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II

Hanni iba a pedirle permiso a su papá para salir un rato a jugar, pero al ver que los adultos seguían inmersos en su charla familiar decidió seguir de largo a la salida.

Afuera el ambiente estaba más frío que hace rato pero nada sería un impedimento para ir atrás de su objetivo.

Mientras intentaba caminar sobre la capa blanca y helada que cubría la superficie entendió por qué las personas usaban botas de goma para andar en la nieve. Un ligero puchero apareció en su cara antes de continuar con su travesía.

Cien metros adelante, la casa de su abuela ya se veía pequeña y los pinos que desde su ventana parecían miniaturas eran en realidad altísimos. Lentamente su vista fue cambiando de rumbo hasta toparse metros abajo con los dos muñecos que había divisado desde la habitación.

Las ansias le ganaron y se movió a toda prisa para poder alcanzarlos, tropezando casi al final de la bajada. Bueno, prácticamente rodó y fue así que llegó hasta sus "vecinos".

—Creo que comí nieve... —dijo tosiendo mientras se acomodaba el gorro.

Ahí fue que levantó la mirada y se encontró enfrente de dos hombrecitos de nieve. Cada uno tenía una esfera de nieve grande en la base, otra mediana sobre ella y un copo blanco de menor tamaño como cabeza. Por supuesto que no faltaron los ojos de botones negros, la nariz de zanahoria, ramas que simulaban ser brazos y tres botones chiquitos en la bola de nieve del medio. Uno tenía un gorrito de lana rojo con estrellas blancas y un pompón en la punta y en el "cuello" una bufanda carmín. El otro era un poquito más alto y su gorro en cambio era azul con franjas blancas. También llevaba una bufanda pero de color menta.

Ambos eran lindos, y aunque de lejos podían parecer dos muñecos de nieve comunes y corrientes, más de cerca podía apreciarse el trabajo, cuidado y esmero que su creador o creadora había puesto en ellos. Hasta parecía que estuvieran tomándose de las manos por la posición de las ramitas, cosa que hizo sonreír a la pequeña.

Ya de pie, Hanni caminó despacio alrededor de las figuras para seguir curioseando. No era la primera vez que veía muñecos de nieve reales, ella misma había intentado una vez hacer uno, pero esos de verdad eran perfectos.

No habían más detalles, tampoco se avistaban otros niños alrededor, ¿quién los había hecho entonces? Sus tíos habían llegado antes solo por minutos así que era difícil creer que ellos o sus hijas se hubieran tomado el tiempo de salir a hacer muñecos.

—Qué lindo eres. ¿Cómo te llamas? —Le habló al más bajito— Ya sé, Señor Frosty. Y tú... —Le dijo al otro— ¡eres la princesa!, la Señora Frosty. Me gusta tu bufanda, Señora Frosty.

Había tanta nieve que se le ocurrió la idea de armar un castillo como el de la princesa Elsa aunque este sería más pequeño. Se arrodilló y comenzó a darle forma a los muros mientras jugaba a charlar con los muñecos, respondiéndose a sí misma como si lo hicieran ellos.

Le faltaban habitantes a su castillo así que iría a buscar piñones. Se levantó y un tropiezo casi hizo que cayera sobre uno de los muñecos.

—Uy, ten cuidado pequeña.

—Lo siento —Se disculpó por acto reflejo antes de reparar en la voz que le había hablado.

En ese instante alzó la vista y el muñeco de bufanda roja le sonrió y guiñó el ojo derecho.

(...)

—¡¡¡Ahhhhhh!!! —Gritó la niña con espanto, aplastando su castillo al caer de espalda.

Rápidamente se repuso y echó a correr con todas sus fuerzas, volviendo a caer en el camino, pero aun así no se detuvo hasta llegar a la casa de su abuela para sentirse de nuevo a salvo. Allí abrió la puerta al mismo tiempo que su padre a quien se aferró asustada.

—Hanni, ¿dónde estabas? —cuestionó preocupado el hombre mientras cerraba la puerta— Fui a tu dormitorio y no estabas ahí.

—¡Papá, papá, los muñecos de nieve tienen vida! ¡Uno me habló, saben que estamos aquí!

