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45: Finales y comienzos

No me he despedido de nadie. Ni siquiera de mi padre. Solo David sabe que nos vamos y lo mejor es que sea así. Aun así, cuando me marché de casa para irme a pasar unos días a la de Gabi, dejé una nota sobre mi almohada dedicada a Evelyn. Me ha parecido adecuado. Sé que la leerá delante de él.

Mientras Gabi le explicaba hace unos días a sus padres nuestro plan, yo los observaba atentamente. La escucharon, expresaron su descontento y, aun así, la han apoyado en todo momento, la han dejado volar. Creo que lo único que no les gustó era el hecho de tener a su hija a seiscientos kilómetros de casa, es normal.

Carol ahora está en Alemania, emborrachándose con los amigos de su hermano. Nos ha contado que hay uno que le cae mal, pero todas sabemos como acabarán esos dos, y si no te lo digo yo: en la cama.

—¿Tienes todo? —me pregunta Gabi mientras salimos de su casa.

La planificación nos ha llevado más tiempo del que pensábamos. Los padres de Gabi conocían a una mujer por allí y ella nos ayudó a encontrar un piso de estudiante cerca de la universidad. Con mis ahorros y los de mi amiga podemos aguantar cuatro meses, pero tenemos que encontrar trabajo pronto.

Solo nos podemos llevar lo imprescindible. Yo lo he conseguido guardar todo en dos maletas y la ropa que no ha entrado la he acabado metiendo en cajas para que las manden a donaciones. Dicen que por el sur hace bastante calor, así que supongo que en invierno no me harán falta las mallas térmicas o los jerséis gordos. Gabi, por el contrario, tiene una maleta para la ropa y tres o cuatro cajas de libros que sus padres la llevarán cuando vengan de visita a finales de julio.

—Todo —confirmo cuando miro el interior de mi mochila y salgo arrastrando las dos maletas gigantes.

Como sus padres trabajan, David se ha ofrecido a llevarnos a la estación de Atocha, desde donde sale nuestro tren.

Mientras ellos hablan, yo reviso mi teléfono. No tengo ni una sola llamada de mi padre porque decidí que lo mejor para empezar una nueva vida sería cambiarme de número. Evelyn me escribió dándome las gracias por la nota que le escribí, a ella se lo di en mi carta. Y a Álvaro le escribí hace dos días para contarle que me iba, pero no me ha respondido y sé que no lo hará. Puede que él también necesite empezar de cero y esta sea su manera de hacerlo.

Suspiro, bloqueo el teléfono y lo guardo en la mochila.

Esta mierda de pueblo me ha dado mucho, pero también me lo ha quitado, así que estamos empate.

—Lo primero que tenéis que hacer es encontrar un bar de confianza —nos explica David mientras caminamos hacia la estación. El coche está aparcado en una zona de carga y descarga, por lo que no puede estar mucho con nosotras—. No hay mejor manera de hacerse con una ciudad que encontrar el sitio donde sirven la mejor cerveza.

Gabi y yo nos reímos.

—¿Y si no me gusta la cerveza? —pregunta ella metida en la conversación.

—En la universidad es lo único que vas a beber —le advierte y luego me señala a mí—. Y tú no bebas whisky, hace que se te suelte la lengua y luego te arrepientas de haber dicho que querías a una chica y ella te rechazara.

—¿Claudia?

—No, María —contesta encogiéndose de hombros y luego hace un gesto con la mano para restarle importancia.

No puedo evitar esbozar una sonrisa al ver lo pequeño que parece a pesar de tener un gran corazón. Espero que algún día encuentre a la chica adecuada a la que ofrecer todo su cariño.

Cuando llegamos a la pasarela de control, nos despedimos con un fuerte abrazo grupal y se marcha. Se me hincha el pecho al sentir que ya le echo de menos y me recuerdo que le voy a ver más pronto que tarde.

—Voy a ir durmiendo durante el camino, así se hará más corto —comento mientras caminamos en busca de nuestro tren.

—Yo me he traído un libro —añade mostrándome en el interior de su bolso el ladrillo que lleva. No sé cómo puede leer tantísimo.

Al menos ya se ha deshecho de Anna Karenina. Al parecer, se lo regaló Alex, el profesor. Dentro tenían un código para comunicarse en secreto. Me pareció muy romántico cuando me lo contó, pero después me dijo que él la había rechazado rotundamente y de la peor forma posible: por mensaje. Ni siquiera se dignó a dar la cara.

