21: Las chicas de la barra
A Nesa le ha encantado el invento del vestido, menos mal. Hoy nos ha acompañado otro chico las primeras dos horas de la noche y se ha marchado en el peor momento. Un grupo de chicos llenos de tatuajes, piercings y el pelo de colores no ha dejado de alborotar. Han tirado cuatro jarras y me ha tocado limpiarlo todo con sus comentarios de fondo. Bastante desagradable. Luego han venido sus novias, quienes se han puesto como locas a bailar. Volviendo a tirar dos jarras más. Los rockeros punkis son un poco raros, sobre todo cuando están borrachos.
—Dime qué le has hecho para que no aparte los ojos de ti —me dice Nesa un rato más tarde mirando hacia la pista.
Mis ojos se desvían al fondo de la sala, justo a la zona donde Álvaro está poniendo la música. Entonces veo que el dedo de mi compañera señala hacia un punto un poco más a la derecha. Caigo en la cuenta de que el chico rubio de hace dos semanas ha vuelto con sus amigos y, aunque justo ahora no me está mirando, sí lo hace unos segundos después. Le devuelvo la sonrisa y él alza su cerveza a modo de saludo. Sí, es bastante guapo.
—Paso de tíos —respondo a Nesa dándome la vuelta para coger la bandeja con las bebidas que Raúl me ha dejado.
—¿Y eso?
—No hay ni uno solo que merezca la pena.
Ella se encoge de hombros.
—¿Y las tías?
Arrugo la nariz, pensativa, mientras repiqueteo con las uñas en la bandeja.
—Una vez me lie con una, pero no me va mucho.
No le digo que fue con una de mis mejores amigas cuando jugábamos la botella cuando estábamos en secundaria porque puede que se ria de mí. La conversación se acaba cuando Raúl acaba de ponerme la última jarra. Mis mesas están en el lado contrario, así que procuro mantener el equilibro.
El teléfono me vibra. Aprovecho otro descanso para revisar los mensajes. Aparte del grupo de mis amigas, también me ha escrito Rodrigo. Es un puto pesado. Aprieto su contacto y selecciono la opción de bloquear. Debería haberlo hecho hace mucho tiempo. También tengo un mensaje de mi tía, quien me cuenta sobre la última novela que ha leído. Ojalá estuviera aquí todo el tiempo.
—Basta de teléfonos, ha llegado la hora del baile.
Nesa le da mi teléfono a Raúl y me coge de la mano. Hace unos días me escribió para contarme la nueva técnica de Lu para enganchar a los clientes, pero pensé que estaba de coña.
—¿Iba en serio? —pregunto con diversión.
Su respuesta es arrastrarme hasta la parte de atrás de la barra para que subamos mejor.
—Más te vale habértela estudiado.
Miro a Raúl con desesperación y con unas ganas enormes de reír. Él hace un gesto al fondo y empieza a sonar la misma canción del video: I Love Rock 'n' Roll. No me puedo creer que esté a punto de hacer esto. Me siento como las chicas del bar Coyote.
Al principio me cuesta seguir los pasos, pues no recuerdo cómo era el baile, así que miro de reojo a Nesa. Cuando el público se empieza a acercar a nosotras, mi cuerpo ya está completamente adaptado a la canción. Es muy sencillo seguir a mi compañera y, al mirarnos, no podemos evitar reír. Este tipo de adrenalina es adictiva.
La gente, en su mayoría tíos, alzan los brazos y bailan con nosotras. Uno intenta tocar a Nesa, pero esta le da una patada sin ningún miramiento. Me sorprendo cuando yo misma me descubro coreando el título de la canción junto al resto.
En las últimas notas de la canción, Raúl nos da dos botellas y damos de beber a todos los borregos que se acercan con la boca abierta. La música cambia tan pronto como acaba la canción y todos se marchan para seguir bailando. Raúl ayuda a Nesa a bajar. Una mano aparece junto a mí para ayudarme también y me encuentro con Álvaro. Me debato entre tomarla o no y al final la acepto porque no quiero estampar mis morros en el suelo.
Me agacho y él me sujeta de la cintura para cogerme con una facilidad sorprendente. Todo mi cuerpo se desliza sobre el suyo y siento que la piel me arde por el roce.
—La próxima vez, será mejor que te pongas pantalones —comenta con una risa burlona y veo cómo sus labios se curvan lentamente. Tentándome.
—No creo que nadie se haya quejado de las vistas —añado en tono sarcástico, desviando mi mirada a sus ojos, oscurecidos por la luz del local.
Contengo el aliento al notar que lleva puesto el mismo perfume que olí en su habitación. Abro la boca para volver a decir algo, necesito dar por finalizada la conversación, pero no me salen las palabras. Apoyo mis manos sobre su pecho y arrugo lentamente su camiseta en un puño, sintiendo cada parte de su torso bajo la tela.
Entonces le empujo, desechando la idea de inmediato. Él quita sus manos de encima y tiro de mi camiseta hacia abajo para colocarla en su sitio.
—Tengo que seguir trabajando —digo en un hilo ronco de voz.
Vuelvo a coger mi bandeja y salgo en dirección a las mesas, pensando en lo último que le he dicho a Nesa: no hay ni un tío que merezca la pena. Ni uno solo.
Rondas de cerveza por un lado, cócteles elaborados por otro. La noche acaba sin ninguna incidencia más y, cuando Sebas empieza a echar a la gente, Nesa y yo nos sentamos, agotadas.
—Ha sido brutal —dice ella con una energía extraordinaria.
Asiento tras beber el refresco que Raúl me ha servido.
—Creo que es el día que más caja hemos hecho del mes —nos cuenta Lu mientras guarda el dinero en una funda de tela. Luego saca lo que me corresponde y lo mete en el sobre rojo—. He metido un incentivo por lo del baile.
—Gracias.
Entusiasmada, me lo guardo en el bolso junto a mi móvil. Son casi las seis de la mañana y no tengo nada de sueño. Sin embargo, Lu nos echa prácticamente a patadas cuando ve nuestras intenciones de quedarnos a hablar hasta que se haga de día.
Álvaro está en la puerta fumando y, nada más verme, tira el cigarro al suelo y empieza a caminar.
—¿Me estabas esperando?
Hace un sonido de queja y niega con la cabeza en un gesto que me parece demasiado tierno venir de él.
—Quería acabarlo antes de entrar, no quiero que el coche huela a tabaco.
Aprieto los labios para no reír y acepto su justificación, aunque no me la creo. Sin duda me estaba esperando.
—Es más sencillo dejar de fumar —digo una vez dentro del coche.
—Sugerencia no aceptada.
Arranca el coche y avanzamos por la carretera un poco más rápido de lo habitual.
—Pero huele fatal, no sé cómo lo aguantas. —Como no me hace caso, sigo metiéndome con él—. ¿De verdad que las chicas no se quejan?
Arrugo la nariz sin dejar de mirarle. Se encoge de hombros y se muerde suavemente el labio. Es un gesto que suele hacer de vez en cuando, sobre todo cuando se pone nervioso. Resoplo y me apoyo en el respaldo. Me he dado cuenta de que es tan cabezón que cuando algo no le interesa, simplemente lo ignora.
Me pregunto qué mariposa podría ser él, pero deshecho la idea al instante. No quiero pensar en él más de lo debido, ni en nadie, así que me centro en la carretera al igual que él y disfruto del silencio.
Estamos aparcando en la entrada cuando vemos una figura de metro noventa arrastrando los pies como si tuviese piedras en los zapatos. Me bajo del coche y veo que se trata de David. Álvaro corre hacia él y le sujeta antes de que se pueda caer. Está borracho como una cuba. Cuando nos ve, sonríe con entusiasmo, nos señala y se ríe.
—Sois unos... —hace una pausa para tomar aire y continúa—: pardillos.
—Habló el borracho —responde su hermano con una carcajada.
Me coloco al otro lado de David y paso su brazo por encima de mi hombro, aunque mi altura no ayuda nada.
—Si no le coges bien se va a caer —regaño a su hermano mientras subimos las escaleras.
—Intenta hacerlo tú sola y me dices.
David hace una pedorreta y se vuelve a reír.
—Iros a un hotel —balbucea y, sin quererlo, su hermano y yo intercambiamos un breve cruce de miradas que no tengo ni idea de lo que significa.
Saco las llaves del bolso con una mano y se las paso a Álvaro, que está más cerca. Entre los dos conseguimos llevarle a la cocina haciendo el menor ruido posible para no despertar a los padres. Lleno un vaso de agua y se lo doy. Se lo bebe de un trago, pero al momento se empieza a quejar y acaba con la cabeza apoyada en la encimera.
—Está fresquita —murmura esbozando una sonrisa.
—Ya me ocupo yo de él. Ve a dormir y... —hace una pausa para señalar la camiseta que llevo puesta—. Quédatela, te sienta bien.
Alterno la mirada entre su hermano y él. Frunzo el ceño, dispuesta a llevarle la contraria, pero acabo asintiendo. Ya no hay mucho que hacer por aquí, así que le hago caso. Me despido con una media sonrisa y subo las escaleras.
No puedo evitar mirarme al espejo cuando entro en mi habitación. Las letras amarillas destacan sobre el fondo azul claro. Miro al jaguar con curiosidad y acaricio la imagen con el dedo. La verdad es que tiene razón, me queda bien.
*****
Ahsdhaksha me los como. Ya vais a ir viendo un acercamiento cada vez más evidente. ¿Y David? Me parto de risa con él. :')
Espero que lo hayáis disfrutado mucho. ❤
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