43: Despedidas dolorosas
—No me han cogido en la uni —murmura Gabi con la mirada perdida mientras Carol y yo esperamos a que diga algo más. Hemos llamado a nuestra amiga para que nos ponga al día de su viaje por Europa y justo a Gabi le ha llegado el correo. Me asomo para ver qué más cosas pone en ese mensaje.
—¿Y las segundas opciones? —sugiero al ver su preocupación en la cara.
Gabi parpadea unas cuantas veces antes de seguir deslizando. Acerco a Carol y esperamos su respuesta. Entonces alza las cejas con sorpresa y le doy un empujón con la rodilla para que hable.
—¿Qué significa eso?
—Tengo plaza en la de Granada.
—¿Por qué la echaste allí? —pregunta Carol extrañada.
—No sé, quería tener más posibilidades. Eché en todos lados, ya ni me acordaba.
Nos enseña el teléfono y, aunque Carol no ve nada, yo sí. Me quedo pasmada.
—¿Qué vas a hacer? —añado yo, atónita.
—Hay una más en Madrid.
—¿Y te lo tienes que pensar? —Las dos miramos a Carol, pero su imagen se empieza a ver algo pixelada.
—N-no sé. Puede. —Gabi se deja caer sobre la cama que ha preparado para mí en el cuarto de invitados y se tapa los ojos con la cara sin dejar de resoplar—. Tengo que hacer una cosa.
Entonces se levanta y se marcha a su habitación. Cuando llego, la veo metida en el armario. Parece estar buscando algo, ya que no deja de sacar cosas que parecen no servirla hasta que encuentra lo que quiere y sale de la habitación. Carol grita porque no ve lo que está pasando. Cojo el teléfono y sigo a Gabi por el pasillo hasta la puerta de la entrada. Lleva el libro de Anna Karenina en la mano.
—¿Te vas a ir?
—Sí, necesito comprar una cosa —explica mientras mete lo que ha cogido en su bolso, tapándolo con el cuerpo para que no lo vea, aunque ya es tarde. No insisto. Tiene que solucionar algo y no seré yo quien se lo impida—. Mis padres vendrán en una hora, ¿quieres que te lleve a algún lado?
A pesar del escándalo, por su cumpleaños sus padres le han regalado el coche que menos usan para que se pueda mover a donde quiera. Sonrío agradecida y niego con la cabeza.
—Voy caminando.
Carol se empieza a quejar y silencio el teléfono. Gabi me mira con nerviosismo y sonríe también. No sé lo que se dispone a hacer, pero parece decidida. Abre la puerta con las manos temblorosas. Ella se marcha en ascensor hasta el garaje y yo bajo las escaleras.
—¿Por qué has dejado que se fuera sin contarnos nada?
—Nos lo contará —resuelvo tras salir del portal—. Solo hay que darle tiempo.
❀❀❀❀❀
Todavía me queda una maleta por acabar y mañana me marcharé de casa definitivamente. La que antes era mi habitación ahora está vacía. Es extraño ver como prácticamente todo tu mundo puede caber en unas cuantas cajas. Obviamente, hay cosas que tengo que dejar, aunque David me ha prometido que me lo mandará todo, pero lo importante está, como mis mariposas o la caja de mi madre.
Alguien golpea suavemente la madera de mi puerta. Me giro y veo a Evelyn esperando a que la de permiso para entrar. Pensaba que estaría trabajando.
—Te vas a ir —afirma mirando a mi alrededor.
Luego se sienta en mi cama y yo la miro desde el suelo. Tengo un asunto pendiente con ella y no me quiero ir sin resolverlo.
—Siento lo de las cucarachas —suelto de golpe mientras enredo entre mis dedos el tirante de un vestido.
Ella se ríe.
—Crie a dos niños rebeldes, no pienses que no estoy acostumbrada.
Su respuesta me sorprende y ella lo nota. En vez de seguir hablando, se sienta frente a mí y, en silencio, acabamos de doblar las últimas prendas que quedan en mi armario.
—Sé que tu padre no dirá nada si te quedas —comenta al cabo de un rato y las arrugas de la frente se le marcan un poco más—. Él no quiere que te vayas, pero es un poco orgulloso.
—¿Un poco?
Ella se ríe con tristeza.
—Las cosas se pueden hablar.
—No puedo quedarme —trato de explicar, aunque en realidad lo que necesito es convencerme a mí misma—. Voy a empezar de cero y sé que no quiero que esté en mi vida.
Aprieta los labios. En una situación normal, cualquiera trataría de convencerme de que hiciese un esfuerzo por arreglar las cosas con él, pero esta no es una situación normal y ella tampoco. Todos saben que nuestra relación está rota. Creo que, por una parte, comprende mi situación y por la otra lucha por ponerse del lado de su pareja. No puedo culparla.
—Pero tú sí —vuelvo a hablar y ella me mira con sorpresa—. Espero poder seguir viéndote.
Me levanto y ella me sigue. Entonces la abrazo. Odio tener que despedirme de alguien, así que imagino que con esto vale.
—Por su puesto —sonríe con los ojos ligeramente vidriosos.
