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3: Inquilinas

—Entonces, ¿la cosa va en serio?

Doblo las piernas sobre la madera del banco.

—Eso parece —resoplo y me como una pipa de esas con sabor a barbacoa que tanto nos gustan—. Vienen esta tarde.

—¿Tienes algo planeado?

Escupo la cáscara al suelo y sonrío con malicia. Gabi me pega un tirón en el pelo para que no me mueva más, me está haciendo una trenza a juego con la que llevo en el otro lado.

—Tengo un regalo de bienvenida.

—¿Qué tipo de regalo? —ríe Carol girándose para mirarme con más atención y, como no contesto, empieza a pellizcarme en el costado.

—Si no paras se me va a deshacer —advierte Gabi, algo molesta, y me vuelve a dar un tirón—. Vamos, dinos.

—Os llamo cuando llegue a casa.

Noto cómo Gabi me coloca la goma, dando por acabada la trenza. En ese instante suena el timbre que indica el final del recreo y nos levantamos para ir a clase.

❀❀❀❀❀

Después de la cena del sábado, mi padre dejó de hablarme. Lo hizo una única vez para gritarme por haberme vestido de esa manera y por el piercing, luego cerró la boca. No fue capaz de darme explicación alguna pues, teniendo en cuenta que en esta casa también vivo yo, me habría gustado que me consultara primero antes meter a tres desconocidos con nosotros. Esto se va a convertir en un albergue y no estoy dispuesta a tolerarlo.

Hoy he tenido entrenamiento de voleibol, por lo que nada más llegar a casa me doy una ducha rápida. Se supone que las habitaciones de los gemelos están al final del pasillo en la misma planta que la mía y la de la pareja del año está arriba.

Para hacer maldades siempre hay que vestir bien, o al menos estar cómoda. Me pongo mis mallas rosas y la camiseta blanca que venía a juego. He dejado la caja con mis herramientas fuera de casa para no tener fugas, así que salgo corriendo y la busco entre los arbustos de la entrada. Todavía queda un rato para que lleguen.

Saco el teléfono y llamo a las chicas.

—Os presento a las nuevas inquilinas de la casa —les digo mientras enfoco con la cámara a la caja. Las dos gritan casi al mismo tiempo.

—¡Qué ascazo!

—¿Cómo has conseguido eso?

—Las he comprado en una tienda de animales, se supone que es comida para serpientes —respondo soltando una pequeña carcajada.

—Ponte guantes antes de abrir eso, a saber lo que pueden transmitir.

Es buena idea. Dejo el teléfono junto a la caja y busco entre las herramientas del jardín unos guantes largos. Con esto será suficiente.

—Llámanos cuando las vean —insiste Carol con mucha intriga. Gabi no parece estar demasiado emocionada. Ni siquiera mira a la pantalla.

Les hago un gesto afirmativo con el pulgar y cuelgo. Entro rápidamente a casa y subo hasta el piso de arriba. Lo mejor será que deje unas cuantas aquí. Destapo la cama y tiro algunas. Luego procuro que el edredón quede sin ninguna arruga. Dejo otras en la habitación de uno de los gemelos y el resto en la última. No sé dónde dormirá cada uno y me da realmente igual, aunque el que se quede en la última va a tener bastante trabajo. No he calculado demasiado bien y es el que más tiene.

De repente, el timbre suena y la caja se me escurre de las manos. La cojo rápidamente y cierro la puerta para que no se escapen. Corro a mi habitación y tiro todo por la ventana para no dejar pruebas. Por suerte, da a la parte de atrás de la casa y, para cuando quieran ir, yo ya habré limpiado todo rastro.

—¡Ya voy! —exclamo en un intento de que dejen de tocar el timbre.

Bajo las escaleras y abro la puerta, todavía con la respiración agitada.

—El timbre indica que alguien espera tras una puerta.

Uno de los gemelos, intuyo que el borde, empuja la puerta para entrar.

—La paciencia es una virtud que no muchos tienen —respondo en tono mordaz, pero me ignora por completo.

El otro gemelo pasa, me saluda con una sonrisa amable y se coloca junto a su hermano. Los dos observan la casa con curiosidad.

—Es bonita.

—Las cuatro criadas que tenemos la mantienen decente —añado y el gemelo amable me mira desconcertado. Niego con la cabeza riendo para indicarle que no es cierto y cierro la puerta—. ¿Los papis os han dejado venir solos?

Mi tono de burla molesta a uno de ellos, pero como no me puede importar menos, camino hacia la cocina dispuesta a servirme algo para merendar.

—Vendrán en un rato, traen el camión.

—¿Camión? —pregunto algo alarmada y me aclaro la garganta para disimular.

El gemelo bueno es el que me sigue y, si mal no recuerdo, se llama David.

—Tenemos muchas cosas. —Concentrada en mis cereales, lleno el cuenco a la mitad y me llevo unos cuantos a la boca—. ¿No te echas leche?

Alzo la mirada, perdida en mis pensamientos, y niego con la cabeza.

—Por la tarde se comen así.

Él aprieta los labios como si estuviese procesando la información y me doy cuenta de que no le he ofrecido nada. ¿Debería ofrecer alimento a mis enemigos? Bueno, él parece estar en tierra de nadie, no creo que ser buena por un rato haga mucho daño a mi reputación. Al fin y al cabo, en unos minutos se va a dar cuenta de que le he dejado sin cama.

Acerco el cuenco en señal de tregua y él sonríe. En otras circunstancias me podría haber parecido atractivo. No es que ahora no lo sea, pero no debo confraternizar demasiado con extraños.

Esta vez no suena el timbre, sino la puerta de casa abriéndose. Salgo de la cocina con el cuenco en la mano y les saludo con mi sonrisa más falsa.

—Bienvenidos. Me voy a hacer los deberes —les digo intentando parecer lo más amable posible antes de que estalle la guerra. Camino escaleras arriba, murmurando en voz alta—: Quizá hoy por fin decida mi futuro. ¿Astrofísica? ¿Dependienta? ¿Escort? Pronto lo sabremos.

Antes de que mi padre pueda regañarme por lo último que he dicho, cierro la puerta de mi habitación y pongo algo de música. Fuera se escucha el ajetreo de gente entrando y saliendo, pero no me molesto en ayudar. Abro el libro de matemáticas y paso las páginas con pereza hasta que encuentro los problemas que nos han mandado hacer. Es aburridísimo. Desisto al cabo de diez minutos y cojo el de historia. No mejora la situación.

Carol: Ya las han visto?

Gabi: El karma vendrá, beibi.

Yo: Aún no.

De repente se escucha un fuerte grito femenino y mi sonrisa se ensancha. Dejo el teléfono sobre la mesa y salgo a ver qué ocurre. Veo a Evelyn bajando las escaleras hasta la planta principal. Mi padre la sigue, pidiéndole que se calme.

Fingiendo confusión, bajo con ellos.

—¿Va todo bien?

David se acerca a Evelyn, que ya está fuera.

—Bichos —dice con desesperación. Mi padre mira por todos lados buscando uno de esos bichos—. ¡En la habitación!

—¿Las cajas traían cucarachas? —pregunto con inocencia arrugando la nariz—. Deberías reclamar a la empresa de transporte.

Mi sugerencia pasa desapercibida, pues están más interesados en buscar a los bichos.

Desde el otro lado de la sala, el otro gemelo, Álvaro, me mira con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados, pero no dice nada.

—Esta noche dormiremos en un hotel —anuncia mi padre con su voz de director—. Llamaré a un fumigador, coged lo que necesitéis.

—¿Puedo llevarme un bichito? —bromeo para mis adentros dispuesta a coger una mochila y mi padre se gira de inmediato hacia mí. Temiendo que me haya escuchado, me detengo—. ¿Gabriela o Carolina tienen hueco para ti?

Se me seca la garganta y durante unos segundos no soy capaz de responder, así que acabo asintiendo. Por la manera en la que me mira, no parece que sepa que he sido yo la causante de todo esto, pero no me esperaba que fuera a desplazarme de ese modo.

—Nosotros nos quedaremos con Charlie —sugiere David y su hermano le sigue hasta la calle con una bolsa de deporte colgada sobre el hombro.

Cuando pasa a mi lado, me da un golpe que hace que me tambalee levemente. No me muevo hasta que todos se han marchado, dejándome sola otra vez.


*****

Como bien le ha dicho Gabi, el karma llega. Igualmente me da pena por Adri, su padre es bastante idiota.


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