Capítulo 6: La Torre de Éter abandonada
Parte I: La odisea del soñador.
Una vez salimos de la casa de Elenia; Hekas, Demoncy, Feéucon y yo, pusimos rumbo hacia el primer destino que nos marcó la señora. Nos adentramos en una calle bulliciosa, flanqueada por altos edificios con fachadas con ornamentos dorados. Los ciudadanos se movían frenéticamente, entrando y saliendo de tiendas que exhibían productos exóticos. Los olores desconocidos impregnaban el aire, y el constante murmullo de la multitud llenaba el ambiente de una energía palpable. Observé con fascinación las tiendas callejeras, repletas de mercancías nunca antes vistas.
—¡¡Frutas celestiales!! ¡¡A tan solo 15 luros!! —gritaba un señor desde el otro lado.
Yo me di la vuelta para ver donde estaba mi grandioso guía halcón.
—¿Frutas celestiales? ¿A luros? —pregunté a Feéucon algo extrañado.
—Las frutas celestiales son únicas, cultivadas en tierras especiales que no encontrarás en otros reinos. Y los luros... bueno, son la moneda local. Cruac —respondió con su característico tono habitual.
—Está bien...
Mientras hablábamos, Demoncy se alejó del grupo, acercándose a una tienda callejera con movimientos calculados y sigilosos. Sus ojos brillaban con picardía al observar una pila de manzanas azuladas con tonos fosforescentes en una caja desatendida.
Con la agilidad de un felino, se deslizó agachado entre los compradores, su cola se movía de un lado a otro, esto lo ayudaba a mantener el equilibrio mientras se acercaba a su objetivo, pero también provocó algún que otro estornudo debido a la guindilla de su cola. Una vez agachado, en un movimiento rápido y fluido, su mano se extendió y agarró una de las manzanas, desapareciendo en un abrir y cerrar de ojos bajo su capa.
Demoncy retrocedió lentamente. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de volver con nosotros, el dueño de la tienda, un hombre robusto con una gran escoba en la mano, se dio cuenta de la manzana desaparecida.
—¡Eh, tú! —gritó el hombre, apuntando con la escoba hacia Demoncy—. ¡Vuelve aquí, ladrón!
Demoncy, con la manzana en la mano y sorprendido por el tendero, dio un mordisco apresurado a la fruta. Antes de que pudiera disfrutarlo, el tendero ya estaba blandiendo la escoba con furia sobre su espalda, provocando algunos gruñidos de dolor. Con la lengua fuera, Demoncy corrió de vuelta hacia nosotros. A su llegada, nos mostró la manzana mordida con una sonrisa traviesa de oreja a oreja.
—¿Qué has hecho ya, Demoncy? —le pregunté, en una mezcla de enfado y curiosidad por el vistoso brillo de la fruta.
—Jijijiji, he traído una manzana —respondió, con una sonrisa traviesa, antes de darle otro mordisco.
La fruta emitía un brillo hipnótico, sus tonos fosforescentes bailaban bajo la luz del sol. Miré fijamente la fruta por unos instantes. Era una manzana que nunca antes había visto y su brillo provocaba en mí una enorme curiosidad y atracción.
—Eso es una manzana del erebo —añadió Feéucon mirándome de reojo—. Crece con la luz de la luna. Es bastante más dulce de lo normal.
—Hmmm es bastante más dulce... —dije acercándome a la manzana de Demoncy—. ¿Puedo probar?
Demoncy me cedió su manzana, pero colocó su cola por debajo, provocando que al darle el bocado sienta un picor extremo que me hizo gritar.
—¡¡AAAAH!! —en seguida Hekas y Feéucon me taparon la boca mientras una multitud de gente nos observaba indiferentes...
—Perdón... —añadió Feéucon mientras Demoncy estaba detrás riéndose el muy cabrón—. No volverá a pasar.
—Malditos inmigrantes —comentaba uno que pasaba de largo—. Siempre son ellos las que la lían...
—Muy bien dicho —añadió una señora—. Extranjeros tenían que ser...
Sonreímos ante el momento incómodo sin saber muy bien como reaccionar y simplemente continuamos avanzando por la calle esperando que no hubiera consecuencias por los guardianes del alba. Yo iba haciendo muecas raras aguantando el picor hasta que Hekas me hizo un pequeño hechizo que me curó el picor de la boca, sintiendo nuevamente los mofletes.
—Gracias Hekas... —dije algo más aliviado—. ¿Por qué no lo hiciste antes?
En seguida la vi sonreír.
—Es que me parecía adorable tus mofletes hinchados y tu cara sonrojada —añadió riendo.
—No sé si ha sido buena idea ir con dos de Asteia... —dije observando a Demoncy a lo lejos que continuaba riéndose—. Maldito demonio... —me quejaba mientras íbamos andando.
—¡A partir de ahora nada de liarla hasta llegar al maldito telegrifo! —tajó Feéucon con bastante firmeza.
***
Finalmente, llegamos a lo que parecía ser el telegrifo: una especie de cuadra amplia, donde varios grifos estaban atados, aguardando para transportar a los viajeros a islas flotantes. Un hombre alado esperaba en la entrada, observándonos con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Buenos días —dije aguantando las miradas de desaprobación del celeste.
—¡Usa las plumas! —susurró Hekas desde el fondo.
Enseguida me acordé del saludo en esta región, busqué las dos plumas de Elenia y las froté evocando una melodía. El hombre algo más tranquilo me respondió con una melodía similar.
—Si estáis aquí debe ser por usar el telegrifo, ¿no es así? —preguntó el señor yendo al grano.
—Así es, buscamos un grifo para ir a La Isla de... —miré la nota porque no me acordaba del nombre largo que me dijo la señora—... los Susurros del Viento.
—Ah, genial —el hombre miró hacia su cuadra observando varios de los grifos que había allí—. Pues unos 340 luros.
—¿Qué? —dije mirando a mi halcón—. ¿Cuánto es eso traducido a euros, Feéucon?
—¡Cruac! ¡A mí que me cuentas! —respondió alterado.
—¿¡Nadie trajo pasta!? —pregunté observando bastante malhumorado a mis compañeros.
De repente Demoncy apareció entregando su manzana mordida al señor de la cuadra. Éste la tiró afuera con desprecio—. Esto no vale ni 2 luros. Sin dinero no viajáis, jovencitos.
—Puedo llamar a mi madre y que te haga un bizum...
—¿Cómo? —preguntó sorprendido.
—¡Debemos coger ese maldito grifo como sea para ir a la isla de...! —de repente Hekas me tiró del brazo.
—Vámonos de aquí, Eric.
—Disculpe al muchacho —intervino Feéucon ayudando a Hekas—. No quiso ser irrespetuoso, solo es su forma de ser
—¡Soltadme! ¡Debo convencerlo! —dije agitando mis brazos bastante disconforme.
***
Mientras salimos de allí estábamos pensando cómo narices conseguir semejante cantidad de dinero, cuando volvimos a encontrarnos con Elenia por las calles, lo cual nos sorprendió a todos.
—Imaginé que no tendrían luros para el grifo... —comentó Elenia, con sus alas recogidas detrás—. Se marcharon antes de que pudiera explicarles.
—¿Nos ayudará con el dinero? —pregunté, lleno de esperanza.
—No, joven —respondió con calma, pero firme—. He estado observándolos. Eres demasiado impaciente e impulsivo, y en Nubaris, eso no es bien visto.
—Hmmm —agaché un poco la cabeza—. Lo... lo siento.
Ella con su ala me levantó ligeramente la cabeza.
—No... esa impaciencia por volver a reencontrarte con él no puede nublarte el juicio, te volverá temerario.
La volví a mirar y esta vez casi derramo una lágrima por tan solo mencionarlo... me di cuenta de que tenía razón, estaba nervioso por el reencuentro, el hecho de saber que estaba en algún lugar de aquí, me hacía querer verlo inmediatamente.
—Es que... si no puedo conseguir dinero para ir a dicha isla... No puedo continuar —comenté con cierta tristeza...
—¿Y vas a permitir que este simple obstáculo te detenga? Entonces no tienes la determinación que te falta para lo que te has propuesto.
—Pero yo no sé como conseguir dinero aquí.
—¡Pues busca la forma! —dijo con firmeza. Acto seguido comenzó a calmarse ligeramente, suspirando y observándome con más calma—. Mira, en Mercaflota hay un tipo que compra cristales de energía a muy buen precio. Con eso os debería bastar. Os deseo mucha suerte —sonrió.
La señora se dio la vuelta avanzando hacia su casa.
—Espera, ¿Cómo consigo eso? ¿Qué es?
—Tómatelo como una prueba. —dijo nada más. Acto seguido desplegó sus alas desprendiendo un brillo dorado y volando rumbo hacia su hogar,
Yo miré a mis compañeros. —¿Habéis escuchado eso? —pregunté bastante intrigado.
—Si... —dijo Feéucon—. Cristales de energía. Me suena de haberlos escuchado en el reino de Crystalia, pero aquí... creo que había, pero son muy raros.
—Tal vez podamos preguntar en algunas torres de éter. Según dices, son centros de meditación y observación —añadió Hekas tratando de pensar en algo.
—Con acceso restringido a turistas —dijo Feéucon—. Sólo yo podría entrar a una de esas.
—Vale —dije pensando cómo lo podríamos hacer—. Vamos a separarnos —añadí
—¿Seguro que es buena idea? —preguntó Hekas preocupada.
—No se me ocurre otra forma. Feéucon, tú iras a la torre de Éter a buscar información, nosotros también iremos a mercaflota a ver si encontramos al señor de los cristales de energía.
—Está bien —asintió el halcón preparado para levantar el vuelo.
—¡Bien, vamos juntos! —dijo Demoncy emocionado. Pero yo enseguida lo confronté.
— Y en cuanto a ti, maldito bicho maligno, te estarás quieto —señalé a Demoncy, quien me dedicó una pícara sonrisa.
Feéucon comenzó a volar dirigiéndose a una de las torres de éter, mientras nosotros nos encaminamos a Mercaflota. Fue un camino en el que sentí bastante prisa, sin fijarme apenas en mis compañeros, quería saber dónde poder encontrar dichos cristales y si el tendero podía saber algo.
Entramos en Mercaflota, esta vez no me fijé tanto en el suelo transparente a pesar del bonito paisaje que había tras nosotros. Hekas estaba bastante emocionada de volver al mercado, pues había todo tipo de prendas, restaurantes, pubs donde servían clarionas y hasta una sala de juegos. Subimos por unas escaleras de luz hasta la tercera planta, allí encontramos varios puestos donde vendían todo tipo de materiales. Me paré justo ahí y observé a mis compañeros algo cansados.
