25: Descenso de aguas bravas
Es la primera vez en meses que mantengo una conversación con mi padre sin lanzarnos mierda de por medio. Cuando me quiero dar cuenta ya es casi la hora de la cena. Hemos estado hablando la mayor parte del tiempo sobre mi madre y de lo que les gustaba hacer juntos. He mencionado lo de la cafetería justo cuando Evelyn ha llegado con David y la conversación se ha apagado por completo. Podría haber estado días escuchándole, pero me conformo con esto.
—¿Pizzas o chino? —dice la mujer con dos panfletos en la mano. Su hijo le quita uno y lo examina con detenimiento. Luego los dos me miran a mí.
¿Quieren que lo decida yo? Abrumada, me llevo las manos al estómago. Mi cuerpo se ha quedado bloqueado. No esperaba que contasen conmigo para esto. Tampoco es que sea una decisión de vida o muerte. Entonces, ¿por qué estoy dando tantas vueltas al tema?
—Chino —respondo convencida.
Evelyn sonríe y se marcha a la cocina. David sube las escaleras, llamando a su hermano a gritos. Este le contesta con otro grito y, cansada de tanto ruido, voy también a la cocina.
—Te he traído el libro que te dije, el de las recetas —comenta cuando me ve entrar. Se ha hecho un café a pesar de ser de noche. Huele bastante bien—. ¿Quieres uno?
Dudosa, lo miro y me entran ganas de probarlo.
—Gracias.
Observo sus cuidadosos movimientos al servir el café en la taza. Luego echa la leche haciendo sutiles giros y pone un poco de canela al final.
—Le da un poco de dulzor.
Absorbo el aroma antes de probarlo. El vapor me calienta la nariz y la espuma me hace cosquillas en el labio al rozar. Ya lo había probado antes, pero esta es la primera vez que lo saboreo siendo completamente consciente.
—Está delicioso.
—Es descafeinado. Ya sabes, para poder dormir.
Me guiña un ojo mientras coloca el libro de recetas del que me habló hace un tiempo frente a mí. Tiene la cubierta desgastada por las esquinas y el color verde es más apagado ahora. Al abrirlo, me doy cuenta de que se trata de un cuaderno. Hay varios ingredientes escritos en el lateral de la hoja, una fotografía de un bizcocho con lo que parecen fresas y los pasos para la elaboración. Paso las páginas con lentitud. La caligrafía es cuidada, me recuerda a la de mi abuela. También incluye consejos para que la masa quede más esponjosa o para hacer bien el punto de nieve.
La combinación del aroma a café con lo maravilloso que es este libro hace que se me erice la piel.
—Es increíble —murmuro impresionada.
—Considéralo un regalo adelantado de cumpleaños. Tu padre me ha dicho que es en unas semanas.
—En una y media —aclaro sin poder levantar la vista de las páginas.
Hay recetas hasta de batidos.
—Era de mi madre, pero creo que tú le darás mejor uso que yo —la miro brevemente y me guiña un ojo.
—Ya ha venido la comida —dice una voz masculina que nos interrumpe y siento de nuevo un cosquilleo por mi espalda al escucharle.
Mientras que uno de los hermanos tiene un tono cantarín y alegre; el del otro suele ser neutro y áspero, como si estuviese mostrando indiferencia todo el tiempo.
Evelyn mete la taza de su café en el lavavajillas y se marcha al salón. Cierro el libro y cojo mi taza, dispuesta a marcharme con el resto.
—Te he dejado una nota en tu habitación —interviene Álvaro de nuevo, poniéndose en mi camino.
—¿Una nota? —Pasa de largo hasta el frigorífico. Saca una botella de refresco y, al salir de la cocina, me da un ligero empujón. Una sonrisa maliciosa se le escapa de los labios y salgo tras él para devolverle el golpe—. No se te ocurra entrar en mi habitación. No eres bienvenido.
—Tarde.
Como era de esperar, apenas consigo moverle. Lo que sí consigo es arrancarle otra sonrisa de la boca y, por extraño que parezca, esta vez me resulta encantadora.
❀❀❀❀❀
Vuelvo a tener puerta.
Sí, a mí también me pareció extraño cuando volví del partido de voleibol y me la encontré otra vez puesta. Es la mía, eso sin duda. Tiene la madera desgastada y la inicial de mi nombre en color rosa destaca sobre todo lo demás. Por supuesto, también pinté mariposas, pero eso fue cuando no tenía ni diez años, así que están muy mal hechas.
Además, mi padre ha dejado una bolsa de tela sobre mi cama. Me siento junto a ella y la inspecciono con precaución. Al ver que no hay nada peligroso, vuelco el contenido. Hay varios discos, dibujos sueltos, fotografías y el DVD de una película. Lo primero que cojo son las fotos, mis padres aparecen en casi todas. Sonrío al verles tan felices. También aparece mi tía Natalia y mi abuela, y se me escapa una lágrima al ver que en una de las fotos salgo yo tan pequeña que casi me escapo de los brazos de mi madre.
Mi teléfono vibra con insistencia y tengo que dejar todo para ver qué pasa. Son mis amigas, estaba esperando sus mensajes.
Gabi: A las 5?
Carol: Yo creo que mejor un poco antes.
Yo: Cuarto y media, que tenemos que dejar todo preparado.
