19: A cero
Nunca he sentido nada por nadie y sé que tampoco lo han sentido por mí. ¿Eso es raro? Carol se enamoró una vez. Todas vimos cómo pasó y también cómo acabó con el corazón destrozado. Creo que ahora a Gabi le está pasando lo mismo. No es igual, pero lo reconozco cuando lo veo. Está más despistada de lo normal y canturrea a Ed Sheeran de vez en cuando. Debe ser una señal. Sin embargo, lo más notable es que ha cambiado el teléfono por los libros. Y eso en ella es de lo más extraño.
—¿Me has escuchado? —le pregunto dándole un pequeño empujón.
Después del partido hemos quedado en el refugio, pero hacía tanto calor que hemos preferido venir a mi casa. Carol trae la botella de grande de agua al salón, donde estamos Gabi y yo. Enciendo el ventilador y me siento junto a mi amiga de pelo corto que me ignora por completo.
—Está en su mundo —repone Carol tras dar un largo trago del vaso.
—No es cierto —bloquea el teléfono y nos mira con inocencia—. Os escucho, ¿veis?
—Como iba diciendo, tenemos que darles una lección.
—¿Darles?
Me cruzo de piernas, bebo agua y comienzo:
—Se me ha ocurrido algo mejor que vengarme solo de Rodrigo. Vamos a destrozarlos a todos.
—A todos —repite Gabi con cautela a la vez que se incorpora.
—Acabaremos con los Rebels de una vez por todas, no van a joder a nadie más.
—Y, por supuesto, ya tienes un plan —añade Carol con intriga.
Arrugo la nariz y niego con la cabeza.
—Todavía no, pero ya se nos ocurrirá algo.
El teléfono de Gabi vuelve a vibrar. Lo desbloquea y esconde la cabeza tras la pantalla. Resoplo y me recuesto en el respaldo junto a Carol. De repente la puerta principal se abre y los gemelos entran. Es sorprendente lo fácil que resulta diferenciarlos a estas alturas a pesar de que supone que son idénticos. Mientras que David nos sonríe cuando nos ve, Álvaro se marcha a la cocina sin ni siquiera molestarse en mirarnos.
Me levanto de un salto y paso junto a David, que me coge de la mano y hace que de una vuelta sobre mí misma. Luego se sienta con mis amigas y yo me pierdo en dirección contraria.
—¿Te parece que vayamos esta noche juntos? —le pregunto a Álvaro cuando entro en la cocina. Hoy me ha llamado Lu para trabajar. Está metiendo las cosas que ha comprado en el armario, ignorándome a propósito. Espero con paciencia a que responda, pero no lo hace. ¿Qué le pasa a todo el mundo hoy que no escucha?—. Te estoy hablando.
—Hoy voy a ir tarde —responde al cabo de un rato.
Frunzo el ceño, confusa. Pensé que ya nos llevábamos algo mejor, no entiendo por qué se comporta como el gilipollas de antes.
—Me iré en autobús entonces —concluyo, cojo una naranja del frutero y comienzo a pelarla.
Álvaro me mira de reojo de vez en cuando y solo se escucha el ruido de las bolsas de plástico. ¿No se supone que los supermercados ahora ya no venden bolsas? ¿Por qué todos los productos están envueltos en plástico entonces? Qué contradictorio es el mundo.
—Está bien.
Le observo, confusa, metiéndome un gajo en la boca.
—¿El qué está bien? —Se acerca a mí y se apoya sobre la mesa. Trago el trozo de naranja con pesadez. Él agacha la cabeza y me quita un gajo para comérselo. Nos miramos en silencio durante tanto tiempo que casi pierdo la razón—. ¿Hablas o me vas a seguir robando naranja?
Le quito el último pedazo que ha cogido y me lo meto a la boca antes de que lo haga él. Sonrío complacida y sus labios se curvan ligeramente cuando miran los míos.
—Te espero a las diez en el coche.
Se incorpora, saca un refresco del frigorífico. El sonido al abrirlo hace eco en el silencio. Da un largo trago y me vuelve a mirar.
—¿Qué ha cambiado? —pregunto divertida al ver que ahora sí está dispuesto a llevarme.
—Nada.
Regresa a la compra, pero no tarda en colocar lo que quedaba.
—¿A las diez? El bar no abre hasta las once y tardamos diez minutos en llegar.
—Lo sé, tengo que hacer algo antes.
Salgo tras él, pero me detengo cual vampiro al notar el sol sobre mi piel. Qué calor hace.
—Espera —le digo desde dentro—. ¿No puedes venir después a por mí?
Se gira mientras camina de espaldas. Vuelve a esbozar esa sonrisa tan peculiar, se despide sacudiendo brevemente la mano y se mete dentro del monovolumen.
Cuando regreso al salón, mis amigas están hablando con David. Las dos parecen estar muy interesadas en lo que les está contando. Al verme, Gabi se levanta y tira de mí para que me siente.
—Ya sabemos lo que hacer —habla con emoción y miro a Carol en busca de una explicación.
—Con los Rebels —añade mi otra amiga—. David nos estaba contando una historia.
—Pero para hacerlo necesitamos a Charlie, ella fue la artífice de todo.
David se levanta y nos hace un gesto para que le sigamos. Justo cuando nos disponemos a salir de casa, el coche rojo de mi padre aparece por la calle y me quedo congelada, como siempre me pasa. Tomo aire y sigo caminando. Se supone que soy fuerte, pero cuando se trata de él todo se derrumba a mi alrededor. El coche se detiene en la entrada de casa. Evelyn sale con una bolsa azul de Ikea. No comprendo por qué la lleva ahí hasta que veo todo lo que hay en la parte de atrás.
—Qué bien que estáis aquí, ayudadme —dice mi padre mirando a David. Veo que su madre gira ligeramente la cabeza y él, tras un resoplido, acaba acercándose al coche.
—¿Vais a hacer reformas? —pregunta Gabi con curiosidad mientras coge otra bolsa, está llena de pinceles.
En ese momento mi padre me mira y su sonrisa hace que todo esto me parezca más raro aún.
—Adriana se ha ofrecido a pintar.
—¿Perdón? —respondo y doy un paso hacia ellos.
—Mañana empezará.
—¿Cuándo hemos acordado eso?
Vuelvo a avanzar y él me da un bote de pintura. Luego mira al resto para seguir hablando.
—Cuando decidiste hacer una fiesta, aunque al final no fue tan mala idea —continúa como si yo no estuviera, pero de repente cierra el maletero y me mira—. Aquí tienes el ticket.
Aturdida y desconcertada, observo el papel de todo lo que han comprado. Un armario, pinceles, pintura... Todo por el módico precio de doscientos euros.
Me cruzo con los ojos de Evelyn, quien parece que me va a decir algo, pero luego se calla y sigue a los demás hacia el interior. David se queda atrás mientras los demás entran. No soy capaz de moverme. Quiero llorar y mandarle a la mierda al mismo tiempo, pero el corazón parece que se me va a salir por la boca.
—Oye, podemos ayudar a pagarlo —comienza David. Aprieto los dientes con fuerza y me trago todas las malas palabras que golpean mi mente y luchan por salir.
Con la mandíbula tensa, le miro.
—No hace falta.
Cojo el asa del bote con fuerza, pero antes de que entre, David me coge del brazo para quedarnos a solas.
—Adriana, en serio, te podemos ayudar. No vamos a dejar que lo pagues tú sola.
24 días. Solamente quedan 24 días y todo habrá acabado. Suspiro y trato de mentalizarme, haciendo de oídos sordos. Noto cómo me tiembla el labio, pero contengo las lágrimas con todas mis fuerzas. Mi padre lo ve como un castigo por el destrozo, no niego que me lo merezca, pero yo esto lo veo como un motivo más para apartarme de él.
—Estoy bien, David. Puedo con esto.
Me quita el bote de pintura. Mira hacia la puerta de casa y luego hacia mí.
—No tienes que hacerlo sola —insiste y la dulzura de su mirada me ablanda un poco el corazón. Sin embargo, el hielo que lo cubre es demasiado denso—. Lo haremos contigo.
Asiento con una pequeña sonrisa cargada de sentimientos encontrados.
—Gracias —consigo decir en un hilo de voz.
Entramos en casa. Evelyn nos trae un vaso con algo que parece limonada, pero lo rechazo. Se me ha quitado el hambre, la sed y todo lo que mi cuerpo pueda necesitar para subsistir.
—¿Qué vas a hacer? —susurra Carol tras dejar las bolsas que ha llevado al salón.
—Le haré un bizum —respondo en el mismo tono mientras le miro desde lo lejos.
—Pero eso es casi todo lo que has ganado estas semanas.
—Lo sé.
La expresión de frustración de Carol no se iguala a lo que siento por dentro. Destrozaría todo lo que está a mi alrededor si no supiera que me haría pagarlo todo y ese dinero sí que no lo tengo. Mi padre pasa a mi lado y se mete en su despacho. David está con su madre en la cocina, ayudando a colocar más cosas que han comprado. Saco el teléfono y abro la aplicación del banco. El dinero de las fotos me lo ingresaron en PayPal, pero hemos conseguido ingresarlo en una cuenta de prepago de esas que la gente usa para viajar. Suspiro. Las manos me tiemblan. El dinero va y viene, eso lo sé, pero me jode tener que hacer esto. Busco el número de mi padre entre los contactos y tecleo la cantidad. En menos de un abrir y cerrar de ojos mi cuenta se queda prácticamente vacía.
Vuelta a empezar.
*****
Lo bueno que tiene Adriana es la capacidad de levantarse de nuevo, sacudiendo los restos. Por eso la admiro tanto. ❤︎
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro