta. Sonríe, se come un puñado de palomitas y sigue mirando hacia arriba.
—¿Qué es lo que ocurre? —pregunta Evelyn subiendo las escaleras cuando ve que su hijo sale de la habitación.
—No encuentro la guitarra —gruñe malhumorado y mira de reojo hacia donde estamos. Entonces se percata de lo relajado que está su hermano y dirige todo su enfado hacia él—. ¡Cabrón! ¿Dónde la has metido?
—Yo no he hecho nada.
Levanta las manos con diversión en un intento de parecer inocente, pero no lo consigue. Unas cuantas palomitas se caen al sofá.
Álvaro me mira. Su rostro, lleno de ira, da un poco de miedo. Creo que David tenía razón, esa guitarra es lo que más le importa.
—Seguro que está por aquí —comento para ayudar, pero lo empeoro.
Álvaro empieza a levantar los cojines del sofá y su madre le pone las pilas en menos de un segundo. Insiste en que busque en el coche y, nada más salir de casa, hace un gesto a su otro hijo para que le ayude a colocar. Sintiéndome culpable, yo también les ayudo.
—Debería devolvérsela —le digo a David en voz baja.
—No hagas nada o será peor.
No entiendo por qué está tan tranquilo.
—¿Y dejar que desmonte toda la casa?
—No tardará en encontrarla —me asegura, pero yo no lo tengo tan claro.
—¡Eres un hijo de puta! —exclama Álvaro unos minutos después. Aparece con la guitarra en la mano y una expresión un poco más relajada. Se acerca a su hermano y le da un puñetazo en el hombro.
Más tranquilo, sube las escaleras como si no hubiera ocurrido nada.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunto completamente confusa.
—Te vi esconderla, no la habría encontrado en su vida. La cambié de sitio y la metí donde siempre, en el maletero del coche.
Perpleja, me siento en el sofá y como unas cuantas palomitas.
—Me has utilizado para robarla.
—Teóricamente... sí —sonríe con culpabilidad y se sienta a mi lado. No puedo evitar reírme. Mi padre y Evelyn se marchan a la cocina como si estuviesen agotados y necesitasen reponer fuerzas—. ¿Qué tal con mi madre?
—No cambies de tema —añado y me levanto, señalándole con el dedo—. Te aseguro que mi venganza será peor que la del demonio de tu hermano.
—¿Demonio?
Esta vez se ríe él y yo entrecierro los ojos en un intento de estar seria.
—Vas a suplicar piedad.
Subo las escaleras lentamente sin dejar de mantener el contacto visual. David no parece tener ni un ápice de miedo por mis palabras. Sin duda, gastarle una broma a él va a suponer un gran reto para mi intelecto.
*****
Lo confieso, estoy un poquitito enamorada del dúo que hacen Adri y David. :')
¿Vosotras no?
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