—¿Has considerado usar un libro electrónico? Podrías meter miles.

—No es lo mismo. Me gusta sentir las páginas, hacer anotaciones, poner post-its en mis frases favoritas... Esas cosas.

Mientras me explica su técnica de subrayado buscamos nuestros asientos en el vagón. Con nosotras también va un grupo de chicas que parece que están en una despedida de soltera por los penes que llevan en la cabeza.

—Quizá algún día te pida uno.

Su rostro se ilumina.

—¿En serio?

—Pero tendré que empezar con uno cortito.

De repente, suena una notificación en mi teléfono y me sobresalto al ver que se trata de Álvaro. Se lo enseño a Gabi y abre la boca sorprendida.

—¡Vamos, abre!

Temerosa de ver lo que pone, clico sobre ella, pero al instante la ilusión desaparece.

Álvaro: 7-24D

—¿Qué significa eso? —pregunta Gabi prácticamente metiendo la cabeza en la pantalla de mi móvil.

—Se habrá equivocado.

Resoplo y bloqueo el teléfono.

Una mujer nos habla a todos a través de los altavoces antes de iniciar el viaje. Vamos en una compañía barata, así que nos informa de las cosas que podríamos tener si pagamos un poco más. Me recuesto en el asiento y apoyo la cabeza en la ventana mientras escucho. Está bastante fresca, es reconfortante.

El tren comienza a avanzar y Gabi abre su libro. Delante de nosotras hay unas chicas que no paran de hablar, por lo que cojo mis auriculares y me pongo música. Nunca antes había salido de la ciudad sola. Ni siquiera para una excursión, ya que a mi padre no le hacía mucha gracia que me fuera lejos.

Inspecciono la revista que hay en el compartimento del asiento de delante y pasa un rato hasta que me canso de leer sobre seguridad ferroviaria y técnicas de evacuación en caso de accidente. No sé si esto me tranquiliza o me pone más nerviosa.

Tengo entendido que el trayecto dura unas cuatro horas, pero no llevamos ni la mitad y ya estoy aburrida. Es complicado entretenerse cuando me he borrado todas las redes sociales, que era con lo que mataba el tiempo antes. Puede que necesite buscarme un hobby.

Trato de conciliar el sueño mientras observo el paisaje árido español, que es lo más feo que he visto en mi vida. ¿Es todo así de seco? Tengo entendido que el sur es precioso, todavía guardo la esperanza.

Gabi me mira con curiosidad cuando me levanto.

—Voy a buscar un baño.

Además del grupo de la despedida, hay otro de chicos en el vagón contiguo que está cantando canciones mexicanas. Creo que son de una banda porque a su alrededor tienen fundas de lo que parecen ser instrumentos. Espero mi turno y, cuando está libre, entro en el cubículo al que llaman baño. Es tan diminuto que tengo que entrar de lado.

Vuelvo a mi asiento mientras me coloco los auriculares otra vez con cuidado de no tropezarme.

—3A-B, 4A-B, 5A-B... —Y así hasta llegar al número ocho. Entonces me doy cuenta de un detalle. Saco mi billete impreso y compruebo el número del vagón. Estamos en el tercero. Luego miro el mensaje de Álvaro—. ¿Y si...?

—¿Y si qué? —pregunta Gabi dejando un hueco para que pueda pasar.

Me siento y le cuento mi teoría.

—Es una locura.

Tira de mí para que me levante.

—Si no lo compruebas te llevo a rastras —me amenaza con su libro.

—Seguro que es una maldita coincidencia —resuelvo, temerosa de equivocarme.

No quiero hacerme ilusiones porque sé que el golpe dolerá mucho y ya empezaba a estar mejor.

—Citando a una sabia: "Que el temor a fallar no te impida jugar" —añade mencionando una frase de la película Una cenicienta moderna—. ¡Así que mueve tu culo!

Me río, ansiosa y emocionada al mismo tiempo. ¿Y si de verdad está aquí? Camino hacia el siguiente vagón, que está separado por una puerta que se abre de forma automática y me encuentro de nuevo con los mariachis. El siguiente vagón es el que llaman del silencio. Hay unos cuantos en el tren. En el sexto hay niños de un campamento. Todos llevan la misma camiseta naranja con el nombre de un colegio.

