Admirador Secreto
Contenido Yaoi
Pareja Yami x Yugi
Canción: Estrella en mi cielo
Creación original.
Letra: Azucar y Sal - Voz: Generador de IA
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Nivel de explicites en escenas:
Menor---- -1- 2 3 4 5
6 7 8 9 10 ----Mayor
Las puertas del casillero se cerraron con un golpe seco, y como cada mañana, Yami apareció en el salón de arte con una sonrisa medio burlona y una carta en la mano. Caminó hacia mí, agitando el papel como si hubiera encontrado un tesoro.
—Otro poema de mi fan número uno. ¿Te das cuenta de que esto ya está enloqueciendo? —dijo dejándose caer en la silla a mi lado.
Puse mis pinceles a un lado y le dirigí una mirada divertida.
—Tal vez deberías empezar a cobrar. Alguien está invirtiendo demasiado en sobres y cursilerías para ti.
—¿Cursilerías? —preguntó, ofendido de manera teatral, mientras abría la carta con la habilidad de alguien que había repetido esa rutina decenas de veces. Se aclaró la garganta y empezó a leer.
—"Anoche, mientras iba a la cama, me detuve a ver las estrellas. Me recordaron a ti, tan brillante, tan distante. Me pregunto, ¿alguna vez te has dado cuenta de cuántos mundos giran a tu alrededor, deseando siquiera un destello de tu luz?"
Me incliné hacia él con una sonrisa de lado.
—"Tan brillante, tan distante". Eso es casi una declaración de amor astronómica. Deberías mandarle un telescopio de respuesta.
Yami rió, pero sus ojos permanecieron fijos en la carta por unos segundos más. Luego la dobló con cuidado y la guardó en su bolsillo.
—Dime algo, Yugi. ¿Tú crees que estas cosas realmente funcionan? —preguntó, girándose hacia mí con una ceja levantada.
—¿Te refieres a las cartas anónimas o a la poesía que suena como si saliera de una revista barata? —respondí, arrancándole otra carcajada.
—Ambas.
—Bueno, parece que ya tienen tu atención, así que diría que funcionan demasiado bien. —Me encogí de hombros y volví a mis pinceles. Sin embargo, no pude evitar notar el pequeño atisbo de seriedad en su rostro mientras guardaba el sobre con las demás cartas en su mochila.
Era nuestra rutina diaria. Él se quejaba, yo me burlaba, y luego el tema se evaporaba como la pintura en los callejones después de una lluvia. Pero esta vez... algo en su expresión me hizo pensar que, tal vez, Yami comenzaba a tomar en serio a su admirador anónimo.
Esa tarde, después de clases, Yami y yo caminamos hacia nuestro lugar de siempre: un callejón escondido detrás de un viejo almacén. Las paredes eran nuestras, cubiertas de colores, líneas y formas que contaban historias que solo nosotros entendíamos.
Mientras yo retomaba el trabajo en un mural que llevaba meses sin terminar, Yami se apoyó contra la pared opuesta, cruzando los brazos.
—¿Sabes? Creo que me gustaría conocer a esta persona. —Su voz rompió el sonido constante de los aerosoles, lo suficiente como para que me detuviera y lo mirara.
—¿En serio? ¿El gran Yami intrigado por una admiradora anónima? —pregunté, intentando mantener mi tono ligero.
—¿Y cómo no? —respondió con una risa breve, pero su mirada se desvió hacia la pintura frente a nosotros. —Por cierto, ¿cuándo piensas terminar eso?
Bajé el brazo y observé el mural con una sonrisa pequeña. Era una silueta abstracta envuelta en un remolino de estrellas y colores vivos. Los trazos estaban incompletos, como si algo importante faltara.
—Pronto. Tal vez. —Levanté el aerosol y volví al trabajo, pero sentí su mirada fija en mi espalda.
—¿Quién es? —preguntó de repente.
—¿Quién es quién? —respondí sin girarme.
—La silueta. —Se acercó un par de pasos, inspeccionando el mural como si pudiera descubrirlo con solo mirarlo más de cerca. —Tiene que ser alguien importante si llevas tanto tiempo trabajando en esto.
Solté una risa ligera, intentando sonar despreocupado.
—Solo es un personaje que inventé. No tiene nombre, no tiene historia.
—¿Inventado? —repitió con un tono de duda, pero al final dejó escapar un suspiro. —Si tú lo dices.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire mientras yo continuaba pintando, tratando de concentrarme en las líneas.
—Sabes, Yugi, esas cartas que me mandan... a veces me pregunto si las palabras no son lo único que necesito para enamorarme. —Yami cruzó los brazos, observando las estrellas del mural con una expresión pensativa. —Digo, es raro que alguien se enamore de mí sin siquiera haber hablado conmigo antes.
—No tan raro. —Bajé el aerosol, evitando mirarlo directamente. —A veces, las palabras no son todo lo que necesitas para conocer a alguien.
Él guardó silencio por un momento, como si mis palabras lo hubieran golpeado de alguna manera. Luego sonrió y señaló el mural con la barbilla.
—Bueno, espero que termines esto antes de que termine el semestre. Ya va siendo hora de que le des un rostro a ese personaje misterioso.
—Ya veremos. —Sonreí de lado y volví al trabajo, sintiendo el peso de su mirada por unos segundos más antes de que se apartara.
El aire en el callejón comenzaba a enfriarse a medida que la tarde se desvanecía, pero no era nada que no pudiéramos manejar. El sonido de los aerosoles seguía resonando en el aire mientras trabajábamos en silencio, cada uno inmerso en su tarea.
Sentí el frío del aerosol contra mis dedos al rociar una capa suave de pintura sobre una parte de la silueta. Los colores que elegí para ella eran tan vivos, tan contrastantes, que casi parecían vibrar a la luz de la tarde que se filtraba entre las paredes del callejón. Pero a pesar de la precisión con la que había trabajado durante semanas, algo aún faltaba.
Yami estaba en el muro opuesto, pintando concentrado en su propia sección del mural, pero cada pocos minutos se detenía y echaba una mirada hacia atrás, hacia la pared donde yo estaba trabajando. Lo hacía disimuladamente, como si no quisiera que me diera cuenta, pero no pude evitar notar cómo sus ojos se deslizaban hacia las partes incompletas de la pintura. Parecía que esperaba ver algo más, algo que aún no tomaba forma, algo que yo no había terminado de materializar.
—Ya enserio ¿Quién es? —preguntó de nuevo, como si mi respuesta anterior no hubiera sido suficiente.
Miré la silueta, luego me encogí de hombros sin mirarlo a los ojos.
—Es solo... un personaje. —Me sentí un poco incómodo. Había algo en la forma en que preguntaba que me hacía sentir que necesitaba dar una respuesta más convincente. Pero la verdad era que no había una historia detrás de esa figura. A lo sumo, era un reflejo de lo que sentía, una mezcla de emociones que no sabía cómo traducir a palabras. —No tiene nombre. No tiene historia.
Yami se acercó un paso más, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de concreto. Estaba tan cerca que podía sentir su presencia como una sombra constante detrás de mí. Me hizo sentir un poco extraño, pero me mantuve concentrado en la pintura.
—Eso ya lo dijiste hace rato. No me engañes. No puedes haber trabajado tanto tiempo en algo sin que tenga un significado. —Su voz estaba teñida de curiosidad.
Me quedé en silencio, rociando el mural una vez más. Los colores comenzaron a fundirse en algo más grande, pero la figura seguía incompleta.
—Es solo... algo que quiero terminar. —Respondí evasivamente, sin querer que se diera cuenta de lo mucho que esa pintura representaba para mí, ni lo que me inspiraba. —Tal vez... tal vez se le pueda dar un nombre después.
—Como digas... —dijo Yami con un tono juguetón, pero había algo en sus ojos que parecía más serio de lo que sus palabras sugerían. —Si no quieres decirme, está bien. Aunque... ya sabes que soy muy curioso.
Solté una risa nerviosa, tratando de quitarle el peso a la conversación. Pero lo que realmente quería era desviar su atención de la pintura, porque, en el fondo, sabía que él había notado algo que ni siquiera yo había sido capaz de admitir.
De repente, Yami cambió de tema, como si no quisiera presionarme más.
—Sobre las cartas, Yugi... —dijo, dándome la oportunidad de olvidarme un momento de la pintura.
—¿Otra vez con eso? —repliqué con una sonrisa burlona, aunque por dentro, una parte de mí deseaba que dejara de mencionar a ese misterioso admirador.
—Sí, otra vez con eso. —Yami sonrió con un brillo travieso en los ojos. —Es solo que... me hace pensar en todo esto de las palabras. No sé, siento que hay algo de magia en ellas, en lo que esa persona me escribe. Es raro, ¿no? Poder enamorarse de alguien sin haberla visto nunca.
—Poder enamorarse de alguien sin haberla visto nunca... —repetí en voz alta, dejando que las palabras flotaran en el aire entre nosotros. Me giré hacia él, fingiendo no notar lo mucho que su comentario me había desconcertado. —Vaya, parece que ya te has enamorado de tu admiradora, ¿eh? Ni siquiera la conoces, pero ya estás todo soñador.
Yami soltó una risa suave, pero sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y algo más, algo que no podía leer con claridad.
—No es eso —dijo, encogiéndose de hombros como si lo que había dicho no fuera tan importante. Pero yo podía notar el ligero cambio en su tono. —Solo digo que... las palabras tienen poder, ¿sabes? Es como si la forma en que esa chica me ve, aunque nunca me haya conocido de verdad, me haya hecho pensar que a veces no es necesario ver para sentir algo.
Me quedé en silencio por un momento, observando cómo Yami retomaba su pintura, pero sin perder de vista el mural que yo estaba creando. La sensación en mi pecho no desaparecía, y aunque intentaba disimularlo con una sonrisa burlona, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. ¿Qué quería decir con eso? ¿Acaso estaba diciendo que se estaba enamorando solo por las palabras de alguien que ni siquiera conocía?
—¿Así que las palabras te enamoran, eh? —le pregunté con una risa, intentando restarle importancia a lo que acababa de decir.
Yami me miró de reojo, una sonrisa traviesa en los labios.
—No es solo eso. —Su tono se suavizó un poco, como si estuviera hablando en serio. —A veces las palabras pueden decir más de lo que creemos. Es como... si hablar con alguien nos diera una especie de conexión, ¿no?
Me sentí un poco incómodo por la dirección en la que la conversación estaba tomando, así que decidí desviar el tema, aunque sabía que no podría evitarlo por mucho tiempo.
—Bueno, no te emociones. Igual y tu admiradora misteriosa se ha cansado de ti, y te dejó de escribir. —Bromeé mientras terminaba de darle los últimos detalles a la pintura.
Yami soltó una carcajada, pero no parecía tan seguro de su respuesta.
—No creo... —dijo, pensativo. —De hecho, no sé por qué, pero tengo la sensación de que esa chica no va a irse tan fácilmente.
Al escuchar eso, sentí algo extraño en el estómago. ¿Cómo podía estar tan seguro de que esa chica no lo iba a dejar ir? ¿Por qué, de repente, parecía estar tan convencido de que algo más estaba por suceder?
—¿Sabes qué? —dijo Yami de repente, deteniéndose en lo que estaba pintando y girándose hacia mí con una expresión decidida. —Creo que quiero conocerla. Quiero saber quién me está enviando todas esas cartas. Quiero... encontrarla.
Solté una risa sin poder evitarlo, y negué con la cabeza.
—¿Estás hablando en serio? —le dije entre risas, cruzándome de brazos. —Es imposible, Yami. Hay más de 500 estudiantes en la preparatoria, ¿cómo piensas encontrarla entre tanta gente?
Yami frunció el ceño por un segundo, pero luego su sonrisa se ensanchó.
—No sé, pero lo intentaré. Quizá si busco lo suficiente, la encontraré. Las palabras son poderosas, ¿no? Tal vez de alguna manera, también puedo encontrarla a través de eso.
Me encogí de hombros, aunque la idea me parecía completamente absurda.
—Lo que sea, hombre. Si te hace feliz, adelante. —respondí con una sonrisa burlona, sabiendo que en algún punto, el "misterio" se desvanecería.
Yami me miró fijamente, y por un momento, pensé que se había detenido a reflexionar sobre lo que acababa de decir. Luego, sin previo aviso, sus ojos brillaron con una chispa de determinación.
—Entonces, ¿me vas a ayudar a encontrarla o no? —dijo con una sonrisa torcida, como si hubiera dado con la idea perfecta.
Mi risa se desvaneció de inmediato. ¿Ayudarlo? ¿De qué manera pensaba que podía hacerlo?
—¿Ayudarte a encontrar a una chica que ni siquiera conoces, Yami? Estás completamente loco. —respondí, arqueando una ceja y volviendo a concentrarme en los últimos detalles del mural que haría hoy. —A menos que quieras que se convierta en una búsqueda interminable, lo cual suena como una pésima idea.
Yami se cruzó de brazos, mirándome de forma juguetona pero con esa seriedad que solo él podía transmitir.
—Vamos, ¿no te resulta emocionante? ¡Podríamos hacer una especie de investigación secreta! Es como un juego... Y tú eres muy bueno con los acertijos, Yugi. Seguro que podrías ayudarme a resolverlo.
Le eché una mirada rápida, apenas sin mirarlo realmente, y me limité a dar una risita burlona.
—No. —respondí, dejando claro mi rechazo. —¿Sabes cuántos estudiantes hay? No es como si pudiéramos hacer una lista de posibles candidatas solo por las cartas. Además, ¿qué harías si la encuentras? ¿Le dirías "hey, soy Yami, el tipo que colecciona tus cartas misteriosas"? —Lo dije con un tono burlón, pero realmente no podía imaginarme esa situación.
Yami soltó una risita, pero no parecía dispuesto a rendirse.
—Es una posibilidad, ¿no? —dijo con una ligera sonrisa traviesa. —A lo mejor todo lo que necesito es un empujón para saber cómo acercarme. Además, tienes que admitir que sería divertido. No todos los días uno se embarca en una misión secreta.
Negué con la cabeza, sabiendo que si aceptaba ayudarlo, estaría metiéndome en algo mucho más complicado de lo que parecía.
—Te lo repito, Yami. Estás completamente loco si crees que voy a ser parte de tu "misión secreta". Y no quiero ni imaginar lo que va a pasar si realmente la encuentras. —respondí, encogiéndome de hombros como si ya no me importara. —Además, ¿qué pasa si la chica no quiere ser encontrada? ¿Qué harás, seguirla hasta el fin del mundo? ¿Eso te parece bien?
Él parecía divertirse más con la idea, pero también percibí una ligera sombra de frustración en su mirada.
—Tal vez lo haga. —dijo, cruzando los brazos con una sonrisa burlona. —Y quién sabe, quizá descubras que te equivocas.
Solté un suspiro y dejé el aerosol en el suelo. Ya era tarde para seguir negándome, lo sabía. A lo largo de los años, siempre había sido el que cedía cuando Yami ponía esa mirada decidida sobre mí.
—Está bien, está bien. —dije al fin, levantando las manos en señal de rendición. —Pero que conste que te advertí. Hay una posibilidad de 50/50 entre encontrarla y no.
Yami sonrió de oreja a oreja, claramente complacido con mi rendición.
—¡Eso es lo que me gusta escuchar! —exclamó con un entusiasmo exagerado, como si acabara de ganar el campeonato mundial de búsquedas secretas. —Pero con tu ayuda, estoy seguro de que la probabilidad sube un poco. Tal vez un 60/40 a favor, ¿no?
—Claro, claro, el genio de las probabilidades —respondí con sarcasmo, rodando los ojos mientras recogía el aerosol y lo guardaba en mi mochila. —Vamos a ver cómo te va con tus cálculos.
Yami dejó de pintar por un momento, mirándome con una expresión un tanto más seria, pero sin perder su brillo de confianza.
—En serio, Yugi. Gracias por ayudarme, aunque sea un poco. Sabes que sin ti no podría hacer esto. —su tono se suavizó, y por un instante, sentí una especie de peso en sus palabras. —Te lo debo.
Mi corazón dio un pequeño brinco, pero me obligué a no mostrarme sorprendido. Era raro que Yami hablara así, especialmente cuando estaba tan concentrado en algo. Lo dejé pasar, sonriendo en su dirección sin decir nada más.
—Ni lo digas. —respondí con una risa suave, quitándole importancia al momento. —Ya veremos si realmente vale la pena.
Mientras comenzábamos a recoger nuestras cosas, el silencio se instaló entre nosotros. No era incómodo, solo el tipo de silencio que aparece cuando las palabras ya no son necesarias. Guardé las latas con más cuidado de lo habitual, el sonido de los botes metálicos deslizándose por el maletín resonando de fondo.
Yami, por su parte, terminó de limpiar su área de trabajo, recogiendo los restos de periodico y las herramientas con la misma precisión que cuando pintaba. A pesar de la ligera tensión que había flotado entre nosotros en los últimos minutos, su actitud era la misma de siempre, calmada y meticulosa. Alzó la mirada brevemente hacia mí, como si asegurándose de que estuviéramos listos para irnos de ahí.
La tarde había caído lentamente, dejando una leve brisa que comenzaba a entrar el callejón. Era ese tipo de atardecer que parecía anunciar el final de algo y el comienzo de lo que vendría.
Me puse de pie, estirándome y dejando que los músculos tensos de mis brazos se relajaran, antes de empezar a caminar hacia la salida del callejón. Yami siguió mi paso, recogiendo su mochila y asegurándose de que no dejara nada atrás.
A pesar de que la idea de ayudarlo con el "misterio" de su admiradora seguía rondando mi mente, decidí no pensar en eso por ahora. Por un momento, me permití disfrutar del simple acto de dejar atrás el trabajo por el día, sabiendo que, al día siguiente, nos esperaba una nueva aventura, aunque esta vez más complicada.
El día se desvaneció lentamente, sin más palabras que las necesarias, mientras cruzábamos las estrechas calles de la ciudad hacia casa.
El timbre que anunciaba el inicio de clases sonó, y Yami entró al salón con la misma calma de siempre. Pero hoy, algo era diferente: sostenía una carta en las manos, esa carta que había encontrado en su casillero esta mañana. La llevaba con un aire de misterio, como si fuera algo muy importante.
Me dejé caer en mi silla, mirando cómo se acomodaba en su lugar con una sonrisa traviesa.
—¿Otra carta, eh? —le dije, con tono burlón, como si ya me hubiera acostumbrado a su nuevo "misterio".
Yami asintió, sin dejar de sonreír mientras deslizaba el sobre con la carta hacia su escritorio. La observó un momento, como si estuviera disfrutando del pequeño suspenso que generaba tenerla frente a él.
—Sí, parece que esta chica no para de escribir. —dijo, abriendo el sobre con cuidado.
No podía evitar sentir curiosidad por cómo cada carta parecía afectar tanto a Yami. Siempre había sido tranquilo, pero desde que comenzamos con esto, parecía que algo había cambiado. Sus ojos brillaban un poco más cada vez que hablaba de ella. Quizá me estaba volviendo paranoico, pero algo me decía que esta carta tenía algo especial.
—¿Qué dice esta vez? —le pregunté, no sin algo de sarcasmo. —¿Un poema sobre cómo te enamoraste a primera vista?
Yami levantó la vista de la carta con una pequeña sonrisa en los labios.
—Nada tan dramático. —dijo, riendo suavemente. —Esta vez fue algo más simple, pero aún así... diferente.
Me incliné un poco hacia adelante, curioso. ¿Qué podría ser diferente en esta carta? Si todo lo que había leído hasta ahora no era más que palabras bonitas y un montón de elogios hacia él.
—¿Qué dice? —insistí, sin poder resistirme.
Yami volvió a mirar la carta, como si repasara las palabras una vez más en su mente.
—"A veces me pregunto si las estrellas alguna vez escuchan los susurros de los sueños. En mi mente, tú eres uno de esos sueños lejanos, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. No busco respuestas, solo saber que, al menos por un momento, compartimos el mismo cielo."—Me quedé en silencio por un momento, procesando lo que acababa de decir. Yami la guardó con cuidado en su mochila, como si la protegiera de algo, antes de mirarme con esa mirada traviesa que siempre usaba cuando hablaba de la chica—Es... extraño, ¿no? —dijo, pensativo. —Es como si realmente pudiera conocerla solo por lo que me escribe. A veces siento que... no sé, como si la conociera de alguna otra manera, sin siquiera verla.
No pude evitar sonreír, aunque un pequeño nudo apareció en mi estómago. Era raro ver a Yami tan... intrigado por alguien que ni siquiera conocía. La situación había tomado un giro inesperado, pero no podía negar que había algo de fascinación en todo esto.
—Bueno, lo que sea que digas... —respondí, encogiéndome de hombros. —Al menos tienes algo de material para seguir soñando con ella.
Yami dejó de sonreír por un momento, la expresión de determinación reemplazando la usual tranquilidad de su rostro.
—No sé si es solo un sueño. Quiero encontrarla, Yugi. Quiero hacerlo en serio.
Me recosté sobre mi escritorio, dejando escapar un suspiro exagerado. De nuevo con esto. Ya lo había dicho más de diez veces desde ayer, pero parecía que no se cansaba.
—Sí, sí, ya lo dijiste un millón de veces. —Dije con voz aburrida, levantando las manos como si ya hubiera escuchado el mismo discurso de sobra. —Entonces, ¿por dónde empezamos? ¿O crees que deberíamos montar una investigación tipo detective y hacer preguntas a todas las chicas de la escuela?
Yami se enderezó, como si la respuesta ya estuviera clara para él.
—Por la caligrafía. No son muchas las que escriben así. —Dijo, su tono tranquilo pero firme. —Si logramos encontrar alguna pista sobre quién escribe de esta manera... podríamos acercarnos.
Miré la carta de reojo, observando la caligrafía delicada, cursiva, casi mecánica. Aquella escritura fluía con una precisión que casi parecía impresa, como si cada letra estuviera cuidadosamente diseñada para encajar con la siguiente. Un estilo pulido, pero no natural, un poco demasiado perfecto.
Me eché hacia atrás en mi asiento, sin poder evitar una pequeña risa.
—Estás en un callejón sin salida si vas a basarte solo en eso, ¿sabes? —Dije, dejando que la ironía de mis palabras se notara.
Yami me miró, sus ojos llenos de curiosidad, esperando que le explicara más. Pero en lugar de dar una respuesta inmediata, simplemente me levanté de mi asiento.
Sin decir palabra, llamé a tres de mis compañeras cercanas, que estaban sentadas cerca. Les pedí que me prestaran sus cuadernos por un momento, un gesto casual y sin mucha importancia. Las chicas me miraron un poco confundidas, pero accedieron sin mucho que preguntar.
Al tomar los cuadernos, me senté nuevamente, pasándolos frente a Yami. Cuando él vio lo que estaba haciendo, su expresión cambió de curiosidad a sorpresa. Abrió uno de los cuadernos, mirando las páginas con atención. Las letras allí eran tan similares, tan delicadas y cuidadosas, que podía ver en su rostro cómo la conexión comenzaba a formarse.
Finalmente, miró hacia mí, comprendiendo mi punto.
—¿Lo ves? —le dije, sintiendo que todo empezaba a encajar. —Esa caligrafía que buscas es común entre las chicas. No es algo tan único. Casi todas las que toman apuntes de esta manera tienen un estilo similar.
Yami frunció el ceño y se quedó en silencio por un momento, mirando los cuadernos y luego la carta que aún tenía en mis manos. Por un segundo, me dio la sensación de que estaba buscando algo más allá de las letras, como si intentara encontrar una pista oculta en la forma de escribir.
—Entonces, ¿estás diciendo que no será tan fácil? —preguntó, su tono más pensativo que frustrado.
Sonreí levemente, sabiendo que la búsqueda no sería tan sencilla como él pensaba.
—No, no lo será. —Dije, cruzando los brazos con una leve sonrisa. —La caligrafía puede ser similar, pero eso no nos dice quién está detrás de esas cartas. Y si estás buscando una chica con una letra bonita... bueno, eso sí que te dejará en un verdadero enigma.
Yami suspiró, como si todo lo que había creído fuera más complicado de lo que había anticipado. Sin embargo, podía ver en sus ojos que aún no se rendiría, aunque ahora tenía una nueva perspectiva sobre lo que realmente estaba buscando.
La mañana había sido tranquila, hasta que el sonido de la campana nos indicó que la clase de arte comenzaba. Todos nos movíamos lentamente, alistando nuestros materiales, ocupándonos de preparar los caballetes y los lienzos. Pero Yami no podía dejar de hablar de la chica que escribía esas cartas, y por más que intentaba concentrarme en mi lienzo, no podía evitar escuchar sus ideas absurdas.
—Podrías ir a la biblioteca, preguntar por las chicas que se quedan ahí a estudiar... —comentó Yami mientras buscaba un pincel entre sus cosas.
Me giré hacia él, rodando los ojos.
—¿Y qué? ¿Te vas a meter entre los estantes de libros a espiar? —respondí, tratando de restarle importancia al asunto mientras organizaba mis lápices. —No es así como funciona, ¿verdad?
Yami hizo una mueca, como si mi respuesta no fuera lo suficientemente creativa para él.
—Bueno, podría ser un buen comienzo. O tal vez podríamos preguntar en el pasillo... todas las chicas que no se rían de tus bromas podrían ser... —Yami se detuvo, mirando el espacio vacío a su alrededor como si buscara inspiración en el aire.
Le di un golpe suave en el brazo, sonriente pero ligeramente cansado.
—¿Y si te la encuentras mientras la buscas y le preguntas sobre su caligrafía? —bromeé. —Seguro que se enamora al instante de tu originalidad.
Yami rió, aunque no se veía muy convencido. Estaba tan obsesionado con la idea que ya había dejado de lado su sentido común.
—Solo estoy diciendo que encontrarla no es tan difícil si me concentro... —respondió, mientras se sentaba en su caballete.
Suspiré y comencé a dibujar en mi lienzo, pensando en todo lo que acababa de decir, pero sin realmente darle importancia. La situación me parecía algo tonta, y la idea de perseguir a una chica por su caligrafía me parecía aún más ridícula.
En ese momento, la profesora entró en el salón con una sonrisa profesional, interrumpiendo nuestros comentarios.
—Bienvenidos a la clase de arte, chicos —dijo mientras dejaba caer algunos papeles sobre su escritorio. —Hoy vamos a practicar la anatomía humana, así que necesito dos voluntarios. Uno será un chico y otro una chica.
La profesora miró a la clase con una expresión decidida, sus ojos recorriendo cada rostro en busca de voluntarios.
—El chico solo se quitará la camiseta y la chica usará una blusa ajustada que yo le daré. Nada vulgar, por favor. El arte no debe ser visto de esa manera, y quiero que todos respeten la privacidad del modelo. Esto no se trata de nada más que de la forma, las curvas y la estructura del cuerpo humano.
Luego, con una sonrisa traviesa, preguntó:
—¿Quién se ofrece para ser el modelo femenino?
La clase permaneció en silencio por un momento. Fue entonces cuando, casi sin pensarlo, lancé una broma en tono ligero, mirando a Yami de reojo.
—¿Qué tal si Yami es la chica? —dije con una sonrisa burlona, esperando que mi comentario aligerara el ambiente.
Mis compañeros rieron pero la profesora me miró, con una leve ceja levantada, y soltó una risa suave, pero sin perder su seriedad.
—No, Yugi. No empieces —dijo, sacudiendo la cabeza con una sonrisa. —Te toca a ti ser el modelo masculino.
La risa de Yami no se hizo esperar. Me miró con una sonrisa burlona. Me giré hacia él, con una mueca de incomodidad.
—¡Esto sí que va a ser interesante! —dijo, dejando claro que no pensaba dejarme en paz durante toda la clase.
—¿En serio? —le solté, aunque sabía que no había forma de zafarme. Después de todo, el arte era el arte, y si iba a hacer esto, lo haría con la mejor actitud. —Por el amor al arte... —musité, levantándome de mi asiento y caminando hacia el frente.
Yami, entre risas, no dejó de mirarme mientras me preparaba para ponerme en posición. Sin embargo, su actitud era de la misma confianza de siempre, como si nada fuera extraño en esta situación.
En ese momento, una chica alzó la mano, y la profesora la señaló, pidiendo que pasara a ser la modelo femenina. La clase respiró aliviada mientras ella se acercaba al centro del aula. La profesora asintió, complacida, y comenzó a repartir las instrucciones.
—Perfecto. Ahora, los modelos de espaldas al otro. Todos comenzarán a dibujar al modelos que tengan enfrente. Recuerden, la anatomía humana es una mezcla de arte y respeto, así que concentremos nuestra atención en la técnica.
Yami y yo intercambiamos miradas mientras me ubicaba frente a él. Al instante, sentí que su atención recaía sobre mí, y aunque intenté mantener la calma, no pude evitar que un pequeño nerviosismo se colara en mis pensamientos.
Yami, como siempre, no podía dejar pasar la oportunidad de lanzarme alguna broma.
—¿No te da vergüenza estar aquí en frente de todos? —dijo Yami en voz baja, como si solo yo pudiera escucharlo. —¿Seguro que te sientes cómodo?
Me reí, intentando mantener la compostura, pero su comentario me hizo dudar por un segundo. Intenté ignorarlo y me concentré en quedarme quieto, sabiendo que no podría moverme en un buen rato y que no podía dejar que sus palabras me desconcentraran.
—Céntrate, Yugi. Es solo arte, nada más. —musité para mí mismo, apretando los lábios para no hacer ninguna otra expresión.
A medida que los minutos pasaban, podía sentir la mirada fija de Yami sobre mí, incluso sin mirarlo directamente. Cada vez que movía su lápiz sobre el papel, sentía cómo su atención no me dejaba en paz.
—Nunca pensé que te vería sin camiseta. —dijo Yami en tono juguetón, como si estuviera considerando la situación más de cerca. —Ni siquiera en las duchas de la escuela. Ahora me pregunto si tendrás algún tatuaje o perforación oculta...
Una voz femenina se escuchó de repente, casi como un susurro, pero lo suficientemente clara para que ambos pudiéramos oírla.
—Ojalá tuviera uno... —dijo la chica, sin darse cuenta de que la había escuchado.
El sonrojo que invadió mi rostro fue inmediato, y no pude evitar mirar hacia el lado, como si esperara que la tierra me tragara. Yami, por supuesto, también escuchó, pero la chica seguía tan ajena a todo que ni siquiera parecía notar nuestra reacción.
—¿Qué opinas, Yugi? —preguntó Yami, burlón, aunque su tono también había cambiado un poco, como si estuviera disfrutando de la situación aún más ahora.
No pude evitar sonrojarme un poco más, pero mantuve mi postura, sabiendo que no podía moverme hasta que él terminara.
—¡Es arte, Yugi! Relájate. —añadió, su tono era juguetón pero con una ligera burla, como si se estuviera divirtiendo a costa de mí.
A pesar de todo, me preocupaba que mis músculos comenzaran a sentirse tensos por la falta de movimiento. Yami parecía disfrutar de mi incomodidad, como siempre lo hacía. Me costaba mantenerme en una posición tan fija por tanto tiempo, y cada vez que su lápiz se deslizaba por el papel, podía sentir cómo sus ojos se clavaban en mí, como si estuviera buscando cualquier imperfección.
Sin embargo, traté de no prestarle atención y me forcé a seguir el ritmo, pero sus palabras seguían llegándome.
—Vaya, no sé cómo lo haces, Yugi. Estás muy quieto, ¿no te duele? —bromeó, sabiendo que esa era una de las cosas que más me sacaba de balance: el no poder moverme.
Al principio, su actitud me sacaba de quicio, pero poco a poco, me fui acostumbrando a su voz, a sus bromas que no paraban de resonar en mi mente.
—Solo sigue dibujando, Yami. —le respondí en voz baja, con una sonrisa que trataba de ocultar mi incomodidad. —Y que no se te olvide dibujar mi abdomen perfecto.
—El abdomen de tus sueños —respondió Yami, riendo de manera suave, sabiendo que eso sólo añadiría a mi incomodidad—. No te preocupes, lo que no tengas lo invento.
Pasaron unos minutos, el sonido de lápices sobre el papel era casi todo lo que se escuchaba en el salón, interrumpido solo por las bromas que Yami lanzaba de vez en cuando, aunque ahora tenía un tono un poco más serio. A pesar de su actitud juguetona, podía sentir que también se concentraba.
La profesora finalmente dio la orden:
—¡Lápices abajo!
Con un suspiro colectivo, los modelos, tanto la chica como yo, casi nos dejamos caer al suelo. La postura rígida comenzaba a ser insoportable, y mi cuerpo, que había estado tan tenso durante todo ese tiempo, ahora respondía con un ligero temblor, apenas perceptible, pero innegable. Había estado resistiendo por tanto tiempo que mis músculos finalmente empezaron a quejarse.
La sensación de alivio al poder moverme era tan fuerte que me costó mantener la compostura. A pesar de mis esfuerzos por ocultarlo, podía sentir cómo mi cuerpo respondía a la liberación de tensión.
Yami me observó de reojo, notando, sin duda, que mi postura había sido más que incómoda.
—¿Vas a sobrevivir, Yugi? —preguntó en tono burlón, pero con un toque de preocupación que no solía mostrar tan abiertamente.
Me encogí de hombros, evitando mirarlo directamente. Sabía que si me detenía demasiado a pensar en lo que había pasado, simplemente me avergonzaría aún más.
—Sólo fue un ejercicio. —dije, tratando de restarle importancia. —Nada que no pueda manejar.
Me acerqué al lienzo, curioso por ver cómo había quedado el dibujo. Cuando vi la imagen, no pude evitar lanzar una risa nerviosa al ver cómo me había representado. Era... no exactamente lo que había esperado.
—¿Lograste captar mi perfección, Yami? —le dije con una sonrisa, tratando de restarle importancia al desconcierto que sentía.
Yami no respondió inmediatamente. Se quedó mirando el dibujo con una sonrisa divertida, hasta que finalmente soltó una carcajada.
—Claro que lo hice. ¿Qué esperabas? Es perfecto, ¿verdad? Digno de ser un Picasso, ¿no?
Mi cara se quedó seria por un segundo antes de estallar en incredulidad.
—¡¿Cómo te atreves a llamar a esa "cosa" un Picasso?! —exclamé, señalando la obra con una mezcla de incredulidad y diversión. —¡Eso ni siquiera se acerca!
Yami, con una sonrisa traviesa, se recostó en su silla.
—Es arte, Yugi. —respondió, como si estuviera dando una lección de sabiduría universal. —A veces la belleza está en los detalles más... peculiares.
Me crucé de brazos, mirando la "obra maestra" con una mueca.
—Bueno, si lo dices así, supongo que tendré que aprender a ver la belleza en el caos. —dije, sin dejar de sonreír.
Yami se echó hacia atrás en su asiento, claramente disfrutando de la situación. Su expresión era la de alguien que había ganado una pequeña victoria, aunque fuera solo en el terreno de las bromas.
Estaba sumido en la tarea, el sonido constante del lápiz sobre el papel era lo único que rompía el silencio de mi habitación. Los problemas de matemáticas se me hacían cada vez más complicados, pero intentaba concentrarme. Fue entonces cuando escuché unos pequeños golpes en la ventana. Me detuve, fruncí el ceño y solté un suspiro. Ya sabía quién era.
Rodeé los ojos y dejé el lápiz sobre la mesa. Me levanté de la silla con un poco de pereza, sabiendo perfectamente que no podía seguir ignorando lo inevitable. Fui hasta la ventana, que estaba ligeramente abierta para que pudiera entrar un poco de aire fresco, y miré afuera. Como esperaba, ahí estaba Yami, de pie junto a la casa, saludándome con una mano levantada, su sonrisa traviesa visible incluso a esa distancia.
Sin decir una palabra, abrí la ventana de golpe. Un pequeño viento entró en la habitación, y me volví hacia mi silla sin prestar más atención a la escena que estaba por desarrollarse. Continué con mi tarea, ignorando deliberadamente el caos que venía a continuación.
En menos de un minuto, escuché el crujido familiar de las ramas y la madera al ser movidas con agilidad. Yami estaba entrando por la ventana, como si fuera lo más normal del mundo, trepando por la enredadera que cubría la reja de madera. El sonido de sus pasos ligeros lo seguía, y en un parpadeo, ya estaba dentro de la habitación.
Me giré solo para verlo entrar y suspiré con resignación, sin poder evitar una pequeña sonrisa en el rostro. La escena era tan típica de él que ni siquiera me sorprendía. Era algo que ya habíamos hecho tantas veces que ni pensábamos en lo extraño que podía parecer a los ojos de cualquiera más que nosotros.
—¿Te has vuelto un experto trepador o qué? —le pregunté en tono burlón, mientras regresaba a mi tarea. Sin embargo, sabía que no podría concentrarme por mucho tiempo con Yami en la habitación.
Yami caminó hacia mi escritorio con esa actitud tranquila que siempre lo caracterizaba. Se inclinó ligeramente hacia la hoja de papel donde estaba anotada mi tarea, observando los números y símbolos que había dejado ahí. Me sorprendió un poco cuando comenzó a reírse entre dientes, su sonrisa burlona asomándose en su rostro.
—¿Así que este es tu brillante trabajo de matemáticas? —dijo, señalando uno de los problemas que había resuelto de manera incorrecta. —Está mal resuelto, Yugi. ¿Nunca vas a prestar atención en clase?
Me reí ante su comentario, no pudiendo evitarlo.
—¡Nunca voy a usar eso! —respondí, moviendo la mano en señal de desinterés. —No voy a ir por ahí solicitando tres a la octava de kilo de tomate, ¿verdad? Eso no tiene sentido.
Yami soltó una pequeña risa, algo que siempre hacía cuando lo hacía reír sin querer. Luego, con su típica sonrisa de suficiencia, se acercó más al escritorio, quitándome el lápiz de la mano de manera casi automática.
—¿Sabes qué? —dijo mientras tomaba la hoja, su tono cambió de burlón a más serio. —No te vas a escapar tan fácilmente de esto, Yugi.
En un parpadeo, borró lo que había hecho mal en uno de los problemas. Vi cómo su mano se movía rápidamente, con una precisión que no me sorprendió. Luego comenzó a explicar de manera paciente.
—Mira, esto es lo que hiciste mal: tomaste el número de la ecuación, pero no aplicaste correctamente la regla de los exponentes. En vez de elevar la base a la potencia correcta, simplemente multiplicaste como si fuera una multiplicación común. La diferencia es clave.
Lo miré, un poco desconcertado, pero con la sensación de que tenía razón. Nunca entendí muy bien cómo podía explicarlo tan fácilmente. Yami, por más molesto que fuera a veces, realmente sabía lo que hacía.
—No es tan complicado —dijo, volviendo a poner el lápiz en mis manos, esta vez con una sonrisa que no era tan burlona, sino más bien... amable. —Solo tienes que recordar la regla. En serio, Yugi, es más sencillo de lo que parece.
Solté un suspiro, un poco avergonzado por no haberlo entendido antes. Me sentía como un niño con dificultades para aprender algo básico, pero Yami siempre tenía esa manera de hacerme sentir que no importaba cuánto me costara, él estaba ahí para darme una mano. Aunque de una manera bastante peculiar.
—Lo sé... —respondí, mirando el problema de nuevo. —Tal vez el problema no sean los números, sino mi cabeza divagando todo el tiempo. Y para variar, tenemos examen de álgebra el lunes.
Yami sonrió, moviendo la cabeza con una ligera risa.
—Eso, eso es lo que más me preocupa. Pero por suerte para ti, aquí estoy.
Me recosté en mi silla, cruzando los brazos y sonriendo de forma irónica.
—Sí, claro. Como si hubieras venido hasta mi casa solo para ayudarme con álgebra. —dije en tono sarcástico, mirando la forma en que corregía mi trabajo. —Seguro que lo que realmente querías era hablarme de las cartas, ¿verdad?
Yami levantó la mirada rápidamente, y por un momento no supe si había notado mi tono o si simplemente no le importaba. Sin embargo, no tardó mucho en reaccionar con una sonrisa burlona.
—¿Qué, no puedo ser amable de vez en cuando? —dijo mientras terminaba de escribir en mi hoja. —Además, ¿por qué no puedo hacer un pequeño favor por mi amigo, Yugi?
Lo dijo con un tono que tenía un toque de seriedad, pero de alguna manera me hizo sentir que realmente no estaba tan interesado en las cartas. Quizás solo estaba aprovechando la oportunidad para gastarme una broma, como siempre lo hacía.
—Claro, claro. Un favor muy amistoso. —respondí, sin poder evitar sonreír un poco. —Solo que no me engañas con esa cara. Me imagino que las cartas están en tu mente, incluso cuando me ayudas con álgebra.
Yami se incorporó un poco, mirando el techo como si pensara en algo. Luego se giró hacia mí, todavía con esa sonrisa que tenía cuando no quería admitir lo que realmente pensaba.
—Puede ser... —dijo, alargando la última palabra. —Pero si te hace sentir mejor, te diré que sí, las cartas están en mi mente. Pero también estoy aquí para asegurarme de que no fracases en el examen del lunes, incluso si eso significa ponerme a explicar álgebra.
Solté una risa, pero sabía que a pesar de su actitud, Yami no dejaría que me quedara atrás en nada.
—Déjalo, Yami. Soy un caso perdido en álgebra. —dije, quitándole el lápiz de las manos con un gesto decidido. Luego, coloqué algunas hojas más sobre mi tarea, como si intentara restarle importancia al asunto. —Ya, ya, dime qué es lo que realmente tienes en mente. ¿Qué descubrimiento tan importante tienes ahora?
Yami rodó los ojos, claramente molesto, aunque trataba de ocultarlo. No le gustaba ver que me rendía tan fácilmente, pero decidió no presionar más. Se dirigió a mi cama, lanzándose sobre ella con una actitud relajada. Yo lo miré por un momento, sin saber si debía seguirle el juego o si simplemente dejarlo hablar.
—Está bien. —dijo finalmente, suspirando como si fuera un gran sacrificio. —Las cartas... siempre hacen referencia a estrellas, al cosmo, al universo... Y eso tiene un significado. Debemos encontrar a alguien que tenga esos gustos. Alguien con una fascinación por el espacio, por las estrellas. Es la clave.
Me quedé mirándolo, un poco sorprendido por la seriedad con la que hablaba. Pero luego no pude evitar soltar una risa.
—¿En serio? ¿Me estás diciendo que vamos a ir por toda la escuela preguntándole a cada chica si le gustan las estrellas? —pregunté entre risas. —¿En algún momento tendrás de verdad una buena idea?
Yami me miró, claramente molesto, pero disimuló muy bien su expresión. Levantó la cabeza de la cama, como si me estuviera retando a decir algo más.
—Entonces, ¿por qué no propones tú algo? —respondió con un tono que intentaba ser casual, pero que no podía esconder completamente su frustración. —Ya que parece que mis ideas no sirven para nada, ¿qué sugieres tú?
La risa se me cortó de inmediato. Algo en su tono me hizo sentir incómodo, como si, por primera vez, no estuviera bromeando. Yami solía ser tan tranquilo, tomándose las cosas con una sonrisa o una broma ligera, así que ese cambio de actitud me desconcertó.
Me quedé en silencio por un momento, observando cómo se recostaba en la cama, con una expresión que ya no era la de antes.
—¿Yami? —dije, alzando una ceja, sintiendo cómo mi risa se apagaba lentamente.
Yami se dio cuenta de que había cambiado de tono y, después de un momento de silencio incómodo, suspiró.
—Lo siento, Yugi. No quería ser así. —dijo, volviendo a su tono más relajado, aunque con una sinceridad que no pude ignorar. —Es solo que... las ideas que propongo, las desechas al instante. Es cierto, algunas son tontas. Pero... ¿qué quieres que haga? No tengo muchas pistas sobre esa chica. Todo lo que tengo es lo que puedo pensar en el momento. Me estoy aferrando a lo primero que se me ocurre, porque... quiero encontrarla. Conocerla. Saber quién es.
Me sentí un poco culpable al escuchar esas palabras. Podía oír en su voz cuánto le importaba, tanto que ya ni siquiera lo disimulaba.
Subí mis pies a la silla, abrazando mis rodillas mientras me acomodaba mejor en ella, mirando fijamente el escritorio como si las montañas de papeles y libros tuvieran algún tipo de profundo significado. El silencio se alargó entre nosotros, y por un momento me perdí en mis pensamientos, sin saber qué decir, pero sintiendo esa incómoda sensación de no querer que esta tensión se quedara en el aire.
Finalmente, después de un rato, miré a Yami, que seguía allí, recostado en mi cama, con una expresión que ya no era tan confiada. Mi voz salió más baja de lo que había esperado, un tanto dudosa.
—¿Por qué... quieres encontrarla, Yami? —pregunté, genuinamente interesado. —Solo han pasado tres meses desde que las cartas empezaron a aparecer en tu casillero... ¿qué es lo que realmente te hace querer saber quién es?
Yami se quedó en silencio por un momento, mirándome como si pensara en cómo responder. Algo en su rostro, aunque difícil de leer, me hizo pensar que la pregunta no era tan sencilla de contestar. Pude ver cómo sus ojos se perdían en algún punto indeterminado, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Su expresión cambió ligeramente, se suavizó, y por primera vez, me pareció que estaba realmente pensando en algo más allá de una respuesta rápida.
—Es difícil de explicar... —dijo finalmente, en voz baja, mientras giraba ligeramente la cabeza para mirarme. —Lo único que sé es que no puedo dejar de pensar en ella. Las cartas... ya no son solo cartas, ¿sabes? Hay algo detrás de ellas. Algo... que me hace sentir bien. Feliz de recibirlas. Saber que vienen de ella... aunque no sé quién es... se volvió suficiente para esperarlas cada mañana.
Hizo una pausa, como si estuviera buscando una manera de poner en palabras lo que sentía, pero no lograba encontrar la forma correcta.
—No quiero parecer un loco, pero... —siguió, dejando escapar un suspiro. —Siento que... me enamoré.
Me sorprendió escuchar esas palabras de él. Yami nunca había hablado con tanta seriedad sobre algo tan personal, algo que parecía tan fuera de su control. Su tono, normalmente tan confiado y bromista, había quedado atrás, reemplazado por una sinceridad que no podía ignorar.
—Y... ¿Cómo sabes que es amor? —Yami me miró por un momento, sus ojos llenos de una mezcla de dudas y determinación, como si estuviera buscando en mi rostro una respuesta que tal vez no podía encontrar por sí mismo.
—No lo sé pero... —respondió lentamente, como si las palabras le costaran un poco más. —Pero lo que siento por ella... no se parece a nada más. No se trata solo de la emoción de recibir una carta o de la idea de quién podría ser. Es... el sentimiento que me deja cada carta, cada palabra escrita. Me hace sonreír, me hace pensar que tal vez... tal vez no todo en este mundo está vacío, ¿entiendes?
Lo miré desde mi silla, sin saber qué decir. Sus palabras resonaban en mi cabeza, pero no lograba encontrar la forma de expresar lo que realmente sentía. La idea de que alguien pudiera sentir algo tan fuerte por una persona que aún no conocía me desconcertaba. A veces sentía que estaba viendo una parte de él que nunca había sido tan evidente antes, y eso me inquietaba más de lo que imaginaba.
—¿Y si al final esa... chica... no es lo que esperas? —pregunté, mi voz casi un susurro, como si temiera que la respuesta pudiera alterar algo dentro de mí también. La palabra "chica" me costó pronunciarla, como si me atorara en la garganta. La duda se había colado en mis pensamientos, una sombra que no podía evitar.
Me quedé allí, sentado en mi silla, abrazando mis rodillas, mirando la ventana sin realmente ver nada. Recargué mi cabeza sobre mis rodillas, la vista fija en el cristal, sin poder evitar pensar en todo lo que Yami había dicho hasta ahora. La pregunta flotó en el aire entre nosotros, pero ni siquiera me atreví a mirarlo, temeroso de lo que podría decir o hacer.
Yami no respondió inmediatamente. En su lugar, pude ver cómo su cuerpo se tensaba un poco, su postura cambiando sutilmente. Él también miró hacia la ventana, como si las palabras fueran demasiado para procesar. La quietud entre nosotros se hizo palpable.
Finalmente, rompió el silencio con un suspiro bajo.
—No sé... —murmuró, su voz vacilante. —Pero si ella no es lo que espero... tal vez me equivoque, ¿pero eso significa que todo lo que he sentido, todo lo que he creído... desaparecería? ¿O sería suficiente para seguir adelante?
Mi corazón se apretó al escuchar esas palabras, las mismas dudas que había sentido en mí mismo y que a veces trataba de ignorar. ¿Qué pasaría si al final todo lo que pensaba que era verdadero resultaba ser una ilusión? ¿Si esa chica no era lo que él había imaginado, o peor aún, si decidía que no quería verla más?
No sabía qué decir. Por un momento, el aire se llenó de una extraña pesadez, y lo único que podía hacer era seguir mirándolo desde mi posición, esperando que pudiera encontrar alguna respuesta que nos aliviara a ambos.
Pero no llegó.
Llevaba ya varias horas tratando de concentrarme en los problemas de álgebra, pero algo en mi cabeza seguía dando vueltas. La lámpara de mi escritorio iluminaba mi habitación en penumbra, y las sombras jugaban a moverse por las paredes. El aire estaba pesado, casi tan denso como los pensamientos que no dejaban de repetirse.
No supe en qué momento exacto Yami se quedó dormido, pero cuando miré hacia la cama, ahí estaba, acostado y tan tranquilo, como si todo lo que habíamos hablado ya no importara. Todo lo que había dicho sobre las cartas, sobre lo que sentía... Tal vez él estaba tan convencido de lo que sentía, pero yo... no sabía qué pensar.
Suspiré y dejé caer el lápiz, mirando mi tarea que no parecía tener sentido. ¿De qué me servía resolver estos problemas si mi mente no dejaba de irse a otros lugares? Di unos pasos hacia la ventana, apoyándome en el marco, y dejé que la brisa de la noche me calmara un poco.
Miré el reloj de la pared y me di cuenta de que había pasado tanto tiempo que ni siquiera sabía qué hora era. Lo único que sabía era que la conversación con Yami había quedado en el aire, como una cuerda floja que se mecía en el viento. Y mientras lo observaba dormir, me pregunté si lo que sentía él por esa chica era realmente lo mismo que sentía yo, pero con algo diferente... una confusión que no podía resolver.
Volví a mi escritorio y, en vez de tomar el lápiz, me recosté sobre mi silla. Miré hacia la cama otra vez, hacia Yami, sin saber qué hacer con todos esos pensamientos. Todo parecía en su lugar, pero al mismo tiempo, había algo que me nublaba la mente.
"¿Qué haría él en mi lugar?", me pregunté, pero al instante me di cuenta de que no había respuesta. Yami siempre tenía una manera de hacer todo parecer sencillo, pero yo no podía dejar de pensar en las palabras que me había dicho. Tal vez, yo también necesitaba encontrar una respuesta para mí mismo.
Me quedé allí, inmóvil, contemplando la habitación en silencio, como si todo estuviera detenido en el tiempo. Miré hacia mi escritorio, donde la tarea de álgebra estaba olvidada, y mis ojos se deslizaron hacia el cajón de la mesa. Había algo allí, algo que solía mantener guardado para mí, algo que no necesitaba que nadie viera.
Con una mano temblorosa, me levanté de la silla y me acerqué al cajón. Lo abrí lentamente, asegurándome de no hacer ruido, y saqué una pequeña libreta de tapa dura. La guardaba ahí, oculta, porque sabía que nadie debía saber de su existencia. Nadie, excepto yo.
Me senté de nuevo, esta vez sobre la silla, y abrí la libreta. Sus páginas en blanco me miraban en silencio, esperando lo que tenía para escribir. Tomé el bolígrafo con cuidado, sintiendo la punta fría en mis dedos, y comencé a trazar las primeras palabras en la página. Unas pocas frases que tomaron forma sin esfuerzo, como si ya estuvieran allí esperando salir.
Las palabras fluían con una suavidad casi inquietante. No necesitaba pensarlas demasiado, salían solas, como si ya estuvieran grabadas en mi corazón. Cada palabra, cada línea escrita era una pequeña confesión, un pequeño pedazo de mí que dejaba escapar en forma de letras, pero que nadie vería. No Yami, al menos no aún.
Suspiré y cerré la libreta con cuidado, dejándola en mi escritorio. No necesitaba seguir escribiendo más por esa noche. El peso de lo que había dicho en esas pocas líneas me acompañaría hasta que decidiera hacerlo de nuevo.
Con la libreta guardada, volví a mirar a Yami, aún dormido en mi cama. No podía evitar preguntarme si él alguna vez sospecharía quién estaba detrás de esas cartas, si alguna vez vería más allá de la fachada de alguien que solo quería ser su amigo. Pero por ahora, todo seguía siendo un secreto, y así tenía que ser.
Me recosté nuevamente sobre la silla, la libreta guardada nuevamente en su cajón, como si nunca hubiese estado ahí. Pero sabía que, en algún momento, todo tomaría forma. Todo se revelaría. Solo no sabía cuándo.
Con una última mirada hacia Yami, me levanté y apagué la lámpara del escritorio, sumiendo la habitación en la oscuridad. Pero mis pensamientos seguían brillando en la penumbra, como las estrellas en el cielo.
El suave murmullo me sacó de mi sueño, como un eco distante que se fue volviendo más claro. Aunque mi mente aún estaba nublada por el sueño, algo en esa voz me hizo entreabrir los ojos. La luz de la mañana ya se colaba desde la ventana, pero mi visión seguía borrosa.
Con lentitud, traté de enfocar la imagen frente a mí, y ahí estaba, recostado junto a mí en la cama. Yami, mirándome con una leve sonrisa.
—Yugi... —dijo en un susurro, como si intentara despertarme sin hacerlo de golpe—. Vamos a llegar tarde a la escuela.
Mi mente procesó las palabras con lentitud. ¿Escuela? Miré el reloj, y cuando vi que marcaba las 7:45, mi corazón dio un salto. ¿¡7:45!? ¡No podía ser! Me levanté de un salto, con los ojos completamente abiertos, sin creer lo que estaba viendo.
—¡¿Cómo?! ¡¿Por qué no me despertaste antes?! —dije, mirando a Yami con desesperación mientras me dirigía al baño, sin dejar de hablar entre dientes—. ¡No puedo creerlo!
Entré corriendo al baño, mojé mi rostro con agua fría, intentando despejarme. La sensación de agua fresca sobre mi piel me hizo volver a la realidad, pero aún sentía la adrenalina de la sorpresa.
Salí rápidamente, casi tropezando mientras me apresuraba a guardar mis cosas. Tenía que prepararme lo más rápido posible. Pero entonces, una risa suave pero clara llegó a mis oídos.
Me detuve en seco, con las manos aún en mi mochila. Una sensación extraña de incomodidad se apoderó de mí, y me giré lentamente hacia la cama.
Allí estaba Yami, sonriendo ampliamente, disfrutando del momento. Esa risa era la señal de que algo no estaba bien.
—¿Qué es tan gracioso? —le pregunté, mi tono ya lleno de irritación. No podía creer que estuviera riendo de mí ahora.
—Es sábado, Yugi... —dijo, soltando una risa más fuerte, como si todo esto fuera un juego.
Al escuchar esas palabras, mi rostro pasó de la sorpresa a la incredulidad. Me quedé allí, completamente paralizado por un instante.
—¡Eres un idiota! —grité, mi voz llena de frustración. Dejé caer la mochila de mis manos y me volví hacia la cama, rendido. A fin de cuentas, aún seguía en pijama y ni siquiera me sentía con energías para levantarme.
Me dejé caer sobre la cama de nuevo, boca abajo, sintiendo la suavidad de las sábanas contra mi rostro. Cerré los ojos, intentando olvidarme del caos de la mañana, aunque no podía evitar pensar que algo más, algo en mi interior, me decía que esta broma de Yami no iba a ser la última.
—No te enojes tanto, Yugi. ¡Fue divertido! —dijo Yami con tono burlón, como si no pudiera dejar de reírse de su propia broma. —Vamos, acepta que estuvo bien.
—Déjame en paz, Yami... —murmuré, mi voz un tanto apagada contra la almohada. —Tengo sueño... Me dormí tarde anoche intentando resolver esa estúpida tarea de álgebra... que, por cierto, estoy seguro de que está toda mal.
Yami no se detuvo. Podía escuchar cómo se movía en la cama, probablemente sonriendo, porque no lo podía ver, pero podía imaginarlo perfectamente.
—Sí, ya me asomé a verla cuando me desperté... y antes de ir al baño —dijo con calma, como si no le importara lo que pensara. —Y créeme, tiene muchos errores.
Una queja de frustración salió de mi garganta. Con la cara hundida en la almohada, me sentí aún más derrotado. Definitivamente, el álgebra no era lo mío, y no podía evitar sentir que, por mucho que lo intentara, nunca conseguiría entenderlo.
—Lo sé... —respondí con un suspiro profundo. —Definitivamente, álgebra no es para mí.
—No seas chillón, Yugi —dijo Yami con tono burlón, estirándose en la cama mientras seguía riendo—. Levántate. Te ayudo con la tarea y, de paso, te explico todo lo que necesitas para que no repruebes el examen del lunes.
—No gracias... —respondí, aún con la cara hundida en la almohada, mi voz casi inaudible—. Pero, ya que no me dejas dormir, prefiero ir al callejón a pintar.
Yami soltó una risa más fuerte, como si se divirtiera con la idea, y luego, en un tono más travieso, añadió:
—¿Así de desvelado y cansado como estás? El aroma del aerosol te va a hacer irte de "viaje".
Me enderecé un poco y, con una sonrisa perezosa, respondí:
—Usaré mascarilla.
—¡Nada de eso! —interrumpió Yami, levantándose y dirigiéndose hacia mí—. Estudiar es mejor. Y después, cuando por fin entiendas al menos la regla de los exponentes, entonces iremos al callejón.
Fruncí el ceño y me giré para mirarlo, sin dejar de estar tumbado en la cama.
—Entonces... —repliqué, con tono sarcástico— nunca vamos a volver al callejón.
Yami me miró con una sonrisa divertida, pero sus ojos no tenían ni un rastro de broma. Se acercó aún más, sin dejarme espacio para escapar.
—Cállate y repite conmigo —dijo, cruzándose de brazos y mirándome con una mezcla de impaciencia y diversión.
Suspiré, pero no tenía muchas opciones. Lo miré y, como me pidió, repetí sin comprender ni un poco lo que decía:
—"Cuando tienes una base con un exponente, y multiplicas, sumas los exponentes."
Me quedé en silencio después de decirlo, esperando alguna señal de que había hecho algo bien, pero mi mente seguía nublada por el sueño.
Yami, al ver mi expresión vacía, soltó una pequeña risa.
—Lo dije rápido para que lo repitieras. Pero, en serio, tienes que prestar atención.
Me quede quieto pero, dándome cuenta de que, a pesar de todo, realmente quería entender. Aunque de alguna forma, el sonido de su voz me estaba ayudando a mantenerme despierto.
Yami se levantó de la cama con un suspiro, mirando la tarea que había dejado en mi escritorio. Caminó hacia él sin decir una palabra, y al volver, llevaba el cuaderno en sus manos. Se sentó junto a mí en la cama, acomodándose con cuidado en el borde, manteniendo la tarea en las manos.
Miró el papel por un momento, después me miró a mí, como si se asegurara de que estaba atento, y comenzó a hablar en un tono más suave, más despacio, como si tratara de ser lo más claro posible.
—Mira, Yugi —dijo, levantando la mirada del papel y clavándola en mis ojos—. Los exponentes son como... multiplicadores. Si tienes algo como "x²", eso significa "x multiplicado por sí mismo". Si tienes "x³", es "x multiplicado por x multiplicado por x". ¿Me sigues?
Yo lo miraba, pero la verdad es que no entendía nada. Sus palabras sonaban como una mezcla de conceptos que no lograban entrar en mi cabeza. Me sentía como si estuviera mirando una página en blanco, como si todo fuera un lío de números que no tenían sentido.
—¿Entonces...? —respondí, con la cara aún contra la almohada, sin moverme, tratando de procesar lo que había dicho, pero aún sin mucho éxito. —¿Si tengo... "x⁴" es "x multiplicado por... x... cuatro veces"?
Yami suspiró con paciencia, pero su tono era suave, como si entendiera mi frustración.
—Exacto, pero... necesitas entender que cuando multiplicas términos con exponentes, la regla cambia. Si tienes algo como "x² * x³", la forma de resolverlo es sumando los exponentes. O sea, "x⁵". ¿Lo ves?
Yo parpadeé, sin estar seguro de qué acababa de decir. Traté de asimilarlo, pero me estaba resultando imposible.
—¿Y eso... significa que los exponentes tienen... reglas? —murmuré, sin mucha convicción.
Yami resopló, claramente sin paciencia para más ejemplos.
—Sí, Yugi. Es un sistema, no solo un montón de números. La regla es... básicamente, sumar cuando multiplicas, restar cuando divides. Pero... —me miró, buscando mis ojos—, realmente tienes que prestarle atención.
No respondí. Mi cuerpo estaba agotado y mi mente aún no procesaba las palabras correctamente. Yami pareció darse cuenta de que no tenía intención de levantarme.
Suspiré profundamente, sintiendo la presión en el aire a medida que Yami miraba alrededor de la habitación. Estaba tan agotado que apenas podía mantener los ojos abiertos, pero Yami seguía hablando de álgebra, de exponentes, de algo que ya no podía procesar.
Fue entonces cuando sentí que Yami se apartaba un poco, sus pasos livianos por la habitación. Al principio no entendí qué hacía, pero pronto me di cuenta de que sus ojos recorrían las paredes, deteniéndose en los cuadros y las hojas que decoraban el espacio. Sabía que observaba las pinturas que tenía por ahí. Algunas estaban enmarcadas, otras simplemente apoyadas en el escritorio. Y sí, todas tenían un pequeño símbolo en la esquina, algo que solo yo reconocía. Una especie de pequeño triángulo, dentro del cual se encontraban dos líneas horizontales que lo cruzaban, como si fuera una firma secreta.
Mis ojos cayeron sobre una de esas obras, una que había pintado hace unos días, con colores cálidos y trazos suaves. Un paisaje sencillo, pero con algo en el fondo que me recordaba a algo más profundo... quizás a lo que sentía cuando me perdía pintando.
Yami siempre había sido un buen compañero en eso, aunque nunca compartió mi pasión por el arte de la misma manera. A veces sentía que él veía la pintura como algo más incidental, pero a mí me llenaba de una manera que nada más podía.
No sé en qué momento mis ojos se habían cerrado pero, de repente, sentí las palmas de Yami en mi espalda, casi como un golpe suave, que me hizo saltar un poco. Abrí los ojos pesadamente y vi cómo se inclinaba hacia mí, con una sonrisa que no podía distinguir si era de frustración o diversión.
—¿Ahora qué? —murmuré, sin fuerzas para reaccionar mucho más. Mi voz sonaba lenta y cansada, como si mi cuerpo estuviera demasiado pesado para moverse.
Yami me miró fijamente, sus ojos brillando con una chispa de algo que no sabía bien cómo llamar.
—Vas a entender álgebra, Yugi. Y lo vas a hacer a tu manera. Vamos a usar la pintura para que lo veas claro.
Mi cabeza hizo una pausa. ¿Pintura? ¿Álgebra? Las dos cosas no tenían nada que ver, al menos no en mi cabeza. Parpadeé con incredulidad, aún medio dormido, sin saber qué pensar.
—¿La pintura? —repetí, sin poder creer lo que estaba escuchando.
Yami asintió con firmeza.
—Sí. Te voy a mostrar cómo puedes usar la misma lógica para pintar, y cuando lo entiendas ahí, entonces entenderás el álgebra. —Su voz era tranquila, pero con un toque de seguridad que hacía que mi duda se disipara un poco, aunque no del todo.
No entendía cómo algo tan distante como el arte iba a ayudarme a entender exponentes, pero había algo en su mirada que me decía que, quizás, tal vez... solo tal vez, podía ser una forma diferente de verlo.
—¿En serio? —pregunté, dudando.
Yami sonrió de nuevo, con esa mirada retadora que siempre me hacía sentir como si estuviera atrapado en un juego que no podía ganar.
—Sí, en serio. Vamos, si entiendes cómo aplicar los exponentes en un cuadro, entonces los vas a entender en la tarea. —Su tono estaba lleno de confianza, como si tuviera todo bajo control, pero lo que decía sonaba completamente incoherente.
—El desvelado soy yo, pero tú eres el que dice incoherencias —respondí con un suspiro, no sabiendo si reírme o simplemente rodar los ojos. Mi cuerpo aún se sentía pesado, y mi mente más aún.
Yami soltó una risita, como si estuviera disfrutando de mi cansancio.
—Vamos, levántate. —Me dio un suave empujón en la espalda, una especie de advertencia.
Lo cierto es que no tenía ganas de moverme, pero sabía que si seguía con esta actitud no me dejaría en paz. Así que me quedé inmóvil, con la esperanza de que se cansara y me dejara dormir. Pero Yami, como siempre, no parecía tener intenciones de rendirse.
—¿Dónde tienes tus pinceles? —me preguntó de repente.
—En el cajón del escritorio... —respondí sin pensar.
En mi mente, todo se detuvo por un segundo. Los pinceles... Los tenía en el cajón del escritorio, junto a otros materiales que usaba para pintar. Pero eso no era lo que realmente me preocupaba. Lo que tenía guardado en ese cajón era algo mucho más personal: mi libreta. Esa libreta que nadie debía ver. Nadie, ni siquiera Yami, con toda su curiosidad.
Al darme cuenta de lo que acababa de decir, sentí un escalofrío recorriéndome. Me levanté de golpe, con la intención de evitar que Yami abriera el cajón y encontrara mi libreta, pero mi cuerpo aún no estaba completamente despierto. Mis pies se enredaron con la sábana, y en un movimiento torpe, caí al suelo con un ruido sordo.
Al menos eso sirvió como distracción, pensé mientras me levantaba rápidamente, con la respiración un poco acelerada. No podía permitir que Yami descubriera esa libreta. Sabía que, por pura curiosidad, la abriría y, aunque no encontraría nada raro, no quería que llegara a hojearla. Era algo privado, algo que debía mantenerse en secreto.
—¡¿Estás bien?! —escuché a Yami acercándose, algo preocupado, pero al mismo tiempo con un toque de diversión en su voz.
Me levanté rápido, frotándome la cabeza mientras trataba de no hacer un escándalo de lo que había sucedido.
—Sí, claro —respondí, con una sonrisa tonta, intentando restarle importancia al hecho de que acababa de caer como un idiota.
—¡Ese es el entusiasmo que buscaba! —bromeó Yami, una sonrisa ladeada en su rostro mientras me miraba, claramente disfrutando de la situación. Le divertía el ver cómo me levantaba del suelo como si nada.
Resoplé, aún con la cabeza un poco aturdida por la caída. Después de un par de segundos de silencio, le lancé una mirada sospechosa.
—¿Y para qué quieres mis pinceles, eh? —le pregunté, algo desconcertado. Sabía que estaba planeando algo, pero no entendía por qué involucrar mis materiales de pintura en este caos de algebra.
—¿Te lo tengo que repetir? —respondió, levantando una ceja con una sonrisa enigmática—. Lo que quiero es que saques tus pinturas. Vamos, a darle, que hoy toca aprender algebra, y yo te voy a enseñar cómo.
Me quedé en silencio por un momento, mirando cómo me observaba con esa expresión tan determinada en su rostro. ¿De verdad iba a convertir esto en una lección de arte y algebra?
Daba igual. Al menos por ahora, evité que viera la libreta.
El taburete en el que estaba sentado no era especialmente cómodo, pero era el lugar donde siempre trabajaba, así que me acomodé como pude. Frente a mí, el caballete sostenía un lienzo en blanco. A un lado tenía mis pinceles ordenados y varias pinturas al óleo listas para usarse. No sabía exactamente cómo iba a conectar esto con el álgebra, pero estaba dispuesto a intentarlo... más o menos.
Yami estaba de pie frente a mí, con una libreta en una mano y un lápiz en la otra, su sonrisa confiada diciéndome que, de alguna manera, su idea iba a funcionar.
—Bien, Yugi, vamos a empezar desde lo básico —dijo mientras abría su libreta y dibujaba un círculo con el lápiz—. Imagina que este es tu lienzo. Lo pintas con dos capas de azul, como haces siempre para el fondo. —Dibujó líneas sobre el círculo para ilustrar las capas—. Ahora, toma un pincel y haz lo mismo en tu lienzo.
Tomé uno de los pinceles más gruesos, el que siempre usaba para los fondos, y empecé a cubrir el lienzo con una base azul, trabajando con movimientos amplios y constantes.
—Listo, ¿y ahora? —pregunté, algo escéptico mientras dejaba el pincel a un lado.
—Ahora imagina que decides añadir una tercera capa del mismo azul —continuó Yami, señalando mi trabajo. Su lápiz dibujaba más líneas en el círculo de su libreta—. En álgebra, eso sería como x2×x1=x3x^2 \times x^1 = x^3. Lo que pasa es que los exponentes se suman, porque estás multiplicando las capas. —Me miró, buscando alguna señal de comprensión en mi cara.
Fruncí el ceño mientras trataba de conectar lo que decía con lo que acababa de hacer.
—Entonces... ¿pintar un fondo es como multiplicar colores?
—Exacto —respondió con entusiasmo—. Y si ahora decides quitar una capa con un trapo o una espátula, sería dividir. Por ejemplo, x3÷x1=x2x^3 \div x^1 = x^2. Prueba a quitar algo de pintura del lienzo y ve cómo cambia.
Agarré una espátula y raspé suavemente una parte de la pintura que aún estaba húmeda, dejando al descubierto el lienzo debajo.
—¿Así?
—Justo. Lo que hiciste fue restar una capa, o en álgebra, restar un exponente. —Escribió otra ecuación en su libreta y luego me mostró una sonrisa de triunfo—. Ves, no es tan complicado cuando lo aplicas a algo que ya haces todos los días.
Suspiré, dejando la espátula a un lado mientras miraba el lienzo, que ahora tenía un fondo desigual con trazos y marcas.
—Entonces, ¿qué pasa si uso un color diferente? —pregunté, todavía no del todo convencido de que esto funcionara.
Él rió suavemente, como si hubiera anticipado esa pregunta.
—Buena pregunta. Si usas otro color, como rojo, eso sería como agregar otra variable. Por ejemplo, si tienes x2x^2 en azul y y3y^3 en rojo, no puedes mezclarlos porque son distintos. Cada uno mantiene su propio exponente.
Cogí un pincel más pequeño y empecé a trazar líneas rojas sobre el fondo azul, como probando su teoría en el lienzo. Mientras lo hacía, miré de reojo su libreta y luego el lienzo, tratando de ver la relación.
—Vale, creo que lo entiendo... más o menos. —Dejé el pincel y me crucé de brazos, mirando el resultado.
Él sonrió ampliamente y palmeó mi hombro con complicidad.
—¿Ves? Sabía que la pintura iba a ser la clave. Ahora, sigue practicando mientras yo pienso en el próximo ejemplo.
Mientras tanto, yo miré el lienzo y, por primera vez, pensé que tal vez el álgebra no era un desastre tan incomprensible. Tal vez, con Yami explicándomelo así, podría empezar a entenderlo de verdad... y aprobar el examen.
Yami se dirigió al marco de la ventana abierta y, como solía hacer, se sentó ahí con una naturalidad que casi daba envidia. Sus ojos estaban clavados en la libreta, el lápiz descansando entre sus dedos mientras parecía pensar en el próximo ejemplo que iba a darme.
Yo, por otro lado, lo miré atento desde mi lugar. Contemplé el encuadre que formaba su silueta recortada contra la luz de la mañana que entraba por la ventana. Era perfecto. La forma en que la luz delineaba sus rasgos, cómo el viento hacía que algunos mechones de su cabello se movieran suavemente... Era una imagen que no podía dejar pasar.
Tomé otro pincel, esta vez uno más fino, y regresé la vista al lienzo. "Yami dijo que practicara..." pensé para mí. Bueno, supongo que eso haría.
Sin más, dejé que mi mano se moviera libremente sobre la superficie del lienzo, trazando las primeras líneas con pinceladas sueltas. Los tonos azules y rojos que ya estaban en el fondo comenzaron a tomar una nueva forma, transformándose poco a poco en sombras y contornos. A medida que pintaba, mis labios se movían casi sin darme cuenta, susurrando las reglas que Yami acababa de explicarme.
—Multiplicar, suma exponentes... Dividir los resta... —repetía en voz baja, dejando que las palabras se entrelazaran con los movimientos del pincel. Cada trazo parecía tener un propósito nuevo, como si las ecuaciones y el arte estuvieran realmente conectados.
—Azul al cuadrado más blanco al cuadrado... —susurré, mezclando los colores en la paleta y creando un tono más suave mientras aplicaba una nueva capa—. Como si estuviera sumando las áreas... eso da un azul más claro, más grande, ¿no?
Pausé para observar el lienzo, volviendo a mirar a Yami en la ventana. Sus rasgos permanecían calmados, enfocados, y la luz jugaba con su perfil de una manera que hacía difícil apartar la mirada.
—Negro por negro... —dije, esta vez con más confianza, añadiendo sombras más profundas al contorno de la figura—. Eso lo vuelve más intenso, más oscuro. Pero negro dividido entre blanco... eso da... gris. Como si lo estuviera repartiendo.
Dejé que el pincel se deslizara con movimientos sueltos, tratando de capturar la esencia de su postura relajada pero firme.
—Uno más uno... —murmuré, con una pequeña sonrisa al añadir un toque de carmesí para delinear un reflejo en el marco de la ventana—. Eso hace doble rojo, como duplicar el color.
Cada palabra me mantenía enfocado, y aunque seguía sin entender el álgebra por completo, había algo que comenzaba a hacer clic en mi mente. Los colores, las ecuaciones, y esa figura en la ventana... De alguna manera, todo parecía parte de un mismo sistema que, aunque no dominaba aún, comenzaba a sentir menos lejano.
La pintura comenzó a tomar forma: un rostro parcialmente iluminado, una mirada fija en algo invisible al espectador, con líneas que sugerían la brisa y el encuadre de la ventana detrás. Mis susurros y pinceladas se volvieron casi como un mantra.
Cuando el pincel se detuvo, miré el resultado con una mezcla de satisfacción y nerviosismo. No era perfecto, pero había algo en esa imagen que capturaba exactamente lo que había sentido al verlo. Mi "práctica" había terminado siendo algo más personal de lo que esperaba.
—¿Ya puedo moverme? —preguntó una voz desde la ventana, sacándome de mi ensimismamiento.
Volteé rápidamente, encontrándome con Yami, quien seguía en su lugar, aunque ahora me miraba con una mezcla de curiosidad y diversión. Me crucé de brazos, tratando de parecer indiferente.
—¿Qué? —respondí, tratando de ocultar el calor que sentí en las mejillas.
—Llevas rato ahí, murmurando cosas mientras me miras y pintas —dijo, inclinando un poco la cabeza—. Pensé que si me movía ibas a echarme la culpa de arruinar algo.
—Pues sí —murmuré, volviendo mi atención al lienzo—. Pero ya terminé, así que puedes hacer lo que quieras.
Yami se levantó del marco de la ventana y se acercó con esa expresión despreocupada que siempre parecía llevar consigo.
—¿Puedo verlo? —preguntó, señalando la pintura.
Instintivamente cubrí el lienzo con mis brazos, aunque ya era tarde; su curiosidad estaba activada, y lo sabía.
—No, todavía no está terminado.
—Oh, vamos. Acabas de decir que terminaste.
Lo fulminé con la mirada, aunque su sonrisa burlona dejaba claro que no me iba a dejar en paz. Con un suspiro resignado, me aparté un poco, dejando que viera el resultado.
Yami inclinó la cabeza, examinando la pintura en silencio. Su expresión cambió por un momento, algo más suave, casi sorprendido.
—Es... interesante —dijo finalmente, con un tono más bajo de lo usual, inclinándose un poco hacia el lienzo.
—¿Interesante? —repliqué, sintiéndome un poco insultado, mientras me cruzaba de brazos.
—No, en serio. Me gusta —aseguró, señalando algunos detalles con un dedo, sus ojos recorriendo la pintura—. Parece que lograste entender algo más que álgebra.
Esa última frase me hizo bajar la mirada, nervioso. ¿Qué había captado exactamente? ¿Qué tanto podía ver en lo que había pintado?
—Aunque... —continuó Yami, con una pequeña sonrisa ladeada—. "Negro por negro es más negro"... Suena como la lógica de alguien que todavía no tiene muy claro lo de los exponentes.
—¿Qué tiene de malo? —protesté, sintiendo el calor subir a mis mejillas.
—Nada, en realidad, es algo curioso. De hecho, no estás tan lejos —admitió, encogiéndose de hombros—. Cuando multiplicas un número por sí mismo, se eleva al cuadrado. Si fuera algo como x⋅x=x2x \cdot x = x^2, lo que haces es aumentar la intensidad. Así que negro por negro... podría ser más negro en ese sentido.
Mi mente trabajaba lentamente para desentrañar lo que había dicho, pero no pude evitar sentir una leve satisfacción. Tal vez mi lógica no era perfecta, pero algo estaba entendiendo.
—¿Sabes qué? —dije, apuntándolo con el pincel—. Tal vez mi lógica no sea como la de un genio matemático, pero al menos consigo pintar algo interesante mientras intento entender.
—Eso sí te lo reconozco —admitió Yami, riendo—. No cualquiera mezcla ecuaciones con arte y lo hace funcionar... a su manera.
Levanté una ceja, medio indignado, pero terminé riendo también. Al menos estaba aprendiendo algo, aunque fuera un poco caótico.
Yami se acercó y señaló el lienzo con un gesto casual.
—Oye... te falta algo.
—¿Qué cosa? —pregunté, frunciendo el ceño mientras seguía su mirada.
—Tu firma —respondió con esa sonrisa despreocupada que siempre lograba desarmarme.
Lo miré, algo sorprendido por su comentario. La idea de firmar el cuadro no se me había pasado por la cabeza, sobre todo porque no lo había pintado pensando en mostrarlo a nadie.
—Es cierto... —murmuré, tomando el pincel con más cuidado, sumergiéndolo en un tono oscuro antes de acercarlo a la esquina inferior del lienzo.
Mientras trazaba ese pequeño triángulo, ddos líneas horizontales que lo cruzaban, sentí una extraña mezcla de orgullo y vulnerabilidad. No era solo un cuadro, no para mí. Había algo más en cada pincelada, en cada color, en cada cálculo que había intentado plasmar.
Cuando terminé, me aparté un poco para observar el resultado.
—Listo —dije en voz baja, mirando mi firma como si con eso le hubiera dado un significado completo al cuadro.
Yami asintió, satisfecho, y cruzó los brazos mientras observaba la pintura de nuevo.
—Ahora sí. Un verdadero artista nunca deja su trabajo sin terminar.
El aroma del café recién comprado llenaba el callejón, mezclándose con el tenue olor de pintura y cemento. Le di otro sorbo a la bebida mientras me recargaba en la pared, buscando que el calor del vaso de cartón compensara un poco el cansancio que todavía me pesaba. Aunque habíamos desayunado antes de salir, sentía que necesitaba cafeína para mantener los ojos abiertos.
Me quité el gorro de mi sudadera morada, dejando que el aire fresco tocara mi cabello desordenado. La sudadera era idéntica a la de Yami, con la única diferencia de que la suya era roja. Cerré los ojos un momento, dejando que el mundo se detuviera, aunque fuera solo por un instante.
—Te lo dije —escuché la voz de Yami resonar desde la pared de enfrente. Abrí los ojos justo a tiempo para verlo con un pincel en la mano, trazando algo en la superficie rugosa—. Fue una mala idea venir al callejón hoy si tenías sueño.
Resoplé, dándole un último sorbo al café antes de responder.
—La culpa es tuya —repliqué, señalándolo con un dedo acusador—. Eres el que decidió despertarme tan temprano con tus "geniales" ideas.
Una sonrisa traviesa apareció en su rostro, y aunque intenté mantenerme serio, mi mente fue inevitablemente al recuerdo de esta mañana.
—Admite que fue divertido —soltó Yami, agitando el pincel en mi dirección.
—¿Qué tiene de divertido que me despertaras diciendo que era tarde para la escuela? —protesté, frunciendo el ceño mientras mis mejillas se encendían.
Él dejó escapar una carcajada que resonó en las paredes del callejón, despreocupada y contagiosa.
—La cara que pusiste —respondió, con los ojos brillantes de diversión—. Fue oro puro.
—Tienes un pésimo sentido del humor —gruñí, cruzándome de brazos, aunque un amago de sonrisa se formó en mis labios.
—Como sea —dijo Yami, encogiéndose de hombros mientras aplicaba más pintura en la pared—. Pero cuando empieces a marearte, nos vamos. No quiero tener arrastrarte hasta tu casa.
Lo escuché, pero mi mente seguía perdida en otra cosa. Tomé el aerosol a mi lado y lo agité, sintiendo el familiar clic del gas presurizado al girarlo. Sin pensarlo mucho, rocié un poco en el aire, inhalando con fuerza, buscando el golpe de energía que solo un poco de aire fresco y un toque de pintura podían darme.
Mi cuello se giró ligeramente, fijando la vista en la pintura que ocupaba gran parte de la pared donde me recargaba. Mi trabajo.
Aún faltaba mucho para terminarla. Era obvio. Sin embargo, algo en mí me decía que estaba retrasando el avance a propósito. No podía evitarlo. Cada trazo que daba parecía tan imperfecto, tan incompleto, y aunque en el fondo sabía que esa no era la razón principal, algo me detenía de darle el toque final.
Era como si no me atreviera a terminarla, no cuando sabía que Yami estaría allí, observando cada línea, cada detalle. La idea de que él pudiera ver lo que había creado me desconcertaba. No era el arte lo que me preocupaba, sino lo que mis propias manos pudieran revelar sin querer. Sin que pudiera controlar lo que se mostraba detrás de esos colores.
Me quedé mirando la pintura, observando cómo cada capa que aplicaba me mantenía aún más alejado del final. Al menos, me daba algo en qué pensar mientras el tiempo pasaba, en silencio, con solo el sonido del aerosol y la pintura de fondo.
Me levanté lentamente del suelo, con el café en mano, sintiendo que el calor del vaso me despertaba un poco más. Caminé hacia la pared de enfrente, tomando en cuenta cada paso, sin dejar de observar a Yami que estaba completamente concentrado en su pintura.
Al acercarme, me detuve un momento cuando mis ojos cayeron sobre lo que estaba creando. Un cielo estrellado adornaba una sección de la pared, sus pinceladas brillaban con una intensidad que casi parecía cobrar vida. No era lo que esperaba de Yami, no después de cómo había sido su enfoque hasta ahora. Cada estrella, cada constelación que formaba, parecía tener su propio brillo, su propio espacio en ese vasto lienzo.
Cada trozo de su arte parecía ser un universo aparte. Había algo de cada uno de los elementos que lo conformaban, algo que los unía sin necesidad de seguir un solo camino. Era como si cada pieza fuera una historia que se conectaba con la siguiente, pero sin la necesidad de ser entendida por completo de inmediato.
Mientras yo me concentraba en una sola obra, ocupando casi toda la mitad de la pared, Yami había tomado un enfoque completamente diferente. Su estilo era... fragmentado, pero intrigante. Pequeñas pinturas adornaban toda la pared, cada una con un tema distinto, una técnica distinta, un estilo único. Era como si hubiera comenzado un collage visual, una mezcla caótica de ideas, pero que de alguna manera funcionaba a la perfección.
Me quedé allí, observando esa fusión de estilos, comparándola con lo que estaba creando. Yo, que me esforzaba por construir algo completo, por dar forma a una sola obra, no podía evitar sentir una pequeña envidia ante la forma en que Yami lograba capturar tanta diversidad en un solo lugar, en un solo lienzo.
—Vaya... —musité, sin darme cuenta, mientras me acercaba un poco más al cielo estrellado—. Eso me recuerda... a tus cartas.
Yami detuvo su pincel por un momento, sus ojos siguiendo el movimiento de mis dedos que señalaban la pintura, como si estuviera procesando lo que había dicho. Su mirada pasó brevemente de su trabajo a mí, antes de responder.
—Sí... —dijo, con una leve sonrisa en los labios—. Las cartas me dieron inspiración. El hecho que todas giren en torno al cosmos...
Lo miré en silencio por un momento, con una ceja levantada. Entonces, me recargué contra la pared, dándole otro sorbo a mi café, y observé el mural mientras pensaba en cómo continuar la conversación.
—Es raro que alguien te inspire para pintar... —comenté, con un toque de curiosidad en la voz—. Si sigues con esa dedicación... ¿de verdad estás tan decidido en conocer a esa joven?
Yami no respondió de inmediato, como si estuviera sopesando mis palabras. La pregunta había sido un toque ligero, algo que había lanzado sin pensarlo demasiado. Pero, al verlo de reojo, su expresión cambió levemente. Había algo en su mirada que no pude descifrar de inmediato, como si la idea de esa joven le tocara una fibra más profunda.
—Lo suficiente como para seguir la pista... —respondió finalmente, casi en tono casual, pero había algo en su voz que parecía indicar que no estaba tan tranquilo como pretendía.
Me quedé en silencio por un momento, observando el mural. Luego, de forma casual, aunque con una ligera duda en la voz, hice la pregunta.
—¿Y qué tal si ella no quiere ser descubierta?
Yami suspiró, su expresión tomando un matiz de cansancio, como si ya hubiera escuchado esa misma pregunta demasiadas veces.
—¿Otra vez? —respondió con una ligera sonrisa, pero no parecía realmente divertido. Más bien, parecía que ya se estaba acostumbrando a mis constantes dudas sobre el tema.
Me apresuré a hablar, viendo que había tocado una tecla sensible.
—No, pero, ¿y si no quiere que la conozcas? —pregunté rápidamente, casi sin pensarlo. Mi tono era más cauteloso, y me sentí un poco tonto por no haberlo considerado antes. —Después de todo... por algo te deja las cartas en tu casillero de forma anónima, en lugar de dártelas personalmente, ¿no?
Yami se quedó en silencio por un instante, como si estuviera considerando mis palabras. Pero luego, sin perder su aire de seguridad, se encogió de hombros y volvió a mirar su mural.
—No lo sé... Tal vez. Pero eso no me detendrá. —dijo, con una determinación que era difícil de ignorar.
Me quedé allí, con el vaso de café entre las manos, la mirada fija en el mural mientras una nueva pregunta surgía en mi mente. Esta vez traté de disimular la inseguridad que empezaba a crecer dentro de mí, pero mi voz traicionó ese esfuerzo.
—¿Y si es ella la que se detiene? —pregunté, casi en un susurro, sin querer parecer demasiado inseguro. Pero algo en mi tono quizás reveló lo que realmente pensaba.
Yami no respondió de inmediato. Sus dedos siguieron trabajando sobre la pintura, pero su mirada se desvió hacia mí por un instante, con una intensidad que no pude ignorar. Luego, sin apartar la vista de su obra, habló con una tranquilidad que no hacía más que añadirle peso a sus palabras.
—Si ella se detiene... entonces será mi turno. —La firmeza en su voz era como una corriente de aire helado, decidida, sin titubeos—. No puedo esperar a que lo haga todo ella. Si no da el siguiente paso, lo daré yo. Porque cuando alguien se rinde, es cuando el otro tiene que actuar. Y no voy a quedarme atrás, esperando.
Había algo en su tono que no solo hablaba de acción, sino también de la certeza de que él no se detendría, no importaba qué. Como si la vida misma lo empujara a avanzar, sin importar los miedos o las dudas.
Me quedé allí, callado por un instante, con el café a medio terminar entre mis manos. Lo miré, pero mi mente estaba ocupada en algo completamente distinto. Esa decisión, esa necesidad de ir hacia adelante sin dudar, sin esperar...
¿Qué pasaría si yo también tomara el paso primero? Si, al igual que él, me atreviera a actuar sin esperar más, sin detenerme ante lo incierto.
Una pequeña chispa de duda se encendió en mí. ¿Qué pasaría si me atreviera a dar el siguiente paso? ¿Y si, al igual que Yami, no debía esperar a que ella lo hiciera primero?
La idea de ser el primero... de dar ese paso sin importar lo que sucediera, era aterradora, pero también emocionante. Y por un momento, me encontré preguntándome si, quizás, el momento de actuar ya había llegado.
El sonido del reloj marcaba el paso lento del tiempo, y yo estaba allí, como siempre, sentado en mi lugar en el salón. La luz suave de la mañana se filtraba a través de la ventana, bañando el aula en tonos cálidos mientras esperaba, con los dedos entrelazados y la mirada fija en la puerta. Había algo diferente en el aire ese día. Algo que me decía que hoy, finalmente, las cosas iban a cambiar.
El sonido de la puerta abriéndose me hizo levantar la vista. Yami entró en el salón, sus pasos pesados como siempre, pero había algo en su postura, una ligera inclinación en su hombro que no podía ignorar. Se acercó a su asiento, sin su usual chispa en la mirada, casi como si hubiera perdido algo.
Dejándose caer en su lugar, soltó un suspiro profundo, casi desilusionado. Mi corazón dio un pequeño vuelco. Algo no iba bien.
—¿Qué te pasa? —pregunté, tratando de no sonar tan preocupado, pero la curiosidad y la preocupación eran más fuertes que mi intento de disimular.
Yami no levantó la cabeza de la mesa, y por un momento, todo el salón pareció quedar en silencio, como si el aire mismo estuviera conteniendo la respiración. Finalmente, levantó la mirada, y sus ojos, normalmente tan seguros, parecían perdidos.
—No hay carta —dijo en voz baja, como si esas palabras estuvieran demasiado pesadas para él.
La respuesta me golpeó de lleno. Una carta... de su admiradora secreta. Era la primera vez en tres meses que no la encontraba.
Me quedé en silencio por un momento, observando la expresión de Yami. No pude evitar notar la forma en que sus hombros se hundían, como si el peso de la falta de esa carta fuera más grande de lo que había imaginado. Su mirada, que siempre era tan segura, ahora se veía perdida, como si algo le hubiera faltado en su día.
—Tal vez... —dije, intentando sonar más tranquilo de lo que me sentía—. Tal vez la chica se resfrió o algo así, y no pudo venir hoy. O quizá... tal vez no pudo encontrar el momento para dejarla. No todo tiene que ser tan grave, ¿no?
Me sentía un poco tonto al decirlo. Pero, aunque no lo decía en voz alta, me esforzaba por sonar optimista, por no dejar que el ambiente se volviera aún más denso de lo que ya estaba.
Yami no decía nada, y eso me inquietaba más. Miraba al frente, sus ojos fijos en el vacío, como si las palabras no le llegaran. Yo quería decir algo más, ofrecerle más consuelo, pero no sabía exactamente qué.
—Tal vez sólo fue un mal día —murmuré, como si las palabras pudieran ayudar. Pero al instante me di cuenta de que no había convicción en mi tono. El simple hecho de no saber qué le pasaba me dejaba inquieto, y sentí que, por más que lo intentara, no podía hacer que se sintiera mejor.
Lo observé, y por primera vez desde que lo conocía, vi algo que no había visto antes. No era solo su decepción. Era la frustración de no poder avanzar, de no saber si lo que sentía tenía alguna respuesta. Quizá ya no importaba tanto la carta, o tal vez era mucho más que eso.
En un rincón de mi mente, algo se agitaba. ¿Y si la chica se detuvo para siempre? ¿Y si ella también estaba esperando algo más, algo que ninguno de los dos entendía aún?
—Mañana quizás sí haya carta —dije, intentando que mi voz sonara más firme, aunque por dentro no estaba seguro de nada.
Yami me miró por un segundo, como si quisiera creerlo, pero no dijo nada. Antes de que el silencio pudiera volverse incómodo, el timbre de la escuela sonó, marcando el inicio de las clases y, con ello, el final de nuestra conversación.
A partir de ese día, los minutos parecían alargarse más de lo normal. Las mañanas comenzaban igual: Yami llegaba al salón habiendo revisado previamente su casillero en el pasillo con la misma esperanza cada vez, y yo, sentado en mi lugar, trataba de mantener una expresión neutral mientras lo esperaba. Sin embargo, su expresión se iba apagando con cada día que pasaba.
El martes tampoco hubo carta. Yami no dijo nada al respecto, pero su andar parecía más pesado. El miércoles lo encontré frente a su casillero, mirándolo fijamente, como si esperara que la carta apareciera por arte de magia. El jueves, simplemente dejó de buscar, aunque no podía ocultar su decepción.
Yo tampoco decía nada. Cada día me sentía más culpable, más atrapado en mi propio silencio. Quería hacer algo, romper la tensión que crecía entre nosotros, pero no sabía cómo.
Finalmente, llegó el viernes. Una semana completa había pasado, y las cartas seguían sin aparecer. Era extraño cómo un pequeño detalle podía cambiar tanto las cosas. Yami ya no mencionaba nada, pero yo sabía que el vacío estaba ahí, como una sombra entre nosotros. No importaba cuánto lo intentara, no podía ignorar el peso que aquello había traído consigo.
Mientras lo miraba desde mi lugar, sentado en su escritorio, con los codos apoyados en la mesa y la mirada fija en el libro que tenía frente a él, no podía evitar preguntarme cuánto tiempo más podía durar así. ¿Cuánto tiempo más podía durar yo sin hacer nada?
—¿Hoy irás al callejón conmigo? —pregunté, con cuidado, intentando sonar casual. Ya hacía más o menos una semana que Yami no me acompañaba, y aunque entendía sus razones, no podía evitar extrañarlo.
Desde que las cartas dejaron de aparecer, Yami había puesto toda su energía en buscar a la chica que las escribía. Lo hacía en cada descanso, en cada oportunidad que tenía. Observaba con discreción las notas de nuestras compañeras de salón, buscando alguna coincidencia en la caligrafía. A veces, incluso se atrevía a preguntar directamente, mostrando fragmentos de las cartas y preguntando si conocían a alguien que escribiera así.
Cuando podía, iba a la biblioteca a revisar el anuario de la escuela, pasando página tras página, buscando algo, cualquier detalle, en las firmas de los alumnos. Me sorprendía su determinación. No importaba lo imposible que pareciera, él seguía intentando.
Yo lo había acompañado y ayudado cuanto podía, aunque en el fondo sabía que no tenía caso. Cada vez que lo veía mirar una firma con esperanza o salir del salón con la excusa de "buscar algo", sentía un nudo en el estómago. ¿Qué iba a pasar si un día lograba encontrarla?
Al final del día, cuando la búsqueda no daba frutos, Yami solía ir a las canchas de la escuela. El básquetbol era su refugio. Además de la pintura, era su hobby favorito. Sabía que, si se lo tomara más en serio, podría ser capitán del equipo sin problemas, pero para él siempre había sido algo secundario.
Los primeros dos días lo acompañé. Me quedaba en las gradas, viendo cómo lanzaba una y otra vez, perfeccionando su técnica. Pero al tercer día, él mismo me dijo que no era necesario que lo esperara. Su tono era amable, pero su sugerencia se sintió más como una petición. Quería estar solo.
Desde entonces, había ido al callejón sin él. Pintar sin su compañía se sentía... vacío. Pero no podía obligarlo a estar allí conmigo.
Yami levantó la mirada de su cuaderno al escuchar mi pregunta. Su expresión era una mezcla de cansancio y algo más difícil de identificar.
—No creo. Todavía tengo cosas que hacer aquí —respondió, sin entrar en detalles.
Yo asentí, tratando de no mostrar mi decepción.
—Está bien. —dije, esforzándome por mantener una sonrisa mientras organizaba mis cosas.
El sonido de los pasos del profesor al frente del salón llamó mi atención.
—Antes de retirarse, daré los resultados del examen del lunes. Pasen por su examen al escritorio cuando escuchen su apellido y podrán irse —anunció, ajustándose las gafas.
Suspiré, notando cómo algunos de mis compañeros murmuraban ansiosos. Era la última clase del día, y el ambiente en el salón ya estaba lleno de ese aire de viernes por la tarde. El profesor comenzó a llamarnos, en orden alfabético.
Sabía que mi turno llegaría antes que el de Yami. Aproveché el momento para terminar de recoger mis cosas y, con un gesto rápido, me volví hacia él.
—Te veo en la noche, ¿no? —intenté que sonara como una afirmación, pero salió más como una pregunta. No podía evitarlo. Era difícil no sentir esa pequeña duda, incluso en algo tan rutinario como esto.
La noche de los viernes siempre había tenido su propia tradición. Yami llegaba a mi casa sin avisar, trepando por la ventana de mi cuarto, una costumbre que en más de una ocasión había hecho que mi madre se llevara un susto terrible al pensar que alguien intentaba entrar a robar. Pero esta vez... no estaba seguro.
Finalmente, escuché al profesor decir "Mutou". Justo cuando me levanté para recoger mi examen, la voz de Yami me detuvo.
—No creo que vaya esta noche —dijo, mirándome con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Te veo el lunes.
Lo miré de reojo, sintiendo un nudo en el estómago. Con eso había dado a entender incluso, que este fin de semana tampoco iría conmigo al callejón que ya empezaba a sentirse solitario.
—Está bien. Entonces... el lunes —respondí, tratando de sonar casual, pero sin poder mirarlo directamente.
Con mi mochila al hombro, me acerqué al escritorio del profesor, tomé mi examen y salí del salón sin volver la vista atrás. Afuera, el aire fresco del pasillo me golpeó, pero no logró disipar la sensación de vacío que crecía en mi pecho. Algo había cambiado, y aunque no podía ponerlo en palabras, lo sentía con claridad.
Estaba recostado en mi cama, mirando el techo, con un lápiz entre los dientes y la libreta de dibujo descansando sobre mi estómago. Sentía como si el tiempo avanzara más lento de lo normal, cada segundo cargado de un silencio que se volvía insoportable.
Por un momento, deseé que algún profesor hubiera dejado tarea para el fin de semana, incluso de álgebra. Cualquier cosa para mantener mi mente ocupada, para distraerme de ese vacío que se había instalado desde que salí de la escuela.
Giré la cabeza hacia la pared de mi derecha. Ahí estaba mi examen de cálculo, pegado con cinta como si fuera una obra de arte más. La calificación no era sobresaliente, un 78, pero para mí era casi como un premio. Había mejorado casi veinte puntos, mucho más de lo que alguna vez creí posible.
Sonreí apenas al recordar la semana pasada, cuando Yami insistió tanto en que estudiáramos juntos. Su forma de explicarme álgebra había sido tan única, usando pintura como si los números fueran colores y los problemas lienzos por resolver. No era la primera vez que encontraba formas creativas de enseñarme cosas que yo daba por perdidas.
Mis ojos se desviaron hacia el otro extremo de la habitación. Allí, apoyado en la pared, descansaba un lienzo de óleo que había pintado ese mismo día. La figura de Yami en el marco de mi ventana, iluminado por la luz de la mañana, era el protagonista. Cada trazo de color, cada sombra, había sido hecho con cuidado, como si al pintar pudiera guardar un pedazo de ese recuerdo en el lienzo.
Me pregunté si él sabía cuánta inspiración me daba, cuántas cosas en mi vida llevaban su marca de una manera u otra. Suspiré, sintiendo el lápiz moverse entre mis dientes, y volví a mirar al techo. Era difícil no pensar en todo lo que había pasado esta semana... y en lo que no había pasado.
Volví a bajar la mirada a la libreta en mi estómago y tomé el lápiz con delicadeza, dejando que la punta del grafito recorriera el papel. Había estado practicando anatomía humana desde aquella clase, más por gusto que por necesidad. Podía permitirme ser un poco engreído al admitir que no la necesitaba tanto, pero la práctica siempre era buena.
El dibujo frente a mí era un claro ejemplo de ello: un joven jugando basket, en pleno salto, con la pelota en sus manos. Las líneas eran precisas, los músculos definidos con sombreado, cada pliegue de la ropa capturaba el movimiento del aire. Lo había comenzado hace días, al ver a Yami en las canchas. Ahora solo estaba dando los últimos toques, perfeccionando detalles. Incluso en monocromático, él se veía perfecto.
Mi mano se detuvo por un instante, el lápiz suspendido en el aire. ¿Qué estoy haciendo? pensé, mirando la figura en el papel.
Era solo un dibujo, un ejercicio más de los muchos que había hecho, pero sabía que no era tan simple. Mi corazón siempre se aceleraba un poco más cuando lo dibujaba, como si cada línea trazada no fuera solo una práctica, sino un intento desesperado de capturar algo que nunca podría decir en voz alta.
Yami.
No era la primera vez que lo miraba con otros ojos, pero aún me asustaba reconocerlo, incluso en mi propia mente. Era mi amigo, alguien que había estado conmigo en tantas cosas, alguien que siempre había estado allí cuando lo necesitaba. Pero... no era solo eso. No para mí.
Me quedé observando el dibujo, viendo su forma tomar vida bajo las sombras del grafito. Cada línea era precisa, cada sombra, un intento casi obsesivo de capturar lo que veía en las canchas. Pero mientras repasaba los últimos detalles, no podía ignorar el peso que arrastraba conmigo. Las cartas.
Había comenzado como un impulso, algo para desahogar lo que no podía decir en voz alta. Una manera de expresar lo que sentía sin exponerme. Al principio, ni siquiera pensé que él las leería, mucho menos que se convertirían en algo que buscara con tanto fervor. Y ahora, después de una semana sin escribirle, la culpa comenzaba a carcomerme.
¿Por qué lo hago? me pregunté, presionando el lápiz un poco más de lo necesario. ¿Por qué sigo escondiéndome detrás de esas palabras? ¿Por qué no puedo simplemente dejar que la chica le siga escribiendo?
Me detuve un momento, dejando que esa idea flotara en mi mente. La chica. Así lo había imaginado siempre. Lo que él esperaba. Alguien que pudiera aparecer un día con una sonrisa tímida y decirle que era ella, la autora de cada palabra que tanto lo conmovía. Pero...
¿Y si no es lo que espera?
El pensamiento me golpeó con una intensidad que no esperaba. Si alguna vez él descubría quién estaba detrás de las cartas, ¿podría aceptar la verdad? ¿Y si es únicamente una chica lo que espera?
Me estremecí ante la idea, apartando la mirada del dibujo como si pudiera escapar de mis propios pensamientos. Era una verdad que no quería enfrentar, pero que sabía que estaba ahí, acechando en cada trazo del grafito, en cada palabra que escribía y que firmaba como si fuera otra persona.
Dejé el lápiz a un lado y cerré la libreta de golpe, recostándome por completo en la cama. El techo volvió a ser mi único refugio, pero incluso ahí, su rostro seguía apareciendo. Cada expresión, cada sonrisa, cada mirada que me hacía sentir cosas que no podía explicar del todo.
¿Qué voy a hacer contigo? pensé, dejando escapar un suspiro. ¿Y qué voy a hacer conmigo, cuando todo esto salga a la luz?
Cerré los ojos por un momento, intentando borrar esas preguntas de mi mente, pero sabía que no podía. Las cartas eran un secreto que no podía sostener para siempre. Algún día, todo terminaría. Y cuando eso pase... ¿podré soportarlo?
Mi celular vibró y sonó de repente, rompiendo el silencio de la habitación. La luz de la pantalla iluminó tenuemente las sombras, proyectando un brillo sobre el techo antes de apagarse otra vez.
Con un suspiro, me levanté de la cama y caminé hacia el escritorio, donde el teléfono descansaba junto a una pila de libros y papeles. Al desbloquearlo, vi el mensaje. Era de Yami.
"¿Tienes los apuntes de inglés de hoy? Los necesito."
Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro. Claro, típico de él. Aunque era un genio en las matemáticas y podía resolver ecuaciones como si fueran acertijos de niños, el inglés nunca había sido su punto fuerte. En cambio, para mí, las clases de listening y redacción eran casi naturales. Lo curioso era cómo nuestras fortalezas siempre terminaban complementándose.
Cerré el mensaje y me volví hacia mi mochila, donde estaba la libreta de inglés. Al sacarla, la abrí en la última página con apuntes, observando las líneas apretadas y los trazos desordenados de mi escritura. No era nada especial, pero aun así, una sonrisa suave cruzó mi rostro al recordar la clase de hoy.
"Esto debería servirle," pensé, mientras sacaba el celular para tomarle una foto a la página. Acomodé la libreta para que la luz fuera suficiente y, tras revisar que todo fuera legible, envié la imagen.
Luego de unos segundos, la respuesta llegó, justo como lo había anticipado:
"Tu letra es un desastre. ¿Cómo esperas que entienda esto?"
Solté una risa suave, algo que rara vez hacía estando solo. Siempre decía lo mismo, como si no fuera ya una especie de tradición entre nosotros.
Le respondí de inmediato: "Si no entiendes algo, siempre puedes llamarme."
Sabía que no lo haría, porque aunque fingiera que no, siempre terminaba descifrando mis apuntes. La verdad era que no me esforzaba mucho en mejorar mi caligrafía, al menos no para las clases de la escuela. Pero mientras esperaba su siguiente mensaje, no pude evitar mirar de nuevo la libreta, específicamente esa hoja que acababa de fotografiar.
Mi letra, con sus trazos desordenados y ligeramente inclinados, no era algo que me preocupara demasiado... excepto cuando se trataba de... Ahí sí me detenía. Me tomaba mi tiempo para hacer que cada línea fuera legible, que cada palabra estuviera perfectamente formada. Me aseguraba de que no hubiera errores, como si esos pequeños detalles fueran la clave para que él no descubriera quién era la autora.
¿Qué pensaría si viera mi verdadera letra en mis apuntes?
Era una posibilidad que siempre me asustaba. Pero mientras miraba esos trazos caóticos en mis apuntes, me di cuenta de lo irónico que era. Él se quejaba de mi caligrafía todo el tiempo y, sin embargo, adoraba cada palabra escrita por ambos de ésa joven.
Mi celular vibró otra vez.
"Metí tus garabatos al traductor. Creo que lo entiendo ahora. Gracias Yug."
Sonreí, dejando la libreta a un lado para responder: "De nada, genio."
Sabía que la conversación terminaría ahí. Siempre lo hacía cuando hablábamos de cosas triviales como los apuntes. Y sin embargo, me quedé con el celular en la mano, mirándolo, como si esperara que me escribiera algo más. Algo que me diera una excusa para seguir hablando con él.
No llegó nada. Apagué la pantalla y dejé el teléfono sobre el escritorio, suspirando. Me incliné hacia atrás en la silla, dejando que mis pensamientos vagaran nuevamente.
¿Por qué me estoy complicando tanto? pensé. Tal vez esa chica debería escribirle otra. Solo una. No para empezar de nuevo, sino para despedirse...
Pero incluso mientras consideraba esa idea, algo en mi interior se resistía. ¿Y si esa última carta solo complicaba las cosas aún más? ¿Y si, en lugar de ayudarlo a seguir adelante, lo ataba aún más a ella?
La pantalla de mi celular volvió a iluminarse con otra notificación. Por un segundo, mi corazón dio un vuelco. Pero cuando miré, solo era una actualización de alguna aplicación. Dejé escapar un suspiro y volví a mirar el techo, perdido entre mis dudas.
El sol del mediodía iluminaba la galería con un cálido resplandor que atravesaba los grandes ventanales. Al entrar, el familiar sonido de la campanilla en la puerta me recibió, acompañado casi al instante por la voz grave y amable del señor Kobayashi.
—¡Pero mira quién se dejó ver! —dijo con una sonrisa amplia mientras salía de detrás del mostrador.
No pude evitar reír. Su calidez siempre era contagiosa.
—He estado ocupado, ya sabe cómo es esto de ser estudiante.
—Eso siempre dices. —Sacudió la cabeza como quien reprende a un hijo travieso, aunque en su tono no había más que cariño. Luego entrecerró los ojos, como si notara algo inusual—. Pero oye, ¿dónde está tu sombra? Es raro verte sin Yami.
Sentí un leve calor en las mejillas, pero intenté que mi expresión no cambiara demasiado.
—Está ocupado con otras cosas —respondí con una ligera risa, restándole importancia.
El señor Kobayashi asintió, aunque por un instante pareció observarme con esa mirada que tenía para leer entre líneas.
—Bueno, dile que también tiene que dejarse ver alguna vez. Ese chico tiene una energía interesante, aunque no lo admita.
—Se lo diré. —Le devolví la sonrisa, aunque mi mente seguía procesando sus palabras.
Luego señaló hacia el fondo de la galería, rompiendo el hilo de mis pensamientos.
—¿Vienes por la escalera otra vez?
—Sí, si me la puede prestar de nuevo, por favor.
El señor Kobayashi rió, cruzándose de brazos.
—Sabes que no tienes que preguntar, muchacho. Está en la bodega, como siempre. Incluso si no estoy aquí, puedes llegar como si nada y tomarla.
Me rasqué la nuca, algo apenado.
—No podría hacer eso, no sería correcto.
Él solo sonrió con un gesto que decía "tú siempre tan correcto". Luego, mientras comenzaba a caminar hacia la bodega, algo en una de las paredes capturó mi atención. Una pieza nueva colgaba de la blanca pared, destacando entre el resto de las obras.
Era grande, con colores vibrantes que parecían estallar sobre el fondo. Podías distinguir edificios hechos con recortes de papel periódico, salpicados con aerosol que simulaba la luz del amanecer sobre la ciudad. Pequeños detalles, como figuras humanas hechas con trozos de tela, añadían una textura única.
—¿Esa es nueva? —pregunté, acercándome para observarla mejor.
—Sí —respondió el señor Kobayashi, girándose para mirarla conmigo—. Es parte de la exposición de este mes. Estamos explorando arte callejero, y esta pieza llegó hace poco.
—Es increíble —murmuré, inclinándome para observar más de cerca los detalles—. La manera en que usa los recortes para formar los edificios, y cómo el aerosol crea esa sensación de profundidad... Es muy expresiva. Tiene una composición bien equilibrada, pero al mismo tiempo es caótica, como una ciudad de verdad.
El señor Kobayashi me observó con una sonrisa, como solía hacerlo cuando me veía analizar una obra.
—Siempre he dicho que tienes buen ojo para esto, Yugi.
—Solo me gusta observar —respondí, encogiéndome de hombros.
—Te gusta más que eso —replicó con un tono divertido—. Y lo sabes. Entonces, ¿por fin te animarás a traer tus trabajos? Esta galería sigue esperando una colección tuya.
Su comentario me arrancó una sonrisa. No era la primera vez que me lo decía, pero cada vez me dejaba igual de incómodo y halagado.
—No creo que mis trabajos estén al nivel de una exposición —respondí, esquivando un poco la mirada.
—Tonterías —dijo él, haciendo un ademán con la mano como si ahuyentara esa idea—. Tienes talento, Yugi. Lo sabes tú, lo sé yo. Incluso algunos de los artistas que han expuesto aquí lo saben.
Bajé la mirada hacia la obra frente a mí, permitiendo que sus colores y texturas llenaran mis pensamientos. Pero las palabras del señor Kobayashi seguían resonando, mezclándose con las dudas que siempre me acechaban.
—No sé... —murmuré, más para mí que para él—. Creo que mis trabajos no son como los que usualmente exhiben aquí.
El señor Kobayashi soltó una risa corta, sacudiendo la cabeza.
—Yugi, ¿te has olvidado de lo que hacemos aquí? Esta galería no es solo para artistas que ya son conocidos en redes o en otros medios. —Señaló la obra que estaba admirando—. ¿Ves esa pieza? Es de un chico de tu edad que nunca había mostrado nada antes. Llegó aquí con su carpeta bajo el brazo y mucho miedo en el rostro, pero míralo ahora: su trabajo está colgado en estas paredes.
Parpadeé, sorprendido.
—¿De verdad?
—Así es. Aquí damos espacio a quienes buscan su oportunidad, a jóvenes que quieren darse a conocer y no saben por dónde empezar. Como tú.
Sus palabras encendieron algo en mí, una mezcla de esperanza y nerviosismo. ¿Era posible? ¿Podía imaginarme dejando algo mío aquí, entre estas paredes?
Miré la obra otra vez, dejando que sus colores vibrantes y su textura única me distrajeran de la conversación, aunque no del todo.
—Lo pensaré —dije finalmente, sabiendo que esa respuesta era más un reflejo de mi indecisión que una promesa real.
El señor Kobayashi rió suavemente, dándome una palmada en el hombro antes de encaminarme hacia la bodega.
—Lo esperaré sentado, entonces. Pero no demasiado, ¿eh?
Con una sonrisa tímida y un leve asentimiento, me dirigí hacia la bodega en busca de la escalera que solía usar para pintar las partes altas de mis obras en las paredes.
El lugar tenía ese aire nostálgico y polvoso que siempre lo caracterizaba. Entre cuadros cubiertos con sábanas blancas y repisas llenas de materiales de arte acumulados con los años, la bodega era casi un pequeño santuario para quienes amaban la creatividad. Mis pasos resonaron suavemente sobre el suelo de madera mientras mis ojos recorrían el espacio familiar.
Ahí estaba, apoyada contra la pared del fondo: la escalera que tantas veces me había ayudado. La cargué con cuidado, sintiendo el peso familiar, y me dirigí hacia la salida. Antes de cruzar la puerta para irme al callejón de siempre, escuché la voz del señor Kobayashi llamándome desde el mostrador.
—¡Yugi! —dijo, con esa energía que parecía no agotarse nunca—. Piénsalo en serio, ¿sí? Una colección tuya sería un gran aporte para esta galería.
Giré un poco la cabeza, lo suficiente para devolverle una sonrisa pequeña pero sincera.
—Lo pensaré, señor Kobayashi.
—Eso espero, chico. Ansío tener tu creatividad colgando de las paredes. —Su risa resonó mientras yo salía con la escalera en brazos.
El sol me golpeó con fuerza al cruzar la puerta, y en el aire cálido del mediodía, me dirigí al callejón donde siempre me encontraba con mis pensamientos... y con algo más que eso.
El callejón estaba tranquilo, bañado por la luz del mediodía que se filtraba entre los edificios altos que rodeaban esa bodega. A pesar del bullicio distante de la ciudad, aquel rincón parecía vivir en un mundo propio, un refugio apartado de todo. Apoyé la escalera contra la pared que me recibía desde hace meses, donde la pintura incompleta se alzaba como un recordatorio constante de lo que aún no había terminado.
De alguna manera, hoy sentía que debía hacerlo. No podía seguir posponiéndolo. Tres meses de excusas, de ideas abandonadas, de dudas. Había llegado el momento de terminar ese mural, esa silueta abstracta envuelta en un remolino de estrellas y colores vivos.
El fondo ya estaba prácticamente terminado, un caos hermoso de pinceladas rápidas, aerosoles cuidadosamente manipulados y texturas que parecían bailar bajo la luz. Pero la silueta, la pieza central de toda la obra, seguía incompleta. Su forma apenas insinuada, como un fantasma atrapado en un torbellino de color.
Me quité la mochila y saqué mis herramientas: botes de pintura, pinceles, aerosoles, una botella de agua, y mi cuaderno de bocetos. Me senté por un momento frente al mural, dejándome absorber por su energía, buscando en mi mente la forma de darle vida a esa figura central.
Había evitado trabajar en ella durante tanto tiempo porque sabía lo que representaba. Aunque nunca lo había dicho en voz alta, esa silueta tenía un nombre en mi mente, un nombre que no podía ignorar. El remolino de colores a su alrededor era como mi mundo girando en torno a esa persona, pero su forma seguía siendo un misterio porque, en el fondo, no sabía si alguna vez sería capaz de capturar su esencia.
Suspiré, me levanté y tomé una brocha.
—Es ahora o nunca —murmuré, inclinándome hacia la pared y dejando que la pintura comenzara a fluir.
Cada trazo parecía un acto de valentía, como si al llenar ese vacío en la pared también estuviera enfrentando el vacío en mí. Ajusté la escalera para alcanzar las partes más altas, trabajando en los contornos de la figura. Una curva aquí, una sombra allá, poco a poco la silueta empezó a tomar forma, aunque todavía carecía de un rostro definido.
Quizás no estaba listo para darle un rostro. Pero al menos podía darle un contorno, una presencia, algo que hablara de lo que significaba para mí.
El remolino de estrellas y colores parecía vibrar con nueva vida a medida que las pinceladas daban volumen y movimiento a la figura. Mi mente se perdió en el flujo del trabajo, en el sonido de los pinceles contra la pared y el aroma de la pintura fresca.
Era como si, con cada trazo, estuviera diciéndole algo, incluso si nunca lo sabría.
Trabajé todo el día, dejando que las emociones se descargaran con cada trazo y pincelada. El sol comenzaba a descender, bañando el callejón en tonos cálidos de naranja y rosa. La silueta en el mural estaba casi completa. Los colores del remolino que la rodeaban parecían vibrar con vida propia, como si quisieran contar una historia que solo yo entendía.
Me dejé caer en el suelo, exhausto, quitándome el gorro de mi sudadera mientras tomaba un largo trago de agua. Sentí el aire fresco de la tarde en mi rostro y cerré los ojos por un momento, intentando ordenar mis pensamientos.
El sonido de una notificación en mi celular me hizo abrir los ojos. Lo tomé y vi que era un mensaje de Yami:
"¿Dónde estás? Estoy fuera de tu casa. Abre la ventana."
Parpadeé, sorprendido. ¿Qué hacía ahí? Se suponía que este fin de semana no quería ver a nadie. Rápidamente le respondí:
"No estoy en casa. ¿Qué haces ahí? Creí que nos veríamos hasta el lunes."
No tardó en contestar:
"Decidí distraerme. Necesito a mi amigo para no caer en la locura."
Leí el mensaje con una pequeña sonrisa, pero lo que siguió fue lo que realmente me hizo reír:
"No entiendo inglés."
Eso me recordó que Yami no había terminado el ejercicio de clase. Durante la lección, yo ya lo había completado, así que no tenía tarea, pero él, en cambio, debía entregarlo el lunes. La ironía del momento era deliciosa.
Escribí rápidamente, dejando salir una risa maliciosa:
"Es hora de mi venganza."
Me imaginé su expresión al leerlo, probablemente una mezcla de confusión y ligera irritación, lo que me hizo reír aún más. Pero después, le envié otro mensaje, recordando algo que podría facilitarle las cosas:
"Por cierto, no le puse seguro a la ventana. Puedes abrirla desde fuera."
Su respuesta llegó casi de inmediato:
"¿Y si tu mamá se asusta otra vez pensando que soy un ladrón?"
Rodé los ojos, aún con una sonrisa en los labios, mientras le contestaba:
"Ella no está en casa. Entra y espérame, voy pronto."
Guardé el celular y me levanté, sacudiéndome el polvo de los jeans. La silueta en el mural me observaba, o al menos eso sentía. Sus ojos aún no estaban definidos, ni su cabello, pero incluso en ese estado inacabado, parecía tener una presencia que me desafiaba.
Me quedé un momento más mirando mi obra antes de recoger mis cosas. Era como si al terminarla, no solo estuviera concluyendo un mural, sino también enfrentando una parte de mí mismo. Pero por ahora, mi atención estaba en otro lado. Yami me esperaba, y no podía hacer que él también enfrentara su "locura" solo.
Cuando abrí la puerta de mi habitación, lo primero que vi fue a Yami recostado boca abajo en mi cama, con una mano sosteniendo su cabeza y la otra hojeando una revista de arte que había dejado sobre mi escritorio días atrás. Estaba tan cómodo, como si fuera su propia habitación.
Entré y dejé mis cosas junto a la puerta, soltando un suspiro cansado. El ambiente era tan familiar, tan... nuestro. La luz cálida del sol de la tarde inundaba la habitación a través de la ventana, bañando cada rincón con tonos dorados. Algo en esa atmósfera me hizo sentir, aunque fuera solo por un momento, que todo estaba bien.
Mientras pasaba frente a él, comencé a quitarme la sudadera, que había acumulado el olor del aerosol tras todo el día trabajando en el mural. Sentí su mirada levantarse, siguiéndome con esa atención tranquila que siempre me desconcertaba un poco.
No dijo nada hasta que dejé la sudadera a un lado. Entonces, aspiró de manera exagerada el aire que había quedado en su cercanía y frunció el ceño teatralmente.
—Apestas.
Giré la cabeza para mirarlo, sorprendido, pero luego me di cuenta de que estaba bromeando. Había algo en el tono de su voz y la expresión en su rostro que me confirmó que estaba recuperando su habitual actitud bromista, esa que tanto había extrañado en los últimos días.
No iba a dejar pasar esa oportunidad.
—Oh, ¿de verdad? —dije, fingiendo indignación mientras me acercaba más a la cama—. Pues ahora que lo mencionas...
Antes de que pudiera reaccionar, tomé la sudadera y la sacudí cerca de su cara.
—¡Disfruta de la esencia del arte!
Yami se echó hacia atrás con una carcajada, apartando la revista para bloquear mi intento.
—¡Oye, basta! —protestó, aún riendo—. ¿Qué te pasa? ¡Eso es tóxico!
—¿Tóxico? —respondí, con una sonrisa que no podía ocultar. Me crucé de brazos, inclinándome un poco hacia él—. Lo tóxico es que te metas en mi cama como si nada, revises mis cosas y encima me critiques.
Él me miró con una sonrisa ladeada, esa que siempre tenía una mezcla de desafío y complicidad.
—Solo estaba haciendo un poco de limpieza en tu pésima colección de revistas. —Levantó la que tenía en la mano, agitando las páginas como si fueran pruebas de un crimen.
—Pésima, ¿eh? —Levanté una ceja, arrancándole la revista de las manos con rapidez—. Entonces, ¿por qué estabas tan interesado en hojearla?
—Para inspirarme —respondió con un tono sarcástico, apoyándose ahora sobre ambos codos mientras me miraba con un brillo divertido en los ojos—. Alguien tiene que enseñarte algo de buen gusto.
No pude evitar reírme, dejándome caer en la silla frente a mi escritorio. El ambiente estaba lleno de una energía ligera y familiar, como si nada extraño hubiera pasado esa semana. Era agradable.
—Está bien, maestro del buen gusto —dije, girándome para mirarlo con una sonrisa—. Entonces, ¿qué has aprendido de mi "pésima" colección?
Yami sonrió, pero en lugar de responder de inmediato, se dejó caer completamente sobre la cama, mirando al techo.
—Que el arte no siempre está en las revistas —murmuró con un tono más suave, casi pensativo. Luego me miró de reojo, como si lo hubiera dicho sin querer—. A veces está justo frente a nosotros, aunque no queramos verlo.
Sentí que algo en mi pecho se tensaba al escuchar esas palabras, pero no dije nada. Solo lo miré, guardando esa sensación en algún rincón de mi mente.
Para desviar la conversación, que de alguna manera se había vuelto demasiado personal para mí, opté por centrarme en algo más práctico. Vi cómo Yami se enderezaba un poco, apoyándose en ambos codos mientras me miraba con esa expresión despreocupada que tan bien le conocía.
—Entonces, ¿practicaste el ejercicio de inglés mientras llegaba? —le pregunté, tratando de que mi tono sonara casual.
Yami resopló y se dejó caer completamente sobre la cama, estirándose como si el mundo le pesara.
—No. —Su respuesta fue tan desinteresada que no pude evitar arquear una ceja.
—¿Así es como piensas aprender? —repliqué, cruzándome de brazos y mirándolo con fingida severidad. Sabía que esa actitud suya era una manera de evitar el tema, pero no iba a dejarlo escapar tan fácilmente.
Yami giró la cabeza hacia mí con una sonrisa ladina, apoyando una mano detrás de su cabeza como si estuviera completamente relajado.
—De hecho, ya terminé el ejercicio. Usé el traductor. —Lo dijo con una naturalidad que me dejó atónito por un segundo.
Fruncí el ceño, incrédulo.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —le reclamé, haciendo un gesto de frustración con las manos.
—Porque quiero practicar la pronunciación. —Su tono era casual, pero había un brillo de determinación en sus ojos. Luego, ladeó una sonrisa que conocía demasiado bien—. La profesora dijo que en la próxima clase interpretaríamos una conversación. El ejercicio será oral y, bueno, no quiero quedar en ridículo frente a todos.
—Claro —respondí con escepticismo—. Seguro te preocupa quedar mal frente a la clase.
—Exacto. —Levantó una ceja y su sonrisa se amplió antes de añadir con un tono burlón—. Sobre todo frente a las chicas. No quiero que piensen que no sé hablar.
No pude evitar soltar una carcajada, negando con la cabeza.
—Eres un caso perdido, ¿sabes? —dije, aunque no pude evitar sonreír ante su broma.—Pero bueno, si vamos a practicar... ¿Sobre qué tema quieres empezar? —le pregunté, aunque ya sabía que su respuesta probablemente sería algo que me haría reír.
Yami se acomodó mejor en la cama, pensativo por un momento. Finalmente, soltó un suspiro.
—¿Qué tal... animales en el espacio? —dijo con una sonrisa traviesa, como si su propia idea le pareciera divertidísima.
No pude evitar reír. Esa era definitivamente una de sus ocurrencias más raras.
—¡Eso es ridículo! —respondí entre risas. Luego me enderecé y, tomando una respiración profunda, decidí comenzar yo—. Está bien, te haré un favor. Yo empiezo, ¿de acuerdo?
Levantó la vista y asintió, haciéndome un gesto con la mano como si me estuviera dando permiso para comenzar.
Tomé aire nuevamente, me acomodé y, con algo de concentración, comencé a hablar con una pronunciación clara y fluida, como si la frase ya estuviera naturalmente en mi cabeza.
—So, if we were to talk about animals in space, I would say that it's fascinating how animals like monkeys and dogs were the first to be sent into space. They were sent to study the effects of space travel on living beings.
Yami me observó, sin ocultar su sorpresa.
—Wow, your pronunciation is really good, Yugi —comentó, sus ojos brillando un poco, probablemente impresionado.
Luego, se recostó de nuevo, preparándose para su turno.
Yo lo miré y esperé, y lo vi levantar su dedo, como si se estuviera preparando para algo grande.
—Uh... okay, um... monkeys in space... uh... monkeys go space... —su pronunciación era un poco torpe, pero lo estaba intentando con mucha determinación. Me contuve para no reírme, aunque no pude evitar sonreír de lado.
—Close enough. —Dije en tono de broma, tratando de darle ánimos, pero también sabiendo que debía corregirlo si quería que mejorara.
Yami sonrió y dejó escapar un pequeño suspiro.
—Hey, at least I'm trying! —exclamó, levantando las manos en señal de rendición, antes de agregar con una sonrisa burlona—. You can teach me, teacher.
No pude evitar soltar una pequeña carcajada.
—Alright, Mr. Space Monkey —dije, dándole un golpe suave en el hombro—. Let's keep going, you're doing better than you think.
Mientras seguíamos practicando, mi mente estaba enfocada en corregir su pronunciación, pero no pude evitar notar que Yami a veces se quedaba pensativo, como si algo no encajara del todo.
—Wait, wait... ¿cuál es la diferencia entre "work" y "worked"? —me preguntó, frunciendo el ceño.
—Ah, es sencillo —le respondí, deteniéndome para explicar—. "Work" es el presente, como "yo trabajo". "Worked" es el pasado, como "yo trabajé". O sea, si lo dices en presente, se refiere a algo que haces ahora o habitualmente. Si lo dices en pasado, es algo que ya hiciste, que ya pasó.
—Ah... ya entendí —dijo Yami, pensativo—. Entonces... "I work" es ahora, y "I worked" es... cuando ya lo hice.
—Exacto —le confirmé, dándole una ligera sonrisa.
—Hmm... "I am worked on the project yesterday," —dijo Yami, con una ligera duda en su voz.
Me quedé en silencio por un momento, procesando lo que acababa de decir. El intento era bueno, pero estaba usando mal la estructura.
—No, no es así —respondí, mirando atentamente—. Tienes que usar "I worked on the project yesterday." En este caso, "worked" es el pasado porque ya lo hiciste ayer. "Am" no entra aquí, porque eso es para el presente.
Yami frunció el ceño, claramente frustrado.
—Pero... no lo entiendo. ¿Cómo sé cuándo usar "ing" o "ed"? ¡Es confuso! —dijo, evidentemente molesto, y se pasó una mano por el cabello.
—Te entiendo, es complicado al principio —le respondí, tratando de ser paciente—. El "ing" se usa cuando hablas de algo que está sucediendo ahora, como "I am working." "Ed" es para hablar de algo que ya pasó, como "I worked." Lo que pasa es que, en inglés, no todas las reglas son tan fáciles de aplicar de inmediato.
Yami suspiró, claramente impaciente consigo mismo.
—It's hard.
—Lo sé —le dije, con una sonrisa comprensiva—. Pero lo estás intentando, y eso ya es mucho.
—Ya me aburrí. ¿Podemos hacer otra cosa?
Me reí suavemente. Estaba claro que no todo el proceso de aprendizaje era divertido para él.
—Si quieres. Además, fuiste tú quien me pidió ayuda, así que, al final, tú decides cuándo parar. —Le miré y sonreí—. ¿Qué te gustaría hacer?
Yami pensó por un momento antes de decir:
—Tengo hambre. ¿Podemos ir a la "kitchen"?
No pude evitar soltar una risa. La forma en que dijo "kitchen" en inglés sonaba tan fuera de lugar viniendo de él.
—¡Claro! Vamos a la cocina —le respondí, ya poniéndome de pie mientras él hacia lo mismo.
Mientras bajábamos las escaleras, algo me llamó la atención. Me asomé a través de una pequeña ventana que daba al exterior. Ya se había oscurecido, y la noche comenzaba a envolver la ciudad en su manto. Sentí una ligera brisa al pasar cerca de la ventana.
—¿Te vas a quedar a dormir? —le pregunté a Yami, como era costumbre en estos casos.
Él me miró con una leve sonrisa.
—¿Puedo? —preguntó, como si no estuviera seguro.
—Sabes que sí —le respondí con una sonrisa, aunque mi voz sonó más natural de lo que esperaba.
Yami asintió, pensando en algo, y luego me miró curioso al entrar en la cocina.
—¿Y tu mamá?
—Fue a visitar a mi abuelo —le expliqué mientras abría el refrigerador—. Dijo que se quedaría en su casa esta noche, volverá mañana.
Cerré el refrigerador y saqué lo que necesitaba para preparar unos sándwiches. Yami, al ver los ingredientes, se acomodó en su lugar frente a la barra de la cocina, su mirada fija en lo que estaba sacando.
—Lettuce... tomato... cheese... ham... —comenzó a decir con gracia, pronunciando cada palabra con una exagerada precisión en inglés.
Mientras preparaba los sándwiches, me eché a reír ante la exageración de Yami.
—Bueno, al menos sabes lo básico —bromeé mientras colocaba una capa de jamón.
Yami frunció el ceño, claramente fingiendo indignación.
—¡Soy un experto! —respondió con tono desafiante, como si lo que decía fuera una verdad universal.
Le lancé una mirada burlona mientras seguía preparando la comida.
—Eso no es lo que demostraste hace rato —le dije, sin dejar de sonreír.
Él se recostó un poco más en la barra, con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa.
—Solo estaba siendo modesto —dijo, como si sus palabras fueran una verdad inquebrantable.
Me detuve por un momento, observando su cara con una ligera sonrisa maliciosa en mis labios. Quería decir algo, algo que sentía pero que no quería que él lo entendiera completamente. Sin pensarlo demasiado, me incliné hacia él y, en voz baja, le dije:
—"I long for you to grasp the vastness of what stirs within me, as boundless as the stars that dance across the night sky."
Las palabras salieron con una naturalidad que no me esperaba. Había algo en el tono que, por un segundo, me hizo temer que él pudiera comprenderlo completamente.
Yami no respondió de inmediato. Me quedé quieto, mi corazón dando un pequeño brinco en mi pecho, preguntándome si lo había captado. Pero lo que me sorprendió fue la calma que siguió, el silencio en sus ojos. No dijo nada, y por un instante, me pregunté si él había entendido el verdadero significado detrás de mis palabras.
Sin embargo, me arrepentí casi al instante. Sabía que mis sentimientos podrían ser mucho para él. Sin embargo, de alguna manera, sentí que quizás, en algún rincón de su ser, él podría haberlo intuido.
Finalmente, levantó una ceja y, con la ligera incomodidad que solía mostrar cuando no entendía algo, respondió:
—Ok, lo admito. No te entendí nada además de "stars" y "sky"
Me sentí un alivio momentáneo al escuchar esas palabras, como si mi pequeño secreto estuviera a salvo, escondido detrás de una vaga interpretación. Por un segundo, me sentí agradecido, pero al mismo tiempo, algo de desilusión se coló en mi pecho, como si me diera cuenta de que, tal vez, nunca lo entendería.
A pesar de eso, oculté mi incertidumbre tras una sonrisa rápida y respondí con confianza:
—Oh, solo decía que las estrellas ya pueden verse en el cielo. Es bueno que no te arriesgues a salir y te quedes esta noche. —mentí con una sonrisa despreocupada, como si fuera solo una observación sin mayor importancia.
Era una mentira inocente, pero sentí que era lo más sencillo, lo más seguro. No podía arriesgarme a que algo tan complicado como mis sentimientos se hiciera más real.
Dejando de lado cualquier duda, me dirigí hacia la nevera, buscando algo para acompañar los sándwiches. Mientras sacaba una botella de jugo, me giré hacia él y le pregunté:
—¿Jugo o agua?
Me sentía un poco más tranquilo ahora que la conversación había cambiado de rumbo, aunque la sensación de incomodidad seguía flotando en el aire.
Era medio día, un domingo como cualquier otro, y la habitación estaba bañada en la suave luz del sol que se colaba por la ventana. Yo estaba sentado en el marco, la libreta sobre mis piernas, con el lápiz en la mano y los ojos fijos en el papel. Estaba dibujando algo, aunque no sabía qué exactamente. A veces, solo dejaba que el lápiz siguiera su propio camino, dibujando sin un rumbo fijo, sin pensar demasiado en lo que estaba creando.
En la cama, Yami estaba recostado, completamente absorbido en su celular. No era raro verlo así, siempre tan inmerso en su mundo digital, con su rostro iluminado por la pantalla, mientras sus dedos se movían rápidamente sobre el dispositivo. Me hacía sonreír un poco, porque aunque estuviera tan ocupado, siempre podía contar con él para hacerme compañía, incluso sin necesidad de decir una palabra.
Lo que sí me sorprendió, sin embargo, fue lo fácil que había sido convencerlo de no ir al callejón hoy. De alguna manera logré hacerle ver que el mural podía esperar, que este día debía ser diferente. A veces me costaba más de lo que esperaba persuadirlo, pero hoy parecía ser uno de esos raros días en los que las cosas se alineaban a mi favor.
Lo miré de reojo, con su celular en las manos, tan absorto en su mundo que no se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado sin decir nada. La verdad, me sentía cómodo así. No necesitaba que estuviéramos hablando constantemente. Había algo en la tranquilidad de esos momentos compartidos que me hacía sentir... bien, como si todo estuviera en su lugar, aunque el mundo fuera un caos afuera de esa habitación.
—¿Qué dibujas? —preguntó Yami sin levantar la vista de su celular. Su voz me sacó de mis pensamientos, y me di cuenta de que había estado tan concentrado en lo que estaba haciendo que ya había pasado un buen rato en silencio.
—Es solo algo... No sé, algo improvisado —respondí sin dejar de dibujar, como si mis palabras fueran tan fluidas y espontáneas como los trazos sobre el papel. No sabía si iba a terminarlo o si solo quedaría ahí, medio hecho, pero me gustaba la sensación de crear sin presiones.
Yami no insistió, como era de esperar. Me conocía lo suficiente como para saber que si no quería hablar, no lo haría. A veces, las palabras no eran necesarias.
—¿A qué hora llega tu madre? —preguntó Yami, aún mirando la pantalla de su celular, pero con un tono curioso.
Lo miré por un segundo, deteniendo mi lápiz a mitad de una línea, mientras me cuestionaba la extraña pregunta. No solía hablar mucho de la hora en la que mi madre llegaba, ni de esas pequeñas rutinas que formaban parte de nuestra vida diaria.
—No sé... ¿Por qué? —respondí, sin dejar de dibujar, pero con una leve curva en las cejas.
Yami, sin levantar la vista, siguió tecleando en su celular, pero la respuesta que me dio fue más directa de lo que esperaba.
—Quiero irme antes de que llegue. Últimamente siento que me mira feo por estar tanto tiempo en tu casa —dijo, con una ligera mueca de incomodidad que se reflejaba en su tono.
Solté una risa sin pensarlo, la imagen de mi madre mirándonos de esa manera me hizo casi incapaz de contener la diversión.
—¡Estás loco! —exclamé, no pudiendo evitar el tono burlón. —Ella te aprecia mucho. Sabes que eres mi mejor amigo. Ademas practicamente vives aqui desde que teniamos 8 años. Has pasado mas tiempo en mi casa que en la tuya asi que no entiendo porque te lo piensas a estas alturas.
Yami dejó de teclear un segundo, casi como si estuviera procesando lo que había dicho, antes de soltar una risita baja, como si se estuviera convenciendo a sí mismo de que tenía razón, pero sin mucha convicción.
—Sí, sí... —respondió con un tono algo escéptico, pero la ligera sonrisa que asomó en su rostro me dijo que no estaba tan molesto por el asunto como pretendía parecer.
Yo me volví a concentrar en mi dibujo, pero no pude evitar sentirme aliviado por la conversación. A veces, me olvidaba de lo que pensaba mi madre sobre él, pero después de decirlo en voz alta, me sentí un poco más tranquilo. Sin importar lo que él pudiera pensar, estaba claro que ella siempre lo consideraría parte de la familia.
La puerta de la planta baja se cerró con un leve golpeteo, y una voz conocida llegó desde abajo, haciendo eco en la casa:
—Yugi, ya estoy en casa.
Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, escuché a Yami dar un brinco desde la cama, casi como si le hubieran echado agua fría encima. No me di cuenta de lo que estaba pasando hasta que, en un par de segundos, él ya había comenzado a recoger sus cosas con rapidez.
—¡Aún así debo irme! —dijo, apurándose mientras tomaba su mochila y algo de su ropa que había dejado en el suelo. Fue como si, de repente, todo el ambiente en la habitación cambiara a una velocidad vertiginosa. Apenas pude moverme cuando, con un movimiento casi brusco, me sacó de la ventana.
Antes de que pudiera reaccionar por completo, Yami estaba con un pie casi fuera de la ventana, y me lanzó una sonrisa despreocupada mientras se dirigía hacia ella.
—Nos vemos mañana en la escuela —dijo con su tono habitual, y antes de que pudiera contestar, ya estaba fuera del cuarto y bajando por la misma reja de madera que usaba para subir.
Me quedé parado junto a la ventana, observando cómo se alejaba por la calle, su figura perdiéndose poco a poco entre las sombras que creaban los árboles cercanos. Algo en mi pecho se apretó, pero rápidamente deseché el pensamiento. No debía quedarme pensando en eso.
—¿Ya se fue? —preguntó una voz repentina, pero calmada, desde el marco de la puerta, que se encontraba abierta sin que me hubiera dado cuenta.
Me giré, sonriendo al ver a mi madre, y luego volví a sentarme en el borde de la ventana, retomando mi dibujo. La tranquilidad de la situación volvió a envolverme, pero las palabras de mi madre me hicieron volver a concentrarme en ella.
—Sí —respondí, sin dejar de hacer trazos sobre el papel.
Que Yami estuviera allí ya no era nada raro para mi madre. Como dije antes, él prácticamente vivía en nuestra casa desde que teníamos ocho años. Había pasado más tiempo aquí que en su propia casa, y aunque nunca lo dijiera en voz alta, yo sabía que mi madre lo consideraba como un hijo más. O algo así.
En ese momento, ella soltó una risa baja, con ese tono burlón que conocía tan bien.
—¿Durmieron juntos? —preguntó con una sonrisa traviesa en el rostro.
El simple hecho de escuchar esas palabras hizo que me sonrojara ligeramente, y no pude evitar levantar la vista para mirarla, claramente incómodo por la insinuación.
—¡Mamá! —me quejé, pero no pude evitar que la incomodidad se notara en mi voz.
Ella soltó una risa sincera, disfrutando del momento. A veces, me preguntaba si realmente lo hacía para molestarme o si era solo porque le divertía verme tan avergonzado.
Mi madre se dejó llevar por la risa un momento más, y aunque traté de hacerle frente con una mirada que intentaba ser seria, no pude evitar sonreír un poco ante su actitud juguetona. Sabía que, al final, no era nada de lo que me sentía tan incómodo, pero el simple hecho de que lo mencionara en voz alta me hizo sentir un cosquilleo en el pecho.
Finalmente, cuando el silencio cayó entre nosotros, ella se apoyó en el marco de la puerta, observándome con una mirada que era difícil de descifrar. Sabía que, aunque no lo dijera, la curiosidad sobre lo que sucedía entre Yami y yo estaba siempre presente.
—¿Aún no se lo piensas decir? —preguntó, dejando que las palabras se suspendieran en el aire. No estaba presionando, pero la pregunta estaba ahí, esperándome. Una parte de mí quería decir que no, que no estaba listo, pero otra parte deseaba soltar todo, hacerle saber a Yami lo que sentía, aunque fuera arriesgado.
Me quedé mirando la libreta entre mis manos, como si mis ojos pudieran encontrar una respuesta en los dibujos que había hecho. Me costaba siquiera formar las palabras. Mi pecho se sentía apretado, como si todo lo que había guardado estuviera a punto de desbordarse, pero no sabía si era el momento adecuado.
—No sé... —respondí finalmente, mi voz baja, casi dudosa—. Siento que no puedo... No sé cómo hacerlo. Tal vez él no lo entienda. Tal vez las cosas cambien... y no quiero arriesgarlo. A veces, siento que es mejor guardarlo para mí, porque, ¿y si...?
Mi madre me interrumpió suavemente, acercándose un poco más. Su presencia me transmitía una calma que de alguna forma, por muy contradictorio que fuera, no necesitaba, pero también deseaba profundamente.
—Yugi, la vida no está hecha de "tal vez". Está hecha de "ahora". —dijo, con una sonrisa que no era forzada, pero que me hacía sentir como si esas palabras fueran más que un consejo. Eran una verdad antigua, una que había estado esperando a que alguien la dijera en voz alta. —Lo que sientes es tuyo, y no puedes guardarlo como si fuera algo sucio o prohibido. Si no lo dices ahora, siempre te quedará la duda. Y eso, hijo, te va a doler más que cualquier cambio que pudieras temer.
Respiré profundo, buscando las palabras, pero ellas no salían. Sin embargo, algo en la forma en que mi madre hablaba, su certeza, me daba fuerza. Mirarla me daba el impulso de saber que, si bien no estaba listo para todo, podía intentarlo.
Ella puso su mano suavemente sobre mi hombro, un gesto tierno pero firme, como si quisiera que esas palabras llegaran al fondo de mi ser.
—Lo que sea que decidas, Yugi, no te arrepientas de ser quien eres. Las cosas más hermosas, las más auténticas, nacen de los lugares más inesperados. No temas abrir tu corazón. Porque cuando lo haces, las estrellas parecen más cercanas, como si todo el cielo estuviera dispuesto a escucharte. No importa si no entiendes todo ahora... con el tiempo, todo tendrá su sentido.
Un nudo en mi garganta se aflojó, y aunque aún tenía miedo, esa sensación, esa certeza en sus palabras, me dio el empujón que necesitaba. Tal vez no tenía todas las respuestas, pero sabía que, al menos, podía ser honesto con Yami. No podía vivir más con este silencio.
Sonreí levemente, un poco nervioso, pero también con una extraña sensación de alivio.
Con determinación, me levanté de la cama y me dirigí hacia mi escritorio. Abrí el cajón y saqué la libreta que había usado en tantas ocasiones para plasmar mis pensamientos, pero esta vez no iba a ser como las demás. No se trataba de esconder mis sentimientos entre las páginas, sino de ser claro, de dar un paso hacia lo que había estado evitando.
Mi madre me observó en silencio, pero sabía que quería preguntarme qué hacía.
—Ya sé qué hacer —respondí, más para mí mismo que para ella—. Gracias.
Mi madre me sonrió con una mirada llena de comprensión y cariño. Esa sonrisa, esa sensación de apoyo incondicional, me dio la confianza para finalmente creer que, aunque no tenía todas las respuestas, estaba tomando el camino correcto.
Era lunes y la luz de la mañana parecía llenar el pasillo con una calma engañosa. Estaba en mi casillero, sacando algunos libros y cosas para las clases del día, cuando escuché pasos acercándose. No tenía que mirar para saber quién era, esa presencia era inconfundible.
Yami llegó junto a mí, su casillero estaba justo al lado del mío. Pude ver que, aunque parecía distraído como siempre, su mirada se detuvo brevemente en su casillero cerrado, como si esperara algo. Quizá no fuera más que una simple coincidencia, pero era un detalle que no pasó desapercibido para mí.
—¿Ya te resignaste? —pregunté, con una sonrisa tranquila, aunque un tanto curiosa, mirando de reojo su reacción.
Él se quedó mirando su casillero, como si estuviera esperando que algo sucediera, y luego, tras una pausa, respondió en tono un poco burlón:
—Tal vez sí. Algo me dice que al abrir este casillero no encontraré nada. —Miró el pequeño compartimiento metálico con desdén, casi como si esperara que sus palabras se hicieran realidad.
Solté una pequeña risa, consciente de la verdad detrás de sus palabras, pero también sabiendo que había algo más en juego.
—No lo sé —respondí, encogiéndome de hombros, mientras continuaba organizando mis cosas en el casillero. —Las mejores cosas llegan en los momentos justos.
Yami me lanzó una mirada rápida, casi como si fuera un desafío, y luego simplemente rodó los ojos.
Con una sonrisa escéptica, se acercó a su propio casillero y lo abrió sin muchas expectativas. Sin embargo, al instante, su rostro mostró lo que ya esperaba: nada. No había cartas. Solo los libros y papeles desordenados que siempre tenía allí.
—¿Ves? —dijo, con una ligera mezcla de frustración y resignación, como si lo hubiera sabido desde el principio.
Yo sonreí con calma, sin dejar de organizar mis cosas.
—La paciencia es una virtud —respondí, mirándolo de reojo mientras cerraba mi casillero con suavidad.
Yami resopló, claramente no satisfecho con mi respuesta, pero al menos ya no insistió. Aunque, en el fondo, yo sabía que algo más estaba pasando, algo que no se resolvería tan fácilmente como una carta en su casillero.
El día avanzó lentamente, como siempre lo hacía los lunes. Las horas parecían estirarse, llenas de clases monótonas y la rutina que ya estaba tan grabada en mi memoria. De vez en cuando, echaba un vistazo a Yami, que parecía distraído, mirando por la ventana o jugando con la pluma entre sus dedos. Pero había algo diferente en su actitud, como si todo estuviera un poco más pesado para él hoy.
Finalmente, la última campana sonó, marcando el final de la jornada escolar. Mientras los demás estudiantes se apresuraban a salir, Yami y yo nos dirigimos al salón de limpieza, donde el equipo de la semana estaba destinado a ayudar a ordenar. Como siempre, el destino parecía jugar en su contra, ya que Yami fue uno de los que tocó ser parte de ese equipo, algo que claramente no le agradaba.
—¡Esto es un chiste! —exclamó Yami, caminando hacia el aula de limpieza con las manos en los bolsillos y un ceño fruncido. —¿Por qué siempre me toca a mí? ¡Como si no tuviera nada mejor que hacer!
No pude evitar soltar una risa al verlo tan molesto. Me había acostumbrado a sus quejas, y me divertía escuchar cómo se quejaba de algo tan trivial como esto.
—Entonces te veré pronto —respondí con una sonrisa burlona, casi disfrutando de su frustración.
Yami giró los ojos hacia mí, pero la mueca en su rostro fue más de resignación que de verdadero enojo.
—¿A dónde vas? —me preguntó, como si estuviera realmente curioso, pero sin demasiada esperanza de que le respondiera con algo normal.
—A las estrellas —respondí con tranquilidad, sin dudar ni un segundo.
Antes de que pudiera preguntarme algo más, ya estaba saliendo del aula, dejando atrás a un Yami que se quedó por un instante mirándome, confundido por mi respuesta.
—¡Adiós! —grité antes de desaparecer por el pasillo, dejándole ese enigma flotando en el aire mientras me alejaba.
No sabía por qué, pero algo en mi interior me decía que esta vez, el destino me llevaría hacia algo importante. Y aunque no podía decírselo a Yami, ni siquiera a mí mismo, esa respuesta sobre "las estrellas" sentía que era algo más profundo, algo que tenía que ver con lo que estaba por venir.
Pov Narradora...
La tarde pasó más lentamente de lo que Yami hubiera deseado. Las tareas de limpieza, aunque no eran nada del otro mundo, siempre lograban desbordarlo de frustración. Cada vez que pensaba en lo que podría estar haciendo, su mente se perdía en la idea de escapar de esos pasillos llenos de polvo y escobas. A pesar de que intentaba mostrar indiferencia, algo de mal humor siempre lo acompañaba cuando le tocaba estar en esos equipos.
Finalmente, después de que el grupo terminó de recoger todo el material de limpieza, Yami se dirigió a la bodega para guardar los útiles. Se tomó su tiempo, asegurándose de dejar todo en su lugar, incluso si lo que realmente quería era salir de allí lo más rápido posible. El lugar estaba vacío, solo el eco de sus pasos resonaba mientras dejaba las cubetas y las escobas en su sitio.
Al salir, el pasillo ya estaba mucho más tranquilo. La mayoría de los estudiantes ya se habían ido a casa, dejando a Yami solo en los pasillos semivacíos. Con una ligera sensación de cansancio, se encaminó hacia su casillero para recoger sus cosas.
Abrió su casillero con normalidad, como lo hacía todos los días, pero al girar el candado y abrir la puerta, algo cayó frente a él. Un papel doblado con su nombre escrito en la parte superior. El papel flotó en el aire por un momento antes de aterrizar suavemente en el suelo.
Yami se quedó un momento congelado, mirando el papel doblado que había caído frente a él. Su nombre estaba escrito en la portada con una caligrafía delicada, un trazo limpio que le resultaba familiar. Aunque la sorpresa lo paralizó por un instante, la emoción rápidamente lo invadió, y, con manos temblorosas, recogió la carta del suelo.
Al desdoblarla, la tinta de las palabras en el papel brillaba bajo la luz tenue del pasillo, como si fueran estrellas lejanas reflejando su luz en la oscuridad. El corazón de Yami comenzó a latir con fuerza mientras leía la nota que había estado esperando durante tanto tiempo. La carta parecía distinta a las anteriores, las palabras cargadas de una emoción palpable que se sentía diferente, más directa.
"Las mejores cosas llegan cuando menos lo esperas. Tal vez te lo he dicho antes, pero aún no he encontrado el momento adecuado para ser honesto. Quizás hoy sea ese día. O tal vez no. La verdad es que nunca he sabido cuándo será el momento perfecto, pero siento que el destino tiene un camino trazado entre nosotros, como un rastro de estrellas que solo nosotros podemos ver.
¿Sabes? Hay algo maravilloso en la vastedad del espacio, en la manera en que las estrellas viven y mueren, brillando con una luz tan pura que parece eterna. Y mientras tú te desplazas por la vida como una de esas estrellas fugaces, yo observo desde el rincón oscuro del cielo, atrapada en mi propia órbita. Mi amor por ti es como ese universo infinito, expansivo y prohibido, algo que nunca podré alcanzar, pero que sigue latiendo dentro de mí, creciendo con cada día que paso sin poder ser sincero contigo.
Te he amado desde siempre, aunque mis palabras no hayan podido llegar a ti. Y aunque nunca podríamos estar juntos, sigo esperando, porque esa es la única esperanza que me queda. A veces, la distancia entre las estrellas parece inalcanzable, pero al final, ellas siempre se encuentran en el firmamento.
Es por eso que, hoy, te dejo saber que mis sentimientos son más que una simple admiración. Tal vez tú no lo sepas, pero tú eres mi estrella, la única en mi cielo oscuro, y aunque no pueda tenerte, siempre estaré aquí, esperando bajo este vasto cielo que nos separa."
Al final, una pequeña firma apareció, dibujada con la misma delicadeza que las palabras. Era un símbolo que Yami conocía muy bien, uno que había visto en momentos de sus recuerdos más profundos, uno que parecía un simple trazo, pero que lo decía todo.
Era un símbolo que, en su mente, ya tenía un solo significado.
Un triangulo, con dos líneas atravesandolo.
Yami se quedó allí, con los ojos fijos en el símbolo que había sido trazado en la carta, una forma tan simple y tan cargada de un significado que lo hacía sentir como si el aire alrededor de él se hubiera detenido.
—No... —susurró para sí mismo, incapaz de apartar la vista. La realidad comenzaba a formar una imagen que no quería aceptar, pero que de alguna manera, sentía que tenía que ser cierta.
¿Sería una broma?
No. No podía serlo. Yugi no era de hacer bromas de esa magnitud, especialmente no sobre algo tan... tan significativo. Yugi entendía la importancia de esos temas, de las cosas que afectaban a Yami de una manera profunda, sin tocarlo a él de forma directa. No, era algo mucho más serio, algo que Yugi no haría para causar dolor.
Pero entonces, si no era una broma...
La pregunta flotó en su mente, aplastando su pecho con una presión que no había anticipado.
¿Yugi? ¿Sería Yugi su admirador secreto?
Los recuerdos comenzaron a amontonarse en su mente como una avalancha, momentos fugaces, miradas breves, gestos que siempre había interpretado como simples signos de amistad, pero que ahora se volvían algo más. La forma en que Yugi lo había mirado en ocasiones, cómo parecía esconder algo detrás de esos ojos grandes, cómo sus palabras a veces caían pesadas, como si no pudiera decir lo que realmente quería decir... Todo parecía encajar, pero a la vez, no lo hacía. ¿Cómo podía ser que Yugi, el chico que consideraba su amigo más cercano, su compañero en tantas batallas, fuera también el que guardaba esos sentimientos tan complejos y tan... prohibidos?
Yami miró la carta una vez más, pasando los dedos sobre el símbolo, como si de alguna forma pudiera encontrar una respuesta al tocarlo. Pero no había respuestas fáciles, solo la sensación de que algo dentro de él estaba cambiando, que la amistad que había compartido con Yugi nunca más sería la misma, sin importar lo que decidiera hacer con esa información.
Tomó un respiro profundo, mirando alrededor del pasillo vacío. No podía seguir ignorando lo que sentía en ese momento. No podía seguir sin hacer algo al respecto. Pero, ¿qué podría hacer? ¿Cómo podría enfrentar esto? ¿Cómo podría hablar de algo tan íntimo con alguien tan cercano a él, sin perder la amistad que tanto valoraba?
La duda lo envolvió, pero la idea de que Yugi podría ser quien había escrito todas esas cartas, lo hacía sentirse más confundido que nunca. Si era cierto, si realmente era Yugi, entonces, ¿cómo debía reaccionar? ¿Debía enfrentar a Yugi con ello? ¿O seguir viviendo en la ignorancia y mantener las cosas como siempre habían sido?
El símbolo seguía allí, como una respuesta que no podía tomar, pero que le urgía entender.
Yami cerró su casillero con un golpe que resonó en todo el pasillo vacío. No tenía tiempo para pensar, solo quería encontrar respuestas. Las palabras escritas en esa carta, el símbolo... todo se hacía más real en su mente con cada paso que daba. No podía quedarse allí, atrapado en la duda. El sol de la tarde lo golpeaba con fuerza, pero ni el calor ni la fatiga podían detenerlo. Su única prioridad era descubrir la verdad.
Salió corriendo de la escuela, esquivando a los pocos estudiantes que aún quedaban por los pasillos. El aire caliente le quemaba la piel mientras sus pensamientos daban vueltas en su cabeza, como un torbellino de emociones que no podía controlar. ¿Era posible? pensó. ¿Podría ser Yugi el autor de las cartas?
En cuestión de minutos, llegó a la casa de Yugi, y su corazón latía más rápido que nunca. Con determinación, se acercó a la puerta y tocó el timbre. El sonido que emitió el timbre le pareció más fuerte de lo que recordaba, como si anunciara algo importante. Pero no hubo respuesta. Tocó nuevamente, más rápido, con más urgencia, casi sin pensar.
Nadie.
Siguió esperando, mirando hacia la ventana de la habitación de Yugi en el segundo piso, como si de un momento a otro apareciera, como si la presencia de Yugi fuera suficiente para disolver la tensión que sentía. Pero no fue así. El silencio lo envolvía, y la sensación de desesperación comenzó a apoderarse de él.
De repente, sin poder controlarlo, lanzó un par de diminutas piedras hacia la ventana. Sabía que era algo irracional, pero en ese momento no le importaba. Solo necesitaba que Yugi lo escuchara, que apareciera. Las piedras golpearon el cristal, pero el sonido que hicieron fue como un eco que se desvaneció rápidamente. El tiempo pasó, y la respuesta nunca llegó.
Yami se quedó allí por un momento, mirando la casa vacía. Era como si el mundo entero lo estuviera ignorando, como si todo lo que había estado buscando no existiera. Pero no podía quedarse allí. No podía rendirse ahora.
Giró sobre sus talones y comenzó a correr nuevamente, sin saber exactamente hacia dónde se dirigía, pero con la certeza de que si se detenía, todo terminaría. Su único objetivo era encontrar a Yugi, a esa persona que había estado en su mente todo el tiempo, aunque no lo supiera. En su carrera, su mente continuaba atormentada por las dudas. ¿Dónde podría estar? pensó.
Aceleró el paso hasta llegar a la tienda de arte que tanto le gustaba a Yugi. El lugar era su refugio después de las clases, un sitio lleno de materiales, lienzos en blanco, y colores que Yugi solía explorar con tanto entusiasmo.
Al entrar en la tienda, el aire fresco de los pasillos, mezclado con el olor a madera y pintura, lo hizo respirar hondo. Pero no encontró a Yugi. El lugar estaba casi vacío. Los estantes llenos de pinceles y pigmentos brillaban bajo las luces de los pasillos, pero Yugi no estaba allí.
Con cada paso que daba entre las estanterías, los nervios de Yami aumentaban. Llamó a Yugi por teléfono una y otra vez, pero el tono del buzón de voz le golpeaba como una condena. No podía creer que las llamadas se fueran directas al buzón. La ansiedad lo embargaba, y no podía comprender por qué Yugi no contestaba. El teléfono vibraba en su mano, y con cada llamada fallida, su esperanza comenzaba a desmoronarse.
Salió de la tienda con la sensación de estar perdiendo el tiempo, pero no se detuvo. Volvió a marcar el número de Yugi, pero al ver que nuevamente iba al buzón de voz, decidió que no podía seguir buscando por más lugares al azar. Si no está aquí... pensó. Había un lugar más. Un lugar donde sabían que ambos solían ir, a menudo, para pedir material cuando trabajaban en murales. La galería, ese lugar al que siempre acudían para encontrar la inspiración necesaria.
El sudor recorría su frente mientras sus pasos se aceleraban, cada vez más desesperados. Yami había recorrido la ciudad en un frenesí de incertidumbre, sin detenerse ni un segundo. Su mente estaba llena de preguntas, pero sobre todo, de un miedo que no sabía cómo enfrentar.
Cuando llegó a la galería, el aire fresco de la tarde le dio una breve sensación de alivio, como si el mundo le ofreciera un respiro antes de sumergirlo de nuevo en la ansiedad. La galería estaba en silencio, con los pasillos inundados de esa calma solemne que solo los lugares llenos de arte parecían tener. El mostrador de la entrada estaba vacío, y las luces colgaban suavemente sobre las pinturas y esculturas que él y Yugi solían admirar juntos. Era un lugar lleno de recuerdos, pero en ese momento se sentía inmensamente vacío. No había señales de Yugi.
Yami se quedó allí por un instante, mirando alrededor, mientras su mente debatía si debía seguir buscando en otro lugar. El silencio era tan profundo que podía escuchar el eco de su respiración. Tal vez no está aquí, pensó, y estaba a punto de irse cuando una puerta en la parte trasera, la que conducía a la bodega, se abrió lentamente.
De ella salió el señor Kobayashi, el encargado de la galería, un hombre de cabello negro y sonrisa amable que siempre había sido un apoyo para los dos jóvenes en sus proyectos artísticos. Al ver a Yami, el hombre lo llamó con un tono cálido, contento de encontrarse con alguien conocido.
—¡Yami! Qué sorpresa verte por aquí. ¿Vienes a buscar material para otro mural?
Intentando no parecer descortés, Yami le devolvió una sonrisa apresurada y lo saludó rápidamente.
—Buenas tardes, señor Kobayashi. Es bueno verlo, pero... lo siento, estoy algo apurado.
El señor Kobayashi alzó una ceja, notando la tensión en el rostro de Yami, pero no hizo ningún comentario al respecto. Yami dio un paso hacia la salida, decidido a continuar su búsqueda, pero algo lo detuvo. Girándose con cierta urgencia, se dirigió al hombre con una pregunta que no podía guardar.
—Por cierto, señor Kobayashi... —dijo, intentando sonar calmado a pesar de la prisa evidente en su voz—. ¿Por casualidad ha visto a Yugi?
El hombre cruzó los brazos y frunció ligeramente el ceño, pensativo.
—¿Yugi? Sí, lo vi hace un par de horas. Vino a buscar la escalera.
Yami captó de inmediato a qué se refería: la escalera que Yugi y él usaban siempre para alcanzar las partes altas de los murales. Ese detalle hizo eco en su mente, trayendo consigo una imagen reciente. La despedida de Yugi esa misma tarde, al término de clases, regresó a él con claridad:
—¿A dónde vas? —le había preguntado con curiosidad.
—A las estrellas —respondió Yugi con esa calma que siempre lo envolvía.
"Las estrellas", murmuró Yami para sí mismo, sus pensamientos encajando como piezas de un rompecabezas. "El mural. ¡Su mural!"
La certeza lo golpeó con fuerza. Estaba a punto de correr hacia la salida, impulsado por la urgencia de encontrarlo, cuando sintió una mano en su hombro. Era el señor Kobayashi, deteniéndolo por un instante.
—Antes de que te vayas, ¿podrías hacerme un favor? Si ves a Yugi, dile que sigo esperando su respuesta sobre la exposición.
Yami, confuso, frunció ligeramente el ceño.
—¿Exposición?
El señor Kobayashi asintió con una sonrisa tranquila.
—Sí, le ofrecí un espacio en la galería para exponer sus obras. Este mes el tema es arte callejero, y pensé que sus murales serían perfectos. Pero me dijo que lo iba a pensar, y hasta ahora no he obtenido una respuesta.
Yami parpadeó, sorprendido. No sabía nada de esto.
—¿Exponer sus obras? ¿Aquí?
—Exactamente —respondió Kobayashi, animado—. De hecho, si tú también tienes algo que mostrar, estás invitado. Siempre he admirado el trabajo de ambos. Pero, por favor, intenta convencer a Yugi. Tiene un talento increíble, y sería una pena que no lo compartiera con más personas.
Yami asintió, aunque su mente seguía atrapada en la idea de encontrar primero a Yugi.
—Lo intentaré, señor Kobayashi, pero debo irme ahora.
El hombre sonrió con comprensión.
—Claro, claro. Buena suerte. Y si lo encuentras, no olvides decirle lo de la exposición.
Sin más, Yami salió de la galería, sus pensamientos acelerados. Ahora sabía dónde encontrar a Yugi, y no podía perder ni un segundo más. A las estrellas, pensó mientras corría. Al callejón.
Yami corría por las calles, el viento cálido golpeándole el rostro mientras su corazón latía con fuerza. El callejón no estaba tan lejos de la galería, pero esta vez la distancia le pareció eterna. Su mente estaba fija en un solo pensamiento: encontrarlo.
Finalmente, llegó a la bodega abandonada. Rodeó el edificio, sus pasos resonando en el asfalto hasta llegar al estrecho callejón que se formaba detrás. El aire ahí parecía más denso, mezclado con el aroma de pintura fresca y polvo viejo.
Y entonces lo vio.
Bajo la luz anaranjada de la tarde, Yugi estaba de pie sobre la escalera que había pedido prestada en la galería. Su delgada figura parecía alargarse hacia el cielo mientras sostenía un pincel en la mano. El contraste entre su concentración y el mural frente a él le daba a la escena un aura casi irreal.
Yami se detuvo en seco, incapaz de dar un paso más mientras sus ojos se enfocaban en la enorme obra que se alzaba frente a él. El mural, en el que Yugi había trabajado incansablemente durante tres meses, ahora estaba completo.
Sus ojos se abrieron más, incapaz de apartar la vista. No sabía si lo que sentía era sorpresa, admiración o algo más profundo, pero era imposible no emocionarse ante la perfección del trabajo de Yugi. Las pinceladas eran precisas, cada trazo vibraba con vida propia, y los colores se mezclaban de una manera que solo Yugi podía lograr.
Sin embargo, lo que más le sorprendió fue que, al fin, Yugi había dado un rostro a la silueta que había permanecido en el anonimato durante semanas.
El personaje central del mural, antes envuelto en misterio, ahora tenía una expresión definida, un semblante que irradiaba fuerza y melancolía al mismo tiempo. Yami reconoció ese rostro al instante, y su corazón dio un vuelco.
Era él.
Yugi lo había pintado a él.
Yugi giró con calma desde la cima de la escalera, una sonrisa ligera en su rostro. Dio una última pincelada antes de descender con movimientos pausados, casi ceremoniales. Una vez en el suelo, levantó la mirada hacia Yami, quien seguía inmóvil, atrapado entre el asombro y la incredulidad.
—¿Qué opinas? —preguntó Yugi, con esa misma sonrisa tranquila que desmentía el peso del momento.
Yami abrió la boca, pero ninguna palabra logró salir. Las emociones se arremolinaban en su pecho, y las palabras se le enredaban en la lengua, incapaz de articular lo que sentía. Solo podía mirar el mural y luego a Yugi, tratando de procesar lo que estaba ocurriendo.
Sin apartar los ojos de la pintura, susurró:
—Lo terminaste...
Yugi rió suavemente, un sonido que pareció llenar el callejón con calidez.
—No, todavía no —corrigió con serenidad—. Pero llegaste justo a tiempo para verme terminarlo.
Yami lo miró, sorprendido, su ceño frunciéndose ligeramente mientras intentaba entender.
—¿Qué más podría faltarle? Es perfecto... no podrías añadirle nada más.
Yugi sonrió más ampliamente, esa chispa juguetona apareciendo en su mirada. Se agachó junto a la escalera y tomó un aerosol morado que había dejado en el suelo.
—Mi firma —respondió con sencillez.
Sin decir nada más, Yugi se acercó a la esquina inferior derecha del mural. Sostuvo el aerosol con seguridad, pero antes de trazar nada, miró a Yami por un instante. La mirada fue breve, pero intensa, cargada de algo que Yami no pudo identificar del todo.
Entonces, Yugi llevó el aerosol al muro y, con movimientos seguros, dibujó aquel símbolo que habia mantenido a Yami con la cabeza dandole vueltas toda la tarde.
El sonido del spray llenó el silencio, y cuando Yugi terminó, se enderezó y dio un paso atrás, contemplando su obra completa.
Yami no pudo evitar fijar su mirada en el símbolo. Ese pequeño detalle parecía brillar con un significado que lo aturdía, como si todas las piezas de un rompecabezas que nunca supo que estaba armando hubieran encajado de golpe.
Imagen creada por su servidora*
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Yami se quedó en silencio un instante más, observando el mural y el símbolo que Yugi acababa de trazar. Su pecho se sentía pesado, lleno de preguntas que había reprimido hasta ahora. Finalmente, desvió su mirada hacia Yugi, quien seguía contemplando su obra con una expresión de satisfacción tranquila.
Con voz baja, como si temiera romper el delicado equilibrio del momento, Yami preguntó:
—¿Fuiste tú?
Yugi lo miró, con curiosidad y un leve brillo de nerviosismo en sus ojos.
—¿Yo qué?
Yami respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. No podía retroceder ahora.
—¿Fuiste tú quien me dejó esas cartas? —continuó con suavidad, casi en un susurro—. Todos los días, durante los últimos tres meses...
La sonrisa de Yugi se desvaneció un poco, y por un instante, pareció dudar. Bajó la mirada al aerosol que aún sostenía en la mano, girándolo distraídamente entre sus dedos, como si la respuesta estuviera escrita en el metal brillante.
Yami dio un paso hacia él, su tono adquiriendo una mezcla de urgencia y vulnerabilidad.
—Por favor, dime la verdad.
Finalmente, Yugi levantó la vista, encontrándose con los ojos de Yami. Sus labios se curvaron en una sonrisa suave, pero su mirada estaba cargada de emociones contenidas, como si el peso de todos esos días se derramara de golpe en ese instante.
—Sí —confesó en voz baja—. Fui yo.
El mundo pareció detenerse para Yami. Las palabras resonaron en su mente, desterrando cualquier duda que pudiera haber tenido. Era cierto. Yugi había sido su admirador secreto todo este tiempo.
—¿Por qué...? —empezó a decir, pero las palabras se le ahogaron en la garganta.
Yugi mantuvo su mirada fija en el suelo por unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas entre las grietas del concreto. Finalmente levantó los ojos hacia Yami, encontrándose con una mezcla de confusión, incredulidad y algo que parecía doler más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Porque... quería que supieras lo que significas para mí. Pero no sabía cómo decírtelo directamente —dijo, su voz apenas un murmullo al principio, pero firme.
Yami frunció el ceño, intentando asimilar las palabras, pero las preguntas se agolpaban en su mente como un torrente incontrolable. Dio un paso hacia Yugi, cruzándose de brazos, no en un gesto defensivo, sino intentando calmar la tensión que se acumulaba en su pecho.
—¿Tres meses, Yugi? —preguntó, su tono no era un reproche, pero había una nota de frustración—. ¿Por qué tanto tiempo? ¿Y por qué fingir que era una chica quien me dejaba esas cartas?
Yugi parpadeó, como si las preguntas lo hubieran golpeado físicamente, pero no se apartó.
—Porque tenía miedo —confesó, tragando saliva. Sus manos temblaban, y las escondió en los bolsillos de su sudadera, como si eso pudiera ocultar su nerviosismo—. Miedo de que si lo sabías... todo cambiara entre nosotros.
Yami abrió la boca para responder, pero Yugi alzó una mano, como pidiendo tiempo para terminar de explicarse.
—Fingir que era una chica... fue una forma de protegerme. Si tú lo descubrías y no sentías lo mismo, al menos no sería yo quien quedara completamente expuesto.
Yami sacudió la cabeza, incrédulo.
—¿Y aceptar ayudarme a encontrarla? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de ironía y algo que casi sonaba a dolor—. ¿Sabías que era una búsqueda estúpida, Yugi, que no iba a llegar a ninguna parte? ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?
Yugi dejó escapar una risa amarga, breve, casi sin humor.
—Porque... quería estar cerca de ti, aunque fuera así. Verte emocionado, escucharte hablar de lo que las cartas te hacían sentir... aunque yo fuera el único que sabía que nunca la encontrarías.
Las palabras golpearon a Yami, dejándolo sin aliento por un momento. Su mente repasó las tardes que habían pasado juntos, las pistas falsas que habían seguido, y de repente esas memorias se sentían diferentes, teñidas de algo más que ingenuidad.
—¿Y la semana sin cartas? —preguntó Yami, su voz más baja ahora, como si estuviera reconociendo que esa ausencia le había dolido más de lo que estaba dispuesto a admitir—. ¿Por qué castigarme así?
Yugi soltó un suspiro profundo, desviando la mirada hacia el mural, como si el rostro pintado de Yami pudiera darle fuerzas.
—Porque quería saber si realmente te importaban tanto como decías... si las esperabas tanto como yo esperaba escribirlas —respondió, su voz cargada de una sinceridad que solo podía venir de la vulnerabilidad—. Fue una tontería, lo sé, pero... necesitaba saberlo.
Hizo una pausa, como si las siguientes palabras pesaran más en su pecho.
—Y también porque tuve miedo.
Yami alzó una ceja, su expresión endureciéndose ligeramente por la confusión. Yugi, al notarlo, apartó la vista nuevamente, como si explicarlo lo hiciera más real, más irreversible.
—De alguna forma, todo estaba avanzando tan rápido de golpe. Al principio escribí esas cartas como una forma de consuelo... como mi manera de gritarte lo que sentía sin tener que decirlo frente a frente. Pero cuando empezaste a interesarte de verdad por la persona que las escribía, cuando vi que para ti no era solo un juego, me asusté. —Sus palabras eran un susurro al final, casi ahogado.
Yami permaneció en silencio, dejándole espacio para continuar.
—Tuve miedo de que, al descubrirlo, todo se fuera al carajo entre nosotros. Que me miraras diferente, que me dejaras de hablar... o que te decepcionara porque, al final, esperabas que fuera una mujer —admitió Yugi, su voz quebrándose ligeramente—. Esa semana sin cartas la usé para confirmar algo. Quería saber si estabas interesado de verdad en esa persona, en lo que sentías al leerlas.
Los ojos de Yugi se alzaron por un momento, buscando los de Yami, como si intentara medir su reacción antes de continuar.
—Pero también la usé para aclarar mi mente. Pensé en dejar de hacerlo para siempre, en fingir que nada había pasado. Si me detenía, eventualmente tú también lo olvidarías.
La incredulidad en el rostro de Yami fue imposible de disimular.
—¿Olvidarlo? —murmuró Yami, como si la idea le resultara inconcebible.
—Eso creí... o eso quise creer. Pero alguien me hizo cambiar de opinión. Me dijeron que, si no lo decía ahora, siempre me quedaría la duda. Y que esa duda me dolería más que cualquier cambio al que pudiera temer.
Las palabras finales de Yugi resonaron como un eco en el silencio que se instaló entre ellos. Yami lo miró fijamente, tratando de descifrar cada palabra, cada gesto. Finalmente, tomó aire, su voz reducida a un susurro.
—¿Y por qué dejar finalmente tu firma en la última carta...?
Esa pregunta parecía contener todo lo que Yami no sabía cómo expresar: el dolor, la confusión y algo más profundo que apenas comenzaba a entender.
Yugi lo miró directo a los ojos, con una intensidad que hizo que Yami sintiera como si el tiempo se hubiera detenido.
—Porque no podía seguir escondiéndome más —respondió Yugi, su voz temblorosa pero decidida—. Porque, si esa era la última carta, quería que supieras que siempre fui yo.
Yami abrió la boca como si fuera a decir algo, pero las palabras no salieron. Parecía perdido en un torbellino de emociones, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
Yugi lo notó. Sabía que ese silencio era el reflejo de todo lo que Yami no podía decir en ese momento, y aunque sentía que su corazón se estrujaba, trató de mantenerse sereno.
—Está bien, no tienes que decir nada —dijo Yugi con una calma que apenas lograba sostener, su voz casi un susurro—. Entiendo tu silencio, y si no quieres responder, también lo entiendo.
Las manos de Yugi temblaban ligeramente mientras se inclinaba para recoger su mochila, que había dejado tirada en el suelo. Mientras lo hacía, continuó hablando, sin mirar a Yami.
—No lo hice para pedirte una respuesta. Solo... no quería seguir ocultándome. No podía seguir fingiendo. Pero, si soy honesto, creo que ya sé cuál es tu respuesta.
Yami parpadeó, como si esas palabras lo hubieran golpeado de lleno, pero su cuerpo seguía inmóvil, incapaz de reaccionar.
Yugi se colgó la mochila al hombro y recogió la escalera con esfuerzo. La sostuvo entre sus manos, tratando de aparentar una tranquilidad que no sentía.
—Supongo que te veo mañana —dijo finalmente, su voz teñida de una tristeza que intentaba esconder.
Sin atreverse a mirar a Yami a los ojos, Yugi comenzó a caminar hacia la salida del callejón. Dio la espalda al mural, a Yami, y al torbellino de emociones que lo rodeaba, decidido a no mirar atrás.
El sonido de sus pasos resonó en el callejón vacío, mezclándose con el leve crujido de la escalera que cargaba.
Yugi mordió su labio inferior, conteniendo las lágrimas que ya amenazaban con desbordarse. Caminó con rapidez, como si al alejarse pudiera controlar el dolor que lo invadía.
Solo cuando estuvo fuera de la vista de Yami, permitió que las lágrimas cayeran libremente.
Pov Yugi...
La oscuridad de la habitación me envuelve, y el único consuelo que encuentro es el silencio de la noche. La luz de la luna, tan distante, entra por la ventana, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Pero no me importa. Nada en la habitación me importa en este momento. Estoy acostado, abrazando mis rodillas, dejando que las lágrimas caigan libremente, sin hacer el esfuerzo de retenerlas. No quiero detenerme. No quiero luchar contra el dolor, ni contra la tristeza que se apodera de mi pecho.
Miro la ventana, como si esperara que algo, o alguien, viniera a rescatarme. Pero sé que no llegará. No hay nada ni nadie que pueda salvarme de lo que siento.
Y, sin embargo, siento unos suaves golpes en la puerta. Es tan precavido, como si alguien supiera que no quiero hablar, pero aún así quisiera estar cerca. Sé quién es, pero no me muevo. No respondo. La puerta se abre con un crujido leve, y escucho los pasos acercándose hasta la cama. Siento cómo se hunde ligeramente cuando alguien se sienta a mi lado.
Es mamá. Puedo sentir su presencia, esa calma que siempre me da, y luego su mano acariciando suavemente mi cabello. Un gesto tan pequeño, pero que en este momento me calma más que cualquier palabra.
—El dolor es pasajero —dice con suavidad, como un intento por hacerme creer que todo esto pasará.
No digo nada al principio. No sé qué decir. La verdad es que sé lo que dice es cierto, el dolor algún día se irá. Pero hoy, aquí y ahora, siento como si no pudiera soportarlo. Como si el peso de mis emociones fuera demasiado grande para soportarlo.
—Lo sé... —murmuro finalmente, dejando que mi voz se pierda en el aire. Cierro los ojos un momento, tomándome un respiro, antes de dejar salir lo que realmente siento—. Pero, por el momento, me está doliendo mucho.
Y aunque su respuesta sea callada, su mano en mi cabeza no se mueve, no se aleja. Ella está ahí, y en este momento, eso es lo único que necesito. No hay consuelo que pueda aliviar completamente este dolor. No hay palabras mágicas que puedan cambiar lo que siento. Pero ella está aquí, y por ahora, eso basta.
Mi madre suspira suavemente, como si lo que estaba a punto de decir tuviera el poder de calmarme.
—Tienes que dormir, Yugi. Mañana verás a Yami en la escuela, y necesitas tener la cabeza fría.
Sus palabras son suaves, pero cargadas de una preocupación que siento profundamente, aunque no pueda demostrarlo completamente. Ella sabe que me está costando, pero también sabe que no puedo seguir aquí, atrapado en esta oscuridad de pensamientos.
Me da un beso en la mejilla, tan ligero que apenas lo siento, pero lo reconozco, como siempre lo ha hecho. Su cariño es un refugio al que recurro sin pensarlo.
Luego, se levanta para cerrar las cortinas, pero se detiene a mitad de camino. Miro sus movimientos desde donde estoy acostado, sin moverme, sin ganas de hacer nada más.
—Hace calor esta noche —dice, con una leve sonrisa en la voz—. Te dejaré la ventana abierta para que la brisa refresque un poco la habitación.
La ventana se abre con un ligero crujido, y al instante siento cómo entra la suave brisa, fresca y calmante. No es suficiente para borrar todo el dolor, pero sí para recordarme que el mundo sigue su curso.
Mi madre se gira entonces, acercándose de nuevo a la cama. Me da un beso más, en la frente esta vez, tan suave como siempre.
—Buenas noches, Yugi —susurra con ternura.
Y entonces, sale del cuarto, cerrando la puerta detrás de ella. La brisa entra a la habitación, y mi mirada se dirige hacia la ventana abierta un momento más. La luz de la luna se refleja débilmente en la pared, creando sombras que parecen moverse con el viento.
Finalmente, dejo de mirar y agarro mi almohada, hundiendo mi rostro en ella mientras paso mis brazos por debajo, abrazándola. La suavidad de la tela contra mi piel me da un poco de consuelo, aunque no suficiente para apagar el torbellino dentro de mí. En este momento, todo lo que quiero es dormir, aunque sé que las horas se alargarán mientras la ansiedad y las dudas me sigan acompañando.
Pero por ahora, me permito rendirme. Y dejo que el silencio de la habitación me envuelva, mientras las lágrimas siguen cayendo, pero esta vez, sin la fuerza de la tormenta anterior.
No pasó mucho tiempo después de que mi madre saliera de la habitación cuando sentí una presencia junto a mí. Primero fue el leve crujir de la cama al recibir un peso adicional, seguido por una caricia en mi cabeza. La sensación era suave, cálida, como un gesto familiar, y por un momento, mi mente trató de asociarlo con la suavidad de las manos de mi madre. ¿Había regresado?
El roce suave de la mano sobre mi cabeza continuó, como si quisiera asegurarme de que todo estaba bien, pero una leve incomodidad se formó en mi pecho. El contacto suave en mi cabeza me hace tensar ligeramente los músculos, y por un segundo, mi mente lucha por comprender si realmente está sucediendo. La caricia es delicada, reconociendo la familiaridad de la mano, pero algo no cuadra. Mi madre no había hecho ruido al entrar, no había escuchado la puerta moverse, y ella no solía volver a mi habitación después de dejarme dormir.
Con un suspiro, levanto un poco la cabeza, y la voz que me llega es suave, pero profunda, llena de una familiaridad que me atraviesa de inmediato, un susurro lleno de dolor y ternura.
—Yugi...
Una sola palabra. Y al escucharla, el nudo en mi garganta parece aflojarse, aunque no de la manera en que me gustaría. La caricia persiste, como si intentara calmar la tormenta interna que me consume, una tormenta que ahora se vuelve aún más difícil de procesar al escuchar esa voz.
No, no es mi madre.
Es Yami.
No necesito mirarlo para saberlo, aunque lo hago, alzando la cabeza un poco más, los ojos aún hinchados por las lágrimas, y ahí está, sentado junto a mí en la cama, su presencia cálida y silenciosa.
No dice nada más, pero tampoco lo necesita. La forma en que me acaricia el cabello, como si intentara ofrecerme consuelo, hace que mi pecho se apriete, y una parte de mí quiere preguntarle por qué está aquí, por qué me sigue buscando, pero las palabras se desvanecen en el aire.
Lo único que siento es esa conexión silenciosa entre nosotros, la misma que estuvo en cada carta que le dejé, la que existió en ese mural, la que marcó mis días. Pero ahora, con él aquí, no puedo dejar de preguntarme si esto es lo que realmente quiero. ¿Es lo que quiero? ¿Lo que necesitamos?
La caricia sobre mi cabeza continúa, constante y tranquila, como si el tiempo se hubiera detenido por completo en ese instante. Un nudo en mi garganta se forma, y mi pecho sigue apretándose con cada leve toque. El contacto me da consuelo, pero también me envuelve en una mezcla de confusión y dudas. Siento que hay algo más detrás de todo esto, algo que aún no he comprendido, pero que necesito entender.
Finalmente, no aguanto más. La necesidad de saber, de enfrentar lo que está pasando, me empuja a hacer la pregunta que ronda en mi mente, y con voz temblorosa, me atrevo a decir:
—¿Qué haces aquí?
El silencio que sigue a mi pregunta se siente denso, como si el aire mismo estuviera esperando a que alguien se atreva a romperlo. El leve movimiento de la mano sobre mi cabeza cesa por un instante, y la ausencia de ese contacto tan familiar provoca que un vacío se forme en mi pecho. Mi respiración se vuelve más pesada, y de alguna forma, me siento vulnerable por haber pronunciado esas palabras, como si hubiera abierto una puerta a algo que no sé si quiero enfrentar.
Yami no responde de inmediato, como si estuviera sopesando cada palabra, cada suspiro que sale de mi boca. Finalmente, su voz resuena en la quietud de la habitación, tranquila pero firme.
—Necesitamos hablar, Yugi.
Mis ojos se cierran con fuerza, como si de esa forma pudiera alejarme de lo que está sucediendo. Un pequeño nudo se forma en mi garganta. Mi mente da vueltas, luchando contra lo que siento. No sé si quiero hablar, no sé si tengo fuerzas para enfrentar lo que está por venir.
—No tenemos nada de qué hablar. —Mi voz suena más rota de lo que esperaba, pero la pronuncio sin titubeos. En el fondo, sé que estoy huyendo. Huyendo de lo que está tan cerca de mi corazón. Hundí mi rostro en la almohada nuevamente, con la esperanza de que el contacto suave me ayudara a olvidar, aunque sea por un momento, lo que siento.
Escucho un suspiro leve de Yami, como si algo en sus pensamientos se hubiera quebrado por un segundo. Y luego, un suave y casi inaudible murmullo, seguido de una risa baja, una risa que no suena a burla, pero sí cargada de algo que no puedo identificar.
—¿En serio? —su voz se suaviza, pero sigue siendo clara—. Fuiste tú quien empezó todo esto, Yugi ¿Y ahora me dices que no tenemos nada de qué hablar?
Mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente, pero esta vez no las contengo. Me dejan caer sin que pueda hacer nada, sin que quiera hacer nada para detenerlas. La risa de Yami, ese sonido que me ha acompañado más de lo que quiero admitir, me llena de una mezcla de alivio y frustración. Todo lo que quiero es que se quede, pero al mismo tiempo, quiero que me deje solo. Quiero huir, pero sé que no puedo escapar de lo que he creado entre nosotros.
—No... no quiero hablar de esto... —susurro, con la voz temblorosa mientras me revuelvo bajo la almohada, tratando de esconderme. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí anhela que me diga algo, cualquier cosa que me saque de este agujero de dudas y confusión en el que me encuentro.
Siento que la cama se hunde ligeramente más, como si Yami estuviera acercándose un poco más, y puedo percibir su presencia a mi lado, como una sombra que no puedo rechazar. La mano que antes acariciaba mi cabello ahora se posa suavemente sobre mi hombro, y el contacto me quema, me hace sentir vivo, pero también me duele.
—Yugi... no quiero forzarte a hablar. —su voz se suaviza, como si entendiera que no estoy listo para todo esto. Pero la firmeza en sus palabras sigue ahí, como si él también estuviera luchando con algo más grande—. Pero tenemos que aclarar las cosas...
Mi garganta se aprieta y por un segundo, quiero gritarle que no hay nada que aclarar, que todo está claro. Pero las palabras se me atoran en la lengua, y lo único que puedo hacer es girar el rostro un poco hacia el lado, hundiendo mi cara en la almohada, sintiendo que las lágrimas amenazan con seguir cayendo.
—Todo está muy claro... —mi voz es más rota de lo que quería que sonara, más quebrada, casi un susurro. No puedo evitarlo, las palabras salen sin que las controle—. Yo... yo siento algo por ti que tú no sientes por mí.
Y aunque traté de sonar firme, como si hubiera hecho las paces con mi dolor, mi voz me traicionó. El vacío en mi pecho se hace más profundo, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí quiere que termine esto, que lo diga, que lo deje salir de una vez por todas.
—Está bien... —agrego rápidamente, como si de esa forma pudiera convencerme a mí mismo de que no me importa—. No te culpo. No hay ningún problema.
Pero Yami no parece convencido. Y por alguna razón, su respuesta me hace tensar todo el cuerpo, como si hubiera tocado algo que no esperaba escuchar.
—Ese es justo el problema —dice él, y su voz es más seria ahora, más firme—. No se trata de que tú sientas algo por mí, Yugi. —Hace una pausa, como si esperara que todo se asentara en mis pensamientos—. El problema es que tú asumiste las cosas sin darme la oportunidad de explicarme.
—¿Explicarte cómo? —mi voz suena tensa, y no puedo evitar el tono desafiante que se cuela entre las palabras—. Si te quedaste callado todo ese tiempo... ¿cómo esperas que entienda algo?
El aire en la habitación parece volverse más pesado mientras espero una respuesta, pero lo que escucho a continuación me toma por sorpresa. Yami suelta una ligera risa, casi inaudible, pero su tono se suaviza al hablar de nuevo.
—Sí, tienes razón... —dice, y por un momento parece que está pensando en sus propias palabras—. Quizá no fue la reacción más prudente. Aunque no todos los días te enteras de que tu mejor amigo es la persona que, por meses, te ha enviado cartas confesando sus sentimientos. —Hace una breve pausa, como si las palabras aún tuvieran que asentarse en él—. Y... bueno, eso me dejó en shock.
Yo me quedo callado por un instante, sintiendo que el nudo en mi garganta se va aflojando, pero no por el alivio, sino por la incomodidad de lo que acababa de decir.
—Y luego... —continúa Yami, y su voz toma un tono más serio, pero también más vulnerable—. Lo que no esperé fue que, sin darme cuenta, comencé a corresponder cada uno de esos sentimientos.
Esas últimas palabras me atraviesan, me golpean directo en el corazón. No sé cómo procesarlas, no sé qué hacer con esa revelación. Por un momento, quiero preguntarle si está diciendo lo que creo que está diciendo, pero las palabras se me atascan, como si no estuviera preparado para escuchar algo tan... claro.
—¿Qué estás tratando de decir? —pregunto, mi voz más baja ahora, casi inaudible. No quiero que suene desesperada, pero lo es. Mi mente está corriendo en círculos, tratando de encontrar algo de sentido en todo esto.
—Ya te lo había dicho hace dos semanas —comienza, su voz ahora más suave, aunque aún cargada de algo más profundo que simples palabras—. Me enamoré de la persona que me mandaba esas cartas. Esas cartas... eran como un pedazo de su alma. Cada palabra, tan poética y "cursi", me robaba el corazón.
Mi respiración se detiene por un instante al escuchar sus palabras, mi mente dando vueltas mientras trato de procesarlas. Pero lo que dice a continuación cambia todo.
—Yo... —responde Yami, con una ligera risa nerviosa—. Asumí que siempre fue una chica quien mandaba las cartas. No te voy a mentir, me hizo pensar eso, pero... —su voz se vuelve más profunda—. Al final, me cuestioné si realmente era un "ella".
Esas palabras me atraviesan de golpe, como si Yami me hubiera lanzado una piedra a la cara. Me quedo en silencio, sin saber cómo reaccionar, pero antes de que cualquier cosa pueda salir de mi boca, él sigue hablando.
—No te lo dije en su momento, porque... irónicamente, creí que te burlarías de mí, como cuando te reías de lo "cursi" de las cartas o ponías excusas para no encontrar a la persona detrás de ellas. Pensé que... te ibas a burlar, y no quería enfrentarme a eso. Ahora entiendo que todo lo que hacías, era para proteger tu identidad, y me siento tonto por no haberlo visto antes.
Una pequeña pausa se extiende entre nosotros, como si Yami esperara que yo dijera algo, que mirara lo que está pasando. Pero no puedo. No puedo mirarlo aún. Sigo abrazando la almohada, sintiendo cómo mi corazón late rápido dentro de mi pecho.
—Después de todo, no me enamoré de un género, Yugi —dice Yami, y en su voz hay una sinceridad tan profunda que me hace sentir como si el tiempo se hubiera detenido por completo—. Me enamoré de un individuo. Alguien que dejaba su alma en cada carta que me mandaba, cada palabra cuidadosamente escrita, cada mensaje dejado por las mañanas en mi casillero.
Sus palabras son una mezcla de aliento y confusión en mí. ¿Cómo puede ser que todo lo que había asumido, todas mis dudas, se derrumben de esa manera? ¿Cómo es posible que lo que sentía por Yami fuera correspondido, aunque de una forma que nunca imaginé?
Finalmente, por fin me atrevo a mirarlo. No sé si puedo manejar todo lo que está sucediendo, pero hay algo en su mirada que me impulsa a hacerlo.
—¿Y ahora qué? —mi voz suena rota, casi como un susurro—. ¿Qué hacemos ahora, Yami?
Yami se inclina hacia mí, su rostro tan cerca del mío que puedo sentir su respiración, cálida y tranquila, en mi piel. En ese instante, el aire parece espeso, y la tensión vuelve a elevarse a un nivel completamente nuevo.
—Deberíamos besarnos para romper la tensión —dice Yami, su voz profunda pero con un toque juguetón.
El momento se congela por un segundo, y mis ojos se abren un poco más, confundido entre la incredulidad y la sorpresa. Mis pensamientos se deshacen en una maraña de confusión, pero algo en su tono hace que el nudo en mi pecho se afloje.
Y entonces, no puedo evitarlo. Una risa leve escapa de mí, primero como una burla tímida, pero rápidamente se convierte en algo más fluido, una risa que se escapa de mis labios con naturalidad. El peso de todo lo que había estado sintiendo se disuelve por un momento, y por fin respiro tranquilo.
Yami se incorpora, alejándose un poco, y me mira con una sonrisa que es casi traviesa, orgulloso de haber logrado lo que parecía tan imposible: hacerme reír en medio de todo esto.
—Lo sabía —dice con una sonrisa amplia, tan genuina que casi se ilumina toda la habitación—. Un poco de humor y todo se arregla.
Yo, aún riendo ligeramente, miro hacia él y asiento.
—Eres un caso perdido —le digo, aunque mi voz ahora está llena de una calidez que no había estado allí antes.
Me siento un poco más ligero ahora, como si la risa hubiera deshecho el peso de todo lo que había guardado dentro. Me enderezo en la cama, cruzando las piernas, mientras me limpio las lágrimas que aún persisten en mis ojos, frescas como un recuerdo reciente. Mis hombros, que antes se sentían tan pesados, ahora descansan en una calma que no había conocido en todo el día.
Yami, por otro lado, se deja caer en la cama, boca arriba, cerrando los ojos por un momento, pero con una leve sonrisa en sus labios, como si todo lo que acabábamos de vivir fuera solo una pequeña parte de algo mucho más grande, mucho más profundo.
Lo miro, no puedo evitarlo. Mi mirada cae sobre sus labios, y aunque la broma que hizo antes me había hecho reír, ahora... ahora quiero que esa broma se convierta en algo más, en algo real. Quizás para él esto haya sido demasiado por un día, pero el deseo en mi pecho es más fuerte que mi inseguridad, y no puedo ignorarlo.
Un silencio lleno de tensión llena la habitación, y cuando Yami, con los ojos cerrados, rompe ese espacio, mi corazón da un vuelco.
—No te contengas —su voz suena ligera, pero hay algo más, algo que me deja en silencio por un momento, confundido.
Su tono tiene algo en él que me hace dudar, que me hace preguntarme si estoy escuchando bien.
—Has esperado tres meses para esto y ahora que tienes la oportunidad, no lo haces.
Lo miro y una pequeña risa escapa de mis labios, tímida, pero la verdad es que tengo tantas cosas dentro de mí que ya no puedo seguir ocultándolas.
—En realidad, ha sido mucho más que eso.
Yami sonríe, disfrutando del juego, como si supiera que todo esto es solo una danza entre nosotros, una danza que finalmente lleva a algo más.
—¿Y aún así sigues pensando si hacerlo o no? —dice, y siento que mis mejillas arden de nuevo, pero también una emoción profunda que crece y me empuja a hacer lo que he estado deseando desde hace tanto tiempo.
Finalmente, me inclino hacia él, casi como si el mundo entero desapareciera, dejándonos solo a los dos en este instante. Pero cuando estoy a punto de tocar sus labios, Yami gira la cabeza, evitando el beso. Me detengo, desconcertado, sin saber qué hacer con la sorpresa que me inunda.
Con una sonrisa en sus labios, me dice:
—Así no. Soy un joven decente.
Mi mente procesa sus palabras, pero lo único que se me ocurre decir es una broma.
—¿Tú, cuando?
Yami responde con un tono de broma, y me hace sentir más ligero en medio de toda esta tormenta de emociones.
—Yo no doy besos fuera de relación.
Me sorprende, pero a la vez, algo en mi pecho late con más fuerza. No puedo evitar reír bajo, aliviado por cómo la tensión se ha disuelto, por cómo ahora las cosas parecen más cercanas, más naturales.
Es en ese momento cuando una gota cae en la mejilla de Yami. Abre los ojos y veo como, con una suavidad que no esperaba, limpia una lágrima de mi rostro. La sorpresa me deja sin palabras por un segundo, pero lo miro y, con la voz suave, le digo lo que siempre he querido decir, aunque no me atreví a pronunciarlo antes.
—Entonces... Yami... ¿quisieras tú ser... la única estrella en mi manto celeste?
No hay duda en su rostro, no hay vacilación. Solo una sonrisa cálida que ilumina todo mi ser.
—Sí.
El instante parece eterno, una eternidad comprimida en un segundo, un suspiro que no sabe si llegar o no. Y, de repente, todo lo que he estado guardando, todo lo que he callado, explota.
Me acerco lentamente, mi respiración se mezcla con la suya, y todo el miedo, toda la duda, desaparecen. Al final, soy solo yo y él. Sus labios, tan cerca, tan perfectos. Y, con un impulso que no puedo controlar, mis labios tocan los suyos.
Es suave al principio, un roce ligero, como si el universo estuviera dejando espacio para que ambos entendamos lo que está pasando. Pero entonces, algo en mí se enciende. El deseo, la necesidad, la pasión contenida por tanto tiempo.
El beso se profundiza, cada centímetro de nuestra piel se comunica en una danza que es solo nuestra. Las manos de Yami encuentran mi rostro, acariciando mis mejillas, como si estuviera temeroso de que fuera un sueño del que pudiera despertar. Y yo... yo no quiero que termine. Mi corazón late tan fuerte que me duele, pero es un dolor delicioso, el tipo de dolor que solo ocurre cuando algo hermoso se ha hecho realidad.
El calor entre nosotros crece, envolviéndonos en una burbuja que solo existe en ese momento. El mundo sigue girando afuera, pero dentro de esta burbuja, somos solo él y yo. Yami, mi estrella, mi todo.
Cada beso, cada suspiro, cada contacto de nuestras pieles, se siente como si el universo mismo estuviera aplaudiendo por nosotros, como si todo lo que había sido un obstáculo, todas las barreras que nos habíamos impuesto, finalmente se desmoronaran, dejando espacio solo para nosotros, para este momento.
Mis manos se deslizan hacia su cuello, aferrándome a él con una desesperación tranquila, como si temiera que al soltarme, todo desapareciera. Pero no quiero soltarlo. No quiero que nada termine.
Finalmente, cuando nos separamos, apenas puedo abrir los ojos, mi cuerpo aún temblando por el impacto de lo que acaba de ocurrir. Y ahí está, su rostro tan cerca del mío, sus ojos oscuros como el cielo nocturno, brillando con una intensidad que me deja sin aliento.
Yami sonríe, y aunque es una sonrisa tranquila, hay una promesa en ella. Una promesa de que esto no es solo un beso. Es el comienzo de algo mucho más grande, algo que nos pertenece a los dos.
—Esto es solo el principio —susurra, y su voz es todo lo que necesito escuchar.
Han pasado tres días desde aquella noche, desde aquel beso, pero sigo sin acostumbrarme a lo que somos ahora. A lo que compartimos. Todo parece igual, pero en mi interior, todo ha cambiado. Aunque nos sigamos mirando y riendo como siempre, hay algo nuevo entre nosotros, algo profundo que no puedo ignorar. A veces me pregunto si Yami también lo siente, si también se da cuenta de cómo las pequeñas cosas entre nosotros se han transformado en algo mucho más grande.
Hoy, en clase de inglés, intento concentrarme en el libro que tengo frente a mí, como si eso pudiera distraerme de todo lo que hay entre él y yo. Pero no puedo. No puedo dejar de pensar en lo que ha sucedido, en lo que todavía está por venir.
Espero en silencio, dejando que los minutos pasen mientras paso las páginas sin realmente leerlas. Los sonidos de la clase de fondo apenas me alcanzan. Y entonces, la puerta se abre y, como siempre, siento esa pequeña corriente de aire cuando Yami entra. Él camina hasta su pupitre, justo al lado del mío. No necesito mirarlo para saber que está ahí; su presencia lo llena todo.
Me hace un gesto con la mano, casi como si quisiera llamar mi atención, y entonces lo escucho:
—Tengo que decirte algo, Yugi —dice, con esa mirada traviesa en los ojos y el tono de voz que, aunque intenta sonar serio, no engaña a nadie.
Yami se inclina hacia adelante, como si estuviera compartiendo un gran secreto. Su voz se vuelve dramática, exagerando cada palabra.
—Hay alguien más en mi vida. —Hace una pausa, buscando mi reacción antes de continuar con una sonrisa traviesa.
Lo miro sin apartar la vista del libro y, con una sonrisa que no puedo evitar, respondo sin darle demasiada importancia:
—¿Ah, sí? ¿Y quién es?
Él hace una pausa, como si estuviera buscando la mejor forma de continuar, y luego, con un toque de exageración en la voz, dice:
—Tengo un admirador secreto. Alguien que me ha cautivado con su escritura y poesía... aunque sea un poco... cursi.
No puedo evitar levantar la mirada, encontrándome con la expresión juguetona en su rostro. Mi corazón late un poco más rápido, pero la molestia se mezcla con la curiosidad. Cierro el libro de golpe, dejándolo descansar sobre mi pupitre. Mi mirada se vuelve afilada, pero la sonrisa que se me escapa es inevitable.
—¿Cursi? —repito, y no puedo evitar mostrar la molestia en mi rostro, aunque por dentro me estoy riendo.
No necesito más tiempo para reaccionar. Le doy un golpe en el brazo, no demasiado fuerte, pero lo suficiente para que lo sienta.
Yami se ríe, mientras se soba el brazo afectado y, con un tono exagerado, dice:
—¡Lo siento, lo siento! Pero no puedo evitarlo, ¡tú siempre haces esas caras tan divertidas!
Yo, con los ojos ligeramente entrecerrados, le lanzo una mirada de advertencia.
—Deja de burlarte de tu admirador secreto o las cartas dejarán de llegar —le respondo, intentando retomar la concentración en el libro, pero una sonrisa tonta se me escapa sin querer.
Yami, confiado, no parece impresionado por mi amenaza. De hecho, saca de su bolsillo la carta que había encontrado esa mañana en su casillero. La mira con una sonrisa satisfecha, como si fuera un trofeo.
—No te preocupes, esas cartas no dejarán de llegar —dice con seguridad, antes de añadir—: Y me gusta la idea de que sigan llegando.
Mi rostro se sonroja ligeramente, y, aunque sigo mirando el libro, noto que mi pulso se acelera al escuchar sus palabras. Me cuestiono por un momento si fue una buena idea retomar las cartas que solía dejarle en su casillero. Pero al ver cómo Yami lee la carta con tanto entusiasmo, algo dentro de mí se siente cálido.
Sin poder evitarlo, una sonrisa tonta se asoma en mi rostro. Me siento un poco más tranquilo, como si esa pequeña tradición que habíamos compartido aún tuviera sentido.
"Sí..." me digo a mí mismo, sin dejar de mirar el libro. "Fue una buena idea."
—Yami —digo, y él me mira, curioso, como si esperara que dijera algo más.
Me siento un poco nervioso, pero también decidido. Saco de mi mochila una tarjeta, la miro un momento, y sin pensarlo más, se la extiendo hacia él. Él toma la tarjeta, claramente sorprendido, y comienza a leer en voz baja.
—"Invitación a la Exposición de Arte Urbano, Galería Kobayashi" —repite, sus ojos se agrandan con incredulidad mientras levanta la mirada hacia mí.
No puedo evitar sonrojarme un poco, sintiendo el peso de la situación. Es algo que había mantenido en secreto por tanto tiempo. Mis obras... finalmente estarán expuestas. Pero ver la expresión de Yami, esa mezcla de sorpresa y admiración, me hace sentir que valió la pena mi decisión.
Yami sigue mirándome, atónito.
—¿De verdad? ¿Vas a mostrar tus obras en la Galería Kobayashi? —su voz suena baja, como si no pudiera creerlo.
Asiento, con una mezcla de nervios y orgullo.
—Sí. —Alzo un poco la barbilla, sintiendo cómo la emoción me embarga—. Pensé que era el momento.
No puedo evitar sonrojarme un poco, pero hay algo más que tengo que decir, algo que me da un poco de nervios, aunque sé que es lo correcto.
—Eso no es todo, Yami —digo, mirando de reojo la tarjeta en sus manos antes de elevar la mirada hacia él.
Yami, con su sonrisa de siempre, me observa con curiosidad. Al principio, no dice nada, solo espera, y eso me da un pequeño impulso para continuar.
—Tú... serás la pieza principal —agrego con voz suave, casi tímida. Siento cómo mi corazón late más rápido mientras sus ojos se abren ligeramente, confundidos.
Yami me mira como si no entendiera del todo lo que acabo de decir, frunciendo el ceño con una sonrisa divertida, pero no le doy tiempo a responder.
—El señor Kobayashi... —digo, mirando hacia abajo un momento antes de continuar, sintiendo una ligera ola de vergüenza—. Me pidió que tomara una foto del mural del callejón, el que hice de tí. Esa foto será la pieza principal de la exposición.
Las palabras se quedan suspendidas entre nosotros, y puedo sentir cómo Yami procesa lo que acabo de decir. Su rostro pasa de la confusión a la sorpresa, y luego a una sonrisa genuina, más grande y brillante de lo que nunca había visto.
—¿Yo? —dice, su voz llena de incredulidad y algo de emoción—. ¿Tu mural? No puedo creerlo.
Asiento, un poco nervioso pero aliviado de haberlo dicho en voz alta.
—Sí, tú... es tu mural también. Quería que estuvieras allí, de alguna manera. Tú fuiste mi inspiración.
Yami se queda en silencio por un momento, su sonrisa se suaviza, y entonces, lentamente, se acerca. El mundo a su alrededor parece desvanecerse, como si el tiempo decidiera detenerse solo para nosotros. Puedo sentir su aliento cálido cerca del mío, tan cercano que casi me hace perder la razón, pero hay algo en ese momento, algo en el aire, que me hace saber que esto es lo que hemos estado esperando, lo que hemos querido desde siempre, aunque no lo supiéramos del todo.
Yami cierra la distancia entre nosotros, sus labios se posan suavemente sobre los míos, y el mundo parece estallar en mil colores. Es un beso tan tranquilo, tan lleno de promesas no dichas, pero que ambos entendemos con solo tocarnos. Cada segundo se siente eterno, pero perfecto. Un beso lleno de todo lo que hemos compartido hasta ahora: las risas, las preocupaciones, los sueños y hasta las inseguridades. Todo se disuelve en ese momento.
Cuando se separa, sus ojos brillan con una intensidad que me deja sin aliento, y yo, sin saber qué decir, solo sonrío, mi corazón latiendo de una manera que nunca antes había sentido.
—Eso... —digo, incapaz de ocultar la emoción en mi voz—. Eso fue todo lo que siempre quise.
Yami sonríe, su mano sigue en mi espalda, sosteniéndome cerca.
—Y aún hay mucho más por venir. Pero siempre juntos, ¿verdad?
Asiento, sin dudar, mientras mi pecho se llena de una calidez que solo él sabe darme. Porque, al final, todo se reduce a eso: a estar juntos. Y ya no hay dudas, ni miedos. Solo nosotros, el uno al otro, listos para el futuro. El futuro que, por fin, hemos decidido compartir.
Palabras: 34,300
Hola gente bonita!
Este es la historia con la que inauguro este libro de OneShots.
Obviamente tenia que empezar con mi pareja favorita jaja
En parte, este capitulo es como un chivo expiatorio. Quisiera saber sus opiniones, si se les hizo muy largo, muy corto, mucho desarrollo de personajes, poco, si les gustó la canción, etc.
Sus opiniones me ayudarán a mejorar en las proximas entregas.
Les agradezco que llegaran hasta aqui!
Nos leemos pronto ❤️
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