12: Una noche loca
He ido de compras con mi tía y, después de comer, Gabi y Carol se han unido a nosotras para tomar un smoothie en una nueva cafetería del centro.
—Es indignante tener que estar un sábado leyendo a Tolstoi —gruñe Gabi desde el asiento de en frente porque no le ha dado tiempo a ir a ninguna librería.
—Anna Karenina mola. —Las dos miramos a la vez a Carol con sorpresa.
—Hablando de sábados, ¿qué soléis hacer para divertiros? —interviene mi tía alzando las cejas. Gabi resopla y las dos me miran a mí. Niego con la cabeza ligeramente—. ¿Qué?
Carol hace un ruido tremendamente sospechoso cuando sorbe su bebida y la cara mi tía comienza a enrojecer. Le pasa cuando se enfada.
A ver, es cierto que tiene tan solo diez años más que yo, pero ¿debería contarle lo que voy a hacer esta noche? ¿Y si me prohíbe ir? O peor, ¿y si se lo cuenta a mi padre?
—Nada interesante —resuelvo y su piel se vuelve más roja.
Aparto la mirada para que no lea la verdad en mis ojos.
—Entonces, ¿os parece que pasemos toda la noche juntas? Podemos hacer una fiesta de pijamas y ver pelis.
La observo de reojo y veo que en la comisura de sus labios aparece una diminuta y casi imperceptible sonrisa. Lo sabe. Resoplo con desgana. Es imposible tener secretos con ella.
—Esta noche voy a trabajar en un bar y voy a colar a Gabi y Carol.
Lo suelto de sopetón. Sin anestesia. Su mirada se clava en mí. Está analizándome demasiado. Veo que la rojez de su piel regresa, pero se apaga a medida que pasan los segundos. La espera es eterna.
—Me apunto.
—¿Cómo que...?
—Es tu primer trabajo. No me gusta que trabajes de noche, pero aunque te lo impida vas a ir igualmente, así que me pienso aprovechar.
Creo que es el razonamiento más sensato y loco que he escuchado en mi vida por parte de un adulto.
—De mayor quiero ser tú —dice Carol embobada y ella se ríe.
—No creo —bromea mientras se levanta para pagar en la barra.
Nosotras comentamos lo extraño que es que no esté ahora camino de un internado militar porque mi tía le haya contado todo a mi padre. Gabi se marcha, ya que tiene que seguir leyendo y mi tía también se despide para arreglarse para la cena de esta noche y la fiesta de después. Al parecer, mi padre le ha llamado para confirmar la hora.
Carol me deja tirada a medio camino cuando un chico la llama y decido coger el autobús para el camino que queda.
Los gemelos están frente a la televisión jugando a un videojuego que parece bastante sangriento. Evelyn está en la mesa de detrás con el ordenador. Nada más verme, se acerca a mí.
—Tu padre me ha dicho lo de la cena. ¿A tu tía le gusta la carne?
—Es más de pescado —respondo pensativa tratando de recordar cuál solía ser su plato preferido cuando vivía aquí—, pero no le importará un poco de carne.
Evelyn asiente con concentración y camina a paso acelerado hasta la cocina. Escucho cómo abre los cajones del frigorífico repetidas veces y se queja por lo que sea que le falta.
—¿Qué tal el partido? —pregunta David desde lo lejos, sin apartar la mirada de la pantalla.
Suspiro con indignación al recordarlo. Ya no me duele nada, por suerte. Noto cómo Álvaro me mira de reojo, se muerde el labio y hace algo que consigue que su hermano se enfade.
—No tan bien como vuestra partida.
Subo las escaleras arrastrando la mochila y, cuando llego frente a mi habitación, veo que hay una tela que cubre la puerta. Me detengo y alzo la mano para tocarla. Es una cortina de baño de color blanco, pero lo que más me sorprende es el dibujo que decora: mariposas moradas.
❀❀❀❀❀
La cena no ha sido el desastre que imaginaba. Lo que sí ha sido es atropellada. Creo que no he comido tan rápido en mi vida. Mi padre y Evelyn nos miraban a mi tía y a mí con espanto y confusión. Los gemelos no han estado, lo que he agradecido, aunque me habría gustado hablar con David para preguntarle si él me ha puesto la cortina. Ha sido todo un detalle, la verdad. Ahora puedo cambiarme en mi habitación sin problema.
Nada más salir de casa me quito la sudadera que llevaba puesta y la guardo en una bolsa que he dejado escondida en la entrada. Cojo la chaqueta vaquera y me marcho con mi tía. Sigue siendo raro ir con ella a una discoteca.
