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29: Reuniones clandestinas

Sabes que las cosas están bien hechas cuando las haces tú misma. Sin embargo, hay veces que no queda más remedio que pedir ayuda. No hay que sentirse mal por ello. Y menos si las personas que te ayudan son las mejores amigas que alguien puede tener.

Yo: Mi padre tiene cena con los profes en casa, os apetece cenar juntas?

Carol: Código borrador.

El código lo creamos cuando nombraron a mi padre director del instituto e invitaba prácticamente todas las semanas a algunos profesores a cenar. No es agradable ver en tu casa al tipo que te cae mal porque es un cascarrabias o a la que te suspende, así que nos inventamos las cenas de ruleta, donde cogemos todos los folletos de publicidad de comida rápida que tenga Gabi, no solo de nuestro italiano favorito, y pedimos del que caiga más lejos. Solo lo hacemos para esta ocasión. Al menos ahora esas cenas solo las hace una vez al mes, lo cual es un alivio.

Gabi: Tengo que estudiar para selectividad.

Yo: Te ayudamos.

Carol: Prometemos llevar muchas mierdas, verdad Adri?

Yo: Pleaseeeee.

Gabi: Si suspendo, os atormentaré toda la vida.

Gabi: Incluso cuando muera.

Yo: Eres la mejor :)

Carol: Nos vemos en el refugio a las 8.

Mientras espero a que la campana del horno suene para avisarme de que las galletas que estoy haciendo estén listas, curioseo en mis redes, pero nunca hay nada interesante. Luego me meto en mi perfil de OnlyFans y reviso los mensajes que me han ido dejando. El baile ha gustado, aunque no ha tenido tanto éxito como las fotos que he ido subiendo. Borro los mensajes, selecciono una foto que me hice ayer en la cama y le doy al botón de subir.

Las chicas y yo hemos estado investigando qué cosas podrían funcionar. Aprovechando que estaba ensayando para el baile nuevo que haré con Nesa, que es bastante sensual esta vez, me he grabado y es lo que subiré a la sección de suscriptores, pues al parecer el contenido exclusivo atrae bastante.

Mientras suena la playlist que he nombrado «En busca de la canción perfecta», saco las galletas, que huelen de muerte, y las meto en un tupper para llevármelas.

—¿Y si dejas de cebarme? —sugiere David al ver lo que estoy haciendo.

Me quita una galleta y le da un mordisco. Entonces su cara empieza a enrojecer. Abre la boca y sopla a la vez que se abanica con la mano. Suelto una carcajada.

—¿Y si dejas de ser tan glotón?

—¡Eres un ser malvado! —balbucea, pero el haberse quemado no le impide meterse el otro trozo a la boca. Sigo guardando el resto de galletas hasta que vuelve a hablar—: ¿A quién se las llevas?

—A las chicas.

—¿A dónde vais? Hoy no tengo plan y mañana no trabajo.

Alzo una ceja con suspicacia y él me devuelve una sonrisa suplicante.

—Es noche de chicas. Cuando lo seas, me llamas.

Cierro el tupper y camino hasta la entrada, donde he dejado mi mochila.

—Puedo comportarme como una chica si quieres, o sea tía —bromea haciendo un gesto con la mano como si así se comportasen todas las mujeres.

Suspiro y le miro tras haber guardado la comida.

—Vamos a ayudarla a estudiar y... A hablar.

—Puedo ayudar, sé de todo. Historia, mates, literatura. Soy el cerebrito que necesitas.

Tomo aire, haciendo una pausa para pensar. Sus ojos me miran como el gato de Shrek y no puedo evitarlo. Suelto el aire lentamente, abro la puerta y le hago un gesto para que salga conmigo. Él sonríe, pega un salto, emocionado, y sale a la calle.

—Tienes que prometer que nada de lo que hablemos esta noche saldrá de tu boca.

Antes de bajar las escaleras, se detiene y extiende su dedo meñique hacia mí. No entiendo como una persona tan grande puede parecer tan pequeña. Lo entrelazado con el mío y sus labios se curvan hacia arriba de inmediato.

—Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

Sonrío divertida. Caminamos hasta el refugio, un paseo de casi veinte minutos, hablando de todo lo que sabe sobre cualquier materia del instituto, como si todavía tuviese que convencerme de algo. Me gusta hablar con él, aunque a veces no entienda lo que dice cuando usa tecnicismos de su trabajo, pero creo que he llegado a comprender su esencia. Ahora que le conozco un poco más tengo la teoría de que, si tuviese que escoger una mariposa que le represente, escogería una blanca: única y pura.

❀❀❀❀❀

A las chicas no les ha importado que David viniera. De hecho, Gabi lo ha agradecido. Es realmente inteligente. Mientras la ayudábamos a estudiar, hemos comido patatas fritas, nachos con guacamole y todas las galletas que había hecho. También hemos hablado del verano. Gabi se va en una semana a la playa con algunos de clase y Carol no estará para cuando ella regrese, por lo que tal vez no podamos volver a estar juntas hasta finales de verano con suerte.

—Al menos tú si estarás aquí —comenta Carol tras guardar los plásticos en una bolsa.

—Sí.

Pero mi respuesta hace que David frunza el ceño, aunque no diga nada.

—Celebraremos nuestros cumples cuando estemos las tres juntas, ¡prometido! —interviene Gabi con positividad.

Sin duda, va a ser el peor verano de mi vida.

Me levanto la última. Cojo mi mochila y camino junto a ellos. Siento un cosquilleo en la boca del estómago. Una mezcla de tristeza e inquietud comienza a ascender hasta mi garganta, creando un nudo un poco doloroso. ¿Qué va a ser de mí cuando acabe el instituto? La verdad, no tengo ni idea.

—Te pasa algo —afirma David cuando nos separamos de mis amigas.

Niego con la cabeza, pero se me escapa un suspiro.

—¿Cómo decidiste que no querías ir a la universidad? Quiero decir, ¿acaso hay una opción correcta? ¿Y si me equivoco al no querer ir?

—No lo vi necesario —responde quitándome la mochila—. Obviamente, me arriesgué. Nunca hay una opción correcta, solo la opción que más te guste.

Con un gesto de duda, proceso lo que me ha dicho.

—¿Y cómo sé lo que me gusta?

—Eso solo puedes descubrirlo tú misma.

Le lanzo una mirada cargada de intranquilidad y él se encoge de hombros a modo de disculpa por no poder ayudarme más. Casi estamos llegando a la puerta, cuando esta se abre. Dos mujeres salen hablando y se fijan brevemente en nosotros. Una sonríe y la otra pasa de largo. Son dos profesoras. Detrás de ellas sale un hombre canoso, bastante mayor, al que reconozco de inmediato. Y, junto a mi padre, sale un chico joven al que no recuerdo haber visto por los pasillos. Tiene el pelo corto y algo rizado, lleva camisa blanca y pantalones vaqueros claros. Entonces caigo en la cuenta.

—Nos vemos mañana —se despide mi padre sacudiendo la mano en lo alto.

El chico se gira para despedirse de nuevo y sonríe. Nuestras miradas se cruzan por un instante y creo que reconoce el espanto en mi cara, ya que su expresión se vuelve confusa.

Entro en casa, saludando rápidamente y me meto en mi habitación. Camino de un lado a otro sin saber cómo procesar la información que acabo de obtener y, sin pensarlo, llamo a Carol.

—¿Qué pasa, guapa? ¿Ya me echas de menos?

—¿Te acuerdas del tío que vimos saliendo detrás de Gabi?

—Claro, estaba muy bueno.

—Tía, ¿y si se tratara de un profesor?

—No lo creo —responde dubitativa—. Gabi no hablaría así a un profesor y menos se encerraría en una clase con uno. Y ese silencio... Puede que se liara con alguno del grupo de FP. Ya nos lo contará.

—¿Para hablar de libros? —inquiero, aún más alterada, pero manteniendo el tono de voz bajo.

—Quién sabe.

—Le acabo de ver salir de la cena con mi padre.

Me siento en la cama, impaciente por escuchar su respuesta. Un suspiro y, tras largos segundos, responde:

—Mañana hacemos una intervención.


*****

Bueeeeeno, bueeeeno, Gabi, qué callado se lo tenía jiji

Por cierto, ¿os he dicho ya que adoro a David? *-*

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