Mientas espero en la puerta de casa a que el coche de Carol aparezca, observo con detenimiento la nota que me dejó Álvaro en mi habitación. Estaba sobre mi escritorio. Cuando he dejado las cosas de mi madre, la he encontrado. Es un ticket de supermercado. No se ha molestado mucho en encontrar un papel. Por detrás ha escrito una dirección y una hora: domingo a las cuatro en la plaza del ayuntamiento. Estupendo. ¿Y ahora qué quiere? Puedo negarme, no tengo por qué hacerle caso. Arrugo el papel y lo tiro al suelo, pero luego me arrepiento y me lo guardo en el bolsillo.
Un coche pita. Alzo la vista y veo a Carol saludándome con emoción. Después vamos a por Gabi, quien se ha pasado el día estudiando en la biblioteca para los exámenes de selectividad.
—Lo tengo todo en la mochila —comento mientras les enseño lo que he comprado. Carol se ríe y me giro para mirar a mi otra amiga para repasar el plan—. Tú vigilarás mientras nosotras estamos dentro.
Las dos asienten. El primer plan salió bien, pero con el segundo tengo más dudas. Corremos más riesgo de que nos pillen y que estén ellas ahora conmigo me preocupa bastante.
Aparcamos frente al centro deportivo. Cuando juega el equipo local todo se llena de gente y hoy no es menos, ya que además tienen posibilidad de ganar la liga. Están en una división autonómica, pero este año podrían entrar en semiprofesional.
—¿Listas? —pregunta Carol.
Esperamos tras unos arbustos a que acabe el descanso entre los dos tiempos. Los gritos del público apoyando a los futbolistas, de nuevo en el campo, nos da la señal. Gabi se queda en la puerta de los vestuarios cuando Carol y yo entramos. Todo está vacío. El vestuario del equipo visitante siempre es el de la derecha. Los nuestros se colocan en el de la izquierda, decorado con banderines y una camiseta para marcar su territorio. Son como perros en celo.
Carol me ayuda a sacar los botes de la mochila y los cambiamos por los de las duchas. Sin embargo, uno se me cae y tardamos un poco más porque tenemos que limpiar los rastros.
—Daos prisa —dice Gabi en un audio del móvil.
Tiramos todo el papel por el váter y nos marchamos.
—Ahora vuelvo.
Carol aprieta el puño y sé que en estos momentos está deseando gritarme todas las palabras malsonantes que se le ocurren. Regreso al vestuario y busco la mochila de Rodrigo. Todas son iguales, las típicas bolsas de deporte. Abro una por una, mirando su interior. Ropa hecha una bola, desodorantes y cosas bastante raras que preferiría no saber para qué las utilizan. He caído en la cuenta de que si dejamos que todos sufran la broma, no tendrá sentido lo que pretendemos hacer.
La mayoría ha dejado sus teléfonos. Los desbloqueo para saber de quién es cada mochila y cojo las que me interesan. Quiero joder a los Rebels, el resto de chicos no tiene la culpa. Puede que en realidad sean como ellos, unos completos cabrones, pero no soy quién para darles su merecido si ni siquiera les conozco. Tiro las mochilas que he cogido por la ventana, incluida la de Rodrigo, y corro hacia la puerta. Se escuchan los tambores desde fuera como si alguien hubiese marcado un gol. Después, el silbato del árbitro indica el final del partido.
Joder.
Salgo corriendo del vestuario, pero las voces del público son tan fuertes que no puedo escuchar si alguien se acerca, así que solo se me ocurre una escapatoria. Entro en el otro vestuario, mucho más desmejorado, pero igual lleno de bolsas de deporte y ropa colgada. Ellos parecen más desordenados. Me meto en uno de los baños y cierro la puerta con candado.
—Menos mal que lo han limpiado —murmuro para mis adentros, cierro la tapa del váter y me siento sobre ella con los pies en alto. Luego saco el teléfono y busco el grupo con mis amigas.
Yo: Estoy encerrada en el vestuario contrario.
Gabi: Los Rebels han entrado, están de mala leche.
Yo: Han perdido??
Carol: Sí. Tía, tienes que salir de allí.
Yo: Esperadme en el parking del centro comercial.
No sé si nuestro plan saldrá bien o no, pero ahora mismo solo me importa salir de aquí.
El equipo contrario ya ha entrado en el vestuario. Cantan a gritos, celebrando su victoria. El ruido de las tuberías me indica que ya se han metido en las duchas. Resoplo con resignación. Espero que no tarden mucho. Me distraigo hablando con mis amigas.
Entonces entra alguien al baño y abre la puerta de uno de los cubículos. Me quedo congelada. No está en el de al lado, sino uno más al fondo. Escucho cómo desenrolla papel.
El silencio es desesperante.
De repente, resuena en las paredes el pedo más grande que he escuchado en mi vida, seguido de otro fuerte sonido, esta vez de caída, como si hubiesen abierto las compuertas del mismísimo infierno. Me tapo los oídos, asqueada. También busco taparme la nariz de alguna manera y acabo hundiendo la cabeza entre las piernas.
Quiero irme de aquí.
*****
JAJAJA ay, ¡qué ascoo!
Por cierto, ¿qué pensáis que trama Álvaro? ¿Para qué le ha mandado esa nota?
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