—¿Qué...? ¿Saliste a jugar sin mi permiso?

—Papá...

—No puedo creerlo, Hanni. Está oscureciendo y hace mucho frío, ¿tienes idea de lo peligroso que es para una niña andar por ahí sola? Podrías perderte o incluso ser atacada por un animal-

—Kyujong ya es suficiente —dijo la abuela yendo a abrazar a su nieta—. ¿Quieres asustarla más de lo que ya está?

La señora sintió los temblores de la pequeña a través del abrazo, del frío o del miedo, antes de preguntar tenía que guiarla a la chimenea para que calentara sus frías manos.

Daerin y su esposo bajaron bien abrigados, listos para acompañar a su hermano a buscar a su sobrina pero al verla junto a su abuela decidieron ir a calmar la preocupación de Kyujong.

—Tu padre exagera, él se crió aquí y nunca vió un lobo o algo parecido. Ocasionalmente veo alces y avalanchas pero cerca de las montañas más altas. ¿Viste algo que te asustara?

Hanni quería confiarle la experiencia sobrenatural que acababa de vivir pero algo le decía que tampoco le creería, que le diría algo así como que se lo había imaginado aunque ella sabía que no era el caso porque había escuchado bien al muñeco cuando le habló. Podrían decir que alguien le estaba jugando una broma pero ¿qué había del guiño?

—Solo vi muñecos de nieve.

—¿Segura?

La pequeña asintió.

Su abuela no estaba del todo convencida pero como ya la veía mucho más tranquila supuso que a lo mejor su estado de minutos atrás se había debido al frío o al ruido de alguna avalancha lejana.

—Debes tener hambre. Ven, vayamos al comedor. Ah, pero antes ve a lavarte las manos.

La mayor se adelantó mientras Hanni se dirigía al baño. Al cruzar las escaleras se encontró, sentadas en el anteúltimo peldaño, a sus primas reprimiendo muy mal las carcajadas.

—¡Papá, los muñecos de nieve me hablaron!

—¡Dicen que vendrán a comernos!

Se burlaron de ella.

La hija de Kyujong se esforzó por ignorarlo y con los dientes apretados fue a lavarse las manos para poder cenar y después ir a dormir de una vez por todas.

Una hora más tarde y con los estómagos llenos de sopa de res, cada quien fue a su dormitorio. Lamentablemente para Hanni, las burlas siguieron en el cuarto y no sabía cuánto tiempo durarían.

—Hanni, no te duermas todavía.

—Cuéntanos primero de qué hablaste con los muñecos de nieve. Si los hiciste tú seguro quedaron feos.

—Tan feos que se enojaron con ella ja, ja, ja...

—Al menos dinos si planean hacer  una invasión como los extraterrestres de las películas nortemericanas de quinta.

—¿Entonces habló con extrarrestres? ¡Ja, ja, ja! Hanni, ¿te hiciste amiga de marcianos verdes? ¡Ja, ja, ja...!

La nombrada hacía oídos sordos mirando las cortinas que cubrían la ventana.

—No, hasta para eso hay que tener cerebro y Hanni es muy bruta.

—Tienes razón. Hanni es una mentirosa, muy mentirosa.

—Men-ti-ro-sa. Oye mentirosa, mentir está mal, ¿acaso no te lo enseñaron?

—Mentirosa, mentirosa, mentirosa, mentirosa, mentirosa...

—Mentir es pecado, mentirosa, te irás al infierno.

—¡Mentirosa, mentirosa, Hanni es una mentirosa!

La niña burlada no lo aguantó más y se sentó bruscamente.

—¡Yo no soy una mentirosa! —replicó.

—Claro que sí, dijiste que un muñeco de nieve te habló y eso es mentir.

—¡No mentí!

—¡JA, JA, JA, JA, JA! ¡Está diciendo que sí habló con... Ja, ja, ja!

No tenía sentido tratar de convencerlas de lo contrario, nunca le creerían por el simple hecho de que la odiaban. No dijo nada más y volvió a acostarse en posición fetal, ahora además usando la almohada para taparse con fuerza las orejas.

"No miento".

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