Viernes 5 de septiembre. Por la tarde.

El día había empezado bien, pues Jungkook debía ir a retirar del cajero el sueldo que cobraba todos los meses los días cinco. Para su buena suerte, se había encontrado con que le habían aumentando el sueldo a un diez porciento. 

Eso era bueno, significaba que podía ahorrar más para comprarse el auto que tanto quería. Le llevaría tiempo conseguirlo, después de todo un Hyundai no se compraba solo. 

Jungkook suspiró con un atisbo de alegría, no se sentía feliz, claro que no, porque ya nunca lo estaba, pero ver un diez por ciento más en sus ganancias había significado algo bonito. El chico salió del cajero y fue directo a su casa, que por suerte estaba a tan solo cinco cuadras. Pasó por el supermercado a hacer las compras para el mes entero y cuando acabó de poner todo lo que necesitaba en el carrito, se dirigió a su departamento otra vez. 

Le gustaban los viernes de septiembre pues aquellos viernes eran los únicos en los cuales la cocina del comedor escolar no lo necesitaba, pues se repartían viandas con emparedados para todo el alumnado, y las viandas no las hacia él, lo cual era bueno porque detestaba cargar las loncheras de los niños con esa comida basura. 

Aunque seamos realistas: Jungkook últimamente consumía más comida basura que ningún otro niño, y es que desde la muerte de Yoongi había descuidado en demasía su figura. Él ni siquiera sabía cómo estaba del colesterol, nada más que decir. Para su bendita suerte, su cuerpo no había cambiado mucho, él no estaba gordo, ni relleno ni mucho menos obeso, simplemente había perdido toda su musculatura. 

Y le daba igual. 

Le daba exactamente igual.