Antes de llegar al séptimo me detengo y una gota de sudor frío me baja por la espalda. El miedo me recorre las venas, pero me recuerdo a mí misma la frase que Gabi me ha dicho y camino hasta que la puerta se abre. Hay bastante gente. Algunos van de espaldas al sentido del tren y me compadezco por ellos y su posible mareo. Por suerte, es a los que mejor veo, pero él no está en ninguno de los asientos.

Unas chicas me sonríen cuando me doy la vuelta. Les devuelvo la sonrisa. Álvaro tampoco está en los otros asientos. El 24D está vacío. Efectivamente, se había equivocado al mandarme el mensaje. Disgustada, salgo del vagón. Necesito bajarme de aquí y todavía queda bastante. Me quedo junto a la ventana abierta en el descansillo y trato de recuperar el aliento inspirando lentamente.

—No pasa nada. Todo irá bien. Te acabarás olvidando —me digo a mí misma en un intento de tranquilizarme. Cierro los ojos y dejo que el viento acaricie mi piel, pero no mitiga la decepción.

En el momento en que me giro, la puerta del baño se abre y lo veo como la ocasión perfecta para echarme un poco de agua en la cara; pero lo que aparece ante mis ojos hace que me quede inmóvil.

—Hola —dice casi en un suspiro y una sonrisa aparece en su rostro.

Los segundos pasan y no soy capaz de reaccionar. Su cabello está algo más corto. Tiene una camiseta de un grupo de rock y sus vaqueros no podían estar más rotos. Frunzo el ceño.

—Hola —contesto extrañada—. ¿Es una alucinación?

—Me parece que no —responde y puedo ver otra vez ese brillo divertido en sus ojos.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

Da un paso hacia mí y yo, como si estuviese sintiendo la fuerza de un imán, doy otro hacia él. No puedo evitarlo.

—He venido a decirte una cosa.

—¿Y no podías mandarme a la mierda por teléfono? —replico a la defensiva cruzándome de brazos—. No voy a rogarte ni nada por el estilo.

—Me voy contigo.

—He dicho que... —me detengo y le miro con desconcierto. Él me coge las manos y aprieta con firmeza. Puede que, si no lo hace, me caiga ahora mismo al suelo en plan dramático—. ¿Qué?

—A donde vayas, yo voy.

—Pero...

—He sido un gilipollas —comienza a explicar, negando con la cabeza—. ¿Trabajar con mi padre? Debiste darme una hostia cuando lo dije.

Me aparto de él y alzo las manos para que no se acerque, pero me choco con las maletas. Me siento aturdida y mi cerebro no hace más que mandarme señales contradictorias.

—¿Te has marchado para buscarme? —pregunto incrédula.

Se muerde el labio.

—Pensé que había quedado claro. Vamos, solo si quieres.

Un creciente cosquilleo aparece en mis extremidades y hace que parezca que son de gelatina. La manera tan dulce de mirarme y el brillo en sus ojos me indica que no puede estar mintiendo, pero ¿de verdad haría eso por mí?

—¿Por qué?

—Porque eres la única persona con la que quiero estar.

—¿Y qué hay de eso de no meterte en líos?

—Me encantaría meterme en cientos de líos contigo —responde recalcando esa última palabra.

Mi corazón se detiene y mi voz interior empieza a chillar como una loca. Dejo que lo haga mientras camino hacia él y le abrazo con toda la fuerza que me queda.

—¿Tú quieres? —susurra en mi oído con voz temblorosa y mi cuerpo se agita de emoción.

Me aparto un poco y analizo su rostro de cerca: cada marca, cada lunar. Él aparta un mechón que se ha escapado de mi coleta y lo coloca detrás de mi oreja. Sonrío ante el cosquilleo que siento al notar su piel y le beso, disfrutando del momento como si fuese la primera vez.

—Pensé que había quedado claro —bromeo repitiendo su frase.

Él me besa de nuevo y noto cómo sus labios se curvan sobre los míos cuando sonríe.

La emoción que siento es indescriptible.

Un nuevo comienzo y una nueva oportunidad. A pesar de haber perdido mucho en el camino, me alegro de haber llegado hasta aquí. De haberles encontrado, de haberme encontrado.


*****

SE ME VA A SALIR EL CORAZÓN, AAAAAAAA  ❤️❤️❤️❤️

Perdón por haberos hecho sufrir, pero jo, ha merecido la pena, ¿verdad?

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