Aún recuerdo cómo me miraba. Sus ojos resplandecientes brillando sin cesar, sus labios acercándose a mí de una manera linda, provocándose una ternura como ninguna otra. Su voz; aquella dulce voz que rebosaba los mares de una felicidad incomparable, parecía una voz celestial la cual solo observaba con mucha curiosidad.

Ella posee una dentadura particular, dientes de conejo para ser precisos, caracterizándola con tal solo mencionar eso. Su sonrisa era algo digno de ver, algo tan hermoso como el universo mismo.

Su nombre es digno de la realeza misma. Una princesa hecha y derecha, tan fina como la seda, tan débil e inocente como una noche en vela, alguien con quien quisieras pasar el resto de los días y noches por el resto de tu vida.

Al verla por primera vez caí rendido a sus pies, al principio nos odiábamos el uno al otro; pero con el paso del tiempo nos fuimos entrelazando uno con el otro. Ella es con la que tomé el camino hacia el verdadero amor, con la que comencé una hermosa y plena vida...

Después de todo, solo el anhelo crece...