—¡Eric! —alzaba la voz Hekas yendo detrás mía—. ¿Por qué vas tan rápido?
—Feéucon llegará a la torre bastante rápido, debemos apurarnos.
Demoncy llegó ligeramente encorvado con la lengua fuera y algo molesto por la caminata.
—Ah ah ah ah —jadeaba Demoncy detrás nuestro—. No podéis hacerme correr así.
—Venga, no seáis quejicas. No hemos corrido tanto.
Me dirigí al señor de la tienda y observé los productos que tenía, todos ellos me parecieron exóticos. Plumas de color verde esmeralda, similar a las que tenía Elenia en su casa, una especie de frascos luminosos, tejidos blancos que parecían muy suaves al tacto, entre otras cosas.
—Buenos días —dije manteniendo algo de contacto visual con el tendero, sin embargo este me volvió a mirar enfadado. Fue entonces cuando recordé el saludo de las personas del reino.
—¡Usa las malditas plumas! —susurró Hekas de nuevo.
—Lo sé, lo sé —saqué las plumas de mi bolsillo y las froté suavemente para que realizaran su sonido. El hombre respondió con un sonido similar.
—¿Qué desea? —preguntó con una cara más amable.
—Más bien me gustaría ofrecerle mis servicios. ¿Está interesado en comprar cristales de energía?
El hombre frunció el ceño y me acercó a él en silencio. Yo me asusté debido al tirón que me dio.
—¿Qué pasa?
—No lo digas muy alto, o se enterará Phil —dijo señalando la caseta de al lado—. Es aquel idiota que ven allá.
Vimos a un señor con plumas bastante vistosas, de varios colores, y un pelo muy alborotado y encrespado mirando fijamente a un punto fijo hasta que se sintió observado y giró su cabeza rápidamente hacia nosotros, momento en el cual el pájaro comenzó temblarle el párpado, pero el tendero cerró la tienda inmediatamente, desplegando varias mantas por encima y encendiendo una lámpara de aurora, que proporcionaba una leve luz verde a la estancia.
—Está bien —suspiré algo más tranquilo, vi a Hekas y Demoncy entrar detrás de mí—. Necesito algo de dinero, y escuché que compras...
—¡Más bajo! —dijo mirando con cierto temor a la pequeña ventana que había en la tienda.
Lo miré con cierta desesperación. Y procedí a hablar susurrando.
—Escuché que compras cristales de energía a buen precio.
—Sí... De ahora en adelante los llamaremos cebollas de luz. Phil las odia.
—Vale... ¿Cuántos luros recibo por una de esas... cebollas?
—370 por cebolla. ¿Tienes alguna?
De repente por la ventanilla apareció el ojo tembloroso del pájaro observándonos fijamente, pero el señor dio un pequeño golpe a la ventanilla haciendo que Phil se aparte, dejando ver brevemente su protuberante y agrietado pico.
—Eh... no —intenté evitar distraerme con la mirada fija de Phil hacia mí—, te venía a preguntar si conoces la forma de encontrar alguno de esos cristales.
—Cebollas, ¡Cebollas de luz, maldita sea! —alzó la voz para que se diera cuenta—. Pues veras... —volvió a susurrar todo lo bajo que podía lo que hizo que los tres nos acercásemos—. Esas cebollas se encuentras en zonas completamente oscuras en la ciudad de Nubaris. Deberéis encontrar un sitio lo más lejano y oscuro posible. Y enfrentaros a los Zepphiros, criaturas que poseen dicha cebolla. Por eso son tan raras y caras aquí en Celestia. Son muy complicados de encontrar y es muy riesgoso.
—Hmmm —asentí—. Está bien, deme algo de tiempo y le conseguiré una de esas cebollas.
—¿Estás seguro de querer ir? —preguntó Hekas ligeramente preocupada.
—Claro. Hay que continuar el viaje, maldita sea.
El tendero volvió a llamar la atención.
—Bueno, ahora levantaré la tienda de campaña y vosotros saldréis como si nada hubiera pasado. Y si el idiota aquel de Phil os pregunta algo, lo ignoráis. ¿Queda claro?
—T-te he escuchado —dijo una voz desde el otro lado de la tienda. Hablaba demasiado rápido.
—¡Métete en tus malditos asuntos! —gritó.
Una vez desplegó aquellas mantas y lo volvió a convertir en el negocio que era antes, allí estaba Phil observándonos fijamente con una mirada perdida.
—Pues muchas gracias, señor. Volveremos cuando tengamos las cebollas.
Intentamos salir de allí ignorando al susodicho, pero enseguida se puso enfrente nuestra.
—Hola
—Eh... —dije intentándolo ignorar. Lo rodeé mientras Hekas y Demoncy me siguieron—. Ya nos íbamos, si no es molestia.
—¿A dónde? —dijo mientras un párpado vibraba.
—Pues a por cr... o sea, cebollas —corregí a ultimo segundo.
—Mentira. Sé que es mentira.
Hekas trató de convencerlo.
—Claro que sí. De hecho veníamos a revisar dónde encontrarlas.
Phil la miraba con sospecha.
—Las estúpidas cebollas de-de-de luz que habláis son muy comunes en Celestia. ¿Por qué ibais a-a-a ocultarlo de-de-de esa manera? —dijo manteniendo contacto visual con todos y cada uno de nosotros casi sin pestañear.
—Ah... esto... —Hekas pareció quedarse sin respuestas.
—¡¡Corre!! —grité mientras Demoncy se subía a mi hombro y Hekas me seguía a duras penas
Phil comenzó a volar torpemente, agitaba sus alas muy rápido con un vuelo muy pesado y tambaleándose de lado a lado para seguirnos.
—¡Volved! ¡Ocultáis algo! ¡Ocultáis algo! ¡Volved! ¡Ah! —Phil se chocó con una pared translúcida que nosotros logramos sobrepasar, dejando al pesado ese atrás y bajando por las escaleras del centro comercial.
—¡No os separéis! —miré a Hekas y Demoncy que iban detrás mía saliendo del centro comercial por patas.
—¿¡Cuándo narices llegará Feéucon!? —dijo Hekas muy cansada mientras salíamos del centro comercial.
—¡No lo sé! ¡Se supone que para ir a ese sitio debes tomártelo con calma! ¡¡Justo la que ahora no tenemos!!
En ese momento escuchamos el grito de un águila y a Feéucon aterrizando enfrente de nosotros, volviendo a su forma de transporte.
—¡Cruac! ¿¡Qué habéis liado!?
—¡Ya te lo contaremos luego! ¡¡Llévanos a un lugar seguro!! —dije subiendo a lomos del halcón y emprendiendo el vuelo con nuestros acompañantes. Al fondo se observó a Phil saliendo del centro comercial bastante mareado y recomponiéndose aún del golpe. En seguida pasó a mirarnos fijamente. Acto seguido volvió a entrar corriendo al centro comercial.
Feéucon nos llevó a una zona alejada del centro comercial, concretamente, a una de las enormes plazas flotantes que había por allí. Se divisaban varios ciudadanos sentados en varias filas, apreciando a un mago que empleaba luz solidificada para formar aros de luz, que luego se expandían y se esparcían por toda la plaza, formando un espectáculo visual muy agradable de ver. Una cosa que me fijé, es que la gente apenas hablaba o se sorprendía. Simplemente observaban en silencio.
Los demás eligieron una mesa algo alejada del espectáculo, donde Feéucon y yo nos sentamos en frente para observarnos el uno al otro.
—Vale —comencé a hablar—. ¿Qué has visto en la torre?
—No había mucha gente, pregunté por los cristales de energía, pero no me dieron casi detalles, solo que es peligroso encontrarlos. ¿Tú?
—Lo mismo.
Hekas me miró, pensando que me había dejado la mitad de detalles.
—Pero sí te dijo más cosas. Los cristales se encuentran en lugares altos y oscuros, y los desprenden unas criaturas que solo aparecen por la noche. Los zephiros.
El halcón me miró asintiendo la cabeza—. Ya... casi lo mismo...
—Bueno vale... se me escapó. ¿Conoces algún lugar así en Nubaris?
—Eso estaba pensando. Cuando subí a aquella torre vi a lo lejos una torre de éter abandonada, de cuando estábamos en guerra con Oniria.
—Eso es más interesante. ¿Crees que podrían estar allí?
—Es el lugar más alto de la ciudad, con lo cual... Sí, supongo
—¿Nos podrías llevar allí cuando anochezca?
—¡Cruac! Eso está hecho.
***
Pasamos el resto de la tarde en la plaza, con la música calmante fluyendo a nuestro alrededor. La tranquilidad era tan envolvente que me sentí profundamente relajado, disfrutando de un extraño momento de paz en medio de esta caótica aventura.
Era una melodía como nunca había escuchado antes: los acordeones de luz emitían notas vibrantes, acompañados por armónicas de viento que parecían llegar a pronunciar algunas palabras. Otros instrumentos, cuyos nombres desconocía, aportaban sonidos únicos que daban al ambiente una energía calmante, casi mágica. Sentía cómo la música se filtraba en mi alma, relajando cada músculo, mientras mis ojos comenzaban a cerrarse, entregándome a la tranquilidad que me envolvía.
De pronto, una explosión sacudió la plaza. Abrí los ojos de golpe y vi a Demoncy corriendo hacia mí, con una expresión de pánico y emoción.
—¡Corred! —gritó con una voz llena de adrenalina.
—¿¡Qué cojones has hecho ahora!? —espeté, ya anticipando lo peor.
—¡He lanzado una guindilla explosiva! —respondió sin remordimientos, con una sonrisa traviesa.
Feéucon abrió los ojos de par en par, agitando sus alas con sorpresa.
—¡Cruac! ¿¡Y eso por qué lo hiciste!?
Antes de que pudiera responder, los gritos y estornudos comenzaron a inundar la plaza. La gente de Nubaris, afectada por la explosión, corría en todas direcciones.
—¡Vino de por allí! ¡A-A-aCHÍS! —se escuchaba entre la confusión.
Miré a Demoncy, furioso, mientras obligaba a Hekas y a Feéucon a levantarse para huir.
—¿¡Por qué hiciste eso!? —le grité, esperando una explicación razonable.
El pequeño demonio se encogió de hombros, sin mostrar un ápice de culpa.
