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32: Noche de cine

—¿Qué te ha parecido? —le pregunto mientras suena la música de fondo en los créditos finales.

—Previsible.

—¡Es horrible!

—Y realista —añade.

—Yo no quiero ver realismo en una película romántica, yo quiero mi final feliz.

Hemos puesto dos cojines entre los dos y ahora mismo estoy apoyada sobre ellos mirándole mientras que él está recostado en el reposabrazos con todo su cuerpo girado hacia mí.

—¿Y no te parece feliz que cada uno siguiera haciendo lo que quería?

Arrugo la nariz al instante.

—Por supuesto que no, ¿has visto su cara? Él obviamente quería estar con ella. Está claro que los hombres son imbéciles.

Niega con la cabeza riendo y se muerde el labio.

—Durante toda la película, la que hace berrinches porque no consigue lo que quiere es ella. Él mismo dice que no podría protegerla si se enamoraba de ella. Solo quiere hacer bien su trabajo.

Alzo la cabeza para verle mejor. Nunca me habría imaginado que la palabra «enamorarse» pudiera sonar tan bien en su boca.

—¿Crees que no habrían sido felices juntos?

—Quizá en otras circunstancias.

Me quedo mirando el dibujo de un lobo en su camiseta y vuelvo a mirarle, pero él está centrado en las letras de la pantalla.

—Aun así, mereció la pena —concluyo.

—El guardaespaldas estaba pasable. Y la banda sonora decente.

Se me escapa una carcajada y por fin dirige la vista hacia mí para dedicarme una pequeña sonrisa.

—¿Decente? Pensaba que un músico como tú tendría algo más que decir.

—No me la pondría todos los días, pero no se puede negar que Whitney cantaba bien.

Me recuesto un poco más y me giro para ver la pantalla. Sé que Álvaro todavía tiene sus ojos clavados en mí, pero ya no me siento tan incómoda como antes. Tiene novia y tengo claro que yo no siento nada por él, así que asunto solucionado.

—A mi madre le gustaba.

—¿La música?

—La película, mi padre la tenía entre sus cosas. Tal vez era su favorita. No lo sé.

—¿Dónde está ella?

Le miro de reojo, pero no me atrevo a hacerlo por completo. Me incorporo con cuidado de no hacerme daño y vuelvo a colocar el pie recto sobre la mesa.

—Murió cuando tenía dos años.

Parece estar pensándose bien la respuesta.

—Lo siento.

Al ver que no dice nada, trato de rellenar el silencio.

—Quería abrir una cafetería, ¿sabes? —añado con una sonrisa, tratando de tragarme el nudo de la garganta. Sé tan poco de ella que me gusta saborear cada detalle.

—Me parece algo que perfectamente podrías hacer tú. —Sorprendida, le miro con el ceño fruncido, pero él se mantiene serio. ¿Abrir yo una cafetería? Como si me hubiese leído la mente, continúa hablando y yo me vuelvo a acomodar sobre los cojines junto a él—: Haces pasteles y se te da bien hablar con la gente.

—Yo no podría...

—¿Por qué no? —me interrumpe.

Da un largo trago a su bebida para acabársela y luego se acerca un poco más a mí, recortando el espacio entre nosotros.

—Hay que saber de negocios, no basta solo con hornear.

Él niega con la cabeza.

—¿A ti te gustaría hacerlo?

Me quedo callada sin saber qué responder. Aprieto los labios, pensativa, imaginando cómo sería tener mi propia cafetería. Su hermano es un buen catador y a mis amigas no les importa probar lo que hago, pero ¿y si pudiese aspirar a algo más? A un montón de gente más. Un cosquilleo aparece en la boca de mi estómago y se me escurre una sonrisa entre los labios.

—Me encantaría.

Sus labios también se curvan formando una preciosa sonrisa. En ese instante me doy cuenta de que mis ojos llevan demasiado tiempo parados en los suyos, de que cada vez está más cerca y de que creo que se me ha olvidado respirar.

De pronto, la puerta de casa se abre. Giro la cabeza hacia la pantalla y Álvaro se recuesta sobre el respaldo, alejándose. Evelyn y mi padre nos saludan.

—¿Qué estáis viendo? —pregunta él con curiosidad.

—Nada, ya se ha acabado —respondo con rapidez, saliendo del menú del DVD para poner la televisión—. Estoy un poco cansada.

—Yo recojo todo —se ofrece Álvaro levantándose.

—¿Me ayudas a subir?

Evelyn acepta y, con cuidado, ascendemos por las escaleras hasta llegar a mi habitación. Me ayuda a colocar la cama para poder mantener el pie en alto y me da un beso en la frente para darme las buenas noches que me deja más desconcertada que antes.

Como no tengo televisión con la que entretenerme, desbloqueo mi teléfono. Al principio me distraigo leyendo los comentarios del post de la cuenta de cotilleos. Todos se meten con Rodrigo, llamándole de todo, y también intentan averiguar quién es la supuesta chica, pero no muchos aciertan.

Cuando acabo de leer todo, abro Spotify y me pongo a escuchar las opciones de música para la boda de Charlie. Entonces se me ocurre algo que no sé por qué no se me había ocurrido antes. Me levanto de la cama y voy pegando saltos con una pierna hasta la puerta.

Las luces de la casa ya están apagadas, deben estar todos dormidos. Miro la hora en el móvil: son las dos de la mañana. Puede que él también esté dormido. Da igual, necesito consultarlo con alguien. Llego hasta su puerta y golpeo un par de veces. No responde. Agarro con fuerza el teléfono y vuelvo a tocar la puerta. De repente se escucha un golpe y la puerta se abre segundos después.

Solo me mira con un ojo, ya que el otro está completamente cerrado. Tiene el pelo tan revuelto que parece que no se ha peinado en años y lo peor... no lleva camiseta.

—¿Qué haces aquí? —me pregunta con voz somnolienta.

Abro la boca y la cierro un par de veces hasta que me obligo a encontrar la fuerza para hablar, pero antes de hacerlo, doy unos cuantos saltos hasta el interior de su habitación.

—He encontrado la canción.

—¿Qué canción?

Cierra la puerta y me mira más confuso todavía. Se pasa la mano por la cara y se revuelve más el pelo. Sus músculos se tensan con cada movimiento y descubro que no tiene tantos tatuajes como me imaginaba. Me gustaría pedirle que se pusiera la camiseta, pero en vez de eso desvío la mirada hacia la estantería con sus discos. Tomo aire lentamente y, mientras lo expulso, abro la aplicación de la música para enseñársela.

—Esta.

La voz de Whitney empieza a sonar y él se acerca para ver de qué canción se trata. El suave olor de su perfume llega a mi nariz. Me obligo a contener el aliento.

—¿Otra vez? —Álvaro me mira desde lo alto con su cuerpo prácticamente pegado al mío. Desprende un calor que, aunque la temperatura sea de unos treinta grados, me encantaría abrazar.

—Es romántica, con la promesa de que se querrán siempre y además es lenta. Perfecta para el primer baile de casados —respondo tras soltar el aire contenido.

Al apartarme de él, me tambaleo ligeramente y apoyo el pie en el suelo. Los efectos del calmante están empezando a desaparecer y siento como si se me clavasen cientos de agujas en el tobillo. Se me escapa un quejido de dolor.

—Siéntate —insiste, cogiéndome por la cintura prácticamente en volandas hasta su cama.

—Debería irme a mi habitación.

—Da igual, ya me has despertado.

Me quedo mirándole mientras coloca mi pierna sobre su silla del escritorio. Tengo la ligera sensación de que está fingiendo ser borde para no parecer adorable y es todo un descubrimiento, ya que por fin puedo encontrar algo nuevo tras una de sus capas.

—Entonces, ¿qué te parece?

—No es comercial.

Se sienta en el suelo y se cruza de piernas frente a mí. Trato de mirar hacia otro lado, pero es inevitable no fijarme en todo el espacio que ocupa. Es en ese momento cuando logro ver la parte del tatuaje de su espalda que la camiseta le tapaba: es un fénix. Embobada, analizo los trazos perfectos que forman al ser alado sobre su piel hasta que me percato de que me está mirando de reojo.

—¿Y qué? Es una canción preciosa —me obligo a decir para salir de mi empanamiento.

—A Charlie le encanta Whitney —murmura él pensativo.

Una ola de satisfacción me arrasa cuando me confirma lo que estaba deseando escuchar: le gusta. Estira su brazo y coge su guitarra roja que está a su derecha. Comienza a pasar el dedo por las cuerdas sin un sonido claro.

—¿Qué haces?

Me mira por encima de sus pestañas durante un breve instante y luego vuelve a lo suyo.

—Tengo que aprendérmela.

—¿Ahora? ¿Para qué? —preguntó removiéndome en la cama deshecha.

Huele como si hubiese impregnado las sábanas de perfume. Lo odio y me encanta al mismo tiempo.

—David y yo vamos a tocarla en la boda como regalo.

—¿Y quién va a cantar?

—¿Quieres tú?

Le miro horrorizada y niego con la cabeza rápidamente.

—Ni de coña.

Él se ríe y sigue tocando.

—Hemos pedido ayuda a una amiga.

¿Será la rubia del coche? Me aclaro la garganta y trato de borrar la imagen de la escena de su beso tan pronto como aparece. Qué más da, no tiene que importarme lo más mínimo.

Me levanto de la cama con cuidado mientras él observa cada uno de mis movimientos. Luego se levanta conmigo y deja su guitarra sobre la cama.

—¿Te vas?

—Mi trabajo aquí ha acabado.

—¿Necesitas ayuda para llegar a tu habitación?

Se me escapa una carcajada. Sin embargo, no me muevo ni un milímetro. Puede que si lo hago me dé de bruces contra el suelo.

—Creo que sé llegar yo solita.

Me siento como Kevin Costner al despedirse de su Whitney en el aeropuerto, solo que yo no pienso darle un beso de despedida ni él va a correr a hacerlo.

—Gracias por... la canción —susurra cuando abre la puerta para que salga.

—Nuestra deuda está saldada —afirmo manteniendo la cabeza alta. Me alegro de no deberle ningún favor.

Mira hacia abajo y veo que esboza una sonrisa divertida, pero no dice nada. Se hace a un lado y se apoya en el marco para dejarme pasar. Antes de marcharme de su habitación me doy la vuelta y doy un repaso a todo lo que tiene que ver con él. Puede que, a pesar de ser un gruñón, cuando me marche de casa, le eche un poco de menos.

—Ha sido un placer hacer tratos contigo.


*****

Están loquitos por el otro. <3


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