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FASE 1. 𝐓𝐨 𝐛𝐞 𝐬𝐨 𝐋𝐨𝐧𝐞𝐥𝐲

No es que Elsa no se sintiera bien, el problema era que no sentía nada en absoluto.

Gris, simple gris. Ni oscuro, ni claro, ni "perla", solo gris. Eso era todo lo que veía. También había naranja, aquel encantador y hechizante naranja que tanto caracterizaba al otoño, siendo acompañado por aquellas bellas pinceladas de verde y marrón que parecían hacer de cualquier escenario una digna obra de arte. Tal vez en cualquier otro momento, Elsa se hubiera sentado a dibujarlo – pese a su nulo talento artístico – a apreciarlo, a adorarlo, a adorar aquella hermosa imagen visible a través de la ventana de su escuela. ¿Pero cómo se supone que iba a adorar algo si ni siquiera se adoraba así misma?

Era monótono, tan pero tan monótono. Era nada, ya nada importaba. Nada parecía valer la pena. Sus excelentes calificaciones parecían carentes de importancia, las sonrisas a su alrededor eran carentes de brillo, el sol que brillaba en el exterior no le daba calor, el mundo ya no giraba y nada parecía tener sentido. Todo a su alrededor era gris pero solo ella parecía estar atrapada en ese color. Elsa no recordaba haber sentido aquella sensación de vacío alguna vez. Era raro, no existían las palabras correctas para describirlo. ¿Cómo una presión en el pecho? Tal vez. ¿Cómo si nada en el mundo tuviera sentido? Tal vez demasiado. ¿Cómo la sensación de extrañar algo que nunca tuvo? Sí, exacto. Tan sin sentido y abstracto como suena. La vida es una montaña rusa sin sentido.

No era agradable, era lo opuesto a agradable realmente. Tenía frio, siempre tenía frio. Pero no importaba la cantidad de mantas o abrigos que portara, su cuerpo parecía haber perdido la habilidad de entrar en calor. Presión, vacío, como una bola de plomo sobre su pecho, no lo sabía con exactitud y tampoco sabía si existía una descripción concreta y realista con respecto a sobre cómo se sentía. Elsa se había convertido en algo así como el fantasma de lo que solía ser, convirtiéndose en un ente que lo único que lo diferenciaba de un muerto era su capacidad de respirar. No hablaba, no comía, no salía al exterior y tampoco disfrutaba estar en su propio hogar.

Técnicamente estaba muerta.

-Oye Els, ¿Iras a la fiesta de hoy? Dicen que será la mejor del año, asistirán todos nuestros amigos y... - la pelirroja ni siquiera se esforzó en seguir hablando cuando todo lo que recibió fue una mirada fría y vacía de la que al menos hace unos días consideraba su mejor amiga.

Elsa parecía ni siquiera esforzarse en no ser una arrogante hija de puta.

No era su intención, no lo hacía a propósito, ni siquiera era totalmente consciente de sus acciones para ser sinceros. Solo actuaba, solo vivía, como si estuviera en piloto automático. No importaba cuantas sonrisas fueran dirigidas a su dirección, no importaba cuantos abrazos, cuantas buenas noticias, cuantas muestras de afecto y cariño recibiera, el frio en su interior parecía ser resistente incluso hasta a la más ardiente llama. Y Elsa se odiaba, porque Mérida no se lo merecía, ninguna persona de su entorno se merecía ser tratado como Elsa lo hacía, se merecían más, algo mejor. Se merecían más que el fantasma en el que la platinada se había convertido.

La platinada estaba tan confundida, con millones de dudas yendo y viniendo por su cabeza sin realmente llegar a un pensamiento en concreto. Estaba agotada, tanto física como mentalmente. Sus notas habían bajado drásticamente debido a la falta de sentido de las mismas, sus piernas temblaban a cada paso que daba, sus ojos amenazaban con cerrarse en un sueño profundo a cada segundo del día, su cabeza martilleaba en un insoportable dolor de cabeza que no se iba ni con los mejores medicamentos, siendo increíblemente receptiva a los ruidos fuertes, llegando incluso a llorar cuando los mismos se presentaban.

Era como si su cuerpo se estuviera muriendo.

Mentiría si dijera que su corazón no se hundió un poco en su pecho cuando Mérida solo le dedico una mirada molesta para volver a entablar su conversación con unos chicos atrás suyo. Se había convertido en una persona que ni ella misma soportaba a su alrededor, pero no había a nadie a quien culpar que no fuera ella misma. ¿Qué era ahora? ¿Un monstruo? ¿Un fantasma? Ya nada de eso importaba, solo importaba una sola cosa.

Tal vez había llegado la hora de darle a su cuerpo un merecido descanso.

Lo más difícil de su día a día definitivamente era entrar a su casa.

No sabe muy bien cuando paso, cuando el lugar en el que debía sentirse a salvo se convirtió en todo lo contrario. Solo recordaba que de un momento a otro había comenzado a sentirse muy sola, cuando el silencio se había vuelto su peor enemigo, y su razón y sensatez parecían haberse esfumado como un puño cuando se abre una mano. Su habitación que anteriormente servía como su refugio, ahora no era más que un cuarto triste y solitario, en el cual, si las paredes hablaran, seguro serían capaces de sumir al ser más fuerte en una profunda depresión.

Pero es que se sentía tan sola.

-Elsie, tesoro, ¿Cómo estás? ¿Qué tal la escuela?

Y Elsa era tan egoísta.

Porque su madre esta allí, con una sonrisa amorosa y un plato de galletas en su mano preguntándole que tal fue su día. Con la pequeña Anna de no más de siete años esperándola con una sonrisa de dientes blancos y chuecos con las mejillas bañadas en migajas de galleta. Y no puede, no puede decirles que no siente nada, no puede decirles que su vida parece haber perdido los colores. No puede decirles que llego a considerar el hecho de que tal vez, solo tal vez, no las ama. Porque esta tan sumida en su propia tristeza, que no puede notar el amor que en realidad le aguarda en los brazos de su madre. Porque pese a tenerlo todo, se atreve incluso a pensar que no es suficiente.

– Bien, como siempre, no hay mucho que reportar – una sonrisa falsa y un pequeño encogimiento de hombros es todo lo que Elsa necesita para desviar la atención de su madre a la pequeña Anna que acababa de hacer un desastre con su comida.

– Me alegro, ¿Y Mérida? ¿Cómo le va con Hiccup? – "Me odia y Hiccup vive lo suficientemente drogado como para creer que los dragones realmente existen" piensa, pero se conforma con expresar un simple "Bien" que deja a su madre no del todo convencida.

– Mami, ¿Luego me ayudas a ponerme mi disfraz?

– Por supuesto cielo, cuando termines tu tarea te ayudare ¿Sí? Ahora termina tu merienda y ve a hacer tu tarea.

Y Elsa la envidia tanto.

Envidia sus nulas responsabilidades y preocupaciones, envidia como sus únicas preocupaciones son si su disfraz de Halloween será lo suficiente bonito como para que Kristoff lo note o sobre cuantos dulces recibirá hoy en la noche. Y Elsa se encuentra lo suficiente jodida para desear ser solo una niña de siete años. Se encuentra lo suficiente jodida para desear ser solo una niña que no debe preocuparse en ser suficiente, que no debe preocuparse en ser lo suficiente delgada y que por sobre todas las cosas no debe preocuparse en bloquear las puertas cuando su padre está lo suficientemente borracho.

Pero así es mejor.

Son solo unos segundos después de que Anna se retira cuando su madre habla– ¿Podrías acompañarla tu esta noche a pedir dulces, cielo? Tengo que... - Y Elsa asiente incluso antes de que su madre le explique las razones. Porque sabe las razones de la ausencia de su madre. Ya vio las cartas de los abogados, ya hablo con ellos y ya hizo los suficientes dibujos para comprobar que efectivamente no mentía. Anna no debía saber nada, estaba mejor en su mundo de inocencia.

Una inocencia que Elsa ya no tenía.

– No llevara mucho tiempo, sabes cómo es Anna, se tranquilizará en cuanto vea a Kristoff, solo procura que no coma mucha azúcar – irónicamente, un plato repleto de galletas de chocolate fue depositado frente a sus ojos – Come, ¿Sí? Iré a ayudar a tu hermana con su tarea. – y con un amoroso beso depositado en su mejilla, se retira.

Elsa decide vaciar el plato de galletas y distraerse con sus deberes antes de que su cabeza comience a culparla. Termina llorando un poco de todas formas.

Elsa no sabe muy bien en qué momento comenzó a flotar.

Pero esta allí, semidesnuda, empapada y con ojos rojos cuya causa es dudosa. Pequeñas nubes de vapor se forman a su alrededor, empañando los espejos y la ventana que dejaba ver el bello atardecer del otoño. La tina está llena de agua caliente, su piel ardiendo como el infierno, pero ni siquiera eso parece aliviar el frio que siente en su interior. Su respiración estaba agitada, tratando inútilmente de calmarla mientras se recostaba, metiendo su cuerpo debajo del agua.

Y se hundió.

Sin siquiera tomar aire, cerro sus ojos y hundió su cabeza lentamente, con algunas burbujas escapando de entre sus labios mientras sus oídos se tapaban para dejar que el sonido del agua se hiciera presente. Su pecho ardía levemente, sintiendo cada vez más la falta de aire. Sus oídos pitan y sus manos se aferran al fondo de la tina, manteniendo su espalda pegada al fondo. Y pasan segundos, minutos, Elsa no lo sabe bien, pero se mantiene allí, con su pecho ardiendo cada vez más y sintiéndose flotar pese a no estar realmente haciéndolo.

Solo faltaba perder el conocimiento... y no estaba del todo lejos.

– Elsa... - Unos cuantos golpes en la puerta son suficientes para tener a Elsa saliendo apresuradamente del agua, mareada y tomando aire en grandes y agitadas respiraciones – Saldrán en media hora, apresúrate que aún tengo que bañar a Anna.

Tal vez... tendría que esperar un poco.

Una pequeña catrina es lo que su madre obtiene luego de lo que parecen años de lucha.

Y allí esta, dando brincos por doquier, mientras agita con sus pequeñas manitos aquel vestido negro con flores de diferentes colores como si su madre no se hubiera desvivido cosiéndolo. Su cara esta perfectamente pintada por maquillaje blanco, rosa y negro, con bellas flores rosas adornando su cabello naranja. Es adorable, y Elsa hasta se siente un poco mal cuando ve a su hermana totalmente preparada para Halloween mientras ella solo está allí con un vestido blanco y celular en mano. No es como si hiciera mucho esfuerzo en cambiarse de todos modos.

Elsa ríe sin poder evitarlo, sin embargo. Ríe por la curiosa contradicción que Anna está creando sin siquiera saberlo. Porque es Halloween, y Halloween no es otra cosa que una festividad estúpida, llena de marketing y publicidad, que no hace mas que infundir miedo en los niños que buscaran refugio en sus padres por miedo a los espíritus, pidiendo dulces para calmar ese miedo. Y luego esta el Dia de Muertos, que es sin lugar a dudas la festividad mas hermosa que alguna vez haya existido; donde los muertos pueden volver del más allá para estar cerca de sus seres queridos siendo recibidos con los brazos abiertos. Lleno de alegría y sonrisas verdaderas creadas solo por la dicha de saber que, incluso en la muerte, aquellas personas que amas aún están allí, esperándote.

No como Halloween que solo se encarga de crear teorías y tradiciones tontas.

– Elsa, hay que prender la vela – teorías estúpidas como esa.

Elsa sabe de lo que se trata, sabe de la antigua tradición de prender una vela para alejar a aquellos malvados espíritus que podrían atormentarte en la noche, sometiéndote a terribles pesadillas que parecían no tener fin. En su momento, Elsa lo había creído, pidiéndole a su madre cada año que prendiera una vela en su cuarto con tal de no ser atormentada por espíritus. Y Elsa dormía en paz, tranquila, sabiendo que nada ni nadie podría hacerle daño siempre que aquella vela estuviera encendida.

Con el tiempo, Elsa comprendió que no hay ninguna magia en esas velas, y que, en realidad, nunca las tendrían, porque el verdadero demonio ya se encontraba en la casa.

Fue cuando vio los ojos alarmados de su madre cuando Elsa decidió tomar cartas en el asunto – No hay ninguna magia en esas velas, Anna – La platinada también trato de no reír cuando vio la cara indignada de su madre, agachándose a la altura de la más pequeña cuando vio el brillo desaparecer de sus ojos – La verdadera magia esta en nosotros. Si nos mantenemos fuertes y creemos en nosotros mismos, ningún espíritu vendrá por nosotros. Ellos nos temerán.

Elsa no pudo ocultar la gran sonrisa que apareció en su rostro al ver como la carita de Anna se iluminaba – ¡¿En serio?! – Elsa asintió, separándose ligeramente para que Iduna tomara a la pequeña en sus brazos que reía a carcajadas por las cosquillas que estaban siendo depositadas por todo su cuerpo. De nuevo, como si su madre no se hubiera desvivido cosiéndolo.

– Ve a buscar tu abrigo, ¿Si cielo? – fue cuando Anna se encontró a una distancia prudente cuando la castaña susurro un bajo "gracias" para dejar que madre e hija se fundieran en un abrazo - Volveré muy tarde, seguramente recién me veas en la mañana. Hay comida en el refrigerador por si vuelven, pero Anna caerá dormida apenas ponga un pie en la casa, así que no te preocupes.

Fue luego de unos minutos cuando Anna estaba ya lista y con su peluche de Olaf en mano, cuando la misma tomo su mano con timidez, jalándola y preguntando muy bajito - ¿En serio no pasara nada si no prendemos la vela?

– No corazón, no nos pasara nada. – respondió la platinada instantáneamente, acariciando con cuidado el cabello de la mas pequeña con cuidado de no arruinar el peinado – Además, aquí estaré yo para protegerte de cualquier espíritu.

– ¿Y a Olaf también? – volvió a preguntar, mostrando al pequeño peluche de hombre de nieve.

Elsa rio – Si, a Olaf también.

No es como si la alegría de Elsa hubiera durado mucho más que unos segundos.

Sinceramente, basto con que Anna se alejara unos cuantos metros junto con unos niños para pedir dulces en una casa vecina para que la sonrisa de Elsa se desvaneciera y fuera reemplazada por su rostro inexpresivo y frío que parecía haberse vuelto parte de ella. No sabe muy bien porque, pero ahora Elsa esta sola, con dos abrigos y Olaf en su mano, jugando con las manitos del muñeco como si este fuera a cobrar vida mágicamente; viendo como todos están acompañados, como todos sonríen. Todos menos ella.

De un momento a otro, siente un pequeño tirón en su vestido, frunciendo el ceño en el acto para dirigir su vista al causante del mismo, encontrándose con un pequeño fantasma que no era más que Kristoff debajo de una sabana con agujeros en la parte de los ojos para no bloquear la vista.

– ¡BOO! – Grito el pequeño cuerpo a su lado, alzando sus bracitos y luciendo una imagen mas adorable que aterradora. Elsa, sin embargo, se llevo una mano al pecho y fingió su mejor cara de susto. Kristoff río con inocencia. – Soy muy terrorífico, ¿Verdad? – Y la platinada no tuvo el corazón para romperle aquella pequeña ilusión al mas pequeño.

Luego de un saludo con sonrisas tiernas y manos sudadas por parte de los más pequeños, Elsa se dedico a seguirlos por el gran vecindario en el que vivían, esperando pacientemente a que recogieran sus dulces mientras observaba a su alrededor sin sentir nada en absoluto. Porque si, ni siquiera aquel ambiente de felicidad que Halloween había creado parecía ser capaz de descongelar el frio corazón de la platinada.

Tal vez estaba condenada a estar sola.

De nuevo, siente un pequeño tirón en su vestido, rodando los ojos con cariño para voltear esperando encontrarse a la adorable imagen de Kristoff pretendiendo ser un fantasma. Pero no es así. Porque en su lugar hay un pequeño niño castaño de grandes ojos azules de no más de siete años vestido de Superman, ofreciéndole una brillante sonrisa de dientes blancos y chuecos acompañada de unas adorables arruguitas a los costados de sus ojos. Es tan hermosa que Elsa no puede evitar sonreír con dulzura.

– Hola corazón, ¿Te perdiste? ¿Dónde están tus padres? – Elsa pregunta, agachándose a la altura del pequeño niño que no deja de sonreír.

– Están con Lottie, yo ya soy un niño grande – responde hinchando su pecho con orgullo, Elsa solo quiere apretarle sus lindas mejillas. – Ese chico que esta allá quiere hablarte, pero no sabe cómo – menciono de repente, descolocando a la ojiazul mientras seguía a la dirección a la que el menor había señalado, encontrándose con un alto chico de pelo café y mirada seria – así que me mando a mí a cambio de dulces. – de un momento a otro, la atención que el más pequeño tenía en la conversación fue totalmente dirigida a lo que sea que estuviera detrás de Elsa, provocando una gran sonrisa en el mas bajo y un nuevo brillo en sus ojos – Debo irme, a Harry no le gusta cuando lo dejo solo. ¡Adiós!

Y se fue con un pequeño chico de rizos y ojos verdes, dejando en su camino a una Elsa con millones de preguntas rondando su cabeza.

Luego de ver como el niño castaño se reunía con el tal Harry, volteo su cuerpo hacia el supuesto chico que el menor había mencionado, casi cayendo de bruces contra el suelo cuando choco contra un fuerte cuerpo. Pero no fue así, porque una mano en su muñeca y la otra en su cintura fueron suficiente para lograr estabilizarla, y hacerla sonrojar de paso.

Alzo su vista, lista para soltar unas cuantas disculpas y retirarse como si nada hubiera pasado. Pero no fue así, porque frente a ella esta el mismo chico que el infante había mencionado, mirándola fijamente con aquellos penetrantes ojos cafés que habían llamado la atención de Elsa desde el principio. Su ceño estaba fruncido, como analizando la situación o buscando parecer intimidante, Elsa no lo sabía, demasiado concentrada en la perfecta mandíbula y pómulos del castaño como para descifrarlo.

Es luego de unos segundos de incomodo silencio cuando Elsa decide hablar – Lo lamento, no te vi y...

– No pasa nada, tranquila, le puede pasar a cualquiera – contesta el castaño, frunciendo aun mas el ceño ante el nerviosismo de la más baja – Iba a hablarte de todos modos. – cuando ambos fueron conscientes de la posición en la que se encontraban, decidieron separarse entre sonrisas tímidas y nerviosas – Soy Jack.

– Elsa – contesto, perdida totalmente en aquellos ojos cafés.

Y es que no eran simples ojos cafés.

No era cualquier café, Elsa estaba bastante segura de nunca haber visto ese color de ojos en nadie más. Eran simplemente únicos. Oscuros y penetrantes, que pese a tener las pupilas dilatas para ojiazul sin lugar a dudas eran los ojos mas hermosos que alguna hubiera visto.

Pero sus ojos no eran lo único que hacía a Jack "especial".

Estaba frio, helado, como si se hubiera bañado en agua helada. Su profunda mirada daba escalofríos, pero Elsa no podía sentirse mas a gusto. Iba totalmente de negro, camisa negra, pantalones negros y zapatos relucientes también negros. Como en una película. Su figura alta y pálida era suficiente para hacerlo sacado de una tonta película adolescente de vampiros. Pero lo más curioso, era que pese a el aura de malestar y frialdad que transmitía, Elsa nunca se sintió mas a gusto en su vida.

Raro.

– Y... ¿Qué es lo que estas haciendo aquí? - pregunto la platinada, arrepintiéndose automáticamente cuando se dio cuenta de lo obvia que resultaba su pregunta.

– Creo que eso es bastante obvio, ¿No lo crees?

Elsa frunció el ceño, sonriendo divertida luego de unos segundos – Pues entonces busca tu otra pregunta para sacar conversación, ¿O es que de nuevo no sabes como hablarme?

Y fue cuando Jack mostro una hechizante sonrisa coqueta cuando Elsa se dio cuenta de que algo andaba mal

Resulta que ambos congeniaron tan bien porque ambos estaban igual de jodidos.

Jack estaba allí por su hermana, Emma, que según el castaño se encontraba pidiendo dulces pese a que Elsa no la hubiera visto en ningún momento de la noche. Ambos daban vueltas por el vecindario, encontrándose con los mismos niños una y otra vez junto con sus padres o mayores que forzaban sonrisas con tal de no arruinar la noche de los mas pequeños. Elsa veía a Anna de a ratos, asegurándose de que todo estuviera bien y tranquilizándose cuando la veía reír y jugar junto con Kristoff.

Lo único sorprendente de la noche fue el aparente rechazo de Anna hacia Jack.

En algún momento de la noche, Anna había vuelto hacia donde Elsa, pidiendo su abrigo y preguntando si podía quedarse a dormir en la casa de unas amigas a más tardar. Todo con una sonrisa en su rostro que se esfumo totalmente cuando tuvo al castaño a unos pocos pasos de ella. Y era raro, porque Anna era la persona más simpática y sociable del mundo, siempre sonriéndole a todos con la esperanza de hacer nuevos amigos. Pero no con Jack, porque con el solo se limitó a saludarlo cortésmente y a esfumarse en cuanto tuvo su abrigo en sus brazos.

Como si le tuviera miedo.

Elsa decidió ignorarlo, prefiriendo hablarlo con calma al día siguiente y cuando la cabeza de Anna no estuviera cegada por el azúcar, disculpándose con el mayor que actuó como si nada. Volviendo a entablar una conversación con la platinada como si se conocieran de toda la vida.

Y es que así parecía.

Interactuaban tan bien, como si llevaran toda una vida conociéndose. Elsa no sabía porque, pero había sonreído más con ese extraño que con cualquiera en estos últimos días. Se sentía tranquila, en paz, como si nada ni nadie pudiera hacerle daño. Sin ningún pensamiento negativo dando vueltas por su cabeza, solo concentrándose en la bella sonrisa coqueta que el mayor parecía tener fueran a donde fueran. No sentía vacío, no sentía aquella presión en su pecho. Sentía como si hubiera redescubierto los colores, sentía que ahora todo tenia sentido.

Se sentía viva.

Pero ambos estaban jodidos, Elsa lo sabía. Lo sabía por las evidentes ojeras del más alto, lo sabía por la delgadez de su cuerpo y por la pesadez de sus pasos. Lo sabía por el frio de su cuerpo y la frialdad de sus ojos. Y tal vez cualquier otra persona lo hubiera alejado, siendo racional y sabiendo que nada bueno podía salir de dos personas que se encontraban emocionalmente jodidas. Pero eso ahora no importaba.

Porque ambos necesitaban sentirse amados, queridos, al menos por un efímero tiempo.

– ¿Tengo algo en la cara, o qué? Porque solo estas logrando que mi ego se eleve al no dejar de mirarme.

Elsa chasqueo la lengua, molesta - ¿Y tú podrías dejar de hacer esa cosa?

– ¿Qué cosa? – pregunto confundido, sin borrar aquella sonrisa petulante de su rostro.

– Esa maldita sonrisa de tu rostro. Me pone nerviosa.

– Oh, por favor, te encanta.

Elsa bufo con fingida molestia, no era del todo falso – Muérete.

– Ojalá.

Tan igual de jodidos que asustaba.

Cuando quisieron darse cuenta ambos ya se encontraban en la cama de la platinada besándose.

Ninguno de los dos sabía muy bien como habían terminado así, pero ambos se encontraban allí, con ambos abrazados y besándose con tanto amor y pasión como les era posible. Tal vez, en cualquier otra situación, Elsa no hubiera cedido a la primera, tal vez, en cualquier otra circunstancia, Elsa no hubiera estado a punto de mantener relaciones con el primer desconocido amable que se le cruzara en frente.

Pero quería amor, y tal vez esta era la única forma en la que lo obtendría.

Y es que Jack la trataba con tanto amor, como si fuera una fina pieza de porcelana que ante el más mínimo toque pudiera romperse, cuando Elsa en realidad no era más que un millón de piezas rotas suplicando por ser unidas. Sus besos eran lentos y profundos, relajando el cuerpo y mente de la platinada por primera vez en mucho tiempo. Ya no sentía frio, no sentía malestar alguno, con todas aquellas inseguridades y malestares que la atormentaban día tras día siendo opacadas por el intenso placer que estaba sintiendo.

Hasta que sintió un fuerte agarre en su cuello.

– Debiste haberle hecho caso a tu hermana. – Estúpidas velas.

Cuando abrió los ojos con sorpresa, el Jack que había conocido se esfumo, dejando en su lugar a un Jack peliblanco, con grandes y siniestros ojos azules, y unas grandes alas negras en su espalda. Mirandola como un depredador a su presa.

El agarre en su cuello se hizo más fuerte.

– No quise creerlo al principio, pero aquí estas. Dispuesta a morir al no encontrar ningún tipo de amor verdadero en ninguna de las personas que te rodeaban, ni siquiera de tu madre y hermana que darían todo por ti. Y lo sabes. – con su mano libre acaricio suavemente la mejilla de la platinada, con tal suavidad que contradecía totalmente el brusco agarre en su cuello que cada vez le hacía más difícil respirar – Pensando que la muerte iba a ser la única que pudiera borrar todo ese dolor de ti.

Y Elsa quiere hablar, pero con suerte puede mantener sus ojos abiertos.

– Saliste por esa puerta pidiendo a alguien que te amara honestamente, pediste sentirte amada – y seguía hablando, sin detener su agarre, ni de acariciar la mejilla de la ojiazul – Por eso nunca me tuviste miedo, porque viste en mi la oportunidad de encontrar a alguien que te amara, viste una oportunidad, una salida. Y lo voy a cumplir, hoy te iras siendo el ser humano más amado en la tierra.

De un momento a otro, el agarre en su cuello se esfumo, siendo reemplazado por un suave agarre en su cuerpo para ser delicadamente depositada en el regazo de Jack. Unos fuertes brazos la envuelven, junto con aquellas hermosas alas negras que crean un capullo en el que solo existen ella y Jack. Y Elsa quiere acariciarlas, adorarlas, pero esta demasiada concentrada en volver a respirar y en la nueva pesadez en su cuerpo para hacerlo.

– Shh, tranquila, yo estoy aquí, nada te pasara – Tal vez, si Elsa no se estuviera sintiendo cada vez más liviana, se hubiera reído y soltado algún comentario sarcástico, demasiado embelesada con aquellos ojos azules en aquel momento como para hacerlo.

Pese a la pesadez en su cuerpo, logra moverse lo suficiente como para descansar su mejilla en el pecho del más alto, finalmente siendo capaz de tocar aquellas bellas alas que tanto la habían cautivado. Son suaves al tacto, brillantes y tan grandes, que incluso pese a estar muriendo Elsa no puede evitar sentirse más segura entre ellas que en cualquier momento de su vida.

La verdadera belleza está en aquellos ojos azules, sin embargo.

Tan bellos y cautivadores que Elsa está totalmente segura que fueron pintados por los mismos ángeles, siendo tan profundos como un océano en el que Elsa se ahogaría con gusto. Una pequeña parte de ellos está pintada de un negro tan brillante como el de sus alas, pero Elsa se siente en paz, a salvo, querida, amada.

Acaricia con suavidad y timidez la mejilla del mayor, sintiendo un extraño calor en su pecho cuando lo nota sonreír, con aquel sentimiento avivándose aún más cuando el peliblanco deposita un amoroso beso en su frente, sin detener el roce de su mano con su mejilla en ningún momento. Sin embargo, sintiendo confusión cuando siente unos acelerados latidos que surgen desde el pecho del mayor. - ¿Tienes corazón?

– Solo cuando estoy contigo.

Cuando Elsa quiere darse cuenta ya está casi flotando.

Su cuerpo está muy liviano, demasiado, no siente más que parte de su pecho y rostro, provocando un pequeño susto al principio que fue tranquilizado por los tranquilizadores latidos del ente a su lado y las constantes caricias y besos del mismo. No hablan, porque no hay necesidad de palabras, todo lo que tenía que ser dicho ya se dijo, y lo nuevo es expresado mediante caricias y los dulces besos que el peliblanco deposita en la cabeza de la ojiazul.

Y Elsa se siente tan amada.

Cuando Elsa ya no siente ninguna parte de su cuerpo, y sus latidos están totalmente ralentizados, sabe que se ira, que llego su hora. Que al fin su cuerpo tendrá aquel descanso que tanto había anhelado. Y no puede evitar sentirse feliz, a salvo, concentrándose solamente en los latidos de Jack y en el último sentimiento que sentirá en su vida. Y cuando piensa que ya está lista, sabe que falta algo.

– ¿Puedes hacer la cosa? – pregunta, con las pocas fuerzas que le quedan

– ¿Qué cosa?

Y con los últimos atisbos de fuerza, Elsa sonríe – Aquella cosa.

Y Jack sonríe con diversión, ya entendiendo – Oh, ¿Esto? – y sonríe coquetamente, y Elsa ya se puede ir en paz de este mundo.

Sonríe, asintiendo suavemente para cerrar sus ojos y recostarse totalmente en el cuerpo a su lado, sintiendo como cada vez, la oscuridad la consumía poco a poco, en ningún momento sintiendo algo más que el amor que Jack siente por ella.

Jack sonríe – Descansa hermosa – y un pequeño beso cargado de afecto es depositado en sus labios – Nos veremos muy pronto. – y es cuando Jack termina de decir esas palabras, que la oscuridad termina de dominar todo a su paso, el frío en su interior acaba, y el sentimiento de amor domina.

Al fin.

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