—¿Y qué te mandan hacer?
—Supongo que servir copas, cuando llegue Lu me lo explicará.
—Mi primer trabajo en Barcelona fue en un bar.
—¿En serio? —la observo con curiosidad mientras caminamos por la calle donde está el local.
—Por las tardes para pagarme el curso de edición —me explica con una sonrisa al recordarlo—. La verdad es que estaba lleno de guiris y aprendí mucho.
Se ríe con picardía y decido que no quiero saber más del tema. Carol y Gabi están en la puerta. El local todavía no ha abierto, pero tan solo tendrán que esperar media hora fuera.
—¡La niña que nos va a hacer de oro! —exclama Lu cuando me ve entrar.
La saludo con la mano y observo a todos los que están ahí. Hay un hombre enorme, posiblemente de la edad de mi padre, que se presenta como Sebas. Es el que controla quien entra, con él tengo que hablar para que deje entrar a mis invitadas. Luego están Vanesa, una morena alta y con un cuerpo despampanante; y Raúl, un chico lleno de tatuajes y la barba de colores. Lu me explica que Raúl estará detrás de la barra y a él le tendré que decir todo lo que me pidan, por lo que entiendo que llevaré las bebidas a los clientes.
—Si tienes algún problema, dímelo —me dice Vanesa cuando Lu acaba de explicarme lo que debo saber—. No dejes que nadie se sobrepase, hay mucho listo con la mano larga y una chica como tú es un caramelo.
—Llegas tarde —gruñe Lu en ese tono tan aterrador que tiene cuando se enfada. Me giro y veo que se trata de Álvaro. No saluda a nadie, solo se limita a coger un maletín y perderse al fondo de la sala.
—Y a él ni caso tampoco, si está de mal humor no hay quien le soporte.
—¿Le ha dejado la novia o qué? —bromeo mientras hago un repaso a todo el lugar. Sin duda, nunca habría venido aquí por voluntad propia.
—No es de los que tienen novias.
Me quedo mirándole hasta que Nesa, que así me ha pedido que la llame, tira de mí hasta la barra y me cuenta cómo funciona el sistema de cobro por si Raúl no puede hacerlo en ese momento. Es algo lioso. Luego me da la libreta donde debemos apuntar lo que piden y me lleva a la parte de atrás del bar, un pequeño almacén lleno de cajas. Saca un neceser y me enseña lo que tiene.
—En este tipo de lugares, no puedes parecer una santurrona —me explica y entonces miro mi ropa. Sí, estoy en un bar de rock con un top rosa pastel. No es que sea lo más adecuado.
Pasa el dedo meñique por mis párpados, pintándomelos de negro. Me da una camiseta rota por el cuello. Me quito el top y me la pongo. Es gris oscura, de un grupo llamado «Deff Leppard».
—¿Con esto bastará?
Nesa entrecierra los ojos, pensativa, y rompe un poco más el escote de la camiseta, dejando mis escote bastante visible.
—No queremos pasarnos, pero hay que mostrar algo de carne.
El nudo en la parte de abajo de la camiseta deja mi ombligo también al aire. Me miro en el espejo que hay sobre una mesa y asiento convencida.
—Me gusta.
Me da una pulsera de pinchos para completar el outfit.
—Procura que no se pasen de la raya y la noche se pasará volando.
Me guiña un ojo y sale del almacén. Doy un último vistazo a mi reflejo y salgo justo cuando el bar abre. No me resulta nada complicado convencer a Sebas para que deje pasar a mis invitadas gratis.
—Solo porque es tu primer día.
Le sonrío y me marcho para esperar a que se sienten. Estoy emocionada. Cojo mi libreta y me acerco a ellas. Están las tres guapísimas. Anoto rápidamente lo que me han pedido y se lo paso a Raúl. Mientras espero, la música empieza a sonar. No hay nadie en el escenario, así que imagino que se trata nada más que de un disco. Álvaro está al fondo tras un pequeño mostrador. Sirvo las bebidas a mis clientas con cuidado de mantener la bandeja estable y regreso a la espera de más gente.
El bar se va llenando poco a poco. Son más de las doce y la gente viene en busca de fiesta y mucho alcohol. Nesa me ayuda cuando no doy abasto en mi zona. Mis amigas y mi tía están en la zona de la pista bailando y pasándoselo bien sin mí. Esto de trabajar ya no es tan divertido.
—¿Una copa? —me pregunta Raúl cuando me ve algo agobiada.
—¿Tienes Coca Cola?
Él se ríe y me sirve una en un vaso mientras observo a la gente hablar, bailar y reír. Al final de la noche resultará satisfactorio, pero ahora mismo estoy agotada.
—Nos vamos ya, mi madre me ha intentado llamar porque ha visto una foto en mis stories —se queja Carol, que no para de usar las redes para mostrar todo lo que hace—. Soy idiota.
—Las acompaño a casa, ¿estarás bien? —me pregunta mi tía.
Asiento con una sonrisa.
—Nesa y Lu me están conmigo.
—Avísame cuando llegues a casa —me advierte y se marcha corriendo tras darme un beso en la mejilla.
La intensidad de la noche va descendiendo a medida que se acerca la hora de cierre. Sebas tiene que echar a un grupo de cuarentones que se intentan pasar con Nesa y yo rompo un vaso cuando pierdo el equilibro con la bandeja.
—Has durado más de lo que pensaban —se ríe mientras limpia una jarra.
Lu le da un billete de diez euros a regañadientes.
—¿Habíais apostado?
Me hago la ofendida y ellos se ríen más.
—Nesa no duró ni diez minutos —añade Lu sirviendo una cerveza.
—La nueva ha durado más que tú. Me debes pasta —le grita Raúl a mi compañera y ella se sorprende—. Soy el único que confió en ti.
No puedo evitar reírme. Se han portado bastante bien conmigo como para enfadarme. Hasta me resulta halagador. Sirvo mi última ronda y me acomodo en uno de los taburetes a esperar a que la gente se marche. Quince minutos para el cierre.
La música acaba y Álvaro viene hacia nosotros.
—Un refresco.
—¿Hoy no viene tu doble? —le pregunta Raúl. Miro hacia otro lado como si no estuviera escuchando la conversación.
—Ha salido con alguien.
—Vaya, te ha dejado plantado.
Apoyo la espalda en la barra mientras espero. Un chico me sonríe al marcharse. Es guapo. Nesa se sienta a mi lado y suspira.
—No dejes que te pesquen con sonrisas, son todos unos cabrones —me dice señalando al grupo donde va ese chico.
—Nesa y su odio enfermizo contra los hombres —se burla Raúl.
—Una buena polla de vez en cuando no viene mal, pero que son unos cabrones es una verdad absolutamente innegable.
Bebe un largo trago de la cerveza que Lu le sirve.
—Tienes toda la razón —afirmo y ella da un golpe sobre la madera de la barra agradecida por mi apoyo.
Me acabo el refresco y me despido de todos. Lu me da el sobre de la noche.
—Nos vemos el sábado que viene.
Me pongo la chaqueta mientras observo el papel rojo que guarda el dinero que he ganado. Mi primer sueldo. Y ha sido pan comido. Saco el teléfono y le mando un audio a mi tía para avisarla de qu
e he salido. Mientras le estoy contando todo lo que ha ocurrido, veo a Álvaro salir del local. Guardo el móvil y camino detrás de él.
—¿Me llevas? —Se gira ligeramente, pero no responde.
Llegamos al monovolumen.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Venga, vivimos en la misma casa, no te cuesta nada.
Me observa de arriba a abajo con esa mirada tan intensa y fría al mismo tiempo. Abre el coche y se mete. Intento abrir la puerta, pero está cerrada. Entonces se inclina hacia la del copiloto y la abre manualmente. Me siento de inmediato.
—Está rota y solo abre desde dentro.
—¿Tanto me odias?
—Te he abierto —replica contrariado y arranca el coche.
—Pero en realidad querías dejarme abandonada como esos dueños dementes que dejan a sus mascotas en la cuneta.
—No me obligues a hacer lo mismo contigo, mariposa.
Pone la música tan alta que no puedo responderle. Resoplo ante la frustración que me provoca que me ignore por completo y me detengo más de la cuenta a observar su perfil en la oscuridad. Gracias a la luz de una farola o por culpa de ella, descubro que tiene un lunar justo detrás de la oreja. Aparto la vista y apoyo la cabeza en el respaldo. De repente, siento cómo todos mis músculos se relajan y disfruto del aire que entra por las ventanas.
*****
¿Qué pensáis de la tía Nat? ¿Y del resto de personajes?
Solo os digo que el siguiente capítulo SE VIENE FUERTE, pero habrá que esperar hasta el martes. Mientras dadle mucho amor a estos, me hace mucha ilusión cuando comentáis y votáis. ❤
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