38: Burbujas voladoras
Hay que tener cuidado con las burbujas. Cuando mejor parece que están las cosas, cuando más cómoda es esa burbuja de tranquilidad, sin darte cuenta, más cerca te encuentras del precipicio. Lo malo es que, si esa burbuja explota, lo único que tienes bajo tus pies es el vacío y la hostia es monumental.
—¿Os ayudo con algo? —pregunto cuando escucho que están poniendo ya la mesa.
Evelyn me da los platos mientras mi padre remueve una especie de guiso que huele bastante bien, imagino que para acompañar la lasaña. Al colocarlos me doy cuenta de que hay dos de más, pero no le doy importancia, quizá piensan que mis amigas van a venir. A Carol la veré mañana antes de que se marche y Gabi no viene hasta dentro de unos días.
La comida huele por todos lados y David aparece atraído como un ratón a ver si puede picar algo. Ellos también van a cenar con nosotros.
De repente, llaman al timbre de casa y mi padre sale corriendo para abrir. Distraída, coloco los cubiertos. Nunca sé a qué lado va el tenedor y el cuchillo, así que los pongo donde me apetece y reparto los vasos.
—Adriana, ven que te presento a nuestros invitados.
Extrañada, voy hacia la entrada. Son dos hombres un poco más mayores que mi padre, canosos y bien vestidos. El que lleva gafas me sonríe y extiende la mano. El otro simplemente asiente con la cabeza a modo de saludo.
—Encantada —digo, suponiendo que lo estoy.
No tengo ni idea de quienes son ni de por qué los ha invitado a mi cena de cumpleaños, pero no le doy importancia. Ellos pasan hacia el salón y yo sigo yendo a por más cosas para poner en la mesa. Álvaro está ayudando a su madre a montar la lasaña y, mientras cojo las servilletas de tela, le observo colocar la carne sobre las obleas con tanta concentración que me parece lo más sexy del mundo. Me mira de reojo y sonríe disimuladamente al ver que me ha pillado.
Con las bebidas servidas y la comida en la mesa, nos sentamos todos a comer. Está más rico de lo que pensaba y, aunque me siento extraña sentada en una mesa donde reina la paz y las risas, trato de disfrutar del momento.
—Adriana, nos ha dicho tu padre que has sacado buenas notas.
¿Serán amigos del trabajo?
—He aprobado. —Es lo mínimo que puedo decir, ya que no he subido del seis.
Pincho un trozo bien grande de lasaña y me lo meto en la boca. Aún quema un poco, pero es soportable.
—Estaremos encantados de verte el año que viene en nuestra universidad.
Me quedo congelada al instante. Les miro pasmada y luego desvío la vista a mi padre, quien solamente sonríe. La comida parece estar creciendo en mi boca y lucho por masticar lo más rápido posible.
—Creo que no le he entendido bien —trato de decir después de haber tragado mientras dejo el tenedor sobre la mesa.
—La Universidad Pontificia le ha concedido una beca completa —explica con entusiasmo el de las gafas tratando de ser amable.
—Una... ¿beca? ¿Para qué?
—Para estudiar, claro —responde el otro hombre como si estuviese clara la respuesta.
No, para mí no lo está, señor.
Miro a mi padre con agresividad. Siento que el tiempo se detiene y ya ni siquiera escuchó la música clásica de fondo que tenían puesta. Él tarda unos segundos en mirarme.
—Quería darte una sorpresa.
—¿Una sorpresa a mí? ¿O a ti?
—Adriana, sabes que es lo mejor. No tendremos que pagar nada y, además, no te hace falta tener nota en selectividad.
—Es una ventaja de las universidades privadas. Además, Manuel es un buen amigo.
Evelyn no dice nada y los gemelos están tan callados como ella. Creo que mi padre no había informado ni a su propia novia de esta emboscada.
Él sonríe satisfecho cogiendo su copa llena de vino. Dejo la servilleta sobre la mesa y los cubiertos de mi plato tiemblan. Hasta yo tiemblo de rabia.
—Pensé que estábamos celebrando mi cumpleaños.
Aprieta los labios hasta formar una fina línea y traga el líquido con lentitud. En ese momento me doy cuenta de que no se acordaba de qué día era. Lucho por no llorar y me fuerzo a mantenerme lo más calmada posible.
—¿Sabes cuál es tu problema? Que no escuchas. Ni siquiera te importa lo que yo quiera —consigo decir mientras me levanto—. Gracias por la cena, Evelyn, pero se me ha quitado el hambre.
Me estiro el vestido mientras camino hacia la salida. Mi padre me grita para que regrese. No quiero volver a verle. No quiero volver a casa. Me froto los ojos para borrar las lágrimas y bajo las escaleras de la entrada. Ojalá no tuviera que volver nunca.
—¡Espera! —exclama una voz masculina cuando ya estoy en la calle, pero no me doy la vuelta.
Alcanza mi brazo y consigue que me detenga. Vuelvo a arrancar otra lágrima de mi cara, pero son tantas que ya no hay nada que pueda hacer para controlarlas. Álvaro me abraza con fuerza y yo me hundo entre sus brazos.
❀❀❀❀❀
—Teníamos pensado secuestrarte mañana, pero el plan nocturno mola más —comenta David desde el asiento del copiloto. Álvaro y él me han metido en el asiento de atrás sin que me haya podido negar.
—¿A dónde vamos?
—Es sorpresa —explica el conductor.
—Las sorpresas no se desvelan hasta que llega el momento.
Miro por la ventana en un intento de averiguar algo, pero no hay nada que me dé una pista. Estamos por el barrio donde viven mis amigas. ¿Quizá me llevan a tomar algo? Entonces nos detenemos y me doy cuenta de que estamos frente al portal de Carol. Al cabo de unos segundos, sale trotando hacia nosotros. Abre la puerta de atrás y se sienta junto a mí.
La miro con confusión y ella sonríe. Luego mira al reloj y se encoge de hombros.
Han puesto la música de la radio tan alta que no me dejan hablar. Al menos estoy más tranquila que antes, si no, creo que les habría asesinado con el cinturón por intento de secuestro.
Casi media hora después, el coche se detiene. Estamos en la entrada de un parque, pero no tengo ni idea de en qué ciudad. Carol sale por un lado y Álvaro me abre la puerta para que salga por el otro, tendiéndome la mano cual caballero.
—Te va a gustar —me susurra en el oído mientras caminamos.
El parque está cerrado porque es casi medianoche, pero David saca una llave y entramos sin problemas. Los tres están tan misteriosos que no puedo evitar imaginarme por qué me han traído aquí. ¿Tal vez haya una piscina a la que me quieran tirar? ¿O les apetece hacer un pícnic?
Con ellos nunca se sabe, aunque al menos sé que puedo fiarme. Después de lo que ha hecho mi padre, cualquier cosa me parecerá bien.
—Ya estamos —habla Carol con emoción.
Nos hemos detenido frente a un edificio blanco con cristaleras enormes, pero no consigo ver qué hay en el interior.
—¿Me vais a explicar qué es esto?
David vuelve a sacar las llaves y esta vez tarda un poco más en encontrar la correcta, tiene demasiadas. La puerta cruje al abrirla. Primero pasan Carol y David y luego yo. Álvaro va detrás de mí. No me ha soltado la mano desde que hemos bajado del coche y eso me reconforta bastante.
Abre una segunda puerta y el olor a flores se hace muy evidente. La estancia se ilumina de pronto cuando enciende el interruptor. La luz no es muy fuerte, pero lo suficiente como para saber dónde nos encontramos: es un invernadero. Las plantas forman pasillos por los que se puede caminar libremente. Avanzo con lentitud, maravillada, y me detengo al principio de uno. Hay flores de todos los colores, pero lo más alucinante no es eso, sino los pequeños insectos alados que revolotean alrededor.
—Bienvenida al jardín de las mariposas —dicen los dos chicos al mismo tiempo.
—Y feliz cumpleaños.
Carol me pasa un brazo por la cintura y me da un beso en la mejilla. Al final, la burbuja ha explotado, pero ellos me han sacado del precipicio. Me cuesta tragar saliva de la emoción, pero al final reacciono y mis labios se curvan en una sonrisa infinita. Es el lugar más bonito del mundo.
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Los quiero tantíiiiismo :')
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