I
Blancas y frías eran las nubes que tapaban el cielo de Seúl como en cada amanecer de invierno.
Hanni bostezó con los ojos entrecerrados mientras miraba las nubes por la ventana del asiento trasero del Twingo azul de su papá. Su gorro con orejeras por poco le obstruía la vista y los guantes le quedaban un poco grandes.
Luego de asegurarse una vez más de que las puertas de la casa estuvieran correctamente aseguradas por afuera, Kyujong guardó las llaves en su bolsillo y subió al vehículo.
—¿Por qué esa cara? —preguntó viendo a su hija por el espejo retrovisor mientras lo ajustaba— ¿No estás contenta de ir a ver a la abuela?
—Tengo sueño, papá.
—Sí, es algo temprano —Rió apenado—. Son casi tres horas de viaje hasta Pyeongchang y quiero llegar para el mediodía. Mejor duerme un poco más o te dolerá la cabeza —Expresó con una sonrisa—. Ojalá todo el abrigo que llevamos en las maletas sea más que suficiente para apaciguar el frío, cada año parece empeorar en las montañas.
En efecto, Pyeongchang era uno de los lugares más fríos y nevados en el este del país, características por las que su población permanente no superaba las 45.000 personas pero que sin embargo lo volvían altamente atractivo para muchos de los turistas que hacían deporte o senderismo. Es más, hasta había sido elegido una vez como sede de los Juegos Olímpicos de invierno.
La niña apoyó la cabeza en la ventana. El sueño parecía irse con cada kilómetro recorrido y ahora quería volver a casa. No es que no quisiera ver a su abuela sino que veía las navidades cada vez más descoloridas desde que su madre ya no estaba con ellos. Sin importar qué hubiera escuchado, para Hanni seguía siendo irremplazable.
Horas después, el auto marchaba por la carretera que iba en subida con el limpia parabrisas barriendo la nieve que caía de costado. Hanni, quien ya estaba despierta otra vez, ensanchó sus ojos y entreabrió la boca al ver las montañas y los gigantescos árboles cubiertos de un manto blanco que se extendía desde la superficie hasta el cielo, el paisaje más bello del invierno en todo su esplendor y todo frente a ella.
Cuando se desviaron del asfalto para continuar su camino despacio sobre la nieve divisó a lo lejos a una camioneta estacionada al lado de la casa rústica de dos pisos de su abuela, lo que la decepcionó un poco. Eso solo podía significar que esas niñas odiosas estaban allí.
—Llegamos —dijo el hombre pisando los frenos—. ¿Hanni?
—Papá, ¿podemos hacer muñecos de nieve?
—Claro. Luego de desempacar, ayudar a la abuela y de almorzar podemos salir un rato afuera.
La niña hizo una mueca que no fue vista, sabía que no habría tiempo.
—Tus tíos ya están aquí. ¿No es grandioso? Podrás jugar con tus primas —Propuso como si fuera la más brillante idea—. ¿Hanni?
No, no lo era.
Luego de que su padre le abriera la puerta y se pusiera su mochila de Elmo por su cuenta subieron las escalerillas de madera que precedían a la puerta. Bastó un golpe para que una señora robusta que rondaba lo sesenta los recibiera con un cálido abrazo.
—¡Hijo mío! ¡Mi nietita! ¡Los estaba esperando! Pero no se queden ahí, pasen, pasen que hace mucho frío.
—Hola, mamá. Hanni, saluda a tu abuela —dijo y la niña hizo caso sin ánimos.
—Mi pequeña Hanni —La abuela se agachó para darle otro abrazo. Luego se sostuvo de sus rodillas—. Mira cuánto has crecido. Parece que fue ayer cuando celebramos tu cumpleaños número once pero fue hace diez meses. Siempre intento llamar a tu padre para saber cómo están pero no hay muy buena señal aquí. Dime, ¿extrañaste a la abuela?
—Sí.
—Yo también los extrañé, mi niña. ¿Puedes hacerle un favor a esta anciana y regalarle la sonrisita que tanto ansiaba ver?
La señora transmitía tanta calma y dulzura que la pequeña sin darse cuenta ya estaba correspondiendo a su pedido, aunque su sonrisa fuera tímida.
—Eso es, sonríe así mi niña.
—Mamá, iré por las maletas al auto —Interrumpió Kyujong.
—Está bien. Yo mientras tanto iré preparando más café y chocolate caliente. Ahora les traigo pantuflas. Hanni, ve a calentar tus manos en la chimenea, debes tener mucho frío—dijo, a lo que esta última asintió quitándose los zapatos—. ¡Daerin, tu hermano y tu sobrina ya están aquí! —Llamó emocionada.
Segundos después, la tía de Hanni, su esposo y sus primas bajaron a saludar a los recién llegados y juntos se dirigieron al comedor.
Dejado el último plato vacío y ya todos con el estómago lleno, Kyujong fue a llevar las maletas a su cuarto con ayuda de su cuñado, luego se encargó de subir la de su hija a uno de los dos cuartos de arriba.
—Papá, ¿puedo quedarme contigo? —Pidió antes de que el hombre abriera la puerta.
—Si te quedas conmigo uno de los dos tendrá que dormir en el suelo. En cambio aquí estarás bien y además estarás con tus primas que te harán compañía, podrán jugar, contarse secretos, no sé, pero seguro te divertirás mucho más con ellas.
—Pero... Pero... y si tengo una pesadilla.
—Hanni, estaré abajo, junto a la habitación de tu abuela. No temas, tus primas estarán contigo, son buenas chicas y muy responsables.
La niña asintió resignada y cuando su padre abrió la puerta solo para meter la maleta y luego desaparecer, se quedó ahí en la entrada por al menos un minuto. Habían dos camas paralelas, en el medio una mesa de noche pegada a la pared y un armario grande del lado de la cama donde dos niñas unos centímetros más altas que ella, con idénticos rasgos faciales, igual peinado y vestidura habían detenido su Cantajuego para mirarla como a un bicho raro.
Hanni intentó ignorar esas miradas y arrastró su maleta hasta la cama donde supuso que dormiría para empezar desempacar en silencio.
—Hola, Hanni —dijo una de las gemelas.
—No te veíamos desde tu cumpleaños —Añadió la otra.
—¿Nos recuerdas?
—Nosotras te echamos de menos.
—Ojalá hayas olvidado lo de aquella vez.
—Seguro que sí, ya pasó casi un año.
La última en llegar apretó las mangas del abrigo que justo iba a sacar de la maleta.
Claro que no había olvidado que habían empujado "sin querer" el pastel de los Muppets que a su padre tanto le había costado conseguir luego de que el primer pastelero le cancelara el pedido a última hora, o que habían puesto a su hamster adentro de la piñata y que el animal casi murió apaleado. ¿Cómo podría olvidarlo?
—Te hicimos un lugar en el armario.
—¿No vas a darnos las gracias?
—Gracias —dijo en voz baja la menor de las tres.
—De nada. La abuela nos lo pidió así que solo le hicimos caso.
—¿Cómo la pasaste este verano? Nosotras fuimos a Londres, fue increíble.
—Mejor que ir a España o... ¿cómo se llamaba el otro lugar? —Le consultó a su hermana.
—¿Cuál? Fuimos a muchos países, pero China es el mejor.
—Tienes razón.
—¿Tú a dónde fuiste Hanni? ¿O te quedaste en casa?
—No lo creo, su padre tuvo que ahorrar dinero aunque sea para llevarla al parque de su barrio.
—¡Ja, ja, ja!
—¿Tu padre sigue vendiendo valijas en Walmart? El nuestro ya es director de una de las empresas tecnológicas más grandes de China.
—No por nada somos la primera potencial mundial.
Hanni no aguantó una palabraduría más de esas niñas altaneras, por eso dejó su maleta y salió del cuarto entre las risas de fondo.
Más tarde, ya reunidos en la sala con el calor de la chimenea y las tasas servidas en una charola de madera junto a una panera, un plato con galletas de vainilla y otro con mantequilla sobre la mesa armable, la familia conversaba amenamente en el sofá. Recordaron viejos tiempos y se contaron las últimas novedades, también hablaron de las niñas, la escuela, la navidad, el trabajo, entre otros temas.
La miradas creídas de esas niñas no le gustaban para nada a Hanni, tampoco que a cada rato alguien hiciera un paréntesis para remarcar lo educadas e inteligentes que eran el par cuando solo ella conocía sus verdaderas personalidades.
—Papá, ¿puedo ir al cuarto? Es que tengo sueño —Le habló al hombre mientras el resto seguía sumida en su charla.
—Aún es temprano para que vayas a dormir, Hanni, además aún tienes que cenar.
La menor hizo una mueca.
—Deben sentirse aburridas, niñas —dijo la abuela habiendo escuchado a su hijo—. Lamento tanto que no haya señal aquí, así al menos podría tener un televisor para que ustedes se entretengan o para mirar las noticias.
Las dos niñas de ojos más rasgados se rieron sospechosamente entre sí antes de intercambiar una mirada cómplice con su respectivo padre, el que les hizo un gesto para que no hablaran.
—Mamá, no digas eso. Las niñas son muy creativas, pueden entretenerse haciendo otras cosas.
—Coincido con Daerin. Hanni, si estás cansada por el viaje puedes ir a acostarte un rato pero procura estar despierta para la hora de la cena.
Hanni asintió y subió rápidamente a la habitacíon que compartiría por siete días con sus creídas primas. Al menos tenía el mejor lado y podría mirar el paisaje por la ventana.
Eran la cinco de la tarde y sus párpados empezaban a pesar. Los abría de golpe pero enseguida querían cerrarse otra vez. Fue entonces que se concentró en algo que llamó su atención.
"¿Qué es eso?", se preguntó acercándose más a la ventana al mismo tiempo que arqueaba las cejas con curiosidad, "Podrían ser..."
Sí, estaba segura de que eran eso y una ancha sonrisa se formó en sus labios.
—Muñecos de nieve...
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