—¡Me estaba aburriendo! —respondió como si fuera lo más obvio del mundo.
—¡¡Eres un cabronazo!! ¡¡Feéucon, sácanos de aquí! —ordené con desesperación.
Feéucon desplegó sus alas y nos elevó en el aire, pero pronto recordamos que los habitantes de Nubaris también podían volar. En cuestión de segundos, una multitud de alados comenzó a seguirnos, cada uno más enfadado que el otro.
—¡Vuela más alto, Feéucon! ¡Tenemos que perderlos! —grité, sintiendo la presión de la situación.
—¡Cruac! ¡Eso intento! —replicó Feéucon, agitando sus alas con fuerza.
—Podemos deshacernos de algunos —sugirió Demoncy con una sonrisa maliciosa, apuntando a los aldeanos con su cola.
—¡Ni se te ocurra! —Hekas, con un rápido movimiento, lanzó un hechizo de inmovilización, dejando a Demoncy completamente rígido.
Feéucon redobló sus esfuerzos, batiendo sus alas con más fuerza. Atravesamos la ciudad, esquivando rocas flotantes y ramas que sobresalían de los acantilados, mientras nuestros perseguidores iban quedando atrás, uno a uno. Finalmente, alcanzamos la cima de un acantilado y, con un último esfuerzo, nos pusimos a salvo, lejos del alcance de nuestros perseguidores.
Desde la altura, una estructura elevada apareció a lo lejos, destacándose contra el cielo dorado del atardecer. Era la torre abandonada de la que nos había hablado Feéucon. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, pintando el cielo con tonos dorados y naranjas que se mezclaban con las nubes de la ciudad flotante.
—Feéucon, gracias por habernos sacado de ahí —dije, aún con el corazón latiendo acelerado, mientras observaba el majestuoso paisaje que se desplegaba ante nosotros. Respiré hondo, tratando de calmarme, y luego sonreí—. ¿Te apetece un pastelito?
El pájaro, como si hubiera estado esperando esa invitación, cambió de forma en un parpadeo, encogiéndose hasta convertirse en un pequeño y travieso ser emplumado. Se posó en mi hombro, dando saltitos eufóricos de un lado a otro, como si no pudiera contener su entusiasmo.
—Ya voy, ya voy —reí, abriendo la bolsa y sacando varios pastelitos que le entregué uno a uno.
Feéucon picoteaba con avidez, y cuando intenté acercar un dedo para coger uno de sus pastelitos me llevé un rápido picotazo.
—¡Ay! ¡Solo quería un poco! ¡Maldito pájaro egoísta! —protesté, agitando la mano adolorida mientras él se alejaba, llevándose el pastel entero con él.
—¡Cruac! —respondió Feéucon, sin molestarse en mirarme, concentrado en devorar su premio en un rincón.
Hekas, que había estado observando la escena con una sonrisa divertida, se acercó y me dio una palmada en la espalda.
—Es un egoísta de cuidado —comentó, con una mirada cómplice—. Nunca te dará ni un pedacito de su comida, créeme.
—¿No tienes algún hechizo para quitarle lo egoísta? —pregunté, medio en serio, medio en broma, aún con los ojos fijos en Feéucon.
Ella soltó una carcajada suave y negó con la cabeza.
—Eso no está en mis habilidades —respondió, mientras nos poníamos en marcha hacia la torre que se alzaba en la distancia, envuelta en las sombras del atardecer.
Mientras avanzábamos, el cielo se teñía de tonos dorados y púrpuras, y las primeras estrellas comenzaban a brillar tímidamente. Feéucon, con el pico lleno de migas, voló para posarse nuevamente en mi hombro, satisfecho y quizás un poco menos travieso... al menos por ahora.
—Deberíamos llegar antes de que caiga la noche por completo —dijo Hekas, mirando la torre cada vez más cercana—. La oscuridad aquí puede ser más peligrosa de lo que parece.
Asentí, guardando las pocas migajas que quedaban en la bolsa, y apreté el paso. Aunque la travesura de Feéucon me había distraído por un momento, sabía que la verdadera prueba aún estaba por venir.
Parte II: El desafío de la torre
Una vez que llegamos a las inmediaciones de la torre, la noche había caído, aunque habían algunos retazos de luz en el horizonte. A pesar de que más o menos se veía bien, sentía la oscuridad pesada y un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar los sonidos extraños de criaturas desconocidas en la lejanía. Caminaba en tensión, mirando en todas direcciones, intentando adivinar qué se ocultaba en las sombras.
En ese momento noté cómo Demoncy se subía a mi espalda usándome como refugio, a pesar de ser tan bromista, era bastante asustadizo, pues notaba como temblaba en mi cuello. Hekas, notando nuestra inquietud, levantó la mano y conjuró una luz cálida que iluminó el camino.
—¿Mejor así? —preguntó, con una sonrisa tranquilizadora.
—Sí, gracias... —respondí, sintiéndome un poco más seguro—. Aunque sigo sin saber qué son esos ruidos... —murmuré, mientras mis ojos seguían el rastro de la luz, buscando algún indicio de peligro.
—Parece que vienen de lejos —intervino Feéucon—. Son sonidos del exterior, nada que temer por ahora. Estamos a salvo.
Sus palabras me calmaron un poco; después de todo, si Feéucon decía que estábamos seguros, era porque sabía lo que decía. Aun así, me mantuve cerca de él, por si acaso. Continuamos por el sendero que llevaba a la torre, cuando algo captó mi atención: una estatua de piedra a un lado del camino. Era una gárgola, congelada en una pose de ataque, con su mirada feroz fija en nosotros. En un principio me asustó bastante, pero la verdad que molaba mucho.
De repente, vi a Feéucon estremecerse al verla. Sin previo aviso, se lanzó hacia la estatua, desplegando sus alas con furia, y la destrozó de un solo golpe, esparciendo fragmentos de piedra por el suelo.
—¡Feéucon! ¿Qué estás haciendo? —pregunté, sorprendido y un poco molesto—. ¡Esa estatua estaba genial!
Feéucon giró hacia mí con una expresión seria y sombría, algo que no le había visto antes.
—No era una estatua cualquiera, Eric —dijo con una voz cargada de preocupación.
Fruncí el ceño, esperando una explicación.
—¿Entonces, qué era?
—Es una de las gárgolas de Zaroff... —explicó Feéucon pero mi cara de no entender nada supuso que debía darme una explicación—. Zaroff es un hechicero oscuro, desterrado de Nubaris hace mucho tiempo. Estas gárgolas son su seña de identidad. Durante el día y hasta el anochecer, parecen simples estatuas de piedra y frágiles... pero cuando la noche cae, cobran vida y siembran el caos a donde vayan. Tienen una piel de piedra casi indestructible y una fuerza sobrehumana.
Un escalofrío me recorrió al pensar en la temible criatura que había estado a punto de despertar tan cerca de nosotros.
—Entonces... ¿ese tal Zaroff está en la torre? —pregunté, con el corazón acelerado.
Feéucon negó con la cabeza, su expresión aún tensa.
—No lo creo. Esto es más bien un aviso... una señal de que ha estado aquí, de que su influencia se extiende. Hace tiempo que no sabemos nada de él, pero esto... esto debo informarlo a las autoridades de Nubaris.
—¿A los Guardianes del Alba? —pregunté, recordando la elite de defensores de la ciudad.
—Sí... —confirmó Hekas—. Esto podría significar que ese tal Zaroff está tramando algo.
—Tengo que convencerlos de volver a patrullar las zonas colindantes a Nubaris, por el bien de la ciudad. —expresó el halcón.
Sentí un nudo en el estómago al pensar en lo que podría venir. Fue en ese momento cuando me alegré de tenerlos cerca y no estar solo, avanzamos por el camino, con cierto miedo de encontrarnos con una de esas estatuas, pues ya había caído la noche por completo. Sin embargo, no volvimos a tener más problemas hasta llegar a la torre.
—Pues... ya hemos llegado —dijo Hekas alzando la mirada hacia la imponente torre abandonada.
La torre de éter se alzaba solitaria en medio de un paisaje desolado y lleno de niebla, sus paredes de piedra gris se extendían hacia el cielo. Era una estructura antigua y colosal erosionada por el paso del tiempo, pero aún emanaba una extraña energía que hacía vibrar el aire a su alrededor.
Las piedras que formaban la torre eran lisas y pulidas en algunas partes, mientras que en otras estaban cubiertas de musgo y grietas profundas, simulando cicatrices de un pasado belicoso. Las ventanas, pequeñas y estrechas, parecían ojos vacíos ocultando lo que alguna vez había estado dentro. Unas pocas estaban rotas, dejando que el viento entrara y saliera, provocando aquellos sonidos fantasmales que antes escuchamos.
En la base, la entrada principal estaba sellada con una pesada puerta de hierro, oxidada y semiabierta, mostrando apenas el oscuro interior. Alrededor de la puerta, nos encontramos con algunos grabados rúnicos que brillaban con una tenue luz azulada, como si aún quedara algo de la energía éter que antaño alimentaba la torre.
La torre estaba rodeada de una espesa niebla que flotaba en silencio, envolviendo el lugar en un aura de misterio y peligro. Más arriba, había unas figuras de piedra sobre las cornisas, erosionadas por el viento y la lluvia que parecían estar en movimiento, pero al fijarme me di cuenta de que eran solo ilusiones creadas por las sombras y la luz cambiante.
En la cima, donde solía haber una cúpula de cristal opaca, esta estaba completamente rota, lo que nos hizo preguntarnos qué pasó aquí. Feéucon movió con fuerza la puerta de hierro permitiendo nuestra entrada. Hekas entró primero, alumbrando la instancia con su mano. Notamos restos de algunas armas de Celestia tiradas en el suelo, restos de metralla oxidada y demás materiales bélicos. En seguida, una somnivea, al verse descubierta, corrió hacia una de las ventanas rotas, escapando de nuestra presencia.
—Sí que se usó para la guerra, ¿no?
—Desde aquí se vigilaba toda la ciudad de Nubaris. Durante la guerra fue uno de los objetivos más codiciados —respondió Feéucon con la sabiduría que le caracterizaba.
—¿La abandonaron por la guerra? —pregunté, subiendo las escaleras en caracol.
—No exactamente. Después de la guerra, intentaron restaurarla, reconstruyendo las partes que quedaron destruidas, pero manteniendo la estructura original —explicó Feéucon, señalando las piedras de diferentes texturas—. Algunas son más lisas porque son nuevas. Pero finalmente la dejaron en desuso, en parte por lo difícil que es llegar aquí.
—Y porque dejaron de necesitarla, ¿no? Con otras torres más accesibles... —añadí, tratando de comprender el motivo del abandono.
Feéucon asintió en silencio, y continuamos subiendo mientras una ráfaga de viento se filtraba por una de las ventanas rotas, despeinando un mechón de mi cabello.
—¿Y ese tal Zaroff? ¿Qué pasó con él? —pregunté, sin poder evitar la curiosidad por la estatua de antes.
Feéucon se tomó un momento antes de responder, como si estuviera sopesando cuánto decir.
—Es una historia que los siete luminares preferirían olvidar. Zaroff era uno de ellos, un miembro de la élite, alguien en quien se confiaba ciegamente. Pero su ambición lo llevó a tramar un plan para derrocar al rey y hacerse con el control de Celestia. Cuando lo descubrieron, fue declarado enemigo del reino, pero logró escapar a un territorio desconocido. Desde entonces, ha sido una sombra, siempre presente pero nunca al alcance.
—Es inquietante pensar que alguien así sigue ahí fuera, en algún lugar... —murmuré, sintiendo un escalofrío.
Demoncy, que se había subido a mi hombro, intervino con una pregunta.
—¿Y cómo hace esas estatuas que cobran vida?
—Magia negra —respondió Feéucon con un tono sombrío—. Como antiguo miembro de aquel consejo, usa tácticas muy poderosas para extender su influencia. Es por eso que las ciudades y villas de Celestia han sido advertidas sobre él, aunque nadie sabe dónde se esconde o cuáles son sus dominios actuales. El hecho de que haya estado aquí mismo, supone una amenaza enorme.
Fruncí el ceño al asimilar aquella información.
—Entonces ¿estáis en guerra pero contra un solo hombre?
Feéucon soltó una risa, aunque en su tono había una mezcla de ironía y resignación.
—Sí... algo así. Un hombre, pero con un gran poder.
—Es increíble cómo una sola persona puede causar tanto daño —dije reflexionando sobre el peligro que representaba Zaroff.
—Por eso debemos estar preparados para lo que pueda venir —respondió Feéucon, mientras llegábamos al final de las escaleras, justo en la base de la torre. La oscuridad nos envolvía, pero la luz de Hekas seguía guiando nuestro camino hacia la cima.
Una vez llegamos a la cima, observamos a nuestro alrededor. Había numerosos restos de cristales opacos en el suelo, eran fragmentos de la antigua cúpula de cristal. Algunos cables sueltos emitían finos filamentos de éter que se perdían en la inmensidad del firmamento, creando una sensación de abandono y misterio.
—Feéucon, ¿se supone que aquí deberían estar esos seres, no? —pregunté rompiendo el silencio.
—¿Los Zephiros? —respondió Hekas. Su voz resonaba en el aire enrarecido. Asentí mientras el halcón permanecía posado, con la mirada fija en el cielo, como si también esperara algo.
—Se supone que este es el lugar más alto de Nubaris —dijo Feéucon con tono reflexivo—. Los Zephiros viven en las alturas, donde el viento es más fuerte y libre. Hace mucho que no veo uno.
—¿Y si nos subes al cielo? —sugerí.
Feéucon esbozó una sonrisa y señaló hacia arriba, hacia el cielo despejado y profundo.
—No creo que haga falta —dijo con calma.
Al seguir su mirada, pude ver un pequeño cuerpo translúcido, parpadeando en la distancia. Se iba acercando lentamente, como una estrella fugaz que decidió cambiar de dirección, probablemente le llamó la atención la luz de Hekas. Su forma era la de un rombo alargado, casi etéreo, y su cola de viento serpenteaba a su paso, cambiando de color en suaves olas que se fundían con la luz crepuscular.
El Zephiro se movía con una gracia natural, tambaleándose ligeramente de un lado a otro, siguiendo el flujo del viento. A medida que se acercaba, redujo la extensión de su cola, que aún brillaba en una danza de colores cambiantes, y comenzó a revolotear alrededor de nosotros, explorando el lugar con una curiosidad palpable.
Me sentí atraído por la criatura, su belleza era hipnótica y veía en el un ser bastante amigable y mono. Decidí dar un paso hacia adelante al ser incapaz de contener mi fascinación.
—Eric, ten cuidado, no sabemos si... —advirtió Hekas observándolo desconfiada.
Me acerqué más, y fue entonces cuando noté sus ojos: dos remolinos de energía en perpetuo movimiento, pequeñas tormentas en miniatura que giraban con centelleos de electricidad estática. Había un brillo suave, casi amable, en ellos. Pero cuanto más me acercaba, ese brillo se intensificaba, y una sensación de alarma comenzó a crecer en mi interior.
—Mira sus ojos, chaval —la voz de Feéucon cortó el aire, aumentando mi preocupación. Demoncy se alejó de mí y se puso a resguardo de Hekas, esperando un posible ataque.
En ese momento, el Zephiro pareció agitarse, y el brillo en sus ojos se convirtió en un resplandor peligroso. Un rayo de energía chispeó desde sus ojos, y en un abrir y cerrar de ojos, su cola se extendió de nuevo, desatando una potente ráfaga de viento. El golpe me levantó del suelo, lanzándome al vacío desde la cima de la torre.