Me retira un mechón del pelo para luego besarme la frente. Luego se marcha en silencio y cierra la puerta. Me tiro al suelo y dejo que la música de mi teléfono encapsule este momento. Me llevo la mano al pecho y toco el colgante que me regaló. Al cabo de un rato, la música se detiene y suena la melodía de una llamada entrante.
—Ven al puente, llegaré en media hora.
La voz de Álvaro suena lejana. Me levanto para responderle, pero ya ha colgado. ¿Le pasará algo? Suspiro, inquieta, pero no puedo dejar que los nervios me puedan. Salgo corriendo de casa y camino con decisión hacia el lugar que me ha dicho. Es ahora o nunca, tengo que convencerle de que regrese. No puedo permitir que estropee su vida de esa manera.
Media hora después, llega con un coche rojo pequeño que le hace parecer gigante a su lado, debe ser prestado. Mi corazón tiembla de emoción al verle, pero él mantiene la distancia cuando se acerca, quedándose a unos metros de mí.
—¿Por qué no...?
—Tenemos que hablar —sentencia de golpe con las manos metidas en los bolsillos del pantalón y mirando a todos lados menos a mí.
—No me vaciles.
Se muerde el labio inferior y luego el superior como si intentase contener algo. Doy un paso hacia él. Sé lo que significa esa frase tan trillada, no me creo que haya podido salir de su boca, y mucho menos me creo lo que sé que la acompaña. Me niego.
—Esto es complicado.
—¿El que precisamente? —replico cruzándome de brazos. No está siendo sincero conmigo y es lo que más me molesta—. ¿Que desaparecieras sin dar explicaciones?
Se pasa las manos por la cara y frota los ojos con fuerza.
—Es lo mejor.
Se le ve agotado, pero a pesar de eso sigue estando igual de guapo que siempre. Me da mucha rabia. Me acerco un paso más y cojo su mano. No muestra resistencia. Busco su mirada y por fin consigo encontrarme con sus ojos. Esbozo una pequeña sonrisa y niego con la cabeza para responderle.
—Te equivocas.
—La jodí yendo a pegarle, pero me pudo la ira.
—Los dos la hemos cagado bastante —resoplo con resignación y él aprieta su mano sobre la mía—. ¿Al menos te quedaste a gusto?
Suelta una carcajada cargada de amargura y se separa de mí.
—Mucho, se lo merecía.
Vuelve a desviar la mirada como si no quisiera verme.
—David me contó todo lo de tu padre —digo con indignación, insistiendo en que siga conmigo, que se abra, que me explique lo que le ocurre.
—Y a mí lo del tuyo.
—¿Lo vas a hacer? Lo del ejército.
Aprieta los labios, una expresión que me recuerda a su madre, y me pregunto si también tendrá gestos propios de su padre. Su seriedad quizá. No lo sé y prefiero no saberlo.
—Estoy pensándolo.
—¿De verdad tienes que hacerlo?
Me aparto con brusquedad y él lanza una mirada cargada de irritación.
—Necesito algo... estable. Un buen trabajo. No puedo meterme en más líos, Adriana.
Siento como si un puñal me atravesase el estómago al escuchar cómo me llama y me siento culpable al instante. Está intentando poner distancia entre nosotros, no solo físicamente. Entonces comprendo que de verdad ha venido para dejarme. Tal vez no le vaya a volver a ver y el dolor ante esa idea es casi insoportable.
—¿Estás seguro? —Él asiente y sus ojos me muestran una tristeza inmensa, pero también determinación. No hay nada que pueda hacer—. Entonces, has venido a despedirte
Se cruza de brazos, marcando más el espacio entre nosotros.
Si algo he aprendido de las personas a las que quiero es que no hay que obligarlas a que hagan algo que no quieren hacer, por eso no puedo pedirle que se quede. Él ha tomado una decisión. Luchar si la otra persona no quiere es inútil y agotador. Y, aunque mi corazón llora por dentro, trato de decirle que no pasa nada, que todo va a ir bien. Sin embargo, me cuesta más de lo que quiero admitir.
—Quiero que sepas que...
—Mejor no lo digas —le pido y él suspira abatido. Prefiero no escuchar más excusas.
—Lo siento.
Da un paso hacia atrás. Solo con sentir el vacío que deja hace que una oleada de dolor atraviese mi cuerpo. Mantengo la cabeza alta y me obligo a sonreír, procurando que las lágrimas no salgan.
Me gustaría decirle tantas cosas que no he podido que las repito en mi cabeza para que se disipen. Joder, es tan frustrante.
—Espero que te vaya bien —consigo pronunciar con un nudo en la garganta.
Sus ojos brillan con el reflejo del sol, pero no veo nada en ellos. Como una mariposa Luna, emprende su vuelo en solitario hacia la oscuridad más absoluta. Solo espero que alguna vez pueda encontrar la luz, aunque no sea conmigo.
—Lo mismo digo.
Para cuando dice eso, yo ya he empezado a caminar. Aparto las lágrimas de mi rostro y no me detengo hasta que llego a mi casa.
*****
:'(
No hay mucho más que decir...
¿Alguna vez habéis tenido que decir adiós a alguien a quien queríais mucho por su bien?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro