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Veintiocho

Mientras se alistaba para su cita con Érica, recordó el sueño que tuvo en la tarde. Su subconsciente comenzaba a poner caras en sus extraños sueños, aunque no entendía por qué él estaba en la piel de Alba. Cerró sus ojos y recordó el momento del beso, sus labios volvieron a sentir la calidez que brinda un beso dado con el corazón, una sensación que sin dudas no experimentaba con Érica.

Terminó de arremangar las mangas de su camisa blanca y restregó su rostro con ambas manos. Otra vez volvía a sentir deseos de besar a Alba, de darse una oportunidad con una mujer que podía hacerlo feliz.

Pero Alba estaba fuera de su alcance mientras Raúl estuviese en su vida.

Ató los cordones de sus Converse blancas con rabia, acomodó su apretado jean negro desgastado para que se lucieran las zapatillas, y preparó su campera de jean y una gruesa bufanda gris, tejida a mano por su madre. El frío todavía no daba respiro en Buenos Aires, y en Puerto Madero el frío calaba hasta los huesos por tener los diques a orillas.

Las palabras que Alba pronunció en su sueño retumbaban en sus oídos.

«Tenía que verte, ya no aguanto más. Te necesito, te necesito en mi vida.»

«Después veremos qué pasa, disfrutemos esto ahora.»

¿Acaso sería eso aquello que Alba quería hablar? ¿Y si Guido tenía razón cuando afirmaba que Alba estaba interesada en él? ¿Y si tanteaba la situación cuando ella acudiera a verlo? Quizás... Si él se sincera a con ella y le contaba la clase de basura que era Raúl, juntos podrían hacerle frente.

—No... Es una locura... ¡Basta!

—¿Basta qué? —Érica irrumpió en su departamento y lo encontró hablando solo, mientras hundía una mano en su cabello y caminaba en círculos.

—Eri... —Trató de recomponerse mientras se acercaba a darle un beso—. Nada, me duele mucho la cabeza, solo quiero que se me pase. —Paulo dio dos pasos hacia atrás y la observó detenidamente, tomó su mano y la giró en una vuelta—. Estás divina.

—Definitivamente estamos conectados, además, quería un outfit bien motoquero.

Érica lucía un pantalón de cuero negro, una remera blanca y botas al tobillo. Como abrigo, también llevaba una campera de cuero, y una bandolera negra era el único accesorio que portaba. En sus manos sostenía el casco rosa que le había enseñado a Paulo en la foto.

—Estás muy desabrigada, Eri... Hace frío afuera.

—Estoy bien, vos me vas a resguardar del frío, y siempre a la vuelta podemos entrar en calor.

Érica comenzó a besarlo, Paulo se dejó llevar, pero su mente le jugó una mala pasada al cerrar sus ojos. Volvió a esa tenue y desolada calle al costado de las vías, le bajó el ritmo al pasional beso que le estaba dando Érica. Tomó sus mejillas y fue dejando pequeños besos sobre sus labios, acarició su cabello, y cuando abrió los ojos su mundo se vino abajo.

—¡Ey! ¿Y eso? —Érica soltó una risa—. ¿Desde cuándo sos tan cariñoso?

Paulo sonrió con nerviosismo y desilusión. —No sé... Me nació hacerlo. Vamos antes de que se haga más tarde.

La tomó de la mano y se la llevó hasta el estacionamiento antes de que lo siga indagando. Se montaron en su moto, y en menos de media hora estaban sentados en una fina parrilla. Pidieron asado para dos personas, y Érica fue la única que pudo tomar cerveza con la comida, es que Paulo no quería perder los reflejos y ocasionar un accidente.

La cena fue bastante amena, aprovecharon para conocerse sin la tentación de una cama cerca. Érica estuvo en lo cierto cuando afirmó que su amigo le hacía descuento sobre el total, así que dividieron el gasto como acordaron, y se retiraron con el tiempo suficiente para visitar la cama de Paulo.

Pero esa noche, Paulo no estaba en sus cabales. No podía cerrar los ojos sin pensar en Alba y sus palabras del sueño. Intentó con todas sus fuerzas acabar el acto sin que de sus labios saliera el nombre de su amiga, tuvo que ser un poco más brusco, porque si lo hacía despacio, de seguro su mente pondría el rostro de Alba en la cara de Érica. Y cuando todo acabó, se excusó con Érica fingiendo malestar.

—Eri... No te ofendas, pero no me siento bien y me gustaría dormir solo.

—No te preocupes, voy a buscar a Lauti al depa de mi tía. Ya se debe haber dormido, así que me lo tendré que llevar a upa. Suerte que existe el ascensor, y que son solo dos pisos. Además, no quiero abusar de mi tía, es la una de la mañana, seguro me está esperando despierta.

—¿Nos vemos después?

—Es un hecho.

Érica se vistió, Paulo la acompañó hasta la salida, y se despidieron con un casto beso. Y luego de cerrar la puerta, se desplomó sobre ésta y soltó un largo suspiro. Volvió a restregar su rostro con ambas manos mientras trataba de regular su respiración agitada, es que lo invadió una sensación de sofoco que nunca antes había experimentado.

Y luego recordó que sí, ya sabía a qué se debía esa presión en el pecho. La sintió cuando se enamoró por primera vez. Y ahí lo supo.

Se había enamorado de Alba.

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