—¡Aaaaaa! —grité mientras caía, el viento azotando mi rostro, y el mundo girando a mi alrededor en un torbellino de caos.
—¡Eric! —gritaba Hekas preocupada.
En el último segundo, vi a Feéucon lanzarse en picado hacia mí con sus alas cortando el aire. Me atrapó con sus garras justo antes de que impactara con el suelo, elevándome de nuevo en un vuelo veloz y vertiginoso. El viento silbaba a nuestro alrededor mientras ascendíamos de nuevo por encima de la torre.
Cuando regresamos al punto de partida, el Zephiro aún flotaba allí, pero sus ojos seguían arremolinados, mostrando un rastro de tormenta en su interior. Su cuerpo ondulaba con la turbulencia de sus emociones, como si el viento mismo fuera parte de su ser. Feéucon me subió a su espalda y dirigió una mirada rápida y decidida al resto del grupo.
—¡Hekas!, ¡Demoncy!, resguárdense. Nosotros nos encargaremos.
—¿Nos? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago—. ¿Yo también? —me aferré con fuerza a las plumas de Feéucon mientras la adrenalina comenzaba a bombear por mi interior.
—¡Agárrate fuerte! —exclamó Feéucon con determinación.
—¿¡Qué crees que estaba haciendo!?
Antes de que pudiera procesar del todo la situación, el Zephiro se alejó bruscamente, dando giros vertiginosos mientras ascendía por el cielo. De repente, la atmósfera cambió: el aire a nuestro alrededor comenzó a arremolinarse y, en un instante, un temible huracán se formó en la cima de la torre, el viento aullaba con fuerza salvaje.
—¡¿Cómo ha hecho eso?! ¡Si es super pequeña la cosa esa! —grité con una voz de asombro y terror por encima del viento ensordecedor.
Feéucon abatió sus poderosas alas con fuerza, creando una corriente de aire que desintegró el tornado en un estallido de viento y polvo. Sin perder tiempo, se lanzó en un movimiento de flanqueo hacia el Zephiro, que respondió con rapidez. Aunque la criatura no era veloz, su cola, vibrante y cambiante, se movía con agilidad, golpeando la cara de Feéucon en un movimiento preciso y usándola como impulso para ascender en espiral, postrándose en el cielo como un guardián desafiante.
—Escucha, vuelve a flanquearlo, pero cúbrete con el ala —le sugerí, mi mente buscando desesperadamente una estrategia—. Antes de que te vaya a golpear, ¡le das tú!
—No parece fácil —respondió Feéucon, manteniendo la vista fija en su oponente.
Sin previo aviso, el Zephiro lanzó otro tornado, pero esta vez fue más rápido y más feroz. El viento nos golpeó de lleno, empujándonos hacia la base de la torre. Sentí el vértigo en el estómago mientras caíamos, pero Feéucon, con un grito de determinación, extendió sus alas y recuperó el vuelo antes de que chocáramos contra el suelo.
El Zephiro, al ver que no habíamos sido derribados, intentó escapar, moviéndose rápidamente con su cola. Pero Feéucon, en una maniobra rápida, se colocó frente a él y bloqueó su ruta de escape, buscando un enfrentamiento directo. Yo dudé en un instante si continuar o no con la pelea, pues dudaba si había otros Zephiros cerca o, peor aún, si había alguna criatura más grande acechando.
De repente, comenzó a cargar energía, sus ojos expulsaban pequeños rayos, y su cuerpo comenzaba a vibrar debido a la potencia acumulada.
—¡Feéucon prepárate!
—¡Cruac!
En un destello de luz, lanzó un potente rayo, una corriente de pura energía que cortó el aire con un chasquido ensordecedor. El halcón con una velocidad impresionante, esquivó el ataque en el último segundo, pero el rayo llegó a rozarle una de las patas.
—¡Ahora! —grité, y Feéucon se abalanzó sobre el Zephiro, sus garras extendidas en un ataque decidido.
El golpe fue certero, haciendo que la criatura girara descontroladamente en el aire. Su cuerpo comenzó a dar vueltas en un torbellino de luces y sombras. El Zephiro sacudió su "cabeza" de lado a lado, como si intentara recuperarse del impacto. De repente, se vio abatido por la velocidad de Feéucon. Soltó un destello de luz, un pequeño cristal de energía que cayó al suelo como una lágrima luminosa. Sin perder más tiempo, el Zephiro huyó rápidamente, su cuerpo alargado desapareciendo en un rayo hacia el horizonte, como una flecha lanzada hacia el cielo.
Feéucon aterrizó suavemente en la torre, su respiración pesada pero controlada. Sentí el latido de su corazón bajo mis manos mientras me deslizaba de su espalda, aún temblando por la adrenalina.
—Creo que... hemos ganado —dije, aunque el zumbido en mis oídos y el viento todavía susurrando a mi alrededor me hicieron dudar.
Hekas y Demoncy se acercaron con cautela, mirando el cristal que el Zephiro había dejado atrás, una luz débil y persistente en medio de los restos de la batalla.
—Esto... creo que es lo que buscamos —murmuró Hekas cogiendo el cristal en sus manos.
Yo me sequé el sudor de mi frente mirando el tintineo del cristal de energía y respiré aliviado. Mañana iríamos, por fin, a la isla de los susurros del viento.
CONTINUARÁ.
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