18: El muro de la fama
Los padres de Carol me han dejado pasar la noche con ella. Son muy simpáticos, así que para agradecerles y para despejar mi mente, su hija y yo les hemos preparado el desayuno. Han alucinado.
Siempre he pensado cómo habría sido vivir en familia, una de verdad, no una desestructurada. Creo que me habría gustado. O al menos las partes buenas. En todas las familias hay discusiones, imagino que es parte de la convivencia, pero el cariño suele superarlo todo. Me habría gustado saber cómo era mi madre en el día a día y si mi padre la quería de verdad. Si ellos me habrían querido con todos mis defectos.
Cuando entro en casa no hay nadie, o al menos no se escucha a nadie. Me sirvo un poco de zumo mientras leo el nuevo menú de comidas que Evelyn ha colgado en el frigorífico. Todo está mucho más limpio. Tal vez me tendría que haber quedado a ayudar.
Subo a mi habitación. Aquí todo es igual, nunca cambia nada. Mis mariposas me recuerdan que debo seguir volando, aunque a veces me canse de hacerlo, como ahora. ¿Qué voy a hacer cuando me vaya? ¿A dónde voy a marcharme?
Me armo de valor y saco la caja de música que tanto tiempo he estado guardando bajo la cama. Se ha llenado de polvo. Me cruzo de piernas en la cama y la abro. La bailarina comienza a dar vueltas al son de la música. No sé por qué mi tía quería que tuviera esto, está vacía. A un lado hay compartimentos para pendientes y anillos. El otro lado es hueco. La música se acaba y me doy cuenta de que hay un doble fondo. Quito el fino cojín, pero también está vacío.
—Has vuelto.
Pego un bote del susto y la caja sale disparada contra la almohada. Me llevo una mano al pecho y me giro para ver de quién se trata.
—Joder, no me asustes así —replico al ver a David.
Se sienta sobre mi cama. Va vestido con un chándal y una diadema en la frente.
—¿Qué haces?
Mira a mi alrededor y detecta la caja dada la vuelta. Se tira hacia ella y le doy un manotazo para que no la toque.
—Las manos limpias primero.
Resignado, acaba tumbado de costado con la cabeza apoyada sobre su mano.
—¿Es un secreto?
Me debato entre si decírselo o no. Cojo la caja y la observo.
—Era de mi madre, pero no hay nada —confieso enseñándosela.
—Me pregunto por qué a todas las niñas les regalaban una.
—A mí no —respondo encogiéndome de hombros—. Aunque supongo que ahora esta es mía.
—A mi prima le regalaron una, recuerdo que tenía un compartimento secreto que me encantaba.
Me hace un gesto para pedirme permiso antes de cogerla. Se incorpora y la inspecciona con cuidado hasta que parece encontrar lo que busca. Entonces abre un pequeño cajón de un lateral y lo saca por completo.
—¡¿Qué es...?! —exclamo con emoción, pero las palabras se desvanecen al ver que hay muchas cosas dentro. Vuelco todo el contenido sobre la cama y me abalanzo sobre él.
—¿Ese es tu padre? —señala David asombrado.
—Y mi madre —afirmo cogiendo la foto de carnet en la que sale una pareja de unos veinte años sonriendo.
También hay un anillo, aunque no creo que sea una alianza porque mis padres nunca se llegaron a casar, no sé por qué. Y una nota doblada.
—¿Qué dice? —pregunta David con intriga, asomándose para ver.
—«Alas de mariposa» —leo en la parte de arriba.
Hay tantos dibujos que es confuso saber qué quiere decir todo en conjunto. Hay mariposas, una taza, un muffin y corazones.
—Puede que le gustara el café.
—Supongo.
Ahora estoy más perdida que antes, pero al menos tengo una foto distinta. Una más joven y más alegre.
—¿Por qué no preguntas a...?
—Ni se te ocurra sugerirlo —le interrumpo antes de que acabe la frase que le condene a muerte.
Guardo todo donde estaba, me levanto y dejo la caja en mi escritorio. No me apetece enfrentarme a todos estos sentimientos ahora y menos delante de nadie.
Hoy hace un día estupendo para no hacer prácticamente nada. Cojo mi pelota de voleibol y bajo al jardín, dejándole solo en mi habitación. El sábado que viene tengo partido y no voy a dejar que nos ganen otra vez. Me vendrá bien como distracción.
❀❀❀❀❀
Que la regla me pone de mal humor es un hecho que no hace falta que ningún científico compruebe, ya lo admito yo. He ido a la primera clase y me he saltado las dos siguientes antes del recreo.
Cuando Gabi, Carol y Susana me encuentran en el banco de detrás del edificio de cuarto, corren hacia mí. Mica hoy ha faltado porque está mala.
—Vale, no te enfades —se apresura a decir Gabi colocando sus manos sobre mis brazos.
—Si empiezas así me asusto —respondo hablando como puedo con el chupachups en la boca. Carol y Susana me miran con preocupación. Esta última mordiéndose las uñas, nerviosa—. ¿Qué ha pasado?
—¿Recuerdas «La letra escarlata»?
—¿Por qué me hablas de libros ahora? —pregunto, poniéndome más nerviosa. Me saco el chupachups y me levanto con ellas.
—Ha pasado algo parecido.
—Han puesto tu nombre en el muro de la fama —espeta Susana atropelladamente y se tapa la boca al instante. Carol le da un codazo. Sí, ha sido bastante violento.
Me levanto con rapidez y siento un calambre en el vientre. Putos ovarios, los primeros días son los peores. Camino hacia el edificio de bachillerato. Los de primero están en la jaula, una pequeña pista improvisada rodeada de vallas, jugando a un partido de baloncesto. Los dejamos a un lado y entramos en nuestro edificio.
El muro de la fama es una pared que hay en el baño de los chicos en la segunda planta. No lo llaman «de la fama» precisamente porque sean nombres de gente con buena reputación, sino todo lo contrario. Es la máxima representación de la misoginia adolescente. Porque sí, gente, esa plaga cada vez empieza antes.
La peste a meados hace que me tenga que tapar la nariz. Nada más entrar, me encuentro con la pared de los cubículos llena de nombres y frases bastante ofensivas. No tardo en encontrar mi nombre. Está escrito bastante grande y, junto a él, está esa palabra que últimamente siempre me acompaña: zorra.
—Deberíamos avisar al conserje o al jefe de estudios —sugiere Gabi.
Mi enfado se convierte en indignación a medida que voy leyendo los nombres. Hay muchas chicas que conozco, muchas ya no están aquí. Aprieto los puños y salgo de allí, asqueada. No voy a dejar que me persiga durante toda la vida ni a mí ni a ninguna de las que están ahí. Voy a darle una lección a todos los que creen que tienen el derecho de poner nuestro nombre en esta absurda pared.
—Vamos a hacer algo mejor —respondo con energía. Ellas me siguen escaleras abajo—. Vamos a vengarnos.
¿Quieren una zorra? Pues la van a tener. No saben con quién se han metido. Soy Taylor Swift en su Reputation Era. Una zorra de las que les va a pisar sus partes poco nobles con tacones de aguja bien afilados.
*****
Se viene la venganza, ¿qué creéis que harán?
Por cierto, este fin de semana subiré dos capítulos para que no os quedéis con las ganas de más, así que estad pendientes jiji ❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro