Veintisiete
Paulo no le había dicho a Guido que tenía protección personal mucho más peligrosa y temeraria que lo que pudiera hacer Raúl. Era una parte de su vida que ocultaba en la gran ciudad.
Era cierto que Paulo conocía a quienes fabricaban y distribuían las drogas en el norte de Misiones. Tres de ellos eran sus primos, y a pesar de que él nunca quiso estar involucrado en el negocio ilegal de venta y distribución de drogas, siempre estuvo en contacto con ellos. Y por supuesto, ellos siempre estuvieron a su disposición, si en algún momento Paulo tuviera problemas serios. Como el que tenía con Raúl en ese momento.
Paulo llamó a su primo mayor, le decían el Chaque por haber nacido en la provincia de Chaco. Le contó todo lo que sabía sobre Raúl, la acalorada discusión que habían tenido, y que había amenazado a su madre y a su hermano.
«Tranquilo, Cruza. Ya mando a uno de mis pibes a que vigile a la tía y al Silvito. Dónde vea un porteño cerca, lo dejo como un colador.»
Las palabras de su primo lo tranquilizaban, pero a la vez lo inquietaban. Paulo nunca quiso estar enredado en asuntos de mafia y drogas, pero ya estaba enterrado hasta el cuello. Lo mejor era seguir con su vida, reforzar los encuentros con Érica a plena luz del día, aprovechando que Rita ya sabía de su relación, y evitar cruzarse con Raúl.
Y por nada del mundo decirle una sola palabra a Alba de esa guerra fría que se había desatado entre él y su pareja.
Por el bien de todos, debía alejarse un poco de Alba, al menos hasta que los ánimos de Raúl se calmaran. De seguro, luego de ese intenso cruce lo iba a vigilar con más sigilo y frecuencia, así que esa noche decidió cambiar su rutina.
Concretada su cita, se fue a descansar antes de comenzar su último turno del día, a las cuatro de la tarde, tenía casi dos horas para dormir una siesta y relajarse luego del tenso cruce con Raúl.
No contaba con que Alba le escribiera, justo cuando estaba conciliando su sueño vespertino. Leyó su mensaje desde la notificación.
Pau... ¿Podemos hablar? Necesito hablar con alguien.
Quería dormir. Y quería alejarse un poco de ella, o perdería los estribos y volvería a confundirse. Deslizó la notificación, hundió las manos bajo su almohada y el sueño lo venció enseguida.
Era de noche, caminaba bajo la tenue luz amarilla de la calle. Al costado, las vías del tren estaban desiertas, eran como las dos de la mañana y el tren no funcionaba a esas horas.
Él estaba en la puerta de una garita de vigilancia, cuando giró su cabeza y la vio, sonrió. Apresuró su paso hasta donde estaba él. Le sostuvo la mirada un segundo y lo besó con desesperación. Se soltaron cuando ya no tenían aire. Él tomó su cara con ambas manos y apoyo su frente en la de ella. Cerró sus ojos y soltó una risa de alivio.
—¿Qué haces acá a estas horas?
—Tenía que verte, ya no aguanto más. Te necesito, te necesito en mi vida.
—¿Y qué vas a hacer?
—No sé, y tampoco quiero pensar en eso ahora. ¿Puede ser? Después veremos qué pasa, disfrutemos esto ahora.
Paulo despertó parpadeando reiteradas veces, sus labios sentían la humedad de ese beso que le habían dado en el sueño. Porque él era quien estaba en esa garita, y a pesar de que otra vez era un sueño en primera persona, en la piel de una mujer, había reconocido la voz que le hablaba.
Alba.
Tomó su teléfono, solo había dormido una hora. Tenía algunos mensajes más de Alba.
Cerró el chat de Alba, y abrió el de su primo con urgencia.
No había dudas. Raúl iba camino a Puerto